Si veía un solo corazón más iba a incendiarlo. No era que me molestara la atención y los regalos, sino lo que representaban. El Día de los Enamorados. No todos estábamos en una relación perfecta o con el chico de nuestros sueños. ¿Por qué debíamos ser sometidos a la tortura de cientos de corazones y parejas felices? Maisy había estado saltando por la casa con su nuevo reloj y también me había cruzado con Lucy Darlin y Ewan Hunter, gente como ellos hacía que uno quisiera enterrarse en un pozo.
No comprendía qué me tenía de tan mal humor. Las palabras de Madison se repetían en mi cabeza al igual que una canción. A quién le importaba si Samuel iba a ser desalojado, de seguro sus padres recapacitarían. El hecho de que hubiera abandonado la universidad demostraba que era insalvable. Un borracho que pasaba los días bebiendo.
Me senté en el tocador y retoqué mi maquillaje. Llevaba un vestido rojo sin espalda que había comprado el día anterior. De solo verlo en la vidriera supe que debía tenerlo. Mi pelo caía en perfectas ondas, cortesía de la bucleadora. El mechón lila resaltaba entre todo el castaño.
Oí el sonido del timbre y me rocié con perfume antes de responder. Daniel Green era una linda visión, sobre todo con un ramo de orquídeas. Más puntos para él por evitar las rosas.
—¿Orquídeas? —pregunté.
—Le pregunté a Maisy, dijo que son tus favoritas —respondió con una sonrisa complaciente.
—Lo son. Bien por ti, Dan.
Su esponjoso pelo castaño, que caía sobre sus ojos, lo obligaba a corrérselo todo el tiempo. Admitía que era algo adorable.
—Te ves estupenda —dijo con la mirada en mi vestido.
—Lo sé, y espera a ver lo que hay debajo… —respondí.
Esbozó una sonrisa de lo más triunfante. Normalmente no hacía esperar a un chico. Dos semanas con alguien sin tener sexo era algo que no hacía en un tiempo. Sin embargo, Daniel Green se encontraba acostumbrado a tener lo que quería, por lo que decidí que sería más divertido hacerlo esperar.
—He estado soñando con lo que hay debajo —respondió.
Corrió mi pelo hacia un costado, depositando un beso en mi hombro. Suspiré. Dan sabía cómo seducir a una chica, lo había estado haciendo desde que cumplió dieciséis.
—Hice una reserva en el restaurante de mi hotel, es francés, La Fleur Blanche. —Lo pronunció de manera sexy—. Podemos llevar el postre a mi habitación.
—Suena bien —respondí.
Daniel, postre, habitación, definitivamente sonaba bien. Estaba construyendo una imagen mental cuando su tonta cara arruinó todo. ¿Por qué estaba pensando en él cuando me esperaba una velada perfecta?
—Debo hacerme cargo de unas cosas antes de salir. ¿Nos vemos en el hotel a las nueve? —pregunté.
Hice mis ojitos de perro mojado para evitar preguntas.
—Oh, de acuerdo. —Recompuso su expresión—. Te estaré esperando, hermosa.
—Nos vemos allí.
Daniel se despidió con un beso. Un beso lo suficientemente fogoso como para recordarme que teníamos asuntos pendientes. Aguardé hasta que se perdiera de vista y tomé mi cartera y las llaves del auto. Estaría condenada si iba a permitir que ese intento de ser humano arruinara mi noche.
Observé el mensaje en mi celular para asegurarme de que tenía la dirección correcta. La vieja casa frente a mí parecía extraída de alguna película como La masacre de Texas. Lo único que me sacó una sonrisa fue el hecho de que Alexa también había vivido allí. El césped estaba tan alto que cubría mis zapatos de taco alto. Avancé hacia la puerta, notando la pila de sobres en la entrada. Madison había estado en lo cierto. Samuel iba a ser desalojado. El muy idiota.
