Galen me esperaba en un Corvette negro descapotable; no parecía molestarle el frío. Debí saber que tendría un auto tan ostentoso. Lo admiré mientras me acercaba a la puerta. Era una belleza. La pintura negra parecía hecha de la misma tonalidad que la noche. Mis ojos siguieron hacia el Antiguo, quien me observaba con una sonrisa diabólica desde el volante.
Su atuendo me recordó a la primera vez lo que vi en el Ataúd Rojo, cuando me dijo que su nombre era Alexander. Jeans negros, una camiseta que exponía partes de su torso, una chaqueta de cuero, ojos delineados. En otras palabras, siniestramente atractivo.
Entre los dos y el auto predominaban los negros. Para alguien que nos observara desde afuera debíamos vernos como personajes de una historia gótica.
Abrí la puerta y me deslicé al interior del auto. La clave era no pensar. Si dedicaba un solo instante a considerar lo que estaba haciendo, saldría corriendo. No importaba si era una terrible idea que involucraba a Galen, pantalones de cuero y una bruja que practicaba Necromancia. Recuperaría a mi Michael.
Y no era solo eso, entre tanto drama no podía evitar sentir una ligera atracción ante el peligro. La adrenalina de hacer algo así. La distracción. Como si manos invisibles me empujaran hacia ello.
Abroché el cinturón de seguridad, ignorando la mirada de depredador de Galen. Dudaba de que fuera un conductor precavido.
—Te ves magnífica.
Sus ojos estaban devorando cada detalle.
—Lindo auto —dije.
—Dime que completaste tu atuendo con una estaca de madera. Tal vez escondida en una de tus botas…
Me volví hacia él.
—Soy una bruja, no Buffy la cazavampiros.
Eso le sacó una risa. Pisó el acelerador, disparándonos a una velocidad asombrosa. El viento acarició mi pelo, haciéndolo flamear sobre el asiento. El auto era una maravilla. El sonido del motor un suave ronroneo que rogaba velocidad. Me pregunté si me dejaría manejarlo. Apenas podía imaginar el tipo de adrenalina que provocaría manejar un auto así. Guiarlo a la libertad de la noche.
—¿Quieres contarme sobre ayer? —preguntó Galen.
—Bebí un poco de más. Nada que decir al respecto —respondí.
Esquivó dos autos, pasándolos tan rápido que apenas los vi.
—¿Sabes que creo?
Volví mi cabeza hacia él, preparándome para algún comentario inapropiado.
—Creo que después de todo lo que has pasado, tantas complicaciones y situaciones donde tu vida estuvo en riesgo, algo dentro de ti implora un poco de diversión —dijo en un tono tan suave como un susurro.
—Dudo de que ver al espíritu de Alexa sea algo divertido —repliqué.
Imágenes de la aparición de Katelyn aún acechaban mis sueños. Aquella expresión tan trágica, consumida por la furia.
—No me refería a eso, cariño.
Me crucé de brazos, esperando que mi postura le enviara un mensaje.
—Galen, solo maneja —respondí.
El lugar era tal como lo recordaba. Excéntrico y escalofriante. Las cortinas de terciopelo guiaban el camino hacia otro mundo. Uno con candelabros, sillones de terciopelo y chaise longues. La lenta e hipnótica música llenaba la atmósfera, envolviendo a todos en un tétrico hechizo. El techo se sentía bajo, creando la sensación de que estábamos en una caja, un ataúd.
Y los humpiros… una mezcla ecléctica de todo tipo de atuendos que incluía ropa de época. Lentes de contacto rojos, piercings, colmillos de mentira.
En otras palabras, un paraíso para amantes de vampiros. Respiré, sintiéndome decidida. Era una bruja, ninguno de esos jóvenes podían lastimarme. La chica que había ido allí la primera vez, llena de temores ante ese mundo extraño, ya no estaba. Había enfrentado al Club del Grim, a Alexa Cassidy, al Antiguo a mi lado. Aquel grupo de fanáticos no me asustaba.
Me adentré en la multitud, caminando con seguridad. Mantuve la cabeza en alto, evitando los ojos de los que me rodeaban. Aplastando cualquier tipo de esperanza de que fueran a recibir mi atención.
