Madison se veía bien sentada en el centro del círculo. Las llamas iluminaban la expresión serena en su rostro, el rosado de sus mejillas. Lo observé a una distancia prudente. Mi reto con Eben Morgan había terminado en cuestión de minutos. El muy engreído había quemado su magia demasiado rápido, intentando impresionar a nuestro juez.
Viéndola allí sabía que de sentir algo sería orgullo. Se veía segura de sí misma, una bruja blandiendo su magia. No me sorprendía. Luego de lo que había afrontado con los Grims y en el viejo hospital, un reto de velas era juego de niños.
Emma Goth se tambaleó un poco, perdiendo dos de sus velas. Su piel se veía pálida y cubierta en sudor.
—Madison Ashdord, la luna te sonríe —dijo Alana Proctor.
Madison abrió los ojos. Sus velas se apagaron, haciendo que ella también se tambaleara. Una pequeña parte de mí sintió el impulso de ir hacia ella. La criatura anidando en mi pecho emitió un sonido posesivo.
Podía pararse por su cuenta, no había necesidad de ayudar.
Marcus Delan se apresuró a su lado, ofreciéndole una mano. El muchacho siempre se veía ansioso por asistirla. Me pregunté cuál era el punto. Sabía que Madison estaba conmigo, él mismo tenía una relación con Maisy.
No obstante, la sensación de fastidio que a veces me provocaba verlos juntos no hizo su aparición.
—Bien hecho —dijo Emma Goth, palmeando su espalda.
Sonaba honesta. ¿Cómo es que alguien podía estar en ese estado de perpetua alegría? Mi madre y Lucy Darlin se cerraron sobre Madison, felicitándola.
Chequeé mi celular. Antes solía hacerlo cada unos minutos, con la esperanza de encontrar un mensaje de Gabriel. Ahora solo lo hacía de hábito.
Madison levantó su cabeza sobre el grupo de gente y me encontró con la mirada. Metí las manos en los bolsillos, preparándome para lo inevitable. La chica trotó hacia mí, contenta con su victoria.
—¿Viniste a verme? —preguntó esperanzada.
Reposé mi espalda contra el tronco que había detrás de mí.
—Recién llego —dije.
No había punto en decir que había presenciado los últimos minutos de su reto, solo haría que se ilusionara.
—Oh. —Sus ojos cayeron un poco—. ¿Cómo te fue?
—Victoria fácil, mi rival era un presumido que prendió las treinta velas al mismo tiempo sin usar una del centro —repliqué.
—Ambos ganamos —dijo, ofreciéndome su mano.
La miré, descartando el gesto. Cada vez que la tocaba una sensación de conflicto comenzaba a acecharme. Tenía la expectativa de que algo iba a pasar y luego nada. Como aquel beso que me había dado antes. Justo cuando empezaba a sentirlo, la sensación se desvanecía, desterrada por lo que habitaba en mi pecho. Dejándome en un abismo de frío y oscuridad.
—Cada vez que te toco solo siento vacío —dije.
Apartó sus ojos, intentando disimular su expresión dolida.
—Ya veo.
Retiró su mano, retrocediendo unos pasos.
—No te veas tan triste, ganaste tu reto —dije.
Me era indiferente. Me preocupaba por ella. Era una maldita jaqueca.
—Vayamos a ver a Maisy —dijo Marcus tomando su brazo—. ¡Su pelea está por comenzar!
—No es una pelea —remarqué.
Madison lo siguió, los tres alejándose hacia el otro extremo del jardín. No era como si tuviera algo mejor que hacer. La noche se encontraba en perfecto silencio. Rostros conocidos concentrándose en sus velas por todos lados. Distinguí a Maisy a lo lejos, sentada frente a una bruja llamada Olivia Lewis.
Miré la luna nueva. Si me concentraba lo suficiente podía percibirla, le energía etérea de la que hablaba Henry Blackstone. La luna siempre había representado una fuente de poder para lo sobrenatural.
—¡Tú puedes, Mais! —gritó Marcus.
Madison y Lucy hicieron el mismo gesto, indicándole que guardara silencio. La frente de Maisy se frunció, estaba haciendo fuerza para mantener los ojos cerrados, concentrada en sus velas.
Vi a mis tíos, Lana y Víctor, mirando a Marcus Delan con desconcierto. Mi prima se encontraba en apuros. A menos que Marcus hubiera nacido bajo una luna que le diera potencial para la magia, no les veía futuro.
—Hijo.
Mi padre se paró a mi lado, apoyando la mano en mi hombro.
—Tu madre dijo que tú y Madison lo hicieron bien —dijo.
Asentí. Miré a ambos lados, esperando que Rebeca no estuviera en la cercanía. La mujer me estaba enloqueciendo, llamaba cada quince minutos para chequear mi estado, alentándome a aferrarme a mis emociones, mencionando una infinita cantidad de libros que deberíamos investigar. Nada había servido.
—Deberíamos celebrar, haremos una cena.
