Al regresar a casa encontré a Lucy en la cocina. Su hermoso pelo rojo cobrizo estaba recogido y llevaba puesto un delantal, lo cual significaba que se encontraba en «modo chef». Noté una bandeja con varias galletas con forma de estrella junto al microondas y otra con lo que aparentaban muffins dentro del horno.
Si solo pudiera cocinar así. Lucy estaba tarareando una canción de manera alegre, mientras medía una jarra de leche con ojos expertos.
Titania, la perrita que le había regalado Marc para su cumpleaños, la miraba desde el piso. Su pelaje era blanco con marrón y era evidente que era cruza de Russell Terrier. No había crecido mucho, por lo que era ideal para un departamento. Kailo estaba sentado junto a ella. Ambos atentos a si caía algo de comida.
—¿Cómo está Ewan? —pregunté.
—Bien, el médico dijo que debe dejarse el cabestrillo por al menos una semana. Eso lo tiene algo malhumorado —dijo Lucy.
Me senté en una de sillas y la vi trabajar.
—¿Le estás preparando un ejército de dulces?
Asintió entusiasmada.
—Su padre viajó a Noruega para reportar lo sucedido con los Grims al resto de la orden. Quiero asegurarme de que estará bien allí solo —dijo.
Lucy era sin lugar a duda una de las personas más amables que conocía.
—Podrías quedarte con él… —sugerí.
Eso hizo que sus mejillas tomaran algo de color, lo que era fácil de notar dado lo blanca que era su piel.
—Sí. Supongo…. —Bajó su mirada hacia la perrita—. ¿Qué dices, Tani? ¿Podríamos ir a lo de Ewan por unos días?
Esta movió la cola ante la palabra «Ewan», quien siempre la malcriaba con caricias y galletas para perros.
—¿Qué hay de Michael? —preguntó.
—Aparenta estar bien —respondí.
Se había mostrado afectuoso; sin embargo, no podía deshacerme de aquella sensación de que algo andaba mal.
—Quiero creer que algo salió mal con ese maleficio, pero no lo sé. Todo este tema de la magia afecta mis nervios —dije.
Lucy me ofreció una galleta. Una estrella de vainilla con los bordes cubiertos de chocolate.
—Esto definitivamente va a alegrarme, gracias.
—Si solo pudiéramos arreglar el mundo con galletas… —dijo riendo.
—Sabes que Marc va a oler esto y tendrás que luchar por quitarle la ración de Ewan, ¿verdad?
—Hice suficientes —respondió.
Intercambiamos una mirada. Marcus era más que capaz de comer ambas bandejas.
—Comenzaré a guardarlas por si acaso —agregó Lucy, reconsiderando.
Me encontraba tan cansada que estudiar sería toda una hazaña. Y pensar que antes de Michael solía quejarme de no tener mucho tiempo libre. Qué ingenua.
Fui por mi libro de El maravilloso mundo del marketing y me acomodé en la mesa. Tener lo necesario para sentarme a estudiar era todo un ritual. Taza de café, comida, celular, resaltadores.
—¿Crees que deba comprarle esos almohadones con apoyabrazos para que esté más cómodo? —preguntó Lucy.
—Mmmm, no lo sé. ¿El punto del cabestrillo no es evitar que apoye el brazo?
Lucy rio avergonzada.
—Es cierto…
Era adorable que se esforzara por ser una buena novia.
—Definitivamente le llevaré mis libros de Harry Potter, no puedo creer que no los haya leído —murmuró.
Comenzó a ir hacia su habitación y se detuvo.
—O mejor se los compraré, no me gusta prestar mis libros —dijo para sí misma—. No soporto ver sus lugares vacíos en el estante.
—Creo que es mejor si le regalas uno a la vez —le sugerí.
—¿Tú crees? Debe hacer reposo, cuando comience a leerlos no va a poder detenerse.
Sus ojos marrones brillaron con tal convicción que no tuve el corazón para negarlo. Tal vez estaba en lo cierto. Lucy me había obligado a leer Harry Potter cuando teníamos once y me había leído los siete en cuestión de semanas. De solo haber sabido que la magia en verdad existía…
Abrí el libro frente a mí, obligándome a concentrarme. Me pregunté si habría algún hechizo para adquirir conocimiento sin estudiar. Eso sería genial.
Apenas había avanzado unas pocas páginas cuando Lucy regresó a la sala y se paró delante de mí.
