Siempre pensé que el día en el que finalmente lograra llevar a Samuel Cassidy a mi cama sería uno de los más felices de mi vida. Me había equivocado terriblemente. O al menos la versión de Samuel en mi cabeza no coincidía en lo absoluto con el chico despatarrado sobre mi cama. El Samuel de mi cabeza había tenido aquella mirada melancólica, solo que sexy y oscura. El Samuel real llevaba horas recostado con la mirada más triste del mundo. No era sexy, sino trágico.
Supongo que no podía culparlo, su hermana había muerto hacía un día y su familia se había rehusado a llevarlo con ellos. Eso deprimiría a cualquiera. Aunque el estado de Samuel redefinía el término «depresión».
Pensé que traerlo a casa y cuidar de él sería la oportunidad perfecta para acercarnos. En el viaje en auto había fantaseado con lo que sucedería. Mi fantasía había sido algo así: llegaríamos a casa, le sugeriría que tomara un baño caliente, lo ayudaría a quitarse la ropa, y ambos terminaríamos besándonos en la ducha. Haría que se sintiera mejor, que se sintiera vivo. Le demostraría de una vez por todas que su preciada Cecily no era la única que podía hacerlo feliz.
Pero no, siendo Samuel había arruinado todo. Lo que había sucedido era lo siguiente: en cuanto bajamos del auto, Samuel vomitó en el jardín sobre las flores de Maisy, prácticamente se arrastró hasta la casa, lo ayudé a llegar hasta mi habitación y se desmayó sobre la cama.
Un día después y seguía allí. En todo ese tiempo, la única vez que se había movido fue cuando buscó la petaca que llevaba en el bolsillo.
Dejé escapar un sonido completamente frustrado y continué observándolo. Su pelo lacio era tan oscuro como mi colcha. Negro. Recordaba su verdadero color antes de que se lo tiñera: castaño, sedoso y natural.
Sus ojos aparentaban estar cerrados, aunque podía imaginarme su hermoso color celeste. El cielo en un día de sol. Su pequeña nariz, sus cejas perfectamente arqueadas.
Me pregunté qué pensaría de mi habitación cuando finalmente se repusiera y notara dónde estaba. Odiaría mis paredes rosa chicle, eso era evidente. Al igual que todo el maquillaje y las revistas de moda. Estúpido Samuel.
Missinda dejó escapar un maullido. Estaba acomodada sobra la silla de mi tocador con sus intensos ojos verdes clavados en Samuel. Lo detestaba. Sabía que me causaba angustia y le había impedido dormir en mi cama porque no quería acercarse a él.
—Lyn.
Maisy asomó su cabeza por la puerta. Esperaba que no siguiera molesta por sus flores, amaba a mi hermana pero no podía lidiar con más de sus quejas. No en el humor en el que me encontraba.
—¿Algún cambio? —preguntó en tono gentil.
Relajé mi expresión. Aquel era el tono de voz que usaba cuando sabía que estaba cerca de explotar. No mencionaría sus flores.
—No. Por todo lo que sé, parece estar muerto —respondí.
Entró en la habitación y lo observó. Su expresión lo decía todo. No podía concebir que tuviera sentimientos por el joven durmiendo en mi cama. Su pelo era un desastre, su ropa vieja y gastada, y el peor de todos los detalles: el espantoso olor a alcohol.
—Debes meterlo en una ducha —dijo en tono urgente.
—¿Me ayudas a cargarlo? —pregunté sabiendo la respuesta.
Maisy negó horrorizada.
—Intenté hablarle y lo único que ha hecho es balbucear sonidos inentendibles —dije.
Eso y repetir aquel maldito nombre. Aparté mi mirada en caso de que alguna lágrima imprevista se asomara a mis ojos. Samuel había dicho su nombre mientras dormía, al principio pensé que me llamaba a mí y luego lo escuché: «Cecily».
Maisy se acercó a él, deteniéndose a una distancia prudente.
—Sam… —dije levantando la voz—. Samuel…
Su cuerpo continuó inmóvil.
