Lunes, el peor día de la semana. Missinda se estiró en la colcha, cambiando de posición y cerrando sus ojos de nuevo. Había días en los que de verdad envidiaba a la gata. Si solo pudiera dormir todo el día en vez de ir a la universidad. Apagué la alarma del reloj y comencé con mi ritual matutino. Ropa. Maquillaje. Pelo.
Enchufé la bucleadora, concentrándome en aplicar sombra de ojos mientras aguardaba a que tomara tenperatura.
Oí a Maisy quejándose en el pasillo, algo de que no encontraba su suéter. Una vez que terminé de arreglarme me uní a ella en la cocina.
Mi hermana sabía cocinar aunque rara vez lo hacía. Prefería llenar la heladera con comida ya hecha para evitarse el trabajo. Fruta, galletas, tartas, verdura, comida del deli que estaba a unas cuadras.
Busqué la caja de granola y un yogur de frutilla. Maisy estaba sentada frente a mí, completando algo en su cuaderno de clase. ¿Había que entregar algún trabajo? No había caso en preocuparse, era tarde como para hacer algo al respecto.
—Anoche llegaste tarde —comenté.
Los ojos azules de Maisy permanecieron en el cuaderno.
—Marc me llevó a escuchar una banda —dijo en tono casual—. Tocarán junto a la banda de él en unas semanas.
Cierto. La pequeña banda que había formado con mi primo. Dos Noches. El nombre era terrible.
—Las cosas parecen ir bien entre ustedes —noté.
Sonrió.
—Demasiado bien…
Levantó la mirada.
—¿Crees que deba decirle todo? Acerca del compromiso —preguntó.
—No —respondí—. A menos que quieras ahuyentarlo.
Por lo que tenía entendido, Marcus había sido bastante mujeriego y Maisy era su primera novia. Darle ese tipo de información sería una receta para el desastre.
—Lo sé. Debería disfrutar de lo que tenemos y evitar el tema por un tiempo —dijo más para sí misma.
Maisy rara vez hablaba sobre sentimientos. Ver aquella expresión risueña en su rostro era algo que no presenciaba en al menos dos años. No podía dejar que volviera a pasar por todo el tema del corazón roto.
—Mais, ¿has buscando su fecha de nacimiento en el calendario lunar? ¿Sabes si tiene potencial para poseer magia? —pregunté en tono cauto.
Su expresión se endureció.
—No. No quiero preocuparme por eso. No ahora —respondió.
—Debes hacerlo. No puedes enamorarte de él si no tiene magia —dije.
Cerró el cuaderno y se puso de pie. ¿Podía ser que ya se hubiera enamorado? Marcus era apuesto, pero estaba lejos de ser irresistible. El hecho de que le gustara dibujar superhéroes lo decía todo…
—Estaré bien —me aseguró—. Nuestra madre quiere que pasemos por casa para ayudar con los preparativos para el Festival de las Tres Lunas. Es mejor si vamos después de clase para no regresar tan tarde.
Ir hasta Salem. Eso nos llevaría toda la tarde. El Festival de las Tres Lunas. ¿Ya habían pasado diez años desde la última luna roja? El tiempo sí que volaba.
Cuando entramos al aula, el grupo de Madison ya estaba allí. Fui a la fila frente a ellos y acomodé mi cartera en un asiento vacío. Mi primo Mic estaba sentado a su lado. Su rostro serio. Maisy insistía en que el maleficio del Corazón de Piedra había funcionado; al verlo a los ojos, no podía más que creerlo.
Madison aparentaba estar de buen humor, movía la cabeza de manera alegre mientras acomodaba sus cosas en el banco. La pobre ingenua.
Miré hacia atrás. El asiento de Samuel estaba vacío. No podía decir que me sorprendía, dudaba de que estuviera en condiciones siquiera de llegar a la universidad.
—¿Cómo está la chica más linda del mundo esta bella mañana? —saludó Marcus.
Maisy le dedicó una mirada dulce y luego apartó los ojos.
—¿Del mundo? —preguntó.