—¿Qué piensas? —preguntó.
Claramente estaba hablando de su vestuario. Suéter negro al cuerpo, una linda falda de tul color durazno, que iba a pedirle prestada, y botitas. Lucy tenía un estilo clásico y femenino. Sus ojos estaban más maquillados de lo usual y lo más sorprendente de todo, llevaba el pelo suelto. Su glorioso pelo caía como una cascada de llamas anaranjadas.
La observé más detenidamente, su piel tenía un leve resplandor, casi imperceptible. Estaba segura de que se debía a que era una Gwyllion. No solo tenía ciertas habilidades con la naturaleza, sino que podía generar ilusiones.
—¿Quieres matarlo de un infarto? —pregunté.
Sonrió feliz.
—¿La falda no es muy corta? —preguntó.
—No, es el largo perfecto —hice una pausa pensativa—. ¿A qué se debe tanta preparación?
Eso hizo que el rubor regresara.
—Es la primera vez que pasaré la noche sola con él, sin su padre en la casa… —Ocultó su rostro, restándole importancia.
—¡Lucy Darlin! Esto es monumental —dije entusiasmada—. ¿No debo darte LA charla, verdad? Cuando un chico y una chica están enamorados…
—¡Madi! Shhhh —replicó con el rostro rojo.
Comencé a reír y me persiguió con un almohadón. Tani corrió detrás de nosotras, dando saltitos en el aire. No iba a estudiar nunca.
Alguien tocó la puerta, interrumpiéndonos. Marcus. Me sorprendió que hubiera tardado tanto en descubrir el dulce aroma que llenaba la cocina. Acomodé mi ropa, que se encontraba arrugada debido a la pelea de almohadones y fui a abrir.
—¿Por qué tardaste tan…?
Solté el picaporte, completamente anonada. Galen estaba parado del otro lado, su brazo apoyado en el marco en una postura casual.
¿Por qué estaba allí? ¿Desde cuándo se anunciaba?
—¿Qué diablos estás haciendo? —pregunté.
Una sonrisa diabólica cruzó sus labios.
—¿Madi?
Lucy se apresuró a mi lado, preocupada ante mi reacción. No sabía quién o qué era, ni que durante los últimos meses me había estado controlando para obtener mi sangre.
Galen la miró con interés. El hecho de que ambos estuvieran a tanta proximidad lanzó mis nervios a un estado de frenesí. Galen era… Manipulador, inmoral, prácticamente un depravado. Y Lucy era el ser humano más dulce del planeta.
—Él es…
Pensé un nombre al azar.
—Dorian —continuó Galen con su acento británico—. Madi y yo estamos juntos en Teoría de la Publicidad, un gusto.
¿Dorian? Debía estar bromeando. ¿Cuántos alias tenía? Alexander, el chico humpiro del Ataúd Rojo; Edward, el amigo de Alyssa; Galen, el Antiguo…
—Un gusto, es la primera vez que conozco a alguien con ese nombre —respondió Lucy.
Galen besó su mano de manera galante. Iba a matarlo.
—¿Olvidaste que habíamos hecho planes para estudiar? —me preguntó de manera inocente.
Ya no estaba bajo su control, podía usar mi magia contra él, convertirlo en polvo. O no… no tenía la menor idea de cómo convertir a alguien en polvo o siquiera si era posible.
—Lo olvidé por completo —dije.
Necesitaba mantenerlo afuera.
—¿Quieres pasar? Hay té con galletas —le ofreció Lucy.
No. No. No. ¿Por qué tenía que ser tan cortés?
—Eso sería estupendo —respondió agradecido.
Pasó a mi lado, rozando su hombro contra el mío. Lucy me miró de manera curiosa, sorprendida ante mi falta de modales.
—Es lindo… —me susurró.
—Es un idiota —le respondí en voz baja.
Eso la sorprendió aún más. Comprendía el efecto que tenía Galen en las mujeres. A simple vista era atractivo. Pelo oscuro, profundos ojos marrones con tonalidades verdes, piel lisa como si fuera mármol, un atuendo que bordeaba en lo punk. El joven era llamativo. Y su acento británico era la cereza del postre. Pero cuando uno lo conocía, lo veía por lo que realmente era: un oportunista, desconsiderado, roba sangre.
—No mencionaste que vivías con una modelo —dijo mirando a Lucy.
Esta hizo una risita. Dios no.
—Soy un poco baja para ser modelo —respondió, avergonzada.