—No puedo lidiar con esto —espeté molesta—. Esta silla está aniquilando mi espalda, necesito mi cama. Pensé que…
La mano de Maisy apretó mi hombro de manera afectuosa.
—Lo sé… —dijo.
—No, no lo sabes —repliqué—. Quería ayudarlo, hacerlo sentir mejor, ahora lo único que quiero es arrojarlo por la ventana.
Rio suavemente y eso me hizo reír a mí.
—Llamaré a Madison; ella y Samuel son amigos —dijo pensativa—. Puede hablar con él, o al menos convencerlo de que se bañe.
Aguardó a que dijera algo. Quería ser yo quien lo hiciera reaccionar, pero eso no sucedería. Estaba cansada, de mal humor y tenía demasiado en mi cabeza. Mi primo Gab era un asesino que se había dado a la fuga, había una posibilidad de que Mic estuviera bajo un maleficio, y Samuel seguía enamorado de su exnovia, quien había muerto hacía dos años. No estaba en condiciones de ayudar a nadie. Lo único que quería era un baño de burbujas y recuperar mi cama.
—Hazlo —respondí.
Maisy sacó su celular y fue a hablar al pasillo. Me acerqué a la cama y me senté en el borde, observando a Samuel.
—Algún día seré más paciente y gentil. Algún día tú estarás menos triste —susurré—. Ese día tal vez tengamos una oportunidad.
Madison apareció en casa una hora después acompañada por Marcus. Llevaba una bolsa con lo que aparentaba ropa de hombre y otras dos bolsas con comida. No entendía cómo podía actuar de manera tan considerada tras los eventos de ayer.
—Marc me prestó algo de ropa para Sam. Por lo que describió Maisy, va a necesitarla —dijo.
Asentí y la guié a mi habitación.
—¿Has intentando hablar con él? —preguntó.
Cuando se recostó en mi cama la noche anterior había pasado al menos cuarenta minutos diciéndole que todo estaría bien. Sí, Alexa estaba muerta pero no era como si hubieran sido cercanos. Y comprendía que su hermana, desafortunadamente, también había sido una asesina. Una grim.
Mi única respuesta había sido un insufrible silencio.
—No quiero hablar —respondí—. Solo ayúdalo.
—Lyn, sé que intentar ayudar a Samuel puede ser frustrante, pero si lo quieres deberías estar a su lado —respondió Madison.
Me detuve frente a la puerta, volviéndome hacia ella. En lo único que podía pensar era en Samuel llamando a Cecily en mitad de la noche. Había pasado horas sentada junto a él y era a ella a quien llamaba.
—Entra ahí y sácalo de mi habitación —dije.
Madison me miró desconcertada y pasó a mi lado. Pensé en irme, sin embargo, algo me mantuvo allí. Curiosidad. ¿Qué podía decirle que lo hiciera reaccionar?
—Sam…
Se sentó al borde de la cama, en el mismo lugar donde me había sentado yo y sacudió su brazo.
—Samuel, despierta.
—¿Rose?
Su voz aceleró mi respiración.
—Hueles terrible —dijo Madison quitándole la petaca que llevaba en la mano.
—¿Ese soy yo? —preguntó Sam oliéndose la manga del sobretodo—. Pensé que era el gato.
Missinda bufó de manera agresiva.
—¿Dónde estoy? —preguntó desorientado.
—En la habitación de Lyn. Ayer estabas peor que de costumbre, ella cuidó de ti —respondió Madison.
—¿Lyn? ¿Cuidó de mí? —preguntó en tono incrédulo.
Debí arrojarlo por la ventana cuando tuve la oportunidad.
—Sí —hizo una pausa—. Sam… ¿Recuerdas lo que pasó ayer?
El silencio hizo que sujetara el picaporte con más fuerza.
—Alexa… Alexa está muerta —dijo.
—Lo lamento —respondió Madison en tono suave.
Como si realmente lo lamentara. Nadie extrañaría a Alexa «soy una perra» Cassidy.