—Cierto. Eso se queda corto. De toda la confederación intergaláctica —respondió.
No pude evitar una risa. ¿Podía ser más infantil? Y pensar que yo había besado a ese chico. Antes que él y Maisy comenzaran a salir habíamos tenido una cita en un bar. Un desastre de cita donde me había dicho que era mejor «ser solo amigos».
—¿Has hablado con Samuel? —me preguntó Madison.
—No —respondí.
Tomé un mechón de pelo, jugando con él. No quería pensar en Samuel. Estaba cansada de preocuparme por él.
—Tal vez debamos ir a visitarlo después de clase —sugirió.
—No puedo. Maisy y yo debemos ir a Danvers —repliqué.
—Oh. ¿Alguna pista de Gabriel? —me preguntó.
Mic llevó sus ojos hacia mí, prestando atención.
—No. No es eso. Se acerca el Festival de las Tres Lunas y debemos ayudar —respondí.
A juzgar por la mirada de Madison no sabía de qué estaba hablando.
—¿Qué es eso?
—Es un festival de elección. Todos los miembros de los aquelarres competimos en tres retos diferentes —respondí.
Madison se volvió a Michael, esperando una explicación más extensa.
—Cada diez años sucede un fenómeno llamado luna roja o luna de sangre. Es un eclipse que dura un poco más de una hora donde la cara de la luna se torna rojiza. Un evento así tiene un fuerte impacto sobre lo mágico. Este año habrá una luna roja en unos meses —me explicó Michael—. El Festival de las Tres Lunas es la manera en que nos preparamos para recibir a la luna roja. Todos los miembros de la comunidad mayores de diecisiete años competimos en tres retos diferentes. Esa una forma de seleccionar un líder de cada aquelarre.
—¿Tú, Maisy y Lyn van a participar? —preguntó.
—Así es. El que gane más retos de nosotros tres podrá unirse a la ceremonia de la luna roja. De esa manera, cada aquelarre se fortalece.
Era una manera de mantener el balance y que ningún aquelarre tuviera demasiado poder. Me pregunté cuál de nosotros ganaría. Mic era poderoso aunque no estaba segura de cómo lo afectaría su maleficio. Y Maisy era buena haciendo pócimas, mejor que yo.
—¿La luna roja les da más magia? —preguntó Madison.
—Algo así —respondió Michael.
La familia Ashwood tenía una mansión en las afuera de Danvers donde hacíamos una cena para dar comienzo al festival. De seguro nuestra madre quería que ayudemos con los preparativos. Arreglos florales, comprar las velas, quién sabe qué tarea tediosa nos encargaría.
—¡Eso suena genial! —dijo Marc—. Una batalla entre brujas.
—No es una batalla, sino una competencia. Debemos enfrentarnos con miembros de otros aquelarres en tres retos diferentes —dijo Maisy.
Marcus la miraba fascinando. Su cabeza conjuraba alguna escena ridícula que no tendría ningún parecido con la realidad.
—Maisy, la bruja guerrera de los cabellos rubios —dijo tomando su cuaderno y comenzando a dibujar.
Maisy negó con la cabeza como si no tuviera remedio. Podía ignorar sus halagos todo lo que quisiera, la conocía demasiado bien como para saber que estaba ocultando una gran sonrisa.
El camino hasta Danvers fue divertido dado el buen humor de mi hermana. Bajamos las ventanillas del auto, ignorando el frío, y cantamos a los gritos. No recordaba la última vez que lo habíamos hecho. Cantar canciones de Evanescence, interpretándolas de manera exagerada.
Despreocupada, alegre, con ganas de cantar. Apenas reconocía a la glamorosa chica a mi lado. Hice memoria. Había estado flotando entre nubes desde aquella gala de máscaras de la universidad. Definitivamente se estaba acostando con él. Bien por Maisy.
