Comprar cosas para Samuel resultó divertido, era la primera vez que compraba ropa para alguien de sexo masculino. Jeans, camisetas, uno o dos suéteres, un abrigo decente. Samuel tenía fascinación por un viejo sobretodo azul que era una antigüedad. Largo, gastado, anticuado.

Maisy se había rehusado a lavarlo luego de que lo arruinara con alcohol y vómito, por lo que busqué uno nuevo.

No estaba exactamente segura de qué hacía comprando ropa para él. Las cosas con Dan iban bien, era lindo y un brujo, no un patético intento de ser humano que había sido desa­lojado.

Fui a un negocio que solía frecuentar llamado «Inframundo». Era un buen lugar para conseguir ciertas cosas. Pantalones de cuero, corsés de terciopelo, sobretodos con estilo…

El espacio del local era limitado, por lo que todo estaba apilado. Revolví entre los percheros hasta encontrar justo lo que buscaba. Samuel iba a devolverme el dinero cuando fuera capaz de producir un sueldo. Cada mísero centavo.

Estaba yendo a la caja cuando sentí un aleteo sobre mi pelo. Levanté la vista. Un murciélago de goma colgaba sobre mi cabeza, sus alas desplegadas y quietas. Di un paso y lo sentí de nuevo. Alguien estaba jugando conmigo. Alguien con magia. Aguardé a que las alas volvieran a moverse y las detuve.

—¡Sabía que eras una bruja!

Una muchacha salió de entre los percheros, sobresaltándome.

—¿Quién eres tú? —pregunté en tono indiferente.

—Mi nombre es Kenzy MacLaren, trabajo aquí. Soy una hermana bruja.

Su vestimenta coincidía con el estilo del local y había manipulado al murciélago con magia, por lo que probablemente decía la verdad. Pelo oscuro, ojos claros, me recordaba a Madison.

—¿Kenzy MacLaren? ¿Eres escocesa? —pregunté.

El nombre y su acento eran evidencia suficiente.

—Así es.

Odiaba socializar.

—Bien por ti, voy a llevar esto —dije, mostrándole el sobretodo.

Asociarse con brujas de otra comunidad no era una buena idea, en la mayoría de los casos solo traía problemas.

—Lamento haberte sorprendido, no he visto a alguien como yo en un tiempo —dijo de manera amistosa.

La seguí hasta la caja y coloqué la prenda en el mostrador, indicándole que me cobrara. ¿Una bruja escocesa? Uno nunca sabía con quién podía toparse.

—¿Qué haces trabajando aquí? —pregunté, sin poder evitarlo.

—Pertenecía con las brujas de Berwick. Me enamoré, no poseía magia, mis padres no lo aprobaron… Tuve que tomar una decisión —respondió guardando el sobretodo en una bolsa—. Terminé aquí.

Me agradaba alguien que supiera resumir una historia. La observé. Había abandonado su comunidad, su país, para estar con un chico.

Había pasado más de una noche preguntándome si yo pasaría por algo así.

—¿Valió la pena?

—Definitivamente —respondió.

Sonreí.

—Bien, odiaría dejar atrás toda mi vida y terminar con algún perdedor —dije.

Kenzy rio ante eso.

—También yo. Por fortuna todo resultó bien. Mi novio es americano, por eso vine aquí con él. Estamos viviendo juntos y conseguí este trabajo —replicó.

Dudaba de que hiciera suficiente dinero. Mi plan de contingencia era un poco diferente. En caso de dejar mi comunidad, usaría magia para robar un banco y me pondría mi propio negocio de ropa.

—¿Eres de Salem? —preguntó Kenzy.

Asentí.

—Lyn Westwood, bruja de Salem.

—¿Estás comprando un regalo para tu novio? —preguntó.

Reí. Daniel jamás se pondría algo así.

—No, solo para una pobre alma que no sabe vestirse —respondí.

Me miró extrañada. Aparentaba alguien agradable. El riesgo de confiar en brujas de otras comunidades era que uno no podía estar seguro del tipo de magia que practicaban. Por todo lo que sabía, podía ser alguna bruja oscura que intentaría robar mi magia.

—La próxima vez te haré un descuento.

Eso fue suficiente para convencerme.

—La semana que viene haré una fiesta en mi casa. Solo brujas. Envíame un mensaje y te pasaré la invitación —dije, anotándole mi celular.