—Rose…
—¿Sí?
—Creo que voy a vomitar de nuevo.
Madison prácticamente saltó hacia atrás. Se apartó de la cama y tras buscar con la mirada fue hacia mi cesto de basura.
—Aquí tienes —dije estirando el brazo para evitar acercarse demasiado.
Samuel lo tomó en sus manos y comenzó a vomitar. Mi cesto de basura de Vogue estaba arruinado. Tendría que tirarlo.
—¡Lyn! —gritó Madison.
Esperé unos momentos antes de asomarme por la puerta.
—¿Sí? —pregunté.
—Necesito que me ayudes, debemos llevarlo al baño —dijo.
La miré como si me estuviera pidiendo la tarea más tediosa del mundo y luego asentí con resignación. Madison abrió las cortinas de mi habitación, iluminando el lugar.
—¡Dios, Rose! ¡¿Quieres matarme?! —se quejó Samuel, cubriéndose.
—Iré por una bolsa de residuos, debes tirar esa ropa —respondió Madison—. Lo siento, Sam. Eres un desastre.
Pasó a mi lado, dejando la habitación. ¿Lo haría deshacerse de su ropa? Al fin algo interesante. Samuel cubrió su cabeza con una de mis almohadas.
—¡Mi funda! —exclamé.
Corrí hacia él y le quité la almohada de las manos.
—¿Qué tiene de especial esa funda? —preguntó.
Levantó sus ojos hacia mí. Se veía terrible. Peor que terrible. Su piel estaba grisácea, como si estuviera enfermo, su ropa… Una bolsa de residuos era demasiado generoso y las sombras debajo de sus ojos oscurecían su piel.
Se veía como algo muerto.
—Me gusta nombrar a las lechuzas cuando no puedo dormir —respondí.
La funda en cuestión era negra con al menos veinte lechuzas de color violeta. Por alguna razón, me gustaba nombrar a los pájaros cuando no lograba dormir.
—¿Cómo se llaman? —preguntó interesado.
—Ruperto, Merlín, Winifred, Johnny, Lila, Brad…
Y al menos dos de ellas se llamaban Samuel.
—¿Puedo nombrar a una Poe? —preguntó.
Eso me hizo reír.
—Elige una —dije mostrándosela.
Samuel fijó sus ojos en la funda. Ver a las pequeñas lechuzas no debió ser una buena idea ya que una expresión de mareo cruzó su rostro.
—¿Por qué se están moviendo? —preguntó desconcertado.
—No se están moviendo —dije exasperada.
Madison volvió a entrar cargando una bolsa negra. Miró a Samuel como si todo lo que llevaba puesto fuera un caso perdido y comenzó por el sobretodo gastado en el piso.
—¡No! ¡No puedes tirar mi sobretodo! —imploró Samuel.
Madison lo sostuvo de una manga tocando la menor cantidad de tela posible, su nariz se movió de forma graciosa, espantada por el olor.
—Tampoco puedes usarlo —respondió.
Samuel nos miró a ambas con una expresión dramática.
—¿Puedes lavarlo? ¿Por favor?
Ambas intercambiamos miradas.
—Es tu casa… —dijo Madison.
—Le diré a Maisy que lo lave —repliqué.
Me miró como diciendo «Buena suerte con eso» y tiró el sobretodo hacia un rincón. Samuel sonrió por primera vez. El gesto era patético, como si hubiera olvidado cómo sonreír.
—Quítate el suéter y la camiseta —dijo Madison.
—Y el jean —agregué.
Madison me miró y me encogí de hombros.
—Están sucios —señalé.
Samuel obedeció. El suéter negro que llevaba fue hacia la bolsa y luego le siguió su camiseta, dejando su torso al descubierto. Tenía una linda espalda y su pecho se veía suave y liso. Un corazón de tinta negro con un diseño que podría ser celta reposaba sobre su pectoral izquierdo. Y había otro dibujo sobre su hombro. Un pájaro.