Mi madre nos esperaba en el pórtico de la casa. Reconocí su pelo castaño desde lejos, pues era igual al mío. Lena Westwood nos besó en la mejilla y nos hizo pasar a la casa. Al igual que Maisy, mi madre tenía una seria obsesión con sentar a sus invitados a tomar el té. Incluso si eran sus hijas, a las cuales había visto hacía solo unos días.
—¿Cómo van las clases? —preguntó.
—Todo va bien —respondió mi hermana.
Mi madre la observó por unos momentos.
—Te ves linda, Mais. ¿Es un saco nuevo? —preguntó.
Al igual que siempre, estaba vestida como si hubiera salido de una de las revistas de moda que compraba. Pantalones azul Francia y un hermoso saco color beige que combinaba con sus zapatos.
Maisy había pasado tanto tiempo siendo indiferente al sexo masculino que mi madre atribuía su alegría a un saco nuevo.
—No. Lo compré hace unos meses —respondió.
Eso la despistó. Compuso su expresión y se volvió a mí.
—¿Qué hay de ti, Lyni? ¿Cómo van las cosas en Boston?
Sus ojos se detuvieron en el escote de mi camiseta negra. Esa misma mirada de desaprobación me acompañaba desde que tenía quince años, cuando descubrí el poder que la vestimenta tiene sobre los hombres.
—Mejor desde que nos deshicimos de Alexa. No había nada peor que ver su rostro un lunes por la mañana —dije.
Maisy me miró desde el otro lado de la mesa. Su falta de reacción me decía que había estado esperando un comentario así.
—¡Lyni! No hay que burlase de los muertos —me reprochó mi madre.
No me gustaba que me dijera Lyni, se lo había dicho miles de veces.
—¿Alexa? ¿Me oyes? —pregunté en tono dramático mirando hacia el techo—. Lo siento, no quise burlarme de ti. Es solo que… eras una perra.
Maisy dejó escapar una risa.
—¡Lyn! Modales.
Mi madre intentó hablar en tono serio aunque podía ver que estaba algo tentada. Lena tenía un carácter bastante tranquilo. Lo que a veces me hacía pensar que Maisy y yo habíamos salido de un repollo. Mi padre era quien solía ponerse firme.
—¿Para qué nos necesitas? ¿Flores? ¿Velas? —pregunté.
—Maisy puede ayudar con las flores. Necesitaremos caléndulas y salvia —dijo mi madre—. Tú encárgate de los vestidos blancos. Debes retirarlas del negocio de la señora Nancy.
Qué fastidio.
—Por cierto, Daniel Green estuvo preguntando por ti —dijo mi madre—. Le dije que estarías aquí.
—Mmmhm…
Daniel Green era un brujo de mi edad, siempre nos cruzábamos en eventos. El chico lindo que todas perseguían. Estaba bastante segura de que habíamos estado juntos en una fiesta, pero no lograba recordar los detalles. Había sido hacía al menos un año y no había estado del todo sobria.
—Tu padre y yo creemos que es un buen partido —agregó con una sonrisa alentadora—. Proviene de una de nuestras familias. Es apuesto. Educado.
Engreído.
—Veremos…
Lena abrió la boca y la volvió a cerrar. Eso era una mala señal. Mi madre siempre daba vueltas antes de decir algo que sabía que me disgustaría.
—Lyni…
Maisy y yo intercambiamos una mirada.
—¿Sí?
—Cuando estuvimos en el Hospital Psiquiátrico, en el incidente con el Club del Grim, noté que te has vuelto muy cercana al hijo de los Cassidy, Samuel… —Hizo una pausa, pero como no dije nada, continuó—. Ese joven es muy problemático. Apenas forma parte de nuestra comunidad.
Por supuesto que mis padres no me querían cerca de él. Eso solo aumentaba su atractivo.
—¿Entonces tú puedes criticar a Samuel pero yo no puedo hablar mal de Alexa? —pregunté.
Lena se llevó la mano a la frente.
—Solo digo que es alguien que no aprobaremos —dijo en tono razonable.
—Samuel no es una mala persona, está pasando por algo difícil —intervino Maisy—. Y estoy cansada de escuchar a quién aprueban y a quién no.
