Esa noche Samuel me acompañó a casa en un taxi, dejando que llorara sobre él. A eso le siguieron los peores días de mi existencia. No podía ver comida. Lo único que quería era dormir, ya que eso significa no pensar. Una constante sensación de angustia burbujeaba en mi pecho.
Sentía como si alguien lo hubiera desgarrado, robándose alguno órgano vital.
El helado era una de las pocas cosas que no me daba náuseas y apenas lograba comer unas cucharadas. Había aprendido el verdadero significado de lo que era un corazón roto. El vacío, la tristeza, la impotencia, la desesperación, el enojo.
Kailo nunca dejaba mi lado, el gatito se acurrucaba contra mi cuerpo, acompañándome en mi tristeza. Aun cuando pasaba horas en la cama, haciendo nada.
De no ser por Lucy y Marcus, e incluso Samuel, no me hubiera recuperado. Lucy hizo todo lo posible para hacerme sentir mejor. Cocinó recetas de mi madre, llenó mi habitación de flores, alquiló mis películas favoritas. Samuel venía a visitarme después del trabajo y se quedaba a mi lado, palmeando mi hombro. Y Marc… Marc se esforzó por animarme a pesar de sus propias penas.
Todo eso fue lo que me sacó de la cama e hizo que retomara mi vida. Me concentré en cosas que me ayudaran a mantenerme fuerte hasta estar lo suficientemente bien como para retomar la misión de salvar a Michael.
Salía a correr, estudiaba, practicaba magia con Emma. Cruzaba al departamento de Marc y nos perdíamos en series de televisión durante horas. Él y yo estábamos cerca de formar un club de corazones desolados.
Así pasaron unas semanas hasta que la luna creciente trajo el próximo reto. Nos encontrábamos en un lago a unos kilómetros de Danvers. Lo suficientemente lejos para evitar intrusos.
¿Qué pensaría una persona normal si nos veía allí? Un gran grupo reunido en la penumbra del bosque. Los adultos más tradicionales llevaban túnicas blancas y un medallón en forma de pentagrama. El resto vestía con ropa más discreta.
Antorchas de jardín iluminaban diferentes puntos en la orilla, formando un camino a lo largo del lago. Y esa no era nuestra única fuente de luz. Un gran grupo de luciérnagas se paseaba entre los árboles, pequeños puntos de luz, moviéndose con el viento. Una de las brujas cantaba cerca de ellas, lo que me hizo pensar que las estaba invocando.
Me mantuve cerca de Emma y Cody, decidida a evitar a Michael. La noche estaba fría y silenciosa. Restos de nieve derritiéndose sobre el pasto. El ruido del agua era una pacífica melodía de fondo.
Rebeca nos guió a ambas hacia la orilla, indicando que nos posicionáramos a unos metros de distancia una de la otra.
—Aquí es donde enfrentarán su próximo reto. El agua es tan constante como la luna, más temperamental, impredecible —dijo Rebeca—. Deben invocar un objeto que repose en el fondo del lago. La primera en tenerlo en sus manos gana el reto.
Me esperaba algo más… combativo. No era como si quisiera pelear con Emma, más bien alguien que no fuera ella. Alguien con pelo tupido y labios sensuales.
Me arrodillé sobre las piedras de la orilla, apoyando mis manos en la superficie oscura del lago. Una abrupta sensación de frío se disparó por la palma de mi mano. Frío, frío, frío. Me concentré.
—Aqua Connexio Mecum. Aqua Connexio Mecum —recité.
Dejé que el dócil movimiento de la marea me llenara. La magia creando un puente entre mí y el agua. Podía imaginarme cayendo en las profundidades, descendiendo lentamente. El sonido de aquel mundo desconocido llenándome de paz.
Una vez que me interioricé con el movimiento del lago, continué empujando, estirando mi conciencia hacia las cosas que habitaban en el fondo. Peces, algas, caracoles, rocas. Podía verlo todo. Era la espectadora de una gran pecera llena de tesoros. «Concéntrate en una sola cosa», me dije. Difícil. Tenía una noción de lo que estaba allí, una imagen borrosa. Lo que necesitaba era elegir un solo objeto y verlo en detalle.
Respiré. Me estaba costando mantener la concentración. Tantas emociones diferentes ocupando mi cabeza. Busqué refugio en mi magia, pidiéndole que eligiera algo.
Caí. Momentos de silencio cayendo por la laguna, viendo una porción de la luna desde abajo. Y luego una imagen. Una piedra de superficie blanca y lisa que reposaba en el fondo.