—Lindos tatuajes —comenté.
Llevó los ojos hacia su cuerpo, sorprendido de verlos allí.
—Estás demasiado flaco —dijo Madison.
Era cierto. Dos o tres kilos más le vendrían bien. Y definitivamente un par de abdominales. Samuel comenzó a desabotonarse el jean, ignorando su comentario. El pantalón fue a la bolsa, dejándolo con un par de bóxers grises. Estaba por sacarse estos también cuando Madison arruinó todo y lo detuvo.
—No es necesario —le aseguró sonrojada—. Puedes quitártelos en el baño cuando estés solo.
—Como digas, Rose —respondió Samuel.
La miré como diciendo «Eres una tonta» y me devolvió una mirada que decía «¿Qué sucede contigo?».
—Esto también va a la basura —dije arrojando la petaca en la bolsa.
—Definitivamente —respondió Madison.
Sam intentó caminar solo, lo que claramente no sucedería, y ambas lo tomamos de los brazos, guiándolo hacia la puerta del baño. Me adelanté para preparar el agua, dejando que Madison lo sostuviera contra la puerta.
—Aquí tienes algo de ropa, intenta no ahogarte —la oí decir.
—Tengo hambre —murmuró Samuel.
—Te traje un sándwich y una porción de tarta de manzana. Te esperaremos en la cocina.
Salí al tiempo que Samuel tomó a Madison de los hombros y la atrajo hacia él, abrazándola.
—Gracias, Rose.
Mads se veía completamente rígida, probablemente porque Samuel solo llevaba bóxers y sabía que Michael lo estrangularía de estar aquí.
—No es nada —dijo palmeando su espalda, ansiosa por poner distancia entre ellos.
¿Cómo era que yo pasaba la noche cuidando de él y ella recibía el abrazo?
—¿Sabes qué? Esto huele bastante mal —dije quitándome la camiseta y exponiendo mi sostén de encaje negro—. Pásame la bolsa.
Madison abrió la bolsa de residuos con una expresión incrédula en su rostro. Samuel simplemente me observó. Sus ojos estaban más despiertos de lo que habían estado hasta ese momento.
Me di vuelta y regresé a mi habitación por otra camiseta. Eso le daría que pensar. Cambié las sábanas de mi cama y abrí las ventanas. Esperaba que el aire fuera suficiente para deshacerse del olor.
Al entrar en el living noté que Maisy estaba acomodada en el sillón junto a Marcus. Jamás hubiera adivinado sobre ellos dos. Mi hermana vestía un lindo suéter color crema, mientras que él llevaba una camiseta de King Kong. King Kong… Y sin embargo, allí estaban. Mais reposando contra su hombro y Marcus pasando sus dedos a lo largo de sus rizos. Siempre había envidiado un poco el cabello de Maisy. No su tono rubio, sino sus ondas naturales, la forma agraciada en la que caían por su espalda.
Una sonrisa se asomó a mis labios. Me gustaba verla contenta, era un lindo cambio. Cuando estábamos en el último año de secundaria, Mais había estado de novia con un chico llamado Eric West. Meses de verla sonreír hasta que el idiota decidió irse a estudiar a una universidad en Europa y rompió con ella. Una semana de llanto después, Maisy decidió que los chicos no valían la pena. Desde entonces canalizó su tiempo y energía en aprender botánica, en ayudar a nuestra tía en el Museo de Historia de Salem, en sus estudios y en su ropa.
¿Quién iba a decir que alguien como Marcus Delan rompería el hechizo?
—¿Era necesario quitarte la camiseta? —preguntó una voz.
—Estaba sucia —respondí en tono casual.
Madison negó con la cabeza.
—¿Lograron que se bañara? —preguntó Maisy desde el sillón.
—Está en el baño en este momento —dije.
Nos unimos a ellos en los sillones de enfrente. Hollín, quien había estado durmiendo en uno de los almohadones, estiró sus patas y cruzó de sillón, acomodándose en el regazo de Maisy.