Era increíble lo que se podía lograr con maquillaje oscuro, cuero y un poco de actitud. Ninguno de los humpiros intentó intimidarme como la vez anterior. Se apartaban de mi camino, observándome en silencio. El grupo que frecuentaba allí debía ser bastante reiterativo, un rostro nuevo llamaba su atención.
Galen caminó a mi lado con una sonrisa arrogante. Me guió hacia la barra, que tenía forma de ataúd y era roja, y me indicó una banqueta. Le hizo una señal a uno de los jóvenes detrás de la barra y este se acercó. Pelo turquesa, brazos tatuados, actitud despreocupada.
—Alexander, no te veía desde hacía un tiempo —lo saludó—. ¿Lo de siempre?
Levantó dos dedos en respuesta. El chico de pelo turquesa asintió y tomó una coctelera.
—¿No es confuso tener tantos nombres? —pregunté.
—Solo hay uno que cuenta —respondió.
Miré alrededor. Un muchacho con ropa de época que se veía mayor que yo, levantó una copa hacia mí, a modo de invitación. Sus ojos eran imposiblemente celestes y traslúcidos, similares a los de un perro siberiano. Lentes de contacto. Negué con la cabeza, un gesto breve, pero claro.
—Me gusta esta nueva actitud —dijo Galen, girando su banco hacia mí—. Hay algo sensual en la fortaleza de una mujer.
Sus ojos atraparon los míos. Tan profundos y marrones con destellos de verde. El delineador negro haciéndolos más intrigantes.
—¿Dónde está Sheila? —pregunté.
—Eres ansiosa… —murmuró.
El barman colocó dos copas de cristal frente a nosotros. El trago era color cereza, similar a una gelatina derretida.
—Suspiro de virgen —dijo Galen, acerándome una de las copas.
¿Suspiro de…? ¿Por qué no me sorprendía el nombre?
—No estoy aquí para beber contigo —le recordé.
Su mirada insistente hizo que llevara mi mano a la copa. Fingiría tomar un sorbo. Apenas podía ver bebidas luego de la noche anterior. Levanté la copa y mojé mis labios. El gusto dulce camuflaba una bebida fuerte, algo que definitivamente no iba a tomar.
—¿Contento? —pregunté.
Galen vació su copa en cuestión de segundos y le hizo una seña al chico de pelo turquesa.
—Estamos buscando a Sheila —dijo.
—No la vi. No estoy seguro de que haya venido —respondió.
La decepción me pesó en los hombros.
—Eso es mala suerte —dijo Galen.
No, no estaba allí con él para irme sin respuestas. Llevé la mano al pequeño bolsillo del pantalón sacando un billete. Apoyé mis codos en la barra, inclinándome hacia el barman.
—¿Puedes decirnos dónde encontrarla? —pregunté.
El joven me observó, bajando su cabeza hacia mí.
—Podría fijarme la dirección en la que vive, debería estar en su ficha. Pero eso me metería en problemas…
Ya estaba en el baile solo me quedaba bailar. No era como si estuviera haciendo algo malo.
—Por favor.
Moví mi pelo hacia un costado, ofreciéndole el billete. Me sentí más tonta que atractiva, aunque a juzgar por su mirada, estaba funcionando.
—Espera aquí —dijo, sacando el billete de mis dedos.
Sonreí, haciéndole ojitos. Lyn estaría orgullosa. Me acomodé en el banco, contenta ante mi hazaña.
—Mantener mis manos lejos de ti se está volviendo difícil —dijo Galen—. Sabía que esos ojos inocentes escondían a una chica mala.
Revoleé mis «ojos inocentes».
—No te ilusiones —respondí.
Indicó la copa llena frente a mí y negué con la cabeza. Nada de Suspiro de virgen para mí. Si tomaba eso, no sabría ni cómo me llamaba. Y Galen no era Marcus.
—Debes sentirte sola, despreciada… —continuó.
Me concentré en su banco, haciendo que este se sacudiera. Galen se sujetó contra la barra para evitar caer. Era una advertencia. Un recordatorio de que podía usar mi magia para mantenerlo en su lugar.
—Me siento bien —repliqué.
El barman regresó y puso un pequeño pedazo de papel en mi mano de manera disimulada. Cerré mis dedos sobre él, presionándolo contra mi palma. Tenía la dirección.
—Confío en que guardarás nuestro secreto —dijo a mi oído.
—Lo haré.