La llamé: «Lapideus Mecum». Esta respondió, dejándose guiar por la corriente del agua. Tracé un camino de magia que fuera desde la piedra hasta mis manos.
El peso del hechizo comenzó a hacerse notar. Cansancio, pequeñas punzadas de dolor, aquel hilo de magia afinándose.
Me pregunté si Michael estaría en su reto, si le importaba en lo más mínimo por lo que estaba pasando. Samuel dijo que lo había regañando por hacerme sentir mal.
Mi respiración se entrecortó. La piedra había dejado de avanzar, cayendo hacia abajo. Diablos, tenía que concentrarme.
Recuperé el control, llamando de nuevo, persuadiéndola para continuar su recorrido. Aún podía visualizarme dentro de la laguna. Mi cuerpo flotando entre dos mundos.
«Solo un poco más», pensé. La temperatura de mi cuerpo aumentaba y caía, envolviéndome en una febril sensación. El peso de la magia empeoraba con cada segundo.
La imagen de la piedra fue reemplazada por una pequeña caja de terciopelo negro. El anillo despidiendo transparencias y brillo. Representando un futuro que se burlaba de mí, tan incierto y propenso a perderse.
Cuando lo tuve en mis manos fue un vistazo a todo lo que quería, un futuro feliz con Michael. Un momento de esperanza arrebatado, destruido por sus palabras. La realidad devorándome cual bestia salvaje.
La conexión con la magia se rompió. El lazo cortado por tijeras invisibles. Por una fracción de segundo logré ver la piedra regresando al fondo. Perdiéndose en un espiral de oscuridad.
—¡Lo hice! ¡Lo hice! —gritó Emma.
Abrí los ojos. Emma Goth estaba retirando sus manos del agua, un caracol azulado reposando en sus palmas.
—Bien hecho —la felicité.
—¡Gracias!
Lo levantó en el aire, dando pequeños brincos de alegría. Me puse de pie, con la intención de festejar su victoria, y volví a caer. Los árboles y la orilla girando a mi alrededor. Mi cuerpo osciló entre el calor y el frío, haciéndome temblar.
—¿Madi? ¿Qué tienes?
Emma y Rebeca se arrodillaron a mi lado, sosteniéndome.
—Tranquila, intenta calmarte —dijo Rebeca—. Emma, ve por una frazada. Y dile a Alana que necesitamos una bebida caliente.
Me retorcí en el suelo, sufriendo una serie de espasmos. Un remolino de imágenes atacó mi mente. Mi cuerpo flotando en la laguna, la piedra, el anillo.
Una ola de magia surcó mi sangre, saliéndose fuera de control.
—Suficiente.
Rebeca Darmoon abofeteó mi mejilla. El impacto fue inesperado al igual que efectivo. Tomé una bocanada de aire, dejando que la magia se durmiera.
—¿Mejor? —preguntó.
—Sí…
No podía creer que me hubiera dado un cachetazo. Permanecí recostada, observando el cielo y la copa de los árboles.
—¿Qué sucede contigo? Eres más fuerte que Emma, te perdiste por completo —dijo Rebeca en tono severo—. Esperaba más de ti, Madison.
Eso me enfadó.
—Tal vez no debería esperar tanto, no cuando su hijo se está convirtiendo en un extraño. Estos días han sido difíciles, estoy haciendo lo mejor que puedo —repliqué.
Hizo un gesto con su mano, desacreditando mis palabras.
—Tonterías, puedes hacer mejor que esto —dijo simplemente.
Suspiré, fácil decirlo. Emma regresó acompañada de Alana Proctor. La bruja pasó una frazada por mis hombros y me entregó una taza. Té mezclado con algunas especias, el gusto fuerte y reconfortante.
Me quedé sentada, recuperando mi fuerza. No pensé que la magia podía tener ese tipo de impacto, el hecho de que pudiera consumirme de esa manera me asustaba.
—¿Qué paso aquí?
Su voz fue una maldición bienvenida.
—Su magia se salió de control, estará bien —dijo Rebeca—. ¿Qué hay de ti?
—Vencí —respondió Michael.
Se inclinó sobre mí, observándome con ojos de tormenta. Una mezcla de sombras y tempestad.
—Esperaba más de ti, Ashford.
—Tú madre ya cubrió eso —respondí—. ¿Y desde cuando me llamas Ashford?
—Así es como te llama tu querido amigo Marcus. ¿Solo él puede hacerlo? ¿Es algo especial entre ustedes?
Me puse de pie, manteniendo una distancia prudente. La forma en que dijo «Ashford» con aquel tono provocador me hizo querer abofetearlo.