Al otro día decidí levantarme e ir a clase. No podía darme el lujo de quedarme en la cama, sintiéndome mal por mí misma. Michael se encontraba bajo un embrujo. Debía ser fuerte por él, por nosotros. Derrumbarme no serviría de nada.

Me puse algo lindo, esperando que eso me ayudara a sentirme mejor y fui hacia la cocina. Lucy se había quedado a dormir en lo de Ewan, por lo que debería hacer mi propio desayuno. Kailo y Tani también parecían conscientes de que su comida dependía de mí, ya que ambos me miraban con ojos grandes y expectantes.

Tomé mis cosas y me sorprendí al encontrar a Marcus en el corredor. Estaba parado en el espacio entre su puerta y la mía. Quieto. Pensativo. Me paré delante de él, llamando su atención con un gesto de mano.

—¿Cuándo ibas a decirme? —preguntó.

Su tono de voz bastante más serio del que solía usar. Genial, más drama.

—Tendrás que ser más específico —respondí—. ¿Pasó algo con Maisy?

—Estábamos durmiendo, se quedó a dormir en casa luego de una excelente noche de San Valentín —comenzó.

Al menos le había ido mejor que a mí. Aguardé a que siguiera.

—Se despertó llorando en mitad de la noche. Balbuceando sobre la luna, mi cumpleaños, magia, que debía comprometerse con alguien al cumplir veinticinco años y que tenía miedo de asustarme. —Hizo una pausa y agregó—: Me contó todo. Las reglas de su comunidad, la verdadera razón por la que Michael te hizo ese ritual.

—Marc…

—Podría haber usado una advertencia, Ashford. Maisy estaba hablando de casamiento a las cuatro y media de la mañana —dijo intentando no entrar en pánico.

—Era ella quien debía decírtelo. Lo siento.

Marcus fue hacia al ascensor y lo llamó.

—¿Dónde está Maisy?

—Se fue hace un rato, quería pasar por su casa a cambiarse —respondió.

Entramos en el ascensor. Marc se apoyó en la esquina, jugando con sus manos.

—¿Qué le dijiste? —pregunté.

—No mucho, estaba en shock —respondió.

—¿Discutieron?

—No. Ayer… fue un muy buen día. Estoy contento con Maisy, intenté no actuar como un idiota. El tema del compromiso definitivamente me asustó un poco, pero Maisy me recordó que tiene veintiuno, tenemos unos años para descifrar eso. Solo quería que lo supiera —dijo Marc.

Al salir a la calle, mis manos se congelaron en el acto. Era un día gris, frío. Espesos copos de nieve volando sobre nuestras cabezas. Acomodé la bufanda de Michael alrededor de mi cuello, una que me había apropiado al poco tiempo de conocernos, y busqué mis guantes.

—Estoy adaptándome a tener una novia, no deberíamos estar hablando sobre casamiento bajo ningún punto de vista —dijo Marc—. ¿Cómo tomaste la decisión? ¿En verdad vas a comprometerte en el próximo cumpleaños de Michael?

Esperaba que eso siguiera siendo una opción.

—Estoy enamorada de él y me estoy acostumbrando a todo el tema de tener magia. Se siente natural. —Tomé el brazo del Marc—. Tú tienes mucho más tiempo para descifrar todo esto, disfruta de estar con ella.

Asintió. Marc se lo estaba tomando bastante bien. De ser cualquier otra chica ya se hubiera mudado de país. El hecho de que aún quisiera estar con Maisy solo probaba lo mucho que le gustaba.

Dejé escapar un suspiro. Mis pies se sentían fríos, lo cual me hacía sentir peor.

—La maldición que Alexa le lanzó a Michael funcionó. El Corazón de Piedra. Michael dijo que no sentía… cuando me besó…

Me aferré al brazo de Marc y apoyé mi cabeza en su hombro.

—Maisy me contó. Dijo que han estado buscando su cuadro en el Hospital de Danvers. —Marc me rodeó con sus brazos—. Lamento que estés pasando por esto, Mads. Todo va a estar bien.

¿Era la única que no había estado segura hasta ayer?

—Estaré contigo para ayudarte, puedes respaldarte en mí todo lo que quieras —me aseguró.

Marc. No había palabras para describir el cariño que sentía por él.

—Gracias.

—Sé que está embrujado o algo, pero si te maltrata no dudes en que patearé su trasero —dijo en tono solemne.

Eso me hizo reír un poco.

—Está haciendo todo lo posible por mantenerse como es. Michael es fuerte, no va a llegar a eso —dije.

El gran edificio de Van Tassel se hizo visible en la cuadra de enfrente. Grupos de chicos y chicas caminando juntos, hablando de temas triviales, clases, planes para el fin de semana, bromeando.