—Tonterías —respondió él—. Serías perfecta.
Lucy preparó una bandeja con té, galletas y muffins. Aproveché su distracción para acercarme a Galen.
—¿Dorian? ¿Dorian Gray? ¿En serio? —le susurré.
—Joven, con belleza inmortal…
—Desalmado —agregué.
—Es fascinante saber que compartimos los mismos gustos literarios —dijo, con una sonrisita.
Me paré arriba de su pie, pisándolo de manera disimulada.
—Si vuelves a posar un solo ojo en Lucy… —le advertí.
—¿Azúcar?
—Por favor —respondió Galen.
Lucy se volvió con la bandeja en mano. Necesitaba sacarla de la casa. Kailo estaba rodeando a Galen, un animal salvaje listo para atacar.
—No recuerdo haberte visto en la universidad —dijo Lucy.
—Me avergüenza decir esto, pero prácticamente vivo en la biblioteca —respondió.
Revoleé los ojos.
—No hay nada de malo en eso, es lindo estar rodeado de libros —dijo Lucy.
—No podría estar más de acuerdo —replicó Galen.
Consideré quitarle el cuchillo con el que estaba cortando el muffin y clavarlo en su mano. Eso le enseñaría.
—Debo terminar de preparar todo, Ewan me está esperando —me dijo Lucy mirando su reloj.
—Por supuesto. ¡Ve! —dije con demasiado entusiasmo.
Aguardé a que llegara hasta su habitación y me volví a Galen. Su expresión había cambiado de angelical a infernal.
—¿Me extrañaste?
—¿Por qué estás aquí? Por si lo has olvidado, ya no puedes controlarme al igual que a una marioneta —le espeté.
—Por eso mismo decidí que sería más civilizado verte en compañía de tu pequeña amiga —respondió—. Otra linda Gwyllion al igual que Alyssa. ¿Crees que debería salir con ella también?
Me puse de pie, estirando mi dedo hacia él en advertencia.
—Deja a Lucy fuera de esto. No quiero volverte a ver en la misma habitación que ella. Nunca.
Se levantó de su silla, elevándose sobre mí.
—Me gusta cuando me amenazas. Es excitante.
La palma de mi mano se estrelló contra su mejilla. Este cerró sus dedos sobre mi muñeca, alejándola de su rostro.
—Espero que hayas encontrado eso excitante —dije con sarcasmo.
—Más de lo que crees —respondió.
Retiré mi mano de la suya. Era hora de patear su trasero con magia.
—¿Madi? ¿Qué fue ese ruido?
Lucy regresó a la cocina, cargando un bolso de mano.
—No escuché nada —respondí.
Continuó hacia la mesada y comenzó a guardar sus creaciones en varios tuppers. El ejército de galletitas de vainilla y chocolate era interminable. Galen y yo intercambiamos miradas, intentando actuar de manera normal. Buscó la correa de Tani, y luego su comida, guardándola en otra bolsa.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Galen—. Estás bastante cargada para alguien de tu tamaño.
Le lancé una mirada asesina.
—Gracias, pero no es necesario. Tomaré un taxi —respondió Lucy.
La acompañé a la puerta, ansiosa por sacarla de allí.
—Diviértete. —Bajé la voz y agregué—. Recuerda LA charla…
—¡Madi! Basta —dijo tentada.
Espere a que estuviera en el ascensor para cerrar la puerta. Estábamos solos. Me volví hacia él sin perder un minuto.
—Visus obscuritas, Visus obscuritas, Visus obscuritas —recité.
La magia respondió. Aquella sensación de adrenalina recorrió mi sangre, haciéndome sentir poderosa. Galen llevó las manos a sus ojos con una mueca de dolor.
—Aghhhh.
Se los refregó con la manga de su sobretodo varias veces, parpadeando como si le costara ver. El hechizo obstruía su vista. Pensé que disfrutaría de verlo en aquella situación. Indefenso. No fue así. No había nada bueno en infligirle dolor a otra persona. Incluso a una como Galen.
—¿Vas a dejar de molestarme?
—Sabes que no lo haré —replicó.
Me crucé de brazos. Que no lo disfrutara no significaba que no fuera necesario. Galen necesitaba saber que podía cuidar de mí misma, que no volvería a aprovecharse de mí.
—Vi lo que sucedió en el hospital. Sé que esa chica gótica hizo algún embrujo sobre tu novio. Puedo ayudarte —dijo en tono calmo.
