Las semanas que siguieron me obligaron a retomar mis estudios. Con los exámenes acercándose, los libros finalmente reclamaron mi atención. Lo cual no era malo dado las circunstancias. Michael había estado tan ocupado con cosas de brujas que apenas lo había visto. Siempre había algo que hacer con respecto a ese festival de la luna. Quería convencerme de que era eso y no otra cosa lo que lo mantenía alejado. Sin embargo, cada vez lo creía menos.
Y luego estaba Galen, dificultando mi vida. Hacía unos días me había visitado con todo lo necesario para tomar una muestra de sangre. Fue allí cuando descubrí que había algo que me aterrorizaba más que Galen: Galen con una aguja. Por fortuna, las cosas resultaron sencillas. El pinchazo apenas dolió, por lo que en verdad sabía lo que hacía.
Tomé una bufanda y un gorro de lana y me preparé para ir a la estación. Rebeca Darmoon, la madre de Michael, me había pedido que pasara por su casa para hablar sobre el festival. Michael me había enviado un mensaje de texto diciendo que no podía llevarme pero que iría a buscarme luego, por lo que debía ir en tren. El viaje duraba unos treinta minutos.
Al llegar a la casa de estilo colonial noté que había una chica aguardando en el pórtico. Estaba segura de que era la primera vez que la veía, recordaría a alguien con ese aspecto. Su pelo era corto, rebajado, y completamente lila. Sobretodo negro, medias blancas con rayas negras que llegaban hasta las rodillas, una mochila con todo tipo de pins.
Me acerqué a ella, llena de curiosidad. La joven no tardó en advertirme. Se volvió hacia mí, estudiándome con una mirada amistosa.
—Tú debes ser Madison —dijo.
—Sí.
Extendió su mano y la estreché. Era incómodo no saber quién era cuando ella sabía mi nombre.
—Yo soy Emma. Emma Goth —dijo en tono alegre—. La otra nueva.
La miré sin saber a qué se refería. ¿Nueva?
—Lo siento, no…
—Pensé que Michael te había contado sobre mí. Mi novio, Cody Foster, es un brujo y yo soy como tú. Accedí a mi magia recientemente y ahora formo parte de las brujas —dijo entusiasmada.
—Oh, genial.
Era bueno conocer a alguien que estuviera en mi misma situación. De seguro tendríamos de que hablar.
—¡Sí! ¡Seremos como hermanas! —exclamó.
Sonreí un poco, intentando compartir su entusiasmo. Emma definitivamente se veía como alguien que pertenecía a Salem. La puerta principal se abrió con un crujido. Rebeca Darmoon nos saludó cordialmente, invitándonos a pasar. Nos señaló el gran sillón floreando y tomó su lugar en la silla mecedora de enfrente.
—Madison, veo que has conocido a Emma.
Asentí.
—¡Gracias por invitarnos a su casa, señora Darmoon! Estoy feliz de estar aquí —dijo Emma.
Si solo pudiera compartir su entusiasmo.
—Bien —respondió Rebeca en tono neutro—. Ambas son nuevas en nuestra comunidad y tras hablarlo con Henry Blackstone hemos decidido que participen del Festival de las Tres Lunas.
La miré, incierta.
—¡¿Es en serio?! —gritó Emma.
Rebeca asintió, levemente fastidiada.
—¡Vamos a participar del festival! —dijo Emma codeándome feliz.
—Yay…
¿Por qué presentía que eso no era del todo bueno? Apenas había recuperado mi ritmo en la universidad y las cosas con Michael se encontraban… raras. No estaba segura de querer formar parte de un festival.
—Las brujas nuevas no suelen participar, no sin haber completado el ritual para acceder a su magia. Es un honor, Madison —dijo Rebeca—. Henry y yo creemos que esto las ayudará a hallarse en esta nueva etapa de sus vidas.
Asentí.
—El Festival de las Tres Lunas consiste en tres retos diferentes, cada uno coincide con las fases de la luna. El primero será la noche de luna nueva, el segundo con la luna creciente y el tercero con la luna llena —explicó Rebeca—. Como saben, miembros de los diferentes aquelarres compiten entre sí. Ustedes participarán en las pruebas una contra la otra. La ganadora no será elegida para participar de la ceremonia de la luna roja, es solo una manera de que practiquen sus habilidades.