Maisy diría que estaba siendo imprudente. No me importaba, se veía divertida y quería escuchar más de su historia. No conocía a nadie que hubiera sido lo suficientemente valiente como para dejar todo atrás.

—Genial, gracias —respondió.

Mi hermana esperaba por mí en la parte linda del shopping, cargando al menos cuatro bolsas. Cuando le dije lo que iba a hacer me había mirado como si estuviera bajo la influencia del alcohol. «¿Vas a comprar ropa? ¿Para Samuel?».

Al ver que hablaba en serio dijo que me acompañaría. Pretendió que necesitaba comprar algunas cosas, lo cual era cierto; Maisy siempre necesitaba comprar ropa, era una adicción, pero también lo había hecho para hacerme compañía. Eso era lo lindo de tener una hermana, me apoyaba sin hacer demasiadas preguntas. Incluso cuando no comprendía la explicación tras mi comportamiento.

En el camino a la casa de Mic, le conté sobre Kenzy MacLaren. Tal como lo supuse, me regañó por darle mi número de celular. Una vez que terminó de quejarse admitió que sería interesante conocerla. Maisy nunca consideraría dejar nuestra familia, era demasiado responsable para eso. Sin embargo, había cosas que nunca pensé que haría hasta que comenzó a salir con Marcus. Cantar en la ducha, ver películas de superhéroes, volver a cualquier hora de la noche.

Una vez en la casa, encontramos a Mic y a Samuel viendo tele en el living. Mi primo se encontraba recostado con una botella de cerveza y lo que parecía delivery de comida mexicana, mientras Samuel tomaba un líquido transparente, que esperaba fuera agua, y comía nachos.

—Te ves mejor de lo que te he visto en semanas, Sam —advirtió Maisy.

Era cierto. Ropa limpia, su piel había cobrado un poco más de color, se veía sobrio.

—Gracias por notarlo, Maisy —dijo Samuel en tono ceremonial.

Mic nos lanzó una mirada y luego regresó su atención al televisor.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó.

Mi primo se estaba convirtiendo en un idiota. Ya no nos llamaba para salir, ni bromeaba con nosotras. Esta última semana había marcado un cambio drástico.

—¿El maleficio afectó tus modales? —preguntó Maisy cruzándose de brazos.

Michael siempre había tratado a Mais al igual que a una hermana menor. La consentía, cuidaba de ella cuando salíamos. Sabía que a Maisy le dolía verlo así. Mi relación con él era más de compañeros de diversión. Bebíamos y bromeábamos juntos, salíamos a bailar hasta la madrugada. Similar a la relación que Madison tenía con Marcus sin el apego raro.

—¿Por qué estás viendo tele como si todo estuviera bien? Deberías estar buscando maneras de romper el maleficio —dijo Maisy.

—Estoy cansado de leer viejos libros que no llevan a ningún lado. Solo me estoy relajando —respondió Mic—. No seas una molestia igual que mi madre.

Maisy se sentó en el otro extremo de la sala, completamente ofendida.

—«La respuesta es tan ineludible como la verdad» —citó Samuel.

—¿Quién dijo eso? —pregunté.

—No sé, creo que lo inventé —respondió.

Tomé el vaso que tenía en sus manos para olerlo, era agua. Samuel decía tonterías aun estando sobrio.

—Te traje esto —dije, sonando lo más indiferente posible.

Observó las bolsas con curiosidad.

—Si vas a trabajar, necesitas ropa sin agujeros ni manchas —dije.

Abrió las cosas, mirándolas con aprobación. Elegirlas no había sido difícil, me limité a comprar cosas negras y grises. Cuando llegó al sobretodo, lo contempló por varios segundos. Era azul oscuro al igual que el otro y de un material que simulaba estar gastado. Solo le faltaba una etiqueta que dijera «pobre bastardo».

—Es como mi sobretodo —dijo con adoración.

Me esforcé por no sonreír.

—Lo encontré por ahí —dije en tono casual.

Samuel tiró de mi muñeca y me abrazó. Sus brazos rodeándome al punto de que no podía moverme. Permanecí quieta, demasiado consciente de su mejilla contra la mía.

—Gracias.

—No es nada —respondí.

Apoyé mi pecho contra el suyo, tomando ventaja del abrazo. ¿Qué era de Samuel que me afectaba tanto? Un momento en sus brazos y fantaseaba con besarlo.

