Tras una exhaustiva reunión familiar, llegué a la conclusión de que mis padres estaban locos y no sabían nada sobre cuestiones del corazón. Maisy había regresado a nuestra casa en un estado de completa indignación. Insistí en ir con ella y ella insistió en que quería estar sola, por lo que fui a buscar a Samuel para conseguirle trabajo en un café literario llamado Una Taza de Hamlet.

Nos sentamos a una mesa y aguardamos al encargado. Samuel se veía medianamente normal, gracias a la ropa que le había comprado. Movía su pie de manera inquieta, golpeándolo contra la pata de la mesa.

—Recuerda, di que trabajaste en otro café, en Joelyn —di­je—. Te gustan los libros, te gusta preparar café. Fin de la cuestión.

—Nunca preparé un café en mi vida —respondió nervioso.

No recordaba haberlo visto en ese estado. Tal vez debí darle una cerveza o llenar una petaca con agua y pretender que era alcohol.

—¿Para qué crees que está YouTube? Solo di que sabes y luego busca un video de cómo preparar café —respondí.

—Rose siempre toma café, puedo pedirle que me enseñe —dijo pensativo—. Escuché que su amiga Lucy es buena en la cocina.

Enredé un mechón de pelo en mi dedo, impaciente. No era como si hacer café y preparar un sándwich fuera una tarea tan difícil.

—Puedo ver tu sostén —dijo Samuel.

Sus ojos estaban en mi pequeña blusa.

—¿Cómo crees que te conseguiré este trabajo? —pregunté.

Me observó por unos momentos.

—¿Qué pensará Daniel? —preguntó.

—Que su novia es tan sexy que puede conseguirle trabajo a un caso perdido como tú —repliqué.

Le iba a conseguir trabajo en una cafetería cuando ni siquiera sabía cómo preparar un café. ¿Cuántas chicas tenían ese poder de persuasión?

—¿Sabe que te gusto?

Mi cuerpo se endureció. Samuel sobrio era igual de impredecible que Samuel ebrio. Reacomodé mi expresión, soltando una risa.

—¿De qué estás hablando? No me gustas —respondí.

Distinguí a Liam, músico de al menos veintiocho años encargado del bar, y agité mi mano.

—¿Por qué me besaste? —insistió.

—Porque te veías como una piltrafa de ser humano —respondí.

Su expresión desolada me dio un poco de pena.

—No quiero que me beses porque estoy triste —dijo.

—Bien, no volveré a hacerlo.

Se encogió de hombros. Liam se acercó a nuestra mesa, salvando a Samuel de que le hiciera tragar la azucarera.

—¡Lyn! ¿Cómo estás, bonita?

Lo saludé con un abrazo, reteniéndolo unos segundos de más.

—No puedo quejarme —respondí—. Intento ayudar a mi querido primo a conseguir un trabajo.

Samuel miró alrededor como si estuviera hablando de otra persona. Levanté mi cejas, no podía convencer a un muchacho que me encontraba atractiva de que le diera trabajo a un muchacho que yo encontraba atractivo. Era evidente.

—Él es Samuel Cassidy —lo presenté.

Le di una pequeña patada por debajo de la mesa, esperando a que reaccionara.

—Ese soy yo —dijo estrechando su mano—. Samuel Cassidy Westwood.

Mantuve una expresión seria, lo cual fue un esfuerzo.

—¿Has trabajado en algún otro café? —preguntó Liam.

—Joelyn —respondimos ambos al mismo tiempo.

—Eso es bueno. ¿Sabes cómo preparar lattes, capuchinos, macchiatos?

Temí lo peor. Podía oír su voz diciendo «No, pero esta noche lo buscaré en YouTube».

—Todos —respondió Samuel orgulloso.

Desvié la mirada para evitar tentarme.

—¿Te gusta el ambiente literario? —preguntó Liam.

—Edgar Allan Poe es lo mejor que pudo pasarle a este triste mundo —respondió.

Liam asintió lentamente. Hora de intervenir.

—Mi primo ama la literatura —dije rozando mi brazo contra el suyo.

Se volvió hacia mí.

—¿Y qué hay de ti? No te veía hace algún tiempo —dijo Liam.

—La universidad me está matando. —Hice ojitos y agregué—: Con Samuel aquí tendré una excusa para visitarte más seguido.

La forma en que sonrió cerró el trato. Samuel hizo un ruido con su garganta y tomó el vaso de agua en la mesa.

—¿Puedes empezar el lunes?

—Estará aquí —respondí por él.

Liam se puso de pie y fue a buscar un formulario para que llenara.

—No tienes vergüenza —me dijo Samuel.

—No, no la tengo.