Emma comenzó a dar pequeños brincos sobre el almohadón.
—¡Participaremos juntas! —dijo, codeándome de nuevo.
—Eso suena bien —respondí con una sonrisa.
Al menos estaría compitiendo con alguien amistoso y no con alguna bruja que fuera a patear mi trasero al igual que Lyn o Alexa.
—En dos días daremos comienzo al festival con un pequeño festejo en la mansión Ashwood. Ambas deben asistir. Luego regresarán aquí para que las instruya sobre ciertos asuntos. Yo seré su guía a lo largo del festival.
Rebeca nos entregó un paquete a cada una. Emma abrió el suyo a tal velocidad que miré su contenido, sin molestarme en abrir el mío. Una invitación y un vestido blanco. Eso solucionaba el tema de la vestimenta.
—Eso es todo. Las veré allí el jueves —dijo Rebeca.
Emma guardó todo cuidadosamente en su mochila y se abalanzó sobre Rebeca, envolviéndola en un abrazo.
—¡Gracias, gracias, gracias, señora Darmoon!
Esta apenas palmeó su espalda.
—¿Vienes conmigo, Madi? ¿Puedo llamarte Madi? —preguntó Emma—. Podemos ir por refrescos.
—Sí, Madi está bien. Seguro —respondí.
—Lo siento, Emma, pero necesito a Madison por un rato más —intervino Rebeca—. De seguro podrán socializar el jueves.
Me quedé donde estaba, deseando poder ir con Emma. La madre de Michael me resultaba intimidante.
—De acuerdo.
Emma sugirió que intercambiáramos números y sacó su celular. El aparato tenía una funda negra con forma de murciélago. Reprimí una risa. Su celular era un murciélago sonriente, la chica no debió tener problema en adaptarse a ese mundo de magia y brujería.
Rebeca la acompañó hacia la puerta, algo ansiosa por sacarla de su casa. La madre de Michael era una mujer elegante. Pelo rubio recogido. Un conjunto de saco y pantalón. Maquillaje discreto.
—No estoy sugiriendo que seas tan escandalosa como esa joven, pero podrías compartir algo de su entusiasmo —dijo mientras regresaba.
—El tema me tomó por sorpresa. Tuve una semana larga, exámenes —respondí.
Eso y que pasaba un setenta por ciento de mi tiempo pensando en su hijo.
—Y ese pelo, los jóvenes de hoy insisten en verse como un arcoíris —dijo con desaprobación.
Debía estar refiriéndose al pelo lila de Emma.
—En fin. ¿Cómo has estado, Madison?
—Bien. Estudiando —respondí.
Rebeca me examinó con la mirada.
—Me he estado preguntado si hay algo mal con Michael —admití—. Ha estado un poco distante y juraría que sus ojos están más oscuros.
—Deberías hablarlo con él.
Su tono de voz no dejaba demasiado lugar a preguntas.
—El maleficio de Alexa…
—Mañana es San Valentín. ¿No es así? —me interrumpió Rebeca—. ¿Tienen planes?
El Día de los Enamorados. La ciudad estaba cubierta de rojo. Carteles, globos, promociones para restaurantes.
—Sí.
Michael había sugerido hacer un picnic en casa. Había dicho algo de que «no toleraba ver tanta comida con forma de corazón».
—Eso es lindo.
Algo en su voz me hizo dudar.
—Quiero que sepas que tienes mi apoyo y el de Benjamin. Ambos creemos que eres la pareja ideal para Michael y con seguridad lograrás un buen desempeño en el festival —dijo en tono más amable—. Cuenta con nosotros para lo que necesites.
—Gracias.
¿Por qué estaba evitando el tema de Michael? Debió adivinar lo que estaba pensando, ya que se puso de pie, terminando nuestra conversación.
—Debo continuar con mi día, las cosas no se harán por sí solas —dijo Rebeca—. Puedes esperar aquí hasta que Mic venga por ti.