Golpeé la puerta, la madera crujió de manera inusual bajo mi mano. Si cayera hacia dentro no me sorprendería. El lugar amenazaba con derrumbarse por sí solo.
Me estaba comenzando a impacientar cuando Samuel respondió. Mi respiración se entrecortó. Su aspecto era deplorable. Me bastaba con ver sus ojos para saber que se encontraba absorto en su propio mundo de pena y alcohol.
—¿Lyn? —preguntó incierto.
—Apártate, voy a pasar —dije.
Me observó por unos segundos: no creía que en verdad estaba allí. Pasé a su lado y golpeé mi hombro contra el suyo. El horror. La supuesta «casa» era inhabitable, la sala un basurero de comida, libros y botellas. Reprimí una risa al imaginar la expresión de Maisy.
—¿Qué haces aquí?
Samuel se dejó caer en un sillón marrón. Su cabeza encajando perfecta en el molde del almohadón. ¿Hace cuánto que no dejaba ese espantoso sillón?
—¿Cómo es que sigues con vida? —pregunté.
—Rose ha estado pasando a dejarme comida. Es lindo de su parte —dijo algo ido—. Rose debería haber sido mi hermana en vez de Alexa. Alexa… ¿Sabes que murió?
Por todos los cielos, quería abofetearlo. Noté algo negro sobresaliendo detrás del almohadón. Algo que se movía.
—¡¿Qué es eso?! —pregunté señalándolo alarmada.
Miré a mi alrededor en busca de algo que funcionara como arma en caso de que fuera una rata.
—Solo es Sombra —dijo Samuel.
Me llevó unos momentos reconocerlo. El bulto negro con plumas era el familiar que había pertenecido a su hermana, un cuervo llamado Sombra.
—Lo encontré durmiendo dentro de un gorro de lana en el armario de Alexa. Me ha estado haciendo compañía.
El pájaro emitió un sonido agudo. Samuel ya se veía como alguien sacado de una novela tétrica, lo último que necesitaba era un cuervo.
—Madison mencionó que te van a desalojar.
Me observó.
—Rose dijo que te van a echar de la casa —dije en un lenguaje que comprendiera.
—No he decidido dónde voy a vivir —respondió.
Sus ojos celestes fueron hacia el techo.
—En la calle. Allí es donde vas a vivir si no haces algo —repliqué.
Samuel se encogió de hombros. «¿Que parte de mí encuentra ESTO atractivo?», me pregunté. Recordé al Samuel Cassidy de hacía unos años. Gracioso, apasionado, salvaje. El chico que me había besado en un cumpleaños. Lo recordaba demasiado bien. La noche en general, la fiesta, el balcón. Eso fue antes de que conociera a Cecily. Ese beso había arruinado mi vida.
—¿Por qué estás así vestida? —preguntó.
—Es San Valentín, tengo una cita —respondí.
Tiró la cabeza hacia atrás, dejando que colgara del respaldo.
—Ese nefasto día.
Dejé escapar una risa. Al menos coincidíamos en algo.
—¿Quién es el no tan afortunado caballero? —preguntó.
Dejarlo en la calle no era la peor idea.
—Daniel Green.
—Ese idiota…
Me hubiera gustado pensar que estaba celoso, pero a Samuel nunca le había agradado Daniel. Otra razón para seguir saliendo con él.
Necesitaba solucionar su problema de vivienda para poder concentrarme en mi cita. Consideré la situación.
Mic iba a odiarme.
—Toma tus cosas, te mudarás a lo de mi primo. Levantó la cabeza hacia mí.
—La casa en donde está viviendo pertenecía a sus abuelos y tiene varias habitaciones. Te quedarás en una de ellas —dije decidiendo el asunto—. Y dado que no tienes dinero buscarás un trabajo.
—¿Un trabajo? —dijo riendo.
Lo pensé.
—Conozco un café literario cerca de Van Tassel. El encargado siempre me invita a salir, puedo conseguirte un trabajo allí —dije—. Solo debes atender a las personas. Incluso puedes oír a los escritores que van a leer historias cortas o recitar poesía.