Para cuando regresé a casa me encontraba bastante contenta conmigo misma. Había estado pensando en hacer una fiesta, celebrar el Festival de las Tres Lunas con música, alcohol y magia, en lugar de velas y retos. También estaba el pequeño detalle de que Samuel me vería con Daniel. Le debía una por todas las veces que me había enloquecido hablando de Cecily.

Al entrar en la cocina, noté un lío de papeles que cubría la mesada. Calendarios lunares, anotaciones, un viejo libro sobre las fases de la luna. Maisy finalmente había decidido averiguar si Marcus tenía potencial para ser uno de nosotros. Observé todo. Las lágrimas en una de las hojas me decían que no era la respuesta que había estado esperando. Maldición. Tomé el calendario, leyendo las anotaciones junto a la cruz en el 16 de marzo. Marcus había nacido a las dos de la tarde, un día de luna negra. Nada de magia.

Ese era el peligro de enamorarse de alguien ajeno a nuestra comunidad. Michael había tenido suerte con Madison.

—¿Maisy? —pregunté, yendo hacia su habitación.

Escuché su llanto desde el pasillo. Un sonido lleno de angustia y despecho. Maisy nunca lloraba, esto iba a ser una pesadilla.

—¿Mais?

Abrí la puerta, preparándome para lo peor. Mi hermana lloraba en su cama, su rostro enterrado en una de las almohadas. Un rollo de papel higiénico colgaba de su mesita de luz. Incontables bolas de papel cubrían la alfombra.

Me acerqué a la cama, intentando mantener la calma. «Sé sensible, Lyn. Tacto», me dije. Hollín estaba acurrucado a su lado, refregando la cabeza contra su hombro. El gato negro se veía desesperado por hacerla sentir mejor.

—Sabíamos que esto era una posibilidad —dije en tono calmo.

—Pensé que tendría magia, que podríamos estar juntos —sollozó desde la almohada.

Palmeé su espalda. No podía verla así.

—Aún puedes estar con él. Tienes unos años antes de comprometerte —dije—. Si quieres estar con Marcus, puedes hacerlo.

—¡No puedo estar en una relación con fecha de expiración! —gritó molesta—. Nuestro padre exigió saber si tenía potencial, dijo que era tonto e infantil perder tiempo con alguien con quien no tengo futuro.

—Mais…

Entendía lo que estaba diciendo. Yo tampoco podría estar con alguien que me importaba si sabía que a la larga tendría que dejarlo, sería tortuoso.

—Marcus no es tan maravilloso como crees, hacen una pareja extraña —dije.

No era cierto. Sí, eran una pareja inusual, pero había algo sobre ellos cuando estaban juntos. Marcus sacaba un lado de Maisy que ella rara vez mostraba. Se veía feliz, ligera, dispuesta a explorar sus emociones. Y Mais simplemente hacia que él se iluminara. No lo había visto mirar ni a una sola chica desde que comenzaron a salir.

—Es más que maravilloso. Cuando estoy con él, el mundo es un lugar mejor. Es tan gracioso, y dulce, y genuino. Le gustan estas tontas películas que me hacen reír y me llena de sus dibujos…

No sabía qué decir. Mi hermana menor llorando por un chico que la dibuja en una torre rodeada de dragones.

—Lo amo. En verdad lo amo —sollozó Maisy.

Palmeé su espalda de nuevo. Odiaba a nuestros padres y a nuestra tonta comunidad. Odiaba a todos.

—¿Qué vas a hacer? —pregunté.

—No puedo volver a verlo, necesito olvidarme de él —estiró la mano hacia el papel higiénico—. Quiero sacarme el corazón y guardarlo lejos. Deberías hacerme el maleficio de Michael.

Sonó su nariz y volvió a enterrar el rostro en la almohada.

—No digas tonterías.

—¡Voy a morir de angustia! —gritó, siendo irracional.

—Nadie muere de angustia, estás siendo dramática —dije.

Pasé mi mano por su suave pelo ondulado, calmándola.

—¡No es cierto! Marc me hizo ver estas películas intermina­bles sobre naves espaciales y Jedis, guerreros con sables de luz. En una de ellas, Padme muere de tristeza porque Anakin le rompe el corazón. —Su voz alcanzó nuevos niveles de histeria—. ¡Muere de tristeza! Y lo peor es que Anakin solo quería salvarla…

¿De qué rayos estaba hablando?

—Mais… Estás diciendo idioteces.

«Tacto, Lyn. Tacto».

—Voy a estar triste y sola por el resto de mi vida.

—Claro que no —dije.

—¡Desearía nunca haber visto ese estúpido calendario lunar! Desearía no saber… —Emitió una mezcla de sonidos entre hipos y sollozos.

Tomé su mechón de pelo rosa y comencé a trenzarlo. No sabía qué más hacer.

