De regreso en el auto, llamé a todos y les indiqué que fueran a la casa de Michael. Las palabras de Sheila se repetían en mi cabeza de manera constante. ¿Quién iba a traicionarme? ¿Podía ser que Michael hubiera estado haciendo cosas a mis espaldas?

—Necesito un trago —dijo Samuel.

—También yo —respondí.

Su pie golpeaba contra el piso del auto de manera nerviosa.

—¿A qué se refería Alexa cuando dijo que era una de tus adicciones? ¿Acudiste a Sheila para ver a Cecily? —pregunté.

—Iba todas las noches. Cecily me rogó que no lo hiciera, pero necesitaba verla —respondió—. Sheila la llamó hasta que me quedé sin dinero.

—Sam…

Pensé en la advertencia de la bruja, si no comenzaba a vivir iba a morir. La chica de espíritu salvaje tenía que ser Lyn.

—¿Crees que lo que dijo es verdad? —pregunté.

—Siempre es verdad…

Cada uno regresó a sus pensamientos. Para cuando llegamos a la casa de Michael, todos estaban allí. Marc, Lucy, Ewan, Maisy, Michael y Lyn. Los seis estaban distribuidos en el living. Mai­sy se encontraba alejada del resto, sentada en las escaleras. Era la primera vez en semanas que ella y Marc estaban en una misma habitación. Este la miraba desde un sillón, haciendo nada por disimularlo.

Al vernos, Lyn nos exigió una explicación y todos nos miraron expectantes. Me paré frente a ellos y relaté todo lo sucedido. Todo a excepción de las advertencias de Sheila.

Samuel me observó con una mirada paranoica y no se relajó hasta que terminé de hablar.

—¿La caja de cristal está en el jardín? —preguntó Maisy incrédula.

—¿Invocaron un espíritu? —preguntó Marc.

—Nadie te pidió que fueras —espetó Michael.

—Debiste llevarme contigo —dijo Lucy.

—¿Le enviaste mis saludos a Alexa? —preguntó Lyn.

Todos hablaron al mismo tiempo. Hice un gesto para callarlos, irritada ante todas las voces.

—Lo único que importa es que esa caja está allí afuera —di­je—. ¿Pueden hacer un hechizo para encontrarla?

—No, lo intentamos. Alexa debió usar un conjuro para repeler los nuestros —dijo Maisy.

Maldita.

—Bien, entonces haremos esto con nuestras propias manos. Michael, ve por palas —dije.

Permaneció sentado, pretendiendo no haber escuchado. ¿Qué sucedía con él? Estábamos tan cerca de terminar con ese maleficio.

Samuel dijo que seguramente habría alguna en el invernadero y se levantó. Fui tras él, indicándole a los demás que nos siguieran.

Encontramos cuatros palas. Marc, Samuel, Ewan y yo tomamos una, mientras que Lucy dijo que iría a comprar más y Maisy se apresuró a unirse a ella.

Cavar pozos en el jardín no fue una tarea divertida. Menos cuando estaba cubierto de nieve. No sabíamos por dónde comenzar a buscar o hasta qué profundidad cavar por lo que no hicimos mucho progreso. Ewan dijo que era mejor mantenernos en los terrenos cerca de la puerta ya que Alexa no debió tener demasiado tiempo para esconderla antes de que llegáramos a la casa. Tenía sentido.

Excavamos y excavamos hasta estar cubiertos de tierra. Dusk también nos ayudó, haciendo sus propios pozos y olfateando por todo el jardín.

—¿Cómo es que Mic no está haciendo nada? —pregun­tó Lyn.

Su ropa y pelo se veían impecables. Probablemente porque se había rehusado a tocar tierra, aunque ayudaba trayéndonos refrescos.

—No lo sé. No lo entiendo… —repliqué.

Me apoyé sobre la pala, tomando un descanso. Mi espalda estaba en pedazos y me sentía sucia y transpirada. Iba por mi sexto pozo y me encontraba tan cansada que apenas podía levantar la tierra.

Samuel se acercó a nosotros, sentándose sobre el pasto y la nieve. El pobre se veía al borde de un infarto, me pregunté si alguna vez había hecho algún deporte o actividad física.

—Creo que estoy muriendo —se quejó.

El flequillo le caía sobre el rostro en un lío de sudor y parecía tener los brazos acalambrados.

—Apuesto a que estás extrañando esa petaca —lo molestó Lyn.

Samuel levantó sus ojos hacia ella.

—Definitivamente podría usar una —concedió.

Marc se acercó a nosotros, cargando la pala en su hombro. De todos era el que había hecho más progreso.

—Esto es inútil, el terreno es demasiado extenso, podría estar en cualquier parte del jardín. —Al verme hizo una pausa y agregó—: No te preocupes, Mads. Lo encontraremos.

Enterré el borde de la pala en la tierra, hundiéndolo con patadas. Mis manos temblaron un poco, exigiendo un descanso.

—Déjame ayudarte —dijo Marc.

Sus manos tocaron las mías y ambos nos miramos. Desde aquella noche en la que bebimos de más en su departamento las cosas habían estado algo extrañas entre nosotros. Principalmente en lo que involucraba contacto físico.

—Estoy bien…

—Sí, lo siento —se disculpó.

Ambos nos estábamos esforzando por olvidarlo y regresar a nuestra relación habitual, pero siempre había algún gesto o algo y de repente se tornaba incómodo.