Me estiré en la cama, rehusándome a salir de ella. Michael nunca había ido por mí, Lyn había aparecido en su lugar. Era la mañana de San Valentín y odiaba al mundo. ¿Me estaba evitando? ¿Realmente tenía tanto trabajo con lo del festival? ¿Recordaría qué día era? ¿Pasaría la noche abrazada a un kilo de helado?
Me cambié y fui a la cocina. Lucy estaba acomodando un gran ramo de peonías en un florero. Su gran sonrisa era tan dulce como las flores. Su novio, Ewan Hunter, un guardián de la Orden de Voror, se encontraba sentado en la mesa.
—Buen día —saludé.
—¡Madi! ¡Ewan trajo el desayuno! —dijo feliz.
En verdad lo había hecho. Masas finas, brownies (con forma de corazón), una caja de chocolates. Dios, tanto chocolate.
—No quiero interrumpir. ¿Quieren que desayune en lo de Marc? —pregunté.
—Tonterías —dijo Ewan—. Traje para todos.
Lucy me obligó a sentarme, pasándome una taza de café.
—¿Cómo está tu brazo? —pregunté.
—Recuperado. Es un alivio no tener el cabestrillo —respondió Ewan—. Aunque debo admitir que extrañaré los cuidados de Lucy.
—No necesitas estar lesionado para que cuide de ti —respondió ella.
Besó su cabeza, sentándose a su lado. Lucy Darlin haciendo demostraciones de afecto en público, eso era nuevo.
—Supongo que no… —dijo Ewan tomando su mano.
Eran tan adorables que quería llorar. Esperaba no hacerlo.
Afortunadamente, la voz de Marcus gritó desde la puerta. Me levante a abrirle y prácticamente salté sobre él. Marc era exactamente lo que necesitaba para alegrarme.
—Y pensar que ese gran corredor nos separa, tanta distancia… —dijo en tono dramático, devolviendo mi abrazo.
—Solo estoy contenta de verte —respondí.
Levantó la cabeza, observando el festín de dulces en la mesa. Sus ojos se iluminaron al igual que los de un niño.
—Sabía que podía contar contigo, Hunter.
—¡Marc! —dije, golpeando mi hombro contra el suyo.
—¿Qué? Es un halago, sabía que sorprendería a Lucy con un gran desayuno de San Valentín —dijo.
Ewan y Lucy rieron contentos, invitándolo a sentarse. Debían tener todo el día planeado si consideraban la intrusión de Marc motivo de risa
—Esto es para ti, Ashford. Estaban afuera —dijo, entregándome un ramo de rosas—. Puntos para Darmoon.
Ver el ramo fue una visión gloriosa. Un faro de esperanza. Doce rosas rojas. Lo tomé en mis manos, emanando alegría.
—Son hermosas —dijo Lucy.
Las apoyé en la mesada y tomé el pequeño sobre blanco entre los tallos. La tarjeta era elegante. Papel de pergamino. Bordes dorados. Pero la caligrafía arruinó todo. La letra era demasiada prolija como para ser de Michael.
«Rosas rojas para una chica linda. Feliz San Valentín. Galen ; )».
No estaba segura de qué me enfadaba más, que las hubiera enviado Galen, o que no fueran de Michael. Fui hacia el cesto de basura y las lancé dentro con más fuerza de la necesaria. Cómo se atrevía. No me interesaba recibir flores de él.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Marc.
Los tres me estaban observando, completamente perplejos. Kailo y Titania, quienes habían estado buscando migajas por debajo de la mesa, también me miraban atentos.
—No son de Michael —respondí.
Empujé las rosas hacia adentro para poder cerrar el cesto.
—No es culpa de las flores —dijo Lucy apresurándose a mi lado—. ¡No puedes asesinarlas!
Las sacó, intentando rearmar el ramo. Fui a sentarme junto a Marc y tomé un brownie. Tal vez había exagerado al maltratar las rosas de esa manera.
—¿Quién las envió? —preguntó Marc.
—Un chico de Van Tassel —mentí.
—Debes odiarlo —dijo Ewan.
—Bastante.
Marc me miró extrañado.
—¿Qué chico de Van Tassel? ¿Quieres que lo amedrente?
Eso era tentador. Me encantaría ver a Marcus y a Michael hacer puré de Galen.