—Todo va a estar bien, me quedaré contigo hasta que te sientas mejor.

Maisy lloró, y se sintió una eternidad. No pensé que alguien tuviera tantas lágrimas. Ver a mi hermana menor en ese estado era una de las peores cosas que había experimentado.

A la mañana siguiente me ofrecí a quedarme con ella, pero insistió en que quería estar sola. Me pidió que la diera de baja en las clases que compartía con Marcus y se encerró en su habitación.

La única razón por la que fui a Van Tassel era que porque necesitaba salir de la casa. El grupo de Madison ya estaba acomodado en la clase y los observé desde de la puerta.

Sabía que era Maisy quien debía hablar con Marcus. También sabía que si tenía que decirle que iba a dejarlo, su corazón se rompería en aún más pedazos.

Me acerqué a ellos, sentándome en la fila de adelante. Mic no estaba allí, dudaba de que alguien sin emociones encontrara interesante una clase de arte.

—Debieron ver a Ewan con Tani. Le ha estado enseñando trucos y ahora sabe dar la mano y echarse. Es adorable —estaba diciendo Lucy.

Dudaba de que enseñarle a un perro a sentarse tuviera mucha dificultad. Una galleta haría el truco. Llevé las manos a mi frente. Me dolía la cabeza por la falta de sueño y me encontraba de mal humor.

—Ewan es grandioso, deberíamos clonarlo —dijo Madison.

Era apuesto y había algo atractivo en su personalidad relajada. De no ser porque era el novio de Lucy hubiera salido con él. Odiaba dejar escapar a un chico, era como encontrar la prenda perfecta y que no hubiera talle.

—Lyn, ¿has visto a Maisy? La he estado llamando desde ayer a la tarde y no responde —dijo Marc.

Su voz empeoró mi jaqueca. ¿Por qué siempre debía ser la malvada? Decir lo que estaba por decir no me agradaba ni un poco. «Es por el bien de Mais», me dije.

—No vendrá.

—¿Le paso algo? —preguntó preocupado.

¿Qué era lo que decían de las banditas? Cierto, mejor arrancarlas de un solo tirón.

—Marcus, lamento que las cosas sean así. —Hice una pausa y agregué—: Maisy ya no quiere salir contigo.

La expresión en su rostro se desfiguró. Esperaba que no llorara, había sido suficiente con mi hermana. Madison y Lucy me observaron, boquiabiertas.

—¿De qué hablas? La vi antes de ayer y todo estaba bien —replicó nervioso.

—Vio tu calendario lunar. No tienes ningún tipo de potencial para ser como nosotras, no posees magia —dije.

Se quedó mirándome sin entender. Madison tomó su mano, insegura sobre qué hacer.

—No pueden casarse —le recordé.

—¿Quién dijo que íbamos a casarnos? —preguntó aún más perplejo.

—Supongo que no te será tan difícil seguir adelante —repliqué.

—Lyn, deja de hablar —dijo Madison.

Me lanzó una mirada asesina. Lucy abrazó a Marcus, apoyando su cabeza contra la de él.

—Maisy es mi novia. ¡No va a dejarme por lo que dice un calendario lunar! —me espetó Marcus.

—No debiste ir al festival. Mis padres la han estado enloqueciendo desde entonces —respondí molesta—. No posees magia y no hay nada que puedas hacer al respecto.

Por culpa de él y su tonta fecha de nacimiento Maisy había pasado toda la noche llorando.

—¿Dónde está? ¿En tu casa? —preguntó Marcus.

—No quiere verte —me apresuré a decir.

Se puso de pie, sin molestarse en tomar sus cosas.

—No me importa —dijo en tono peligroso.

Nunca había visto a Marcus en ese estado. Se apresuró a pasar entre las sillas, chocando con nuestra profesora de arte. Bien, eso lo detendría.

—¿A dónde va, señor Delan? La clase está por comenzar.

—Lo siento, emergencia familiar.

Pasó a su lado, corriendo hacia la puerta. Rayos, no pensé que iría a mi casa, no enseguida. Mais iba a matarme. Me puse de pie al mismo tiempo que Madison y Lucy.

—Déjalo ir —me advirtió Madison.

—Tomen asiento, señoritas. ¿O ustedes también tienen una emergencia? —preguntó Sarah Tacher.

Las tres intercambiamos miradas. Me senté lentamente, considerando mis opciones. Podía usar magia para hacerla desmayar.

—¿Por qué fuiste tan cruel? —preguntó Lucy.

Sus ojos marrones se veían vidriosos.

—¿Crees que él está mal? Debiste ver a mi hermana. Mis padres nunca permitirán que estén juntos, hice lo que tenía que hacer para protegerla.