Era el lugar ideal.
—¿Puedes pasarme esa botella que está allí?
Samuel señaló una botella de vodka que estaba sobre la mesa. ¿Había escuchado una palabra de lo que había dicho? De solo verlo quería asesinarlo. Llevaba un suéter que no había visto un lavarropas en días. Su pelo estaba pegado a su frente. Y estaba demasiado flaco.
Tomé la botella y la arrojé al suelo, causando un estallido de vidrio. Eso llamó su atención.
—Escúchame bien. No voy a pasar mis días preocupándome por alguien que no valora su vida. Cecily está muerta, buhu, lo siento. Es hora de que tomes una determinación, o te tiras de un puente y dejas de perder nuestro tiempo, o decides vivir. Y cuando digo vivir no me refiero a esta patética existencia, me refiero a tener una vida que involucre más que alcohol y lamentos. Vas a mudarte a lo de Michael, vas a dejar de beber y vas a trabajar en ese café literario. —Hice una pausa y agregué—: Y deberías escribir. De seguro eres capaz de escribir alguna novela trágica y convertirte en un escritor famoso.
El largo silencio me golpeó con forma de ladrillo. ¿Qué me había poseído? Agarré la otra botella que quedaba en la mesa y tomé un sorbo. Samuel me observaba como si estuviera en alguna especie de trance. Sus ojos me miraban de una manera tan intensa que ameritaba otro sorbo.
—De acuerdo —dijo finalmente.
Era mi turno de mirarlo perpleja.
—¿Qué?
—Iré a lo de Michael —dijo.
—Bien. Toma tus cosas, te llevaré allí —repliqué.
Aguardé mientras guardaba sus escasas pertenencias en un bolso. Tendría que ir de compras y conseguirle algunas cosas; su vestuario era lamentable. Agarró unos libros y luego volvió su mirada al cuervo negro junto al almohadón.
—Él viene conmigo, no puedo abandonarlo.
—Qué diablos… Tómalo y vamos.
Acomodó al cuervo en el bolso, que dejó abierto para que el animal respirara. El ave apenas se movió. No estaba segura de cuál de los dos estaba más roto.
El trayecto en auto fue silencioso. Prendió la radio, eligió una canción deprimente y permaneció quieto, abrazando su bolso.
Yo 20:01
Mic, Samuel va a quedarse en tu casa. No me odies.
Al menos nadie había presenciado mi pequeño momento de locura. Y si Samuel decía algo todos pensarían que estaba borracho. Lo cual no dejaba de ser cierto.
Michael nos había dado a mí y a Maisy copias de su llave en caso de emergencia. Entramos y guié a Samuel a una de las habitaciones de huéspedes. Cama grande, sábanas limpias, toda una mejora.
Samuel apoyó su bolso en la cama y analizó el lugar. Desempacar solo le llevó unos minutos. Acomodó sus libros en la mesita de luz y colocó a Sombra sobre una de las almohadas.
Eso resolvía el asunto. Podría disfrutar mi noche sin imágenes de él durmiendo en la calle.
—Debo irme. Michael ya sabe que estás aquí.
Tomé mi cartera.
—Lyn, gracias —dijo balanceándose sobre sus pies—. Te ves bonita.
Me volví hacia él.
—Gracias.
—Y no deberías estar con Daniel Green. El tipo es tan profundo como un inodoro. —Hizo una pausa y continuó—: Tonto y superficial…
—Al menos no es un borracho.
Se encogió de hombros, sentándose al borde de la cama. Y lo peor de todo, hizo puchero. Ese tonto gesto en su boca logró desarmarme.
Fui hacia él y lo besé, un dulce beso sobre sus labios.
—Feliz San Valentín, Samuel.
Me dirigí hacia la puerta, ignorando el asombro en sus lindos ojos. Tenía una cita con Daniel Green y no iba llegar tarde.