Me sonrió y continuó atendiendo. Guardé el papel en mi bolsillo. No había necesidad de seguir allí, no era tan tarde, podíamos ir por Sheila. Me pregunté cómo reaccionaría si la molestábamos en su casa.
—Gal, veo que eres un hombre de hábitos.
Un desconocido palmeó la espalda de Galen, saludándolo de manera amistosa. Este se puso de pie y estrechó su mano. Lo había llamado «Gal», sabía quién era, su verdadero nombre.
Se veía de la misma edad que él, unos veintisiete, veintiocho años. Piel lisa y perfecta, largo pelo rubio, intensos ojos grises. ¿Era un Antiguo?
—¿Qué te trae por aquí? ¿Cazando? —preguntó.
Acento británico. ¿Cazando? ¿Dijo cazando?
—Un favor a una querida amiga —respondió, inclinando su cabeza hacia mí.
El recién llegado me ojeó con interés.
—Devon Windsor —se presentó, ofreciéndome su mano.
La tomé. Sus dedos se cerraron sobre los míos, haciendo más presión de la necesaria. El gesto hizo que la magia cosquilleara por mi sangre. Una señal de alerta.
Retiré mi mano. Devon llevó la suya hacia su nariz e inhaló. Un gesto prácticamente animal.
—Una bruja —dijo con una sonrisa—. Qué deleite.
Lo miré, desconcertada. ¿Me había… olfateado? ¿Había olido mi magia?
—Ella es Madison Ashford. Lo ves, no hay necesidad de cazar —dijo Galen con una expresión engreída.
—Podrías compartir —sugirió.
Me tiré hacia atrás, pensando un hechizo. Lo último que necesitaba era otra Antiguo. ¿Y por qué eran británicos y apuestos? ¿Cómo era eso justo?
—La señorita está conmigo, D. Sabes que no me gusta compartir —replicó.
Ambos rieron.
—No estoy con él —dije indignada—. No soy un refresco.
Devon me observó.
—Si intentas algo, haré que lo lamentes —le advertí.
—No eres mi tipo —respondió.
Dio un paso hacia mí. Se veía serio, intimidante. Con una presencia imponente.
—Me gustan las doncellas en peligro, dulces e inocentes. Tú no calificas.
Tras eso se alejó. Lo seguí con la mirada, alerta de que no intentara nada. Me alegraba de que no me viera al igual que una doncella en apuros, no quería volver a estar en ese lugar. Nunca.
—Debió verte la noche en que nos conocimos. Tan dulce… —dijo Galen.
Lo ignoré.
—¿Cuántos Antiguos hay?
—No muchos —respondió.
La música se volvió más lenta, sensual. En una de las esquinas una chica de pelo rosa esposaba a un joven que se veía bastante normal, recostándolo contra el sillón. Una fina línea de sangre brillaba en su mano. La chica la lamió y luego lo besó, manchando sus labios con sangre. La imagen me revolvió el estómago. Había olvidado lo perturbador que podía ser ver algo así.
Aparté la mirada, llevándola a un muchacho en el otro extremo de la barra. Era apuesto y masculino, con tupido pelo dorado. Lo observé boquiabierta. La escasa luz no me dejaba ver con claridad, pero juraría que se trataba de Michael. Bebía un trago de manera casual, mientras hablaba con una mujer, una barman.
Caminé hacia él, cegada por una ola de emociones. ¿Qué hacía allí? ¿Venía a menudo? ¿Quién era la mujer? ¿Solo pedía un trago?
Sus ojos me encontraron antes de que llegara hasta él. Se tomó su tiempo, observando mi atuendo, y levantó sus cejas.
—Esto es una sorpresa. Te ves bien, Ashford.
Odiaba que me llamara igual que Marcus para fastidiarme.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
Levantó una copa, aireándola.
—Tomo algo, me relajo —respondió—. ¿Qué haces tú aquí?
Abrí la boca y la volví a cerrar. No estaba segura de decirle sobre Sheila. La mirada de Michael pasó a alguien que estaba detrás de mí. Galen. Este vino a mi lado, dejando claro que estábamos juntos.
—Solo cuido de ella, viendo que ya sabes… A ti no te importa —dijo el Antiguo.
Michael le clavó la mirada. Por un momento pensé que se arrojaría sobre él o lo atacaría con magia. Nada. Tomó un sorbo de su trago, regresando la atención a la mujer tras la barra.
—Estoy buscando a una bruja que puede ayudarte, Sheila —dije—. Trabaja aquí.
