Al otro día me desperté insegura de si mi encuentro acalorado con Michael habido sido cierto o una fantasía. La marca violeta en mi cuello aclaró el asunto. Era la primera vez que alguien me dejaba ese tipo de marca.
Anoche había sido… intenso. Diferente al resto de las veces que había estado con Michael. Las escenas en mi cabeza pasaban de sexys a candentes y a salvajes.
Destellos de sus emociones se habían liberado por unos segundos, haciéndome saber que seguía allí, esperando a ser liberado. Su cuerpo se había sentido igual que siempre. Sus manos, su pelo. Cada detalle que adoraba de él.
Apenas había dicho unas palabras antes de irse y estaba bastante segura de que había palmeado mi trasero cuando salí del auto. Una versión brusca e insensible de Michael.
Me pregunté qué pensaría de todo eso cuando recuperara sus emociones.
Suspiré. La marca en mi cuello no era la única evidencia de lo que habíamos hecho. Su aroma estaba impregnado en mi piel. Fuerte, masculino. El recorrido de sus dedos un delicioso camino que recordaba con precisión.
Un encanto oscuro se había apoderado de mí. Todas las chicas fantaseábamos con portarnos mal de vez en cuando, era parte de crecer, pero los eventos de anoche habían llevado esa fantasía a otro nivel.
La magia, el peligro, me estaban afectando.
Busque el pantalón de cuero de Lyn, tomando el pequeño papel del bolsillo. Necesitaba pegarle una visita a Sheila Berlac. Consideré mis opciones. Galen estaba fuera de la cuestión, las hermanas Westwood habían estado distraídas y Michael era impredecible. Tampoco quería poner en peligro a Lucy.
Pensé. Había alguien que podía ayudarme, la única persona que se alegría de ver a Alexa.
Desayuné algo rápido y me apresuré hacia el café donde trabajaba Samuel.
El café literario era acogedor. Estantes con libros en las paredes, cuadros con frases célebres, mesas redondas con sillas cómodas. El lugar realmente invitaba a tomar alguna bebida reconfortante y leer.
Lyn sabía lo que estaba haciendo cuando le consiguió un trabajo a Samuel. El ambiente era perfecto para alguien como él.
Me acerqué al mostrador. Samuel Cassidy acomodaba tres tazas de café sobre una bandeja. Camiseta gris, jeans, delantal verde. Sus ojos estaban concentrados en la tarea y se veía más compuesto de lo que jamás lo había visto.
Levantó la bandeja con cuidado, balanceándola en su mano. Aguardé a que entregara la orden y lo llamé con un gesto. Sus labios formaron una gran sonrisa.
—Hola, Sam.
—Bienvenida a Una Taza de Hamlet —dijo abrazándome y enseñándome el lugar—. Era hora de que pasaras.
Lo miré a modo de disculpa, no pasábamos tiempo juntos desde hacía unos días.
—Te ves… contento.
Iba a decir prolijo, pero esa no era la palabra. Su flequillo desmechado y la tintura negra le daban un aspecto rebelde.
—Tú te ves… diferente.
Maquillaje oscuro. Suéter negro. Mi chaqueta. Lo único con un poco de color era la bufanda de Michael que tapaba la marca en mi cuello. ¿Qué podía decir? Me sentía mala.
—¿Tienes un minuto? —pregunté.
—Seguro, te prepararé un macchiato —dijo contento.
Asentí. Tenía algo de miedo, pero no tuve el corazón para negarme. Lo tomaría sin importar el gusto solo para mantener esa sonrisa.
Me indicó una mesa y se tomó un buen tiempo preparando el café. Aguardé paciente hasta que se sentó frente a mí, entregándome una taza de porcelana azul. La tomé en mis manos, observando el contenido. Tenía buen aspecto. La superficie era espumosa, una mezcla de blanco y marrón claro.
—Lo preparé especial para ti, Rose.
Sonreí y lo acerqué a mis labios. Samuel me observó expectante. Tomé un sorbo y después otro, el gusto era bueno, más que bueno.
—¡Sam! Realmente sabes lo que estás haciendo —dije—. Sabe bien.
Sus ojos se iluminaron.
—Lyn estaba en lo cierto, esos videos de YouTube sirven para algo. Aprendí de un sujeto mexicano llamado Luis —respondió.
Reí, regresando mis ojos a la taza.
—¿Cambiaste el alcohol por macchiatos? —pregunté.