—No…
Lucy acomodó las flores junto a sus peonías, aliviada de verlas sanas y salvas en un florero. A veces olvidaba que era una Gwyllion y la conexión que tenía con la naturaleza.
—¿No habrán sido de aquel chico que estuvo aquí el otro día? —preguntó pensativa—. ¿Dorian?
Me concentré en mi brownie.
—¿Conoces a alguien que se llama Dorian? —preguntó Marc con humor.
—Parecías gustarle y dijiste que era un idiota —dijo Lucy.
No quería hablar sobre él.
—¿Le compraste algo a Maisy? —pregunté, cambiando el tema.
Marc me ojeó de manera sospechosa y luego sonrió.
—Un reloj. EL reloj. Adiós ahorros —respondió.
—Awwww —dijimos Lucy y yo al mismo tiempo.
Intentó mantener una expresión compuesta.
—Es el primer San Valentín que festejo en mi vida. Hasta el año pasado era «el día anual de evitar chicas». Quiero que sea memorable —dijo.
Era cierto. El año pasado se había encerrado a jugar videojuegos. Incluso había apagado su computadora y celular para evitar las redes sociales.
Desafortunadamente, era un día de semana, lo que significaba universidad. Marcus y yo fuimos a nuestra clase de Teoría de la Publicidad. Dos horas después de tomar notas estaba empezando a perder la cabeza, cuando finalmente recibí un mensaje de Michael.
Michael 11:44
Feliz San Valentín, bebé. Nos vemos a la tarde.
No era de lo más romántico, pero era algo. Y no solía decirme bebé muy seguido, me gustaba cuando lo hacía. Suspiré. ¿Dónde estaba mi Michael? El que me había dicho que mis ojos competían con las estrellas, el que me había besado en diferentes sueños.
Apenas logré concentrarme el resto de la clase. Marcus advirtió que había dejado de tomar notas y comenzó a tomarlas él. Siempre se valía de mis apuntes, por lo que fue todo un shock verlo prestar atención a las diapositivas. En los últimos meses sus calificaciones habían sido mejor que las mías. Y lo que era peor, nunca lo veía estudiar.
Al salir de clase nos encontramos con las hermanas Westwood. Maisy estaba acomodando la falda de su vestido, mientras Lyn se limaba las uñas.
—Mis ojos me engañan —exclamó Marc—. Es la hermosa princesa de los cabellos que resplandecen cual rayo de sol.
—No seas tonto —dijo Maisy sonrojándose.
Marc la saludó con un beso, haciendo que esta se derritiera contra su pecho.
—De no saber que en el fondo mi hermana ama sus tontos comentarios, estaría vomitando —me dijo Lyn.
Reí ante eso.
—Te daré tu regalo a la noche. Cuando estemos solos en casa… —dijo Maisy paseando los dedos por su pecho—. Puedes desenvolverlo allí…
Marcus la tomó por la cintura, acercándola a él.
—Ese es un regalo que no puedo esperar a abrir —dijo en tono suave.
Se perdieron en otro beso.
—Apenas reconozco a tu hermana —le dije a Lyn.
—¡Lo sé! Se supone que yo soy la sexy —respondió.
Maisy solía ser la persona más compuesta que conocía. Era increíble lo mucho que su relación con Marc los estaba cambiando a los dos.
—Yo tengo tu regalo en mi bolsillo, solo debo encontrar un escenario más romántico para dártelo. Tal vez algún restaurante elegante con esas masitas rosas que te gustan —dijo Marc.
La cargó en sus hombros con un ágil movimiento, llevándola por el pasillo de la universidad.
—¿Qué haces? ¡Puedo caminar! —exclamó avergonzada.
—¡Oigan todos! Maisy Westwood es la chica más linda de esta galaxia y es mi cita de San Valentín —gritó avanzando por el pasillo—. ¡Sépanlo!
—¡Marc, shhhh! Bájame en este instante.
Maisy escondió el rostro contra su hombro, aunque creí escuchar una risita. Todos se volvieron a mirarlos. Un coro de «Awwwwws» siguiéndolos por el pasillo.
—Marc en verdad es algo —dije con cariño.
—Odio San Valentín, es solo una excusa para usar lencería roja y comer chocolate —declaró Lyn.
Me volví hacia ella.