—Debo mostrárselo a Rose, le enviaré un mensaje —dijo, soltándome.

El cosquilleo en mi piel se desvaneció, reemplazado por una sensación fría e irritante. No me molestaba su relación con Madison, sabía que no había atracción entre ellos. Lo que me molestaba era… No sabía qué me molestaba.

—Deja de referirte a ella como Rose, su nombre es Madison —comentó Michael.

—Le diré que venga, no la he visto en días —dijo Samuel.

Me senté en el sillón, imitando la postura de Maisy.

—No, no quiero que venga —dijo Michael.

—¿No quieres verla? —pregunté.

Se puso de pie, paseándose por el living.

—Verla me hace querer sentir, y cuando todo lo que siento es nada, la situación se torna muy frustrante —dijo malhumorado.

—Todavía te importa, eso es bueno. Debes pelear, Michael —dijo Maisy.

Fue hacia él y puso la mano en su hombro.

—Es cierto, Mic. Debes aferrarte a Madison, no huir de ella. Tal vez no sientas lo de siempre, pero quieres hacerlo, quieres sentir. Eso te ayudará a resistir la magia —dije.

Michael se alejó, apartando a Maisy.

—No lo entienden. Por más que odio admitirlo no tengo control sobre esto. Por momentos me importa, por otros no. Un minuto sé que es alguien especial para mí, y al otro es solo una chica linda.

—Deberíamos revisar las casas de los otros chicos que pertenecieron al Club del Grim —sugirió Maisy.

—Mi padre ya lo pensó. Él y mi madre están en eso —respondió.

No podía imaginar por lo que estaba pasando Mic. La perra estaba muerta y seguía causando problemas. Perder a mi primo Gabriel, aceptar quién era, había sido drama suficiente. No podía perder a Michael también.

—Podríamos contactarnos con ella —dijo Samuel—. Con Alexa.

Mais, Mic y yo intercambiamos miradas.

—¿Contactarnos con Alexa? Qué buena idea. ¿Tienes su celular? —pregunté con sarcasmo.

—No me refiero a eso —dijo Samuel

Sus ojos celestes fueron hacia el techo.

—Te refieres a Necromancia —dijo Michael.

La palabra me dio escalofríos.

—No. No sabemos cómo hacerlo y es peligroso. Nadie en nuestra comunidad practica Necromancia, es un arte oscuro —dijo Maisy.

Samuel se encogió de hombros.

—Si contactamos su espíritu podemos preguntarle dónde escondió la caja —dijo Michael.

—Y de seguro va a decirnos… —repliqué.

El espíritu de Alexa se burlaría en nuestros rostros.

—Mic, no. Es peligroso —dijo Maisy—. Henry Blackstone jamás lo permitirá, es magia negra.

El celular vibró en mi bolsillo.

Dan Green 16:53

Hola, hermosa. ¿Nos vemos esta noche?

Yo 16:53

¿Qué tienes en mente?

Ver a Samuel me irritaba, lo que me daban más ganas de estar con Daniel. «Ya le diste la ropa, mejoraste su calidad de vida. Supéralo», me dije a mí misma.

Dan Green 16:54

Tú, de espaldas, en mi cama.

Yo 16:54

¿Qué harás conmigo cuando esté allí?

Su siguiente mensaje me hizo largar una risita. Dan era bueno en lo que hacía. Tal vez no era profundo como Samuel, ni tenía ojos del color del cielo, pero la forma en que me trataba compensaba eso. Era atento, sexy, bueno con los labios.

—¿De qué te ríes? —preguntó Samuel.

—Dan está siendo lindo —dije con una sonrisa.

Samuel apartó los ojos.

—Es lo único que puede ser —replicó.

Michael dejó escapar una risa. Idiotas.

—Si me disculpan, debo ir a arreglarme para esta noche —dije moviendo las pestañas—. Te buscaré el lunes para ir al café literario que te mencioné, Samuel. Intenta al menos verte como alguien normal.

Estiró una pierna desde el sillón, cortándome el paso.

—¿No hay beso? —preguntó.

Su tonta sonrisa hizo que me sonrojara. ¿Cuándo era la última vez que me había sonrojado? Me estaba molestado por haberlo besado en San Valentín. Mic y Maisy llevaron sus miradas a mí.

—El alcohol está matando a tu cerebro —respondí.

—No bebo desde que me trajiste.

Moví su pierna, haciéndolo caer del sillón.