—A veces. Algunos días son mejores que otros —respondió—. ¿Tú ya no lloras?
—Algunos días son mejores que otros —repliqué.
Intercambiamos una mirada significativa.
—Encontré a alguien que me puede ayudar, una bruja que practica Necromancia. Pensé que tal vez… Te gustaría acompañarme. —Hice una pausa y agregué—: ¡Si quieres! Si no solo di que no. Lo entiendo.
Samuel se movió en su asiento. Tomé el café, dándole tiempo para pensar.
—He estado pensando en acudir a un necromance. Se lo sugerí a Michael, pero no me hizo caso. Iré contigo —respondió.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Sí, necesito hablar con Alexa —respondió en tono firme.
Allí estábamos. Tomando café y hablando sobre invocar al espíritu de alguien muerto para tener una conversación. Momentos como ese me hacían darme cuenta de lo mucho que mi vida había cambiado.
—¡Cassidy!
Alguien lo llamó desde la barra, indicándole que regresara a trabajar.
—Pasa por mí a las seis —me dijo—. Y trae dinero, esas cosas siempre requieren efectivo.
Pasé el resto del día adelantando trabajos para mis clases e intentando no pensar en lo que íbamos a hacer. Galen me había enviado varios mensajes de texto ofreciéndose a acompañarme y los había ignorado. Las cosas se habían complicado la última vez y no confiaba en sus promesas de comportarse. Además, Samuel era un brujo, entre los dos estaríamos bien. Junté mis ahorros y le pedí a Marc que me prestara su auto. Había alquilado uno por el semestre, lo cual era más que conveniente. Me encantaba manejar y siempre dejaba las llaves a mano en caso de que lo necesitara. Imprimí el camino hacia la casa de Sheila y pasé a buscar a Samuel.
Lo distinguí media cuadra antes del café, balanceándose sobre sus borceguíes, manos en los bolsillos. Había aumentado un poco de peso y aun así se veía flaco.
Al verme salió del trance en el que estaba y se subió al auto. Le entregué el mapa impreso, pidiéndole que me guiara. Esperaba que fuera bueno con las direcciones, ya que yo era un desastre. Las indicaciones más simples lograban confundirme.
Subí la calefacción, mientras Sam se perdía en la ventanilla. El día estaba gris y húmedo, ideal para comunicarse con el más allá. Pensé en qué decir para convencer a Alexa de que me diera la ubicación de la caja. No había nada que pudiera ofrecerle a cambio y dudaba que rogar ayudara. Me concentraría en Michael, en sus sentimientos por él. Si alguna vez lo había querido, no podía hacerlo sufrir de esa manera.
—Rose, me gusta tu luz.
Samuel giró su cabeza en mi dirección.
—¿De qué hablas? —pregunté.
—Cuando el mundo se vuelve… pesado, es fácil dejarse arrastrar por la oscuridad. Créeme, sé al respecto. Todo se complica y llega un punto donde dejamos de pelear contra lo malo y nos entregamos a ello. —Su mirada se volvió triste—. No lo hagas.
—Sam…
—Sé que es fácil y tentador, pero no lo hagas —repitió.
Sabía de lo que estaba hablando. La forma en que me estaba comportando, mi vestimenta. Sus ojos celestes se veían afligidos e implorantes.
—Lyn coquetea con el lado oscuro y está bien —repliqué.
No quería asegurarle que estaría bien porque la verdad era que no lo sabía. No quería mentirle.
—Lyn acepta quien es sin perderse en los vicios. Es valiente.
Su respiración se entrecortó y permaneció en silencio. La expresión frenética en su rostro me decía que se había topado con algún tipo de revelación.
—¿Sam?
No respondió. Se inclinó hacia la ventanilla, carente de palabras. ¿Estaba pensando en Lyn? Se mantuvo así por un rato, solo hablando para darme indicaciones.
El barrio al que entramos gritaba «territorio inseguro». Calles desiertas, construcciones descuidadas, grafitis por todos lados. Nos detuvimos en la última casa de una calle sin salida. Un sombrío árbol de ramas secas ocupaba la mitad del pequeño parque delantero.
—¿Seguro que quieres venir? —pregunté.
Samuel volvió su atención a mí y luego a la casa.
—¿Llegamos?
—Así parece.
Bajamos del auto y caminamos lentamente hacia la puerta. La casa tenía aspecto normal. Simple, tejas oscuras, paredes cubiertas de enredaderas.