—¿No tienes planes? —pregunté.
—Por supuesto que tengo planes. Daniel se está quedando en un hotel cerca de casa, cenaremos allí —respondió Lyn—. Eso no significa que no vea este día por lo que es, una maldición.
Recordé al chico apuesto con el que la había visto en las últimas semanas.
—Eso es pesimista —hice una pausa y agregué—. ¿Has hablado con Samuel? La última vez que pasé por su casa a dejar comida había unos papeles de desalojo en la puerta. No ha estado pagando el alquiler.
Pensar en Samuel rompía mi corazón. Había dejado la universidad, encerrándose en esa pocilga de casa. El lugar era desastroso y Samuel no tenía la menor idea de lo que era limpiar.
—¿Y? —preguntó Lyn en tono indiferente.
—Sus padres ya no le pasan más dinero y no tiene a dónde ir. No podemos dejar que viva en la calle —respondí con urgencia—. Debemos pensar en algo.
Lyn dejó escapar un sonido de frustración, como si pensar en Samuel fuera el equivalente a un dolor de cabeza.
—Debo irme. Lo hablaremos en otra ocasión —respondió.
Cuando regresé al departamento, encontré a Michael esperando por mí. Estaba apoyado junto a la puerta de manera casual con una caja rosa en su mano. Una caja envuelta por un lindo lazo que también contenía una hermosa rosa roja. Sonreí. Flores y chocolates.
Al verme me hizo una de sus medias sonrisas, aguardando a que llegara hasta él. Lo saludé con un beso, parándome en puntitas de pie.
—Hola…
—Feliz San Valentín —respondió.
Se alejó un poco, indicándome que lo siguiera. Noté que la puerta de mi departamento se encontraba entreabierta y pensé lo peor, Galen, pero cuando Michael la abrió me encontré con una sorpresa diferente. Las cortinas estaban cerradas, el living iluminando por unas cuantas velas, y había un mantel en el suelo de madera.
—Usé mi magia para abrir la cerradura, quería sorprenderte —dijo.
—Michael… Esto es perfecto, tan lindo…
Me entregó la caja de chocolates y me guio hacia el mantel. Una canasta de picnic aguardaba en el centro. Una botella de champán, sándwiches, rollos de manzana y canela de Joelyn, ese lugar que me encantaba cerca de su casa.
—Sé que he estado algo distraído, lo siento —dijo.
Me senté sobre su regazo, rodeando su cuello con mis brazos. Y pensar que me había estado preparando para abrazar un pote de helado en la cama.
—Estás aquí ahora —susurré.
Lo besé, tomando su rostro en mis manos. Michael me tomó por los hombros y permaneció así. Sus labios respondieron a los míos, pero había algo diferente. ¿Dónde estaba la urgencia? ¿Las chispas? ¿Aquella necesidad en la forma de besarme que me encendía al igual que una llama?
—Estoy un poco cansado, necesito comer algo —dijo, acomodándome a su lado.
—De acuerdo, esos rollos de manzana se ven tentadores.
Le armé un plato de comida. «Es normal que esté cansado, ha estado de aquí para allá por días», me dije a mí misma.
—¿Cómo fue la reunión con mi madre? —preguntó.
—Bien, conocí a alguien en mi misma situación, Emma Goth. Ella y yo participaremos en los retos del festival —respondí.
Michael abrió la botella de champán y sirvió dos copas.
—La novia de Cody Foster.
—Sí. Se veía realmente entusiasmada —dije.
—Creció en Salem, trabajaba en un negocio de brujería para turistas. Siempre creyó en toda la mística de las brujas, imagínate cuando Cody le dijo que era todo real. Que la magia existe y que ella tenía potencial para ser una bruja —dijo Michael—. Ha estado viviendo como si cada día fuera Navidad.
Eso lo explicaba. Era lo mismo que si alguien le dijera a Marcus que Batman era real, que vivíamos en un mundo de superhéroes y que él tenía superpoderes.
—¿Crees que estoy lista para algo así? ¿El festival? No he estado practicando mucho, Emma se ve mucho más interiorizada con todo el tema de la magia que yo.
Michael cortó un sándwich por la mitad y lo llevó a su boca.