—No todos tenemos tus músculos —dije bromeando.

Rio, relajándose.

—Supongo que no —replicó.

Samuel hizo una mueca. Él y Marc no se llevaban mucho dado que no tenían nada en común. Lucy y Maisy regresaron al poco tiempo cargando más palas. Maisy las apoyó en el suelo y se cruzó de brazos, dejando en claro que no tenía intención de usarlas.

—¿Encontraron algo? —preguntó.

Negué con la cabeza.

—Esto es agotador, iré por una cerveza —dijo Lyn.

¿Agotador? No había hecho nada.

—Iré contigo —dijo Samuel.

La siguió en silencio. La forma en que la miraba me recordó a un niño intentando descifrar un rompecabezas, preguntándose si las piezas encajaban.

Maisy comenzó a caminar tras ellos y Marc se interpuso en su camino. Bajé la mirada hacia el montículo de tierra, aparentando estar lo más ocupada posible para no estorbar.

—He estado trabajando en una canción, algo para ti… —dijo.

Eso explicaba todo el ruido con la guitarra a la una de la madrugada.

—No es necesario —dijo Maisy.

Marc largó un sonido exasperado.

—Estás siendo tonta, deberíamos estar juntos.

—¡Tú eres el tonto! —replicó ella.

Tierra, concentrarte en la tierra.

—Mais…

—No. No puedo hacer esto. —Hizo una pausa y agregó—: Solo… déjame en paz.

Se alejó corriendo, apenas esquivando uno de los pozos. Marc la siguió con la mirada, peleando contra sí mismo para no ir tras ella.

—Estoy cansado, iré a casa —dijo sin mirarme.

—De acuerdo.

—Seguiré mañana.

—Gracias, Marc.

Lucy y Ewan se quedaron conmigo hasta que comenzó a anochecer. Nada. Solo un montón de tierra. Acomodé mi colita de pelo y limpié mi rostro. Ewan Hunter llevaba su suéter remangado. Lo observé. Zapatos embarrados, pelo un poco despeinado. Era la primera vez desde que lo conocía que no se veía impecable. Lucy también debió notarlo, ya que bromeó sobre su aspecto.

Era lindo verlos juntos, algo en ellos era tan tierno y sencillo. Ewan se ofreció a llevarnos y dije que regresaría después.

La casa se encontraba silenciosa. Subí por las escaleras y fui hacia la habitación de Michael. Estaba sentado al borde de su cama lanzando dardos a un tablero redondo en la pared. Se veía tan… distante.

El dardo escapó de su mano trazando una trayectoria perfecta hacia el centro del tablero. Justo en el blanco. A juzgar por su mirada debía ser magia, había sido demasiado preciso.

Golpeé la puerta, anunciándome. Michael tomó otro dardo, haciéndolo girar en sus dedos. ¿Qué era esa nueva atracción a los objetos filosos?

—Todavía no encontramos nada, mañana seguiré buscando —dije.

No respondió. Me ignoró por completo, lanzando el dardo por el aire. Este pasó cerca de mí, rozando mi pelo y luego cambió su trayectoria hacia el tablero.

—¡¿Qué sucede contigo?! He estado excavando durante horas para poder salvarte y me usas de blanco —lo espeté.

Se dignó a mirarme.

—Nadie te pidió que lo hicieras —replicó Michael.

Consideré arrancar los dardos del tablero y arrojárselos a él.

—Anoche…

—Fue divertido —terminó por mí.

Su voz sonó fría, restándole importancia.

—¿No te importa romper el maleficio? —pregunté fastidiada.

—No. Ese es el punto, nada me importa. No me importa que pasen horas cavando, ni lo que tú sientas, ni tú. No me importa —dijo.

Sus ojos se veían más oscuros que la noche anterior. Algo me decía que cada vez que peleaba por liberarse, la magia lo sometía con más fuerza. Como dar un paso y retroceder tres. No era la primera vez que mostraba un mínimo de emoción y luego empeoraba.

Avancé hacia la cama y me senté a su lado.

—Sé que en este momento mis palabras no significan nada, pero necesito decirlas. Te amo, aun cuando apenas te reconozco y no voy a detenerme hasta destruir esa caja de cristal. He estado haciendo tonterías, sintiéndome enojada e impulsiva, y todo vuelve a ti —dije en tono suave—. Te apropiaste de todo, mi cabeza, mi corazón, mi alma, y como resultado de eso me convertí en otra persona. Alguien que se arriesga y lucha por lo que quiere.

—Déjame adivinar, lo quieres es a mí… —me interrumpió Michael.

—Con todo mi ser…

Los dardos se salieron del tablero, regresando a su mano por sí solos.

—Muy conmovedor. ¿Algo más? —dijo Michael.

Que estuviera controlado por magia no hizo que las palabras dolieran menos.

—No, nada más —respondí.

Me puse de pie, yendo hacia la puerta. «No es su culpa, no es su culpa», me repetí. Necesitaba descansar y seguiría con el jardín por la mañana.

—Por cierto, me gusta tu nuevo look. Muy sexy…

Algo en su tono de voz logró sacarme de quicio. Llevé mi mirada hacia uno de los dardos, invocando mi magia. Este voló en dirección al hombro de Michael y lo esquivó en el último segundo.

—Gracias, Michael.