El timbre consistía en una campana con un esqueleto colgando de ella. Tétrico. Samuel la tocó sin darme tiempo a pensar. El «dong» «dong» «dong» erizándome la piel.
Puse una expresión seria, intentando verme compuesta. «Nada de miedo, muéstrate ruda. De lo contrario, no te tomará en serio», pensé.
La puerta se abrió con un crujido y reveló a una mujer afroamericana de unos treinta y algo de años. Lo primero que noté fue lo atractivo y sombrío que era su rostro. Y esos ojos… tan oscuros y llenos de poder.
—¿Sheila Berlac? —pregunté.
Mi voz sonó más débil de lo que me hubiera gustado.
—¿Quién pregunta?
Nos miró de arriba abajo sin alterar su expresión.
—Nos conocimos en otra oportunidad, haces dos años —dijo Samuel.
¿Qué? La mujer se concentró en él, sus labios contorsionándose como los de una serpiente.
—Mmmm, lo recuerdo. Viniste por la chica de la sonrisa dulce. —Hizo una pausa, pensando—. Cecily.
El cuerpo de Samuel se endureció.
—No pensé que volvería a verte, no con vida —dijo con una risa maliciosa—. Tu corazón estaba demasiado perdido.
Sus puños se cerraron y tome su mano, acercándome a él.
—¿Vienes por ella? —preguntó Sheila.
—No, vengo por mi hermana —respondió.
Otra risa que me heló la sangre.
—Pobre joven —replicó la bruja, sus ojos se volvieron a mí—. ¿Qué hay de ti?
—Su hermana hizo un maleficio sobre mi novio, Corazón de Piedra, necesito…
—La caja —me interrumpió—. «La caja de cristal servirá de prisión para sus emociones y su corazón se volverá duro y vacío».
Tragué saliva. Sus palabras sonaron al igual que una sentencia.
—¿Trajeron dinero? —preguntó con interés.
Asentí.
—Pasen.
Se movió de la puerta, invitándonos con un gesto. Avancé junto a Samuel. Este sujetó mi mano con fuerza, su hombro sin separarse del mío.
El centro de la sala se encontraba vacío. Estantes y estantes de cosas rodeaban las paredes. Desde calaveras a velas, libros y helechos. El lugar poseía una energía intensa, un velo que cubría todo, separándonos de algo sombrío y distante.
Sheila pasó a mi lado, indicándonos que nos sentáramos en el piso de madera.
—¿Quieren que convoque a su espíritu o que despierte su cuerpo? —preguntó—. Si es la segunda, necesitaré tierra de su tumba.
La miré estupefacta.
—Su espíritu —respondió Samuel.
Nuestras manos seguían juntas, su rodilla tocando la mía.
—¿Dices que era tu hermana? —preguntó Sheila—. Bien. Un poco de sangre bastará. ¿Su nombre?
—Alexa Cassidy —respondí.
La bruja sonrió, mostrando sus dientes.
—He oído ese nombre. La chica… sentí sus sacrificios. Poder. Tinieblas. Lobos. Sé lo que hizo —dijo con la mirada perdida—. Controlarla no será fácil.
—No me importa —dije.
—Te costará. Seiscientos —dijo Sheila.
—De acuerdo.
Pagaría lo que fuera por liberar a Michael. Saqué el dinero de mi jean y se lo entregué. Sheila lo guardó en su extraño vestido gris y comenzó a juntar ingredientes.
—Rose, pase lo que pase, no sueltes mi mano —me pidió Samuel.
—Lo prometo.
Apreté mis dedos sobre los suyos, acompañando mis palabras. Sheila Berlac tomó una tiza blanca y trazó un gran círculo alrededor de nosotros, quedándose dentro de él. Dibujó unos símbolos que nunca había visto junto a la línea y luego colocó una vela negra en un extremo y otra blanca en el otro.
Se sentó frente a nosotros depositando una rama con hojas verdes y pequeñas flores amarillas, y lo que aparentaba un puñado de tierra con raíces, en un recipiente de vidrio. Las raíces eran gruesas, cubiertas de largos tentáculos verdosos.
—Artemisia absinthium y raíz de solomon —dijo.
Asentí, sin saber qué decir.
—Tu sangre será suficiente para encontrarla —dijo Sheila—.Tu sangre era su sangre.
Samuel estiró su otra mano hacia ella. Se veía decidido. La bruja sacó un cuchillo y la pasó por la palma de su mano, trazando una línea de sangre.