¿Cuándo habíamos dejado de ser esos chicos?

—¿Crees que sería un buen brujo? —preguntó Marc.

Su rostro se iluminó un poco.

—Por supuesto.

—Sería increíble si ambos tenemos magia, ¡podríamos hacer duelos! —dijo entusiasmado—. Debería tatuarme un rayo en la frente como Harry, eso me haría más distintivo.

Dejé escapar una risa, adoraba a Marcus Delan.

La noche siguiente trajo la cena a la que había sido invitada para dar al comienzo al Festival de las Tres Lunas. Me puse el vestido blanco que Rebeca me había entregado, observando el resultado en un espejo. Era… anticuado. Encaje en las mangas, una amplia falda que me llegaba hasta las rodillas. Me veía como esas muñecas francesas de porcelana, solo faltaba rizarme el pelo y una capelina.

Busqué unas largas botas negras para darle un poco más de estilo.

Las hermanas Westwood pasaron por mí en su auto y no me sorprendió que ambas también hubieran agregado sus toques personales. Maisy tenía cierto aspecto angelical y en verdad se veía al igual que una muñeca. Llevaba sus largos rizos sueltos y un pendiente con forma de rosa.

Lyn había acortado la falda unos cuantos centímetros. Maquillaje oscuro, botas altas como las mías, un pequeño cinturón negro en la cintura.

—No sabía que podíamos tomarnos tantas libertades, estoy lamentando no haber acortado un poco la falda —dije.

—No deberíamos. Mi madre se va a molestar cuando nos vea —dijo Maisy.

—¡Por ser rebeldes! —exclamó Lyn.

Me sorprendió encontrarla a ella en el volante, por lo general era Maisy quien manejaba. El auto tomó velocidad en cuestión de segundos. Me apresuré a ponerme el cinturón de seguridad.

—¿Hablaste con Marc? —preguntó Maisy.

—Sí, hiciste bien en decirle.

—No sé qué me sucedió. No puedo creer que haya llorado frente a él, es humillante.

Lyn tomó una curva y sentí mi estómago quejarse. ¿Quién le había enseñado a manejar?

—Se veía sorprendido, pero nada serio —dije.

—Fue dulce. Por un momento me miró como un animal a punto de ser cazado, pensé que dejaría su propio departamento. Y luego me besó y me pidió que se lo explicara con más calma —dijo Maisy contenta.

—Puntos para Marcus, mi dinero estaba en que huiría —di­jo Lyn.

Me preguntaron acerca de Michael y respondí que prefería no hablar del tema. Si volvía a escuchar la palabra «maleficio» iba a tirarme del auto. Maisy me mostró el reloj que le había regalado Marc con una sonrisa radiante. Lo observé atónita, sorprendida ante su buen gusto. Cuando Marcus me contó acerca de su regalo había imaginado un reloj de goma de Batichica o algo así, no podía haber estado mas lejos de la realidad. Fondo blanco con números romanos en plateado, una corona sobre el número doce, el borde del mismo plateado que los números, la malla con un lindo diseño clásico.

—Oí que mudaste a Samuel a lo de Michael —dije.

Sam me había enviado un mensaje de texto. «Tengo casa nueva. Lyn dijo que podía quedarme en lo de Michael. No viviré en la calle, Rose».

—Si continuaba viviendo allí, íbamos a encontrarlo muerto —dijo Lyn, restándole importancia.

—Fue lindo de tu parte —comenté.

Lyn tocó un bocinazo a la vez que maldecía al auto de enfrente.

—¿Sabes qué fue lindo? Daniel Green comiendo frutillas cubiertas en chocolate de mi boca —replicó.

Maisy negó con la cabeza.

—Uhh, demasiada información —dije.

La mansión Ashwood era una gigantesca casa en las afueras de Danvers. Se alzaba antigua e imponente, emanando historia. Su actual dueña era Clara Ashwood, quien descendía de una de las primeras familias de brujas. El hecho de que estuviera lejos del resto de los terrenos proporcionaba la privacidad necesaria para una reunión de esa magnitud.

Lucy se había lamentado de no poder venir, ya que era por invitación, y me había rogado que sacara fotos. Incluso Marc se había visto decepcionado de no poder acompañarnos.

La atmósfera era bastante inusual. Al menos veinte chicos y chicas de blanco. Las mujeres tenían el mismo vestido y los hombres una túnica similar a una toga. Los adultos vestían con atuendos formales.

Me paseé por el gran salón, contemplándolo todo. Velas y pequeños ramos armados con listones ocupaban todas las superficies. Inciensos. Una mesa con comida. Los invitados se servían por sí solos; no había meseros, ni nadie que desconociera la verdad. Mi primera reunión secreta de brujas.