—Después de lo que te vi hacer en el viejo hospital de Danvers diría que estas más que lista. Emma nunca ha enfrentado verdadero peligro. —Apoyó su mano en la mía y agregó—: Eres mi pequeña bruja.
Estaba en lo cierto. Los retos no podían ser peor que todo lo sucedido con el Club del Grim. Y era una competencia amistosa, nadie intentaría quemarme o sacrificarme en un ritual.
Apoyé mi cabeza en el hombro de Michael, que parecía perdido en sus pensamientos. Apenas había tocado su plato de comida y sus ojos parecían en algún lugar lejano.
—¿Está todo bien? —pregunté.
—Todo bien —respondió de manera automática.
Mentía. Lo sentía en mi estómago. En aquella sensación de vacío.
—Michael…
—¿Por qué insistes en que hay algo mal? —preguntó en tono brusco.
No iba a dejar que me amedrentara para evitar hablar.
—Porque HAY algo mal —insistí—. Y no vuelvas a decirme que está todo bien, quiero la verdad.
Michael me acercó a él, besándome de manera repentina. Sus labios eran demandantes, solo que no había verdadera necesidad. Como si lo estuviera haciendo para probarme algo y no porque realmente me deseara. Su mano recorrió mi pierna y apenas notando las medias. Todo estaba mal. Mal, mal, mal.
—Espera… —susurré.
Me dejó ir y se puso de pie, paseándose por la habitación. Su expresión era la de alguien que no había dormido en días.
—¡Dilo! Di que el maleficio de Alexa funcionó —dije.
Hice fuerza, conteniendo las lágrimas que intentaban escaparse.
—No —me espetó.
Se veía fuera de sí. Ojos oscuros e irritados.
—¡Michael! Por favor, deja de mentirme.
—¡¿Qué quieres que diga?! —estalló—. ¿Que tengo la sensación de que hay algo horrendo anidando dentro de mi pecho? ¿Qué cada día me siento menos yo mismo?
Me apresuré hacia él, abrazándolo.
—Te amo, quiero ayudarte. Vamos a buscar una solución —le aseguré.
—Busqué ese endemoniando lienzo en todos lados. Hemos revisado cada espacio de ese hospital al menos tres veces. Mis padres, sus amigos, Lyn, Maisy… no hay nada, no es posible encontrarlo —me espetó.
¿Todos lo habían estado ayudando menos yo? Respiré. Mis reproches no servirían de nada.
—Tendremos que seguir buscando. Voy a estar contigo sin importar lo que sientas. O que no sientas… —Una lágrima logró escaparse—. Eso no va a alejarme, lo prometo.
Michel rodeó mi cintura atrayéndome contra su pecho. Su mano recorrió mi pelo, enterrándose en él. Podía sentir un poco que su pasión regresaba. Peleaba por aferrarse a mí.
—Te amo, Madison. Sé que te amo. —Hizo una pausa y agregó—: Solo que no puedo sentirlo del todo.
Sus palabras fueron como una daga dirigida a mi corazón.
—No soporto tenerte en mis brazos y que cada músculo de mi cuerpo no me empuje a besarte. No soporto verte como a una simple chica…
Di un paso atrás, intentando esconder las lágrimas.
—Tiene que haber una manera de romper el maleficio —dije para mí misma.
Alexa no podía hacernos esto. No podía destruir los sentimientos de Michael, me rehusaba a creerlo. Esa perra no podía morir y dejarnos en ese lío.
—No llores —imploró Michael llevando las manos a su pelo—. Te veo llorar y sé que debería sentirme mal, pero a una parte de mí no le importa.
Eso solo me hizo llorar más.
—Vamos a estar bien. Vamos a permanecer juntos y buscar la manera de terminar esta pesadilla.
Por alguna razón mi voz no se oía demasiado convincente. Tal vez porque una sensación fea y angustiante se estaba apropiando de mi estómago.
—Debo irme, no puedo estar aquí —dijo Michael.
Lo perseguí por el living y tomé su mano.
—Te amo. Por favor, no olvides eso —susurré.
Besó mi frente, un gesto frenético y desesperado, y salió por la puerta. Me dejé caer al piso, abrazando mis rodillas. Lyn tenía razón, San Valentín apestaba.