Mi madre la observó perpleja. En lo que respectaba a ella, Maisy era la hija respetuosa y yo, la oveja negra.
—¿Maisyta, te sientes bien? ¿Por qué estás hablando de esa manera? —preguntó.
El ruido del timbre la salvó de responder. Ambas nos pusimos de pie, y prácticamente corrimos hacia la puerta.
—Bien dicho —le dije.
Sonrió, estirando su mano hacia el picaporte. La puerta se abrió, revelando a Daniel Green. Eso sí que era puntualidad. Lo miré de manera apreciativa. Esponjoso pelo castaño. Grandes ojos marrones como los de un cachorro. Rasgos delicados. Buena espalda. De acuerdo, era apuesto.
—Daniel Green. ¿Qué te trae a mi puerta? —dije fingiendo sorpresa.
Maisy pasó a mi lado, diciendo que iría por las flores. Iba a quejarme de que yo también necesitaba el auto, pero me detuve.
—Tu madre dijo que hoy estarías aquí, quería verte —dijo Daniel.
Levantó sus cejas, indicando interés. El mismo truco que usaba con todas las chicas. Todas.
—Aquí me tienes —dije.
Me apoyé contra el marco de la puerta, haciendo que mi saco blanco se abriera y mostrara la pequeña camiseta. Sus ojos fueron exactamente a donde quería que fueran.
—¿Vienes a tomar algo conmigo? —preguntó sonriendo.
—Estoy bastante ocupada. —Hice una pausa y agregué—. Debo retirar unos vestidos en lo de la señora Nancy. Tal vez puedas llevarme…
Le di mi mirada no tan inocente.
—Por supuesto. Quiero pasar la tarde contigo, aun si hago de chofer —respondió.
Me guio hasta su auto y abrió la puerta del acompañante. Un descapotable, eso le sumaba puntos. Un lindo chico con un lindo auto.
—No nos cruzamos desde hace un tiempo. ¿Qué te hizo decidir que querías verme? —pregunté.
Se inclinó sobre mí, poniéndome el cinturón de seguridad. Otra movida de su manual para conquistar chicas.
—Dentro de poco cumpliré veinticuatro años, es hora de ponerme más serio respecto a mi futuro —dijo.
Lo miré en silencio, esperando a que continuara.
—Me pregunté: ¿quién es la chica más linda dentro de nuestra estimada comunidad? Y tu nombre fue el primero en mi mente —dijo mirándome como si fuera obvio.
—Naturalmente —respondí.
Un halago. Los había extrañado luego de aquellos días con Samuel. Lo único que recibía de él eran comentarios ofensivos. Con su tonto pelo teñido. ¿Por qué estaba pensando en él?
—¿Estás viendo a alguien? —preguntó Dan.
Aguardé unos momentos.
—No —respondí—. ¿Qué hay de ti?
La palma de su mano rozó la mía.
—No. Aunque espero poder cambiar eso.
Sacudió su pelo de manera casual.
—Veo que no pierdes el tiempo.
Saqué mi celular y simulé responder un mensaje. Un poco de desinterés nunca era malo.
—Al contrario, ya perdí demasiado. Debí decirte de salir hace siglos.
—Mmmmmhm.
Abrí el buscador de Internet. Me pregunté a cuánto estaría la cartera que había visto el otro día. Tipeé el nombre de la tienda y encontré su sitio de Internet.
—Escuché que estás viviendo en Boston.
Esperé un momento.
—Sí, Maisy y yo estamos tomando clases en Van Tassel —respondí.
—¿Te gusta vivir en la ciudad?
Guardé el celular, volviéndome hacia él. Se veía levemente irritado. Su expresión cambió al recuperar mi atención.
—Sí, es divertido —respondí.
—Tal vez pueda ir a visitarte —dijo—. Podemos ir a bailar a algún club.
Lo pensé. ¿Por qué no? Daniel se veía interesado y era lindo. Un novio eliminaría el problema que representaba Samuel. Solo tenía que enamorarme de él.