—¡Madi Ashford!

Emma Goth me saludó desde la mitad del salón, agitando su mano. Su pelo lila la hacía resaltar del resto. El vestido blanco le quedaba un poco grande y llevaba borceguíes. El joven a su lado debía ser su novio, pelo negro y azul, piercings.

Le devolví el saludo. Era extraño estar allí, me sentía fuera de lugar. Acostumbrarme a mi magia era una cosa, participar de una ceremonia a la luna junto a una antigua comunidad de brujas de Salem era algo más.

—¿Perdida?

Michael vino hacia mí. Su voz trajo un recuerdo de cuando me encontró en la pista de baile de un club en el último cumpleaños de Lucy. Una sola palabra y ya anhelaba estar en sus brazos. Iba a ser una larga noche.

Verlo con la toga hizo cosas con mi cabeza. Era la primera vez que lo veía todo de blanco. Su pelo claro adquiría un tono dorado a causa de las velas. Se veía como un dios griego.

—Un poco, perdí de vista a tus primas —dije.

Me saludó con un breve beso, apenas tocando mis labios, y permaneció a mi lado. Se veía compuesto. Deseé que tomara mi mano, algo que no sucedería ya que mantuvo las suyas en los bolsillos.

—¿Qué pasará exactamente? —pregunté.

—Henry Blackstone dará algún discurso, todos los que participaremos de los retos prenderemos una vela, nada drástico.

Sonaba simple.

—Te ves bien en esa túnica —dije.

Quería hacer alguna broma para alivianar la atmósfera, nada vino a mi mente.

—No es de los más cómoda. —Me ojeó—. Esa falda es demasiado larga.

Ouch, y yo que quería alivianar las cosas. El Michael de siempre hubiera hecho algún comentario como: «Ese vestido podría usar unos centímetros menos», en su tono sexy.

—¿Cómo está Samuel? —pregunté.

—Cuando me fui estaba hablando con un cuervo negro —respondió.

Eso me dejó sin habla. ¿Qué le estaba pasando al mundo? Distinguí a Lyn en una de las esquinas, intercambiando risitas con su nuevo novio. El tal Daniel le susurraba algo, mientras acomodaba un mechón de pelo tras su oído. Algo en él me hacía pensar que era un jugador, Lyn había encontrado a alguien tan experto en el tema como ella.

Henry Blackstone se posicionó en el centro del salón. Era un hombre de avanzada edad, pelo blanco, frente arrugada, un bastón de madera con un magnífico búho de metal en el mango.

—Hermanos y hermanas, otra velada que compartimos juntos. Como saben, la luna roja se aproxima y debemos decidir quiénes recibirán sus bendiciones. Nuestra comunidad ha pasado por incidentes desafortunados, el Club del Grim representará una mancha triste en nuestra historia. Sin embargo, el Festival de las Tres Lunas es motivo de regocijo. Los jóvenes que recibirán nuestro legado probarán que son más los que caminan junto a la luz que los que se entregan a las sombras —dijo Henry—. La luna es un puñado de magia en sí misma. Poderosa. Eterna. Etérea. Todos somos tocados por la luna, por su luz, algunos más que otros. Invito a los jóvenes miembros de los nuevos aquelarres a iniciar este festival. Pruébense a sí mismos, confíen en su magia, tomen con orgullo el lugar que ocupan en esta comunidad.

Junté mis palmas, pero nadie aplaudió. Michael negó con la cabeza. Una mujer en un festivo vestido verde pasó con una canasta entregándonos velas. Maisy y Lyn vinieron a nuestro lado y los cuatros nos movimos en dirección a Henry.

Cada aquelarre formó su propia ronda. Noté que no todos tenían el mismo número de integrantes.

—Aún no hicimos tu ceremonia de iniciación, pero la tía dijo que podías estar con nosotros —me susurró Maisy.

Asentí. Emma estaba en el mismo grupo que su novio, dando pequeños saltitos. Además de ellos había dos chicos y una chica.

—La luna los guiará en su camino. Dedíquenle una luz. Ofrezcan su invitación —dijo Henry.

Maisy, Lyn y Michael se concentraron en sus velas. Hice lo mismo: invoqué una pequeña llama a prender la mecha.

Una leve brisa recorrió la sala. Su presencia fue más notable de lo que hubiese creído posible. El aire trazó figuras, envolviéndonos en un listón invisible.

—Recíbanlo —dijo Henry—. Acepten los lazos de magia que los unen como parte de su aquelarre.

Maisy me indicó que uniera mi vela a la de ellos. Levantamos las cuatro velas en el centro y las soplamos al mismo tiempo. En cuanto las pequeñas llamas desaparecieron, sentí una ola de energía recorrer mi cuerpo. Fue escalofriante, casi místico. Como si lo que hubiéramos hecho en verdad tuviera significado.