—No es necesario —respondí.
Mi padre se plantó frente a mí, obligándome a mirarlo.
—Solo puedo imaginar la dificultad por la que estás pasando. Todos trabajamos duro para encontrar una solución. —Hizo una pausa y agregó—: Eso no justifica la forma en que has estado tratando a tu madre. Emociones o no, eres nuestro hijo. Nos debes respeto.
Y de nuevo con el sermón.
—Todo lo que escucho son palabras. Si no les gusta la forma en que me he estado comportando, denme espacio —repliqué.
—Michael —me advirtió.
—¿Por qué esperan que actúe de manera normal? No está en mi poder —dije—. Y no voy a pretender, no cuando no siento la más mínima inclinación a hacerlo.
Me adelanté, uniéndome a Madison y a los demás. Me encontraba cansado de que todos esperaran algo de mí. Si tuviera ganas de ser considerado, lo sería.
—¡Sí! ¡Esa es mi bruja! —grito Marcus, festejando la victoria de Maisy.
Madison y su pequeña amiga pelirroja también alentaron.
—¿Los cuatro ganamos? Somos el mejor aquelarre de la historia —dijo Lyn, apareciendo a mi lado.
—¿Venciste a Willa Foster? —pregunté sorprendido—. Bien hecho.
Willa era la hermana melliza de Cody Foster y bastante habilidosa, no había estado seguro de si le ganaría
—¿Qué pasa si más de uno gana los tres retos? —pregunté Madison—. ¿Quién participa de la luna roja?
—Elegimos entre nosotros —replico Lyn—. Se supone que debemos ser sabios y escoger con criterio. De llegar a eso, creo que será mejor tirar una moneda.
—Fácil y elegante —dije.
Marcus abrazó a Maisy, levantándola en sus brazos. Eso definitivamente llamó la atención de mis tíos. Víctor avanzó hacia ellos con la expresión de un padre listo para amedrentar al pretendiente indeseado de su hija.
—¿Quién es ese joven, Lyni? ¿Tú sabías sobre esto? —preguntó Lena.
Lyn comenzó a jugar con su pelo, sin responder. Odiaba cuando mi tía la llamaba Lyni.
—¿Maisy? ¿Hay algo que te gustaría decirnos? —preguntó Víctor.
Se veía entre la espada y la pared.
—Él es Marcus Delan, hemos estado saliendo por un tiempo —dijo, juntando coraje.
—Es un gusto conocerlos a ambos, Maisy me habló sobre ustedes —dijo Marcus con una sonrisa carismática.
Dudaba de que eso fuera verdad. Hacía no más de una semana Maisy me había admitido que estaba aterrorizada de presentarlo a su familia. Temía que sus días de felicidad llegaran a un fin.
—No sabíamos nada sobre esto, jovencita —dijo Víctor, pasmado.
Marcus intercambió miradas desesperadas con Madison y Lucy. Probablemente buscando apoyo moral.
—Marc y yo somos compañeros en la universidad hace más de un año. Es inteligente y talentoso —ofreció Madison.
Movió su pequeña nariz, algo que solía hacer cuando estaba nerviosa.
—¿Y tú eres? —lo espetó mi tío.
—Madison Ashford, emm….
Se volvió hacia mí, sus ojos implorando ayuda.
—Es mi novia —dije estableciendo un hecho.
Suspiró, aliviada.
—Víctor, es mejor tratar estos asuntos en privado —dijo Lena—. Las chicas vendrán mañana y podremos discutirlo en casa.
—No hay nada que discutir —dijo Maisy.
Era la primera vez que la oía hablarles a mis tíos en ese tono.
—Maisy tiene veintiún años, puede hacer lo que quiera —la defendió Lyn.
Daniel Green, quien había estado caminando en nuestra dirección, advirtió la situación tensa y cambió de dirección. Escurridizo como una laucha. Lyn tenía un pésimo gusto cuando se trataba de hombres.
—Maisy es lo mejor que me ha pasado. Y estoy al tanto de todo el tema de las brujas, creo que es genial —dijo Marcus—. ¡Vivan las brujas!
Dejé escapar una risa, eso iba a ayudar. Su voz había sonado desesperada. Maisy y Lyn intercambiaron miradas de horror.
—Tengo cosas que hacer —me excusé.
Tanto drama innecesario.
—Iré contigo —dijo Madison, aferrándose a mí.
—También yo, pueden llevarme a casa —dijo Lucy.
Ambas se me pegaron, siguiendo cada uno de mis pasos. La situación me recordó a insectos adhiriéndose a una lámpara de luz. ¿Eran incapaces de escapar por su cuenta?
—Un poco de espacio… —dije.
—No te atrevas a dejarnos aquí. Tu madre está enfadada porque ellos vinieron y tu tío me asusta —dijo Madison.
—Tienes que sacarnos de aquí —agregó Lucy.
—De acuerdo, las dejaré en su casa —respondí, resignado.