—Ese chico es peligroso. ¿Cómo es que lo dejaste dormir en tu habitación? —preguntó Marcus—. Es el tipo de persona que un día se despierta y le clava un cuchillo a alguien sin razón alguna.
—Samuel no es peligroso, necesita ayuda —intervino Madison.
—Y por ayuda te refieres a un chaleco de fuerza —respondió.
—Marc…
—Lo digo como es, Ashford. Algo en la cabeza de ese chico dejó de funcionar hace rato.
Maisy golpeó el brazo contra sus costillas.
—No deberías hablar así de él —dijo en tono serio.
Sabía que lo estaba diciendo por mí, la verdadera opinión de Maisy respecto a Samuel no variaba mucha de la Marcus.
—¿Dónde está Mic? —pregunté.
—Dijo que vendría —respondió Madison.
La observé más detenidamente. Tenía ojeras, su pelo estaba atado con una colita desprolija y había percibido cierta ansiedad en su voz.
—¿Tú también temes que el maleficio de Alexa haya funcionado? —pregunté.
Madison apartó la vista.
—No lo sé. Sí… —respondió.
Nadie habló. Pensé que Maisy intentaría tranquilizarla diciendo que probablemente no era nada, su silencio significaba que ella también creía lo peor. Mais rara vez mentía y no le gustaba dar falsas esperanzas. Si consideraba que había una posibilidad de que el conjuro hubiera funcionado, no iba a negarlo.
—Tengo corrector de ojeras en mi habitación —le ofrecí.
Eso pareció ofenderla. Solo intentaba ayudar.
—¿Quién tiene hambre? —preguntó Marcus en tono más alegre.
Nos trasladamos a la cocina y Madison comenzó a servir los sándwiches. Me apresuré a agarrar uno de pavita y me acomodé en un banco. Había estado tan preocupada por Samuel que había fallado en notar lo hambrienta que estaba.
Maisy se sentó junto a Marcus y noté que su sándwich tenía un escarbadientes con una simpática banderita rosa y una porción de papas fritas.
—¡Hey! ¡El sándwich de Maisy es más lindo! ¡Y tiene papas! —me quejé.
—Le dije al mozo que preparara algo especial para mi chica —dijo Marcus guiñándole el ojo.
Necesitaba un novio. Maisy sonrió con adoración y besó su mejilla. ¿Quién era esa rubia y qué había hecho con mi hermana?
—Puedes comer mis papas —dijo acercándome su plato.
Cierto, Mais no comía cosas fritas. Estiré mi tenedor, desesperada por más comida. Samuel entró en la cocina y se detuvo, incierto sobre qué hacer. Llevaba unos jeans que claramente le iban grandes y una camiseta blanca con un sujeto enmascarado.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Madison.
—Despierto —respondió.
Comí otra papa, pensando en lo apuesto que se veía con su pelo mojado. Madison lo ayudó a acomodarse en un banco cerca de mí y le alcanzó dos platos. Uno con un sándwich y otro con tarta de manzana.
—¿Dónde está mi postre? —pregunté desconcertada.
¿Cómo es que todos tenían comida extra menos yo?
—Pueden compartirlo —sugirió Maisy.
—Recuerdo que el otro día me pediste si podía hacerte una tarta de manzana —le dijo Madison a Samuel.
Le habló en tono suave, como si fuera un niño. A veces, cuando veía lo gentil que podía ser me preguntaba si había algún gen o algo que me hubiera esquivado.
—Gracias, Rose. Mi madre los hacía todo el tiempo cuando éramos niños —hizo una pausa—. Hace mucho que no como uno de estos.
Su expresión se volvió más triste que la de un cachorro enjaulado. No podía verlo así. Parte de mí quería hacerlo reaccionar de una bofetada y la otra quería abrazarlo.
—Si me disculpan, necesito descansar —dije.
Fui a uno de los gabinetes a buscar una botella de vino y continué hacia el baño. Necesitaba llenar la bañadera y quedarme allí un buen rato.