—¿Esto es lo que quieres? —me preguntó, mirándome—. Una vez aquí, permanecerá hasta que el fuego se extinga.
—Sí, necesito romper el maleficio —repliqué.
Sheila apartó el cuchillo de Samuel y lo apoyó en el recipiente de vidrio. Gotas de sangre cayeron de este, aterrizando en las hojas. Seguí el recorrido de las gotas rojas a lo largo de la rama. La primera de ellas en caer sobre la raíz generó una gran llama, haciendo que todo ardiera.
Un espeso humo gris se elevó del recipiente, creando una fantasmagórica figura en el aire.
—Que mi voz cruce el velo y alcance a ellos que ya no escuchan. Reconoce mi lealtad y otórgame el paso. Tú que reclamas a quienes dejan este mundo en tu reino de sombras, concédeme el paso —recitó la bruja—. Oigan el nombre que regresó a este mundo. Yo te llamo, Alexa Cassidy.
Mi cuerpo tembló levemente. Sheila se veía aterradora. Sus ojos se habían vuelto blancos y sus párpados vibraban de manera violenta. El humo comenzó a moverse en forma de espiral y las dos velas que había colocado en los extremos se apagaron abruptamente.
En ese instante, todo cambió. El aire se volvió gélido, raspando contra mi piel. Una sensación de lo más extraña invadió mi cuerpo. Me sentía… atrapada. Estancada en el tiempo. La habitación que nos rodeaba se volvió borrosa y no lograba ver nada fuera del círculo.
—Yo te llamo, Alexa Cassidy —repitió Sheila.
Samuel apretó mi mano al mismo tiempo que ella apareció. El humo se disipó por completo, dando lugar al espíritu de Alexa. Su piel grisácea tenía todo tipo de cortes, las heridas que había sufrido antes de morir. Sus ojos verdes se abrieron, revelando un sinfín de furia, angustia y locura.
Abrí la boca y la volví a cerrar. Miedo no abarcaba todo lo que sentía. Algo en ella era tan… fuerte y retorcido.
Alexa me observó como si fuera a enterrar su mano en mi pecho hasta arrancar mi alma.
—Hermana…
La voz de Samuel llamó su atención. Ambos se miraron por un largo instante. Un aura negra coronaba la cabeza de Alexa. Todo en ella irradiaba energía oscura y descontrolada. Ni siquiera estaba segura de cómo tenía el valor para mirarla.
—Debí saber que me llamarías. Es una de tus adicciones, llamar a los muertos… —dijo Alexa.
Su voz era un sonido muerto, distante.
—¡Y tú! Sé lo que quieres. No lo tendrás —dijo volviéndose a mí.
Respiré. Estaba allí para enfrentarla, no podía acobardarme.
—No tienes idea del daño que le has hecho. No puedes dejarlo así, Alexa. Si alguna vez te importó, por favor, dime dónde está —dije en tono suave.
Sus pálidos labios esbozaron una cruel sonrisa.
—No lo haré. Ja… no lo haré —dijo.
La risa que le siguió fue un sonido nefasto. Tanta maldad.
—Sheila, oblígala —le pedí.
La bruja, quien seguía en estado de trance, levantó sus brazos hacia ella.
—Te ligo a mi voluntad, espíritu. Yo reino en este plano al que te he traído.
—¡NO! —gritó Alex.
El suelo se sacudió. Mis dedos se entrelazaron con los de Samuel.
—Admiro tu trabajo, pequeña Grim, pero tu poder no supera el mío. Te obligo a que hables. Obligo tu palabra —dijo Sheila—. ¡Dilo, Alexa Cassidy!
La madera vibró contra mis piernas, sacudiéndolo todo. El exterior del círculo se volvió más difuso, haciéndome pensar que habíamos dejado la sala. El aire era tan frío que podía ver mi respiración.
—¡DILO, ALEXA CASSIDY!
Alexa enterró las manos en su pelo, retorciéndose en el aire. La imagen hizo que el corazón se me saliera del pecho. Tanta agresión. Su cuerpo casi traslúcido comenzó a convulsionarse, doblando sus extremidades. La observé sin respirar, luchando por no pedirle a Sheila que se detuviera.
Ambas gritaron y maldijeron, haciendo que todo a nuestro alrededor se transformara en caos. Sheila tiró su cabeza hacia atrás, sangre cayendo de su nariz hasta cubrir sus labios.