Después de eso me alejé por un poco de aire fresco. La magnitud de todo lo que estaba sucediendo era abrumadora. Cuando esas cuatro velas se apagaron, sentí algo poderoso tomar posesión de mi mente. Un canto distante que me había conectado con Michael y sus primas. Un vínculo entre nuestra magia.

La propiedad era vasta. Caminé por el extenso jardín hasta toparme con un pintoresco banco de madera.

Una fina capa de escarcha había comenzado a cubrir el césped, otorgándole un sutil resplandor. Me abracé a mí misma. La chaqueta que cubría mis hombros no era suficiente para mantenerme caliente. No cuando el aire era una caricia helada.

No quería regresar, no todavía. Ver a Michael de esa manera me dolía. Tenía que hacer algo antes de que el maleficio empeorara. Estaba claro que Alexa había hecho un excelente trabajo escondiendo la caja con el pedazo de lienzo, por lo que debía buscar otra alternativa.

De un momento a otro, algo cambió en el paisaje. Una sombra se desprendió de entre los árboles a solo centímetros del banco. La figura se movió con tal sigilo que no logré reconocerlo hasta que se sentó a mi lado.

—¿Qué haces aquí? —pregunté boquiabierta.

—Solo pasaba —respondió Galen.

Se cruzó de piernas, observándome.

—¿Por una mansión en las afuera de Danvers? ¿En una celebración secreta? —pregunté escéptica.

—Tal vez te extrañaba…

—Por favor —le espeté.

Sus ojos recorrieron mi vestimenta.

—Ese vestido hace un pésimo trabajo mostrando tus piernas, aunque me gustan las botas —dijo de manera apreciativa.

—No es la primera vez que lo oigo, lo del vestido.

Galen se quitó su gran sobretodo negro, acomodándolo sobre mi regazo.

—Te estás congelando —remarcó.

—Gracias.

Miré los alrededores, el jardín estaba desierto.

—¿No temes que alguien te vea? Dentro de esa casa hay al menos unas cuarenta brujas —dije.

—Puedo ser sigiloso —dijo confiado.

Su brazo se extendió por el respaldo del banco, pasando tras mi espalda.

—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó.

—Todavía me estoy acostumbrando a todo el tema de la brujería. —Hice una pausa y agregué—: El maleficio, Corazón de piedra, dijiste que podías ayudarme…

Galen sonrió, al parecer nada le agradaba más que oírme pedir su ayuda.

—¿Tu novio se está convirtiendo en una roca?

Le lancé una mirada molesta.

—Conozco a alguien que podría ser útil, me llevará unos días ponerme en contacto —respondió.

Aguardé a que siguiera.

—¿Una bru…?

—¿Recibiste mis rosas? —me interrumpió.

—Fue inapropiado e innecesario —respondí.

De no ser por Lucy estarían en la basura. Se acercó a mí, su mano reposando cerca de mi pierna.

—Tanta ingratitud. No deberías menospreciar mis halagos, cariño. Si tu novio sigue así son los únicos que tendrás —dijo sonriendo como el diablo que era.

Esas palabras me afectaron más de lo que me hubiera gustado.

—Debo regresar —dije poniéndome de pie.

Le entregué su sobretodo, que lamenté al sentir el cruel frío.

—Estuve bebiendo la sangre que tan gentilmente donaste. Debo decir que prefiero hacerlo de ti, tal vez algún día me dejes morder tu cuello —dijo pasando la lengua por sus labios—. Dado que te gustan los vampiros.

Golpeé su hombro.

—Eso no va a pasar. Nunca —dije.

—Nunca digas nunca.

—Nunca, nunca, nunca —respondí.

¿Qué pasaba conmigo? Me estaba comportando al igual que una niña. Me observó con aquella mirada sugestiva. Sus magnéticos ojos marrones hablando por él.

—Deberías conseguirte una novia —sugerí.

—¿Qué te hace pensar que no tengo una?

Lo miré, escéptica.

—¿Qué opina de que me persigas y me envíes flores? —pregunté.

—Somos más como… ¿Cómo le dicen estos días? ¿Amigos con beneficios? —respondió con una expresión entretenida.

Esperé a que riera, no lo hizo.

—Estás hablando en serio —dije incrédula.

—Por supuesto.

Un Antiguo de noventa años y tenía amigas con beneficios. Era ridículo.

—Debo irme.

Apenas terminé de decir las palabras cuando distinguí a alguien a lo lejos. La voz de Emma Goth gritó mi nombre, haciendo un alboroto. Galen me guiñó un ojo y desapareció en las sombras en cuestión de segundos.