La música resonaba en mis oídos mientras corría por el parque. Ignoré la fatiga, empujando a mi cuerpo a seguir corriendo. Música, viento, todo me ayudaba a sentirme libre. El parque no estaba muy concurrido debido al frío. Algunas parejas, gente paseando a sus mascotas. Marc había estado corriendo conmigo, pero cuando lo llamé dijo que tenía planes.

Me detuve frente al río, observando a los distintos equipos de las universidades practicar remo. Los botes deslizándose por el agua en líneas sorprendentemente rectas.

El aire fresco era una linda distracción. El día anterior Rebeca nos había llevado a Emma y a mí a una gran biblioteca en la mansión de Clara Ashwood. Estantes y estantes de libros, ordenados por tema y año de publicación. Lucy hubiera pensado que era el paraíso. Estuvimos horas ayudando a limpiar y reorganizando el lugar. Según ella era una gran manera de aprender y ser útiles al mismo tiempo. En mi opinión, se estaban abusando. Había cargando tantos libros de aquí para allá que apenas sentía la espalda.

Lo único positivo era que si confiaban en nosotras como para dejarnos allí solas, no éramos sospechosas de la desaparición del pendiente. Lo cual era bueno. Intenté escuchar algo sobre el asunto, pero Clara y Rebeca apenas lo mencionaron frente a nosotros. Un nombre fue lo único que llegó a mis oídos. Gabriel.

¿Creían que Gabriel Darmoon se había infiltrado en la mansión? No debió ser fácil cuando todos en la comunidad lo estaban buscando. ¿Para qué lo querría? ¿Venganza?

Una pelota golpeó mi hombro, sacándome de mis pensamientos. Un pequeño niño corrió hacia mí, gritando disculpas. Se veía mortificado. Le di la pelota con una sonrisa amable y comencé a regresar a casa.

Miré el celular por sexta vez en el día. Lo extrañaba. Extrañaba sus mensajes, sus llamadas, cada palabra que salía de su boca, la forma en que extendía su mano en busca de la mía cuando caminábamos por la calle. Había adquirido la costumbre de ver su nombre en la ventana de conversación como si eso me conectara a él de alguna manera. En otras palabras, lo estaba acechando, descendiendo lentamente en un espiral de locura.

El ascensor se detuvo en mi piso. Llevé las manos hacia la puerta y luego dudé. Alguien estaba gritando en el pasillo. Una voz femenina que sonaba bastante molesta. «Eres un cretino, desconsiderado». «No puedes tratarme de esta manera, Marcus. Te vas a arrepentir».

Abrí la puerta, asomando mi cabeza. Melissa Walls, una chica de Van Tassel con la que Marc había salido antes de Maisy, gritaba frente a su puerta.

Caminé hacia la mía, intentando no llamar la atención. Melissa me clavó la mirada, haciéndome detener. Era incómodo.

—Tu amigo es un idiota —me dijo.

Pasó a mi lado, chocando su hombro contra el mío y desapareció en el ascensor. ¿Qué diablos? Golpeé la puerta de Marc, llamándolo.

—¿Ashford?

—¿Qué sucedió con Melissa? —pregunté.

—¿Sigue allí?

—No, se fue. Y se llevó parte de mi hombro con ella —respondí.

Abrió la puerta. Sus ojos marrones llenos de alivio.

—Creí que si estaba con ella dejaría de pensar en… Ya sabes —dijo Marc.

Asentí. Sabía que eventualmente lo intentaría.

—¿No funcionó?

—Tuvo el efecto contrario —respondió frustrado—. Cuanto más la escuchaba hablar, más extrañaba a Maisy. Le dije que había sido un error y le pedí que se fuera.

—Ya veo…

Eso explica el comportamiento de Melissa.

—Quédate conmigo —me pidió Marc—. ¿Pizza y daiquiris?

Sonaba bien. Llevé la mano hacia mi pelo, el cual se encontraba pastoso y transpirado. Correr tanto me había desarmado. Las zapatillas cubiertas de barro y nieve.

—Iré por una ducha y regreso.

Lucy y Ewan estaban acurrucados en el sillón con Tani en el medio. La perrita tenía la mitad de su cuerpo sobre las rodillas de Lucy y la otra mitad sobre las de Ewan. Se veían felices. Kailo vino a saludarme y me escoltó hacia el baño. Sus grandes ojos amarillos me hablaban. Acaricié su suave cabecita y me metí en la ducha.

Me puse algo cómodo y busqué mis mullidas pantuflas celestes. No era como si fuéramos a salir. Jeans y pantuflas eran aceptables para cruzar el pasillo. La voz de Lucy llegó a mi habitación, ella y Ewan discutían sobre una de las películas de Harry Potter y lo diferente que era al libro. Sonreí. Lucy lo había hecho leer todos los libros cuando Ewan tuvo que hacer reposo por su brazo. Una tarea que se había tomado a pecho. Hablaba con la seriedad de un experto, no muy diferente a cuando hablaba sobre la Orden de Voror.