—Suerte con eso —respondió en tono frío.
Me acerque a él, poniendo una mano en su hombro.
—Solo vine con él porque conoce a alguien que puede ayudarte —dije en tono suave.
—No me importa lo que hagas.
Sus palabras fueron una bofetada.
—Michael…
Busqué sus ojos.
—Intento relajarme, estás arruinando mi noche —dijo.
Contuve una lágrima. Me prometí que sería fuerte e iba ser fiel a eso.
—Bien —lo espeté.
Me alejé de él. No había necesidad de exponerme a sus comentarios, lo mejor sería evitarlo hasta deshacerme del estúpido maleficio de Alexa.
—Disfruta tu trago, me aseguraré de cuidar a tu chica —dijo Galen.
Se apresuró detrás de mí, siguiéndome hacia la salida. El gélido aire de la noche abrazó mi cuerpo, envolviéndome en su fría presencia. Pateé la pared del largo callejón; estaba frustrada. Algo que lamenté en cuanto mi pie chocó contra el ladrillo. Reprimí un sonido de dolor. Ver a Michael así me alteraba más que cualquier otra cosa.
Una pila de nieve con barro cubría los bordes de la pared, intenté no pisarla para evitar resbalarme. El callejón era angosto, oscuro. La lámpara sobre la puerta roja que llevaba al club era el único medio de iluminación y titilaba con frecuencia.
—¿Estás bien?
Galen apareció a mi lado y corrió un mechón de pelo que caía en medio de mi rostro. Sus dedos se deslizaron por este, acomodándolo detrás de mi oreja.
—Sí —mentí.
Michael detestaba a Galen. ¿Cómo era posible que no reaccionara? ¿Que me dejara ir con él?
—Patear una pared no va a ayudarte.
Inclinó su cabeza hacia un costado, sus ojos sosteniendo los míos.
—Tal vez debería golpear algo más blando —respondí.
Rio sin humor.
—Tal vez deberías besarme. Perderte en la sensación por una noche —dijo, mojando sus labios.
Su mano bajó por mi brazo y se detuvo sobre la piel descubierta de mi estómago. Algo en él era tan… hipnótico. La manera en que se sostenía, la profundidad de sus ojos.
—Hay algo entre nosotros dos…
Chiste, descartando sus palabras.
—Algo físico —continuó, paseando sus dedos por mi estómago—. Nada que involucra sentimientos, sino deseo. Esta allí. Incitándonos, susurrando en nuestros oídos…
Acercó sus labios al costado de mi rostro. ¿Qué pasaría si Michael nos viera así? Si lo obligaba a sentir algo. Enojo.
—Eres hermosa —susurró en tono suave—. Quiero pasar la noche contigo. Recorrer cada centímetro de tu piel, morder tus labios…
Mi corazón se aceleró, moviéndose de manera violenta. Su respiración acariciaba mi oído, haciendo que un cosquilleo bajara por mi espalda. Invoqué mi magia. No tenía ninguna garantía de que Michael vendría por mí y la situación se estaba tornando peligrosa. Nunca estaría con él, no cruzaría esa línea.
Le di un empujón y usó su cuerpo para retenerme allí.
—Si valoras tu vista, sal de mi camino —le advertí.
Besó mi mejilla, sus labios un cálido refugio del frío.
—Admítelo… —susurró.
—Me controlaste contra mi voluntad, tomaste mi sangre. No voy a estar contigo, Galen —dije en tono firme—. Amo a Michael sin importar lo difícil que sea estar cerca de él.
—Sé que una pequeña parte de ti lo quiere. Que te gusta cuando haga esto…
Sus labios, suaves cual pétalos rosa, regresaron a mi mejilla.
—«La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella» —dijo sosteniendo mi mentón.
Reconocía esas palabras. Eran de un libro. El retrato de Dorian Gray. «El único medio de deshacerse de una tentación es ceder a ella. Si la resistimos, nuestra alma se enferma, deseando las cosas que se le han prohibido».
Su mano se posó en mi cintura, prometiéndome un buen rato.
Marc, Galen. ¿Qué rayos sucedía conmigo? Era como si estuviera enojada con el mundo y no pudiera dejar de meterme en problemas. Algo en mí estaba roto.
Michael vendría por mí, tenía que hacerlo. Verme en esa situación rompería el maleficio.