¿Cómo es que siempre tenía un as bajo su manga? Detuve mi magia. No estaba convencida de que no hubiera funcionado. Y si Michael se encontraba en peligro iba a aceptar toda la ayuda posible, sin importar de quién viniera.
Galen abrió los ojos con una expresión de alivio. Se acomodó el sobretodo y se sentó en el sillón de manera casual. Nunca dejaba de asombrarme la familiaridad con la que se movía, como si estuviera en su casa.
—Hablemos —dijo, indicándome que me sentara a su lado.
El hecho de que me estuviera ojeando con respeto, verdadero respeto, y no con una de sus miradas sugestivas, hizo que me acercara.
—Te escucho —dije sentándome.
Entrelazó sus manos como si fuera un hombre de negocios.
—Permíteme seguir tomando tu sangre y mantén nuestro acuerdo en secreto —dijo—. A cambio, cuando tu novio se convierta en una roca te ayudaré a salvarlo. Y… mantendré mi distancia de la pequeña ninfa. Tienes mi palabra.
Lo consideré. Sabía que si no aceptaba, Lucy estaría en peligro. Y si la magia de Alexa había funcionado, Galen sería de ayuda. Sabía acerca de brujas, era sigiloso, persuasivo, bueno obteniendo información.
—De acuerdo. Pero no vas a cortarme con tu anillo y lamer mi sangre. Eso es horrible y antigénico —dije.
Aquel brillo atrevido regresó a sus ojos.
—¿Qué propones? —preguntó de manera diplomática.
—Iré a un médico y le pediré un análisis de sangre. De seguro no tendrás problema en robar la muestra —dije.
Sonrió lentamente, considerándolo un halago.
—Cierto. Dos minutos a solas con la enfermera y la muestra será mía.
—Seguro… —dije en tono escéptico.
Intercambiamos una mirada.
—Sin embargo, eso no será necesario. Soy perfectamente capaz de extraer la muestra yo mismo. Compraré lo necesario en una farmacia.
Eso me sacó una risa.
—¿Estás hablando en serio? ¿Crees que te dejaré acercarte a mí con una aguja? —pregunté incrédula.
—¿Les tienes miedo? —preguntó entretenido.
Un poco.
—Ese no es el punto. ¿Qué garantía tengo de que sabes hacerlo? ¿De que no cometerás un error?
—Años atrás cursé algunas materias de Medicina. Supe que sería práctico —replicó confiado—. Sé hacerlo.
—Veremos…
Era preferible a que me arrinconara y me hiciera un tajo con su anillo.
—¿Tenemos un trato? —preguntó extendiéndome su mano.
—No quiero verte cerca de Lucy. —Hice una pausa y agregué—: Ni de Alyssa.
—¿Celos?
—Apenas puedo contenerlos. Aly también es mi amiga y dudo de que tengas buenas intenciones con ella —respondí—. ¿Prometes ayudarme con Michael si las cosas van mal?
—Lo prometo.
—Y nada de escabullirte en mi casa como un ladrón. De ahora en más me mandarás un mensaje cuando vayas a visitarme.
Asintió.
—¿Algo más, cariño?
Apoyé mi mano sobre la suya. Sus dedos se cerraron sobre los míos, la yema de su dedo pulgar recorriendo la palma de mi mano. La sensación me produjo un cosquilleo.
—Hay maneras más efectivas de cerrar un trato…
Retiré mi mano.
—Tú fuiste quien me convenció de estar con Michael. ¿Por qué coqueteas conmigo? —pregunté.
Sonrió. Una expresión cómplice en su rostro, como si guardara un secreto.
—Eres una chica linda. ¿Por qué no habría de coquetear contigo?
Sus ojos sostuvieron mi mirada. Aun sin usar su hipnotismo eran intrigantes, magnéticos.
—Si eso es todo, puedes retirarte.
Galen se puso de pie.
—Como gustes. Nos veremos pronto —dijo, lanzándome un beso.
La situación con Galen era menos que ideal. No confiaba del todo en él. Por lo que esperé un tiempo para asegurarme de que se hubiera ido y redacté una carta contando todo lo sucedido con el Antiguo. La puse en un sobre, dirigida a Michael, Marcus y Lucy, y la guardé en mi mesita de luz. De esa manera, si intentaba algo, los demás sabrían la verdad.