Tomé mi celular y una gran barra de chocolate, Marc y yo podíamos usar un poco de endorfinas. Algo que Marc insistía que era la clave de la felicidad luego de ver Charlie y la fábrica de chocolate. En sus palabras: «¿Quiénes somos nosotros para cuestionar a Willy Wonka?».

La pantalla del celular se iluminó, indicando un nuevo mensaje.

Galen 20:03

Este sábado. Tú y yo. Ataúd Rojo. Sheila Berlac estará allí.

Lo leí al menos tres veces. Galen debía estar alcoholizado si pensaba que iría al Ataúd Rojo con él. El lugar era un antro de fanáticos jugando a ser vampiros. De recordarlo me daba escalofríos. El ambiente de peligro y depravación gritaba inestabilidad mental.

No respondí. Tomé mis cosas y crucé al departamento de enfrente.

Marc me esperaba con todo listo. Pizza, daiquiris de frutilla y durazno, y la consola de videojuegos. Nos acomodamos en su gran sillón, cada uno en un extremo, nuestras piernas cruzándose en el medio. Comí una porción de pizza y luego tomé un sorbo del delicioso trago rosa.

Era una mejor distracción que correr. Pusimos música y nos perdimos durante horas. Charlando, jugando videojuegos, gritando instrucciones sobre cómo asesinar ninjas. En algún punto de la noche Marc tomó su guitarra y empezó a cantar. No sonaba demasiado afinado debido al alcohol, su voz yéndose un poco en las notas altas.

Me levanté a preparar más daiquiris, contemplando el lío que era su cocina. Busqué hielo, riendo sin razón alguna. Mi estómago envuelto en una sensación cálida y liviana. Marcus se sentó sobre la mesada, observándome enchufar la licuadora.

—¿Puedes prenderla con magia? —preguntó.

—Es magia, no electricidad —respondí.

Intercambiamos miradas y comenzamos a reír. A decir verdad, no sabía si podía hacerlo. Apagué la perilla y me concentré en ella, ordenándole que volviera a prenderse. Lo hizo.

—¡Lo hiciste! —exclamó Marc.

Hice una reverencia.

—Eres una bruja, Ashford. Eso es sexy —dijo.

—¡Lo sé! ¡Soy una bruja! —respondí en tono alegre.

Jugué con mi pelo, mirándolo entretenida. Marcus tomó la jarra de la licuadora, llenando ambos vasos.

¿Por qué me encontraba tan contenta? No estaba segura de que seguir bebiendo fuera una buena idea.

—Por una noche libre, lejos de pensamientos tristes —dijo y levantó su vaso.

Sus palabras me llamaron, buena o mala idea estaba con él.

—Brindo por eso —repliqué.

El trago estaba tan frío que fue directo a mi cabeza. Sacudí mi rostro, queriéndome deshacer de la sensación.

—Frío, frío, frío.

Marc dejó escapar una carcajada. Había extrañado aquel sonido despreocupado, su primera risa genuina en semanas.

—Tu nariz está rosa —dijo señalándome.

Lo cual explicaba por qué se sentía tan fría. Marc se acercó hacia mí, quitando la bebida con la yema de su dedo. El gesto fue algo adorable. Debía admitir que se veía bien con su pelo castaño arremolinado, las simpáticas pecas en su nariz, su gran espalda…

—¡Tú también deberías estar rosa! —dije riendo.

Pasé mi dedo por el espeso líquido en mi vaso y lo llevé hacia su mejilla.

—¡Hey! —se quejó.

—Te ves como un indio, un indio afeminando… —dije.

Marc tomó su vaso y me aparté de él, previendo su ataque. Corrimos por el living esquivando muebles, rodeándonos en torno al sillón. Me sentía tan… diferente. Poseída por otra Madison que no tenía una preocupación en el mundo.

Pensé que lograría escapar hacia una esquina de la habitación cuando los brazos de Marc se cerraron alrededor de mí.

—¡Te tengo! —exclamó.

Se arrojó de espaldas al sillón, llevándome con él. Solté una risa, mientras intentaba escapar. El entrenador de los Puffins sí que los hacía mantenerse en forma. Apenas estaba usando fuerza y no conseguía moverme.

—Di que te rindes —dijo Marc intentando sonar intimidante.

—¡Nunca!

Comenzó a hacerme cosquillas, lo que me hizo reconsiderar mis palabras. Sacudí mi cuerpo, riendo sin poder detenerme. La sensación de cosquilleo era una cruel tortura.

—De acuerdo, me rindo. Me rindo —concedí.

Sus brazos se aflojaron. Aproveché mi nueva libertad para darme vuelta, encontrándome cara a cara con Marc. Su rostro a centímetros del mío.

Mi corazón se aceleró unos cuantos latidos. Podía oírlo. Su ritmo precipitado, la respiración de Marc y el alcohol cantando en mi sangre formaban un solo sonido. Alto y entumecedor.