—¡DILO, ALEXA CASSIDY!
Una fuerza invisible nos empujó hasta la línea del círculo. Mi cabeza resonó como si hubiera golpeado contra una pared. Me aferré a la mano de Samuel, obligándome a mantener la calma.
—¡AAAAHHHHH!
El grito de Alexa fue el sonido más desgarrador que escuché en toda mi vida. Peor que la voz del espíritu de Katelyn Spence.
—¡DILO!
Sheila trazó una figura con sus manos. La sangre continuaba brotando de su nariz, cubriendo su mentón y cayendo sobre la ropa.
El suelo se sacudió de nuevo, la peor sacudida de todas. Volví a golpear contra la línea del círculo, el dolor nublando mi visión.
—El jardín… La caja está enterrada en el jardín de Michael —respondió Alexa finalmente.
Mi cuerpo se aflojó aliviado.
—¡Los odio! ¡Los odio a todos! —gritó Alexa—. ¡Nunca serás feliz con él!
Las llamas del recipiente de vidrio comenzaron a extinguirse, haciendo que su espíritu se volviera más traslúcido.
—Lo siento, Alexa. Lamento no haber sido un mejor hermano. Lamento que estés muerta. Solo quiero que estés en paz —dijo Samuel.
Su pecho bajaba y se elevaba, mientras que el cuerpo del espíritu de Alexa carecía de todo tipo de movimiento.
—Samuel.
Alexa fijó sus ojos en él y creí ver un destello de algo más humano entre todo su odio y agresión. Estiró su brazo, el cual se desvaneció en medio del gesto. Las llamas chasquearon una última vez antes de desaparecer. Y las dos velas en los extremos del círculo volvieron a prenderse.
—Lo siento, Samuel —susurró su voz.
Nuestras manos estaban cubiertas de sudor. Apreté sus dedos gentilmente, recordándole que estaba allí. Los ojos de Samuel eran una laguna de emociones. Temí que la situación hubiera sido demasiado, pero aparentaba estar en control.
Sheila dejó escapar un sonido ronco, regresando en sí. Se veía exhausta. Ojos rojos, respiración agitada, rostro ensangrentado.
—Sí que dio una pelea —dijo pasando una mano por su pelo trenzado—. Te costará mil.
Pensé en protestar, aunque no lo hice. Tenía la información que necesitaba, la caja con el lienzo estaba enterrada en el jardín de Michael. El inmenso jardín de Michael.
Una vez que le pagué, recitó unas palabras, borrando el círculo de tiza. El resto de la sala se volvió visible de nuevo.
Me abracé a mí misma, intentado reconfortarme. Mi cuerpo aún se sentía frío y me dolía la cabeza. Samuel me ayudó a ponerme de pie, abrazándome.
—Dijo que lo sentía, Alexa te quería… —dije palmeando su espalda.
Este asintió contra mi hombro.
—Al menos pude disculparme —dijo.
Sheila nos observó desde uno de los estantes, tomando una botella negra. Tragó unos cuantos sorbos y luego limpió su rostro con un pañuelo.
—Tienen lo que buscaban, pueden retirarse.
Nos acompañó hasta la puerta y extendió su mano hacia Samuel. Este la tomó de mala gana y el rostro de Sheila cambió de nuevo. Sus ojos girándose hacia atrás.
—Si no sales de tu tumba emocional, terminarás sepultado en compañía de los gusanos. Lo veo… Vive o muere, Samuel Cassidy —dijo en tono ido—. Una chica de espíritu salvaje, la veo, eres tú quien no la ve.
Samuel retiró su mano de manera brusca. Por un momento, creí ver color en sus mejillas. Sheila extendió su mano hacia mí. Dudé.
—Es parte del precio, pequeña bruja. Me gusta saber cosas que los demás ignoran —dijo en un tono que me intimidó.
Miré a Sam y este me indicó que lo hiciera. Apoyé mi mano, temiendo lo que iba a escuchar. «Dime que Michael volverá a ser el mismo y todo estará bien», rogué en silencio.
—Cuida tus espaldas, Madison Ashford, su traición será peor de lo que crees.
Sus palabras sacaron el aire de mi pecho.
—¿De quién está hablando? ¿Qué traición? —pregunté.
Sheila parpadeó, aquella sonrisa venenosa regresando a sus labios.
—Vuelvan a visitarme, chicos —dijo, empujándonos por la puerta.