Michael me envió un mensaje diciendo que pasaría por mí e iríamos a cenar. Hurgué en mi armario, indecisa sobre qué ponerme. Lucy se quedaría con Ewan, por lo que tendríamos el departamento para nosotros. Me asomé por la ventana, confirmando que un espeso manto de nieve cubría la calle.
Falda y medias negras, una blusa azul, botas altas, abrigo. Eso iría bien.
Comencé a maquillarme, el libro de marketing burlándose de mí desde un rincón. No lograba estudiar, era una maldición.
Terminé de arreglarme unos minutos antes que Michael llegara. Se veía hermoso, aunque sus ojos revelaban cansancio. Me pregunté si había estado con su familia, asistiendo en la búsqueda de su hermano.
Fuimos a cenar a un lugar que eligió él. Poca iluminación y ambiente de bar. Acerqué mi menú a una vela en el centro, intentando leer los platos. Michael pidió la carta de vinos y me observó desde el otro lado de la mesa.
—Te ves bien —me dijo.
—Tú no estás nada mal —repliqué.
A la luz de las velas, su pelo se veía dorado oscuro. Sentí la tentación de tomar uno de esos mechones entre mis dedos y perderme en su suavidad. Sus ojos también se veían más oscuros. Codiciosos. Intensos. Un azul y profundo océano.
—¿Lograste estudiar? —preguntó.
—No exactamente…
Negó con la cabeza.
—Lucy estaba allí y me distraigo con facilidad —dije—. ¿Cómo estaba Samuel? ¿Sigue en lo de Lyn?
Odiaba mentirle. Parte de mí gritaba que le dijera la verdad acerca de Galen. ¿Pero qué bien haría? Michael iría tras él y probablemente lo mataría. Perdería cualquier posibilidad de que Galen me ayudara a resolver las cosas.
—Lo dejé en su casa, el lugar es la próxima casa del terror —respondió.
—¿Tan mal?
Su rostro respondió por él.
—No puedo creer que sus padres lo abandonaran de esa manera.
Michael percibió el aroma de la copa de vino y tomó un sorbo. Luego le hizo una seña a nuestro mesero y este llenó su copa y la mía.
—¿Quieres embriagarme? —pregunté cuando el mesero se alejó.
—Por supuesto —dijo bajando su voz a un tono más sensual.
Dejé escapar una risita y levanté mi copa. No solía tomar vino. Lo acerqué a mis labios, descubriendo que tenía un gusto dulce y frutal.
—Es rico —concedí.
Unos sorbos después y me sentía liviana al igual que una pluma. Relajada. Y me reía con facilidad. Por eso evitaba tomar bebidas con alcohol. No me gustaba sentirme tonta y fuera de control, como si cualquier cosa fuera motivo de risa.
El celular de Michael comenzó a sonar, pero lo ignoró y tomó mi mano sobre la mesa. Su piel se sentía cálida, despertando todo tipo de sensaciones maravillosas.
—Estás sonriendo, me gusta cuando sonríes —dijo Michael.
—¿Sí? ¿Qué más te gusta? —pregunté.
Dios, esa era otra de las razones por las cual no solía tomar alcohol. Adiós inhibiciones. Su media sonrisa entró en escena.
—Veamos —dijo, mientras sus ojos me desvestían—. Tus labios son una tentación constante. Tan suaves e invitantes…
Un cosquilleo se paseó por mi estómago.
—Tu cabello, oscuro y fresco como una noche de verano.
Mi mano se cerró sobre la copa.
—El fuego que te consume cuando hago esto…
Llevó la palma de mi mano hacia sus labios y la besó lentamente. Me mantuve quieta, resistiendo cada escandaloso impulso que pasaba por mi mente.
—Y… —Sus ojos brillaron traviesos—. Tienes un lindo trasero.
—¡Michael!
Su celular comenzó a sonar de nuevo. Miré a los alrededores, consciente de que estábamos en un restaurante, rodeados de personas.
—Solo digo…
Dejó escapar una risa, notando el calor en mis mejillas. No más vino para mí.
—¿No vas a atender? —pregunté.
—Es Lyn, la llamaré más tarde —replicó, guardando el celular.
Tal vez no había razón para preocuparse ni hacer un trato con Galen. Michael definitivamente estaba en contacto con sus emociones.
—¿Postre? —pregunté.
—Creo que deberíamos pedir la cuenta —dijo.
Su mirada intensa anticipaban sus intenciones.