Los ojos de Marc se perdieron en los míos. Una mirada llena de asombro y cosas que no lograba descifrar.

—¿Ashford?

Mi nombre fue un susurro, un susurro incierto.

—Sí…

Los ojos de Marc fueron a mis labios.

—Voy a besarte.

Mi respiración se entrecortó. Una vocecita lejana me advirtió que no era una buena idea, pero de ser así, ¿por qué no se me ocurría ninguna razón para objetar?

—De acuerdo.

Levantó su cabeza hacia mí y cubrió mis labios con los suyos. Eso fue rápido. El mundo giró a nuestro alrededor, o tal vez solo el sillón, no lo sabía, estaba mareada. Sus labios estaban fríos, con gusto a ron y durazno. Su mano fue a mi nuca y no perdió más de unos segundos antes de usar su lengua, acariciando la mía. Marcus Delan sabía cómo besar a una chica.

Reacomodó su cuerpo, apoyando su espalda contra el respaldo del sillón. Sus manos nunca dejaron mi pelo, ni mi hombro. Sus labios firmes sobre los míos.

Se sentía bien, diferente. Y no había duda de que sabía lo que estaba haciendo. ¿Cómo es que no lo había besado antes?

Su mano se deslizó por mi espalda, deteniéndose en mi cintura. Aguardé a que la llevara a mi pierna, pero no lo hizo. ¿Por qué no lo hizo? Michael siempre se encontraba ansioso por llegar allí, su respiración acelerándose en cuanto sus manos pasaban mi cintura.

Y luego la realidad de la situación me golpeó en la cabeza con la fuerza de un martillo. Estaba besando a Marcus. Mi mejor amigo, Marcus.

Separé mi rostro del suyo, tomando aire.

—Esto no es una buena idea —dije—. Es una pésima idea. Michael, Maisy…

Sus ojos se abrieron grandes, reaccionando ante los nombres. Nos quedamos rígidos. Envueltos en la realidad de lo que habíamos hecho.

—Diablos. Si esto hubiera pasado meses atrás, estaría haciendo lo posible por convencerte de lo contrario —dijo lentamente—. Pero esto no va a ayudarme a recuperar a Maisy.

Asentí. Comencé a correrme hacia atrás y Marc me detuvo.

—Un beso más —susurró.

No aguardó mi respuesta. Tomó mi rostro entre sus manos y me besó de nuevo. Dulce y breve.

—Marc…

Dudé, insegura sobre qué decir.

—Me gustó besarte —dijo él.

Intercambiamos una mirada.

—Me gustó que me besaras —concedí.

Retrocedí, decidida a poner distancia entre nosotros antes de perder la razón de nuevo. Me dejé caer en el otro extremo del sillón, mis piernas colgando del apoyabrazos. Marc me imitó, quedándose de su lado.

Permanecimos en silencio por un tiempo antes de volver a hablar.

—Salir juntos sería más fácil que todo este lío —dije mirando al techo.

Me sentía adormilada y un poco incoherente.

—Definitivamente… —respondió Marc pensativo.

Podía imaginarlo. Los dos en una relación. Nada de magia, ni exnovias locas con maleficios, ni todo el tema del casamiento forzado.

—Podríamos dibujar juntos, ir a patinar…

—Ver series acurrucados en el sillón, hacer otras cosas… —continuó Marc.

El incómodo silencio que nos envolvió me hizo pensar en lo que estábamos diciendo. ¿Hablábamos en serio o era el alcohol? No dudaba de que estar con Marc sería fácil, divertido, cómodo. Suspiré. Extrañaría aquella sensación que me consumía cuando estaba con Michael. El cosquilleo permanente en mi estómago. La intensa mirada en sus ojos diciendo que pertenecíamos juntos.

—No funcionaría… —dijo Marc en tono triste—. Siempre estaría esperando que las cosas cambiaran con Maisy. Y tú con Michael.

—Lo sé…  Malditos brujos —repliqué.

—Debimos enamorarnos de superhéroes —dijo Marc—. Los superhéroes siempre hacen lo correcto. No nos dejarían o perderían sus emociones.

Estaba en lo cierto. ¿Por qué nos enamoramos de brujos y no de superhéroes?

—Yo saldría con El Canario Negro, tú con Oliver Queen… —continuó.

Podía salir con Oliver Queen, en especial si era Stephen Amell. Marc y yo estábamos viendo una serie llamada Arrow, que explicaba la fantasía que estábamos teniendo.

Necesitaba recuperar a Michael. Mi Michael. Y la única manera de hacerlo era… no sabía cuál era, pero era algo que involucraba mi celular. Estiré la mano hacia la mesa, alcanzándolo. Tenía que salvar a Michael. Pensé en él y en lo práctico que sería ser un superhéroe. Mis pensamientos se volvieron difusos hasta convertirse en sueños.