Emma Goth me pasó un libro y lo acomodé en el estante. Rebeca nos estaba haciendo trabajar en la mansión Ashwood de nuevo. Ella y Clara se habían ido a terminar los preparativos para el tercer y último reto, dejándonos a Emma y a mí con una pila de libros.
Ansiaba terminar con todo eso y regresar al jardín de la casa de Michael. Quedaba poco terreno y si Alexa había dicho la verdad, la caja tenía que estar allí.
Me encontraba tan cansada que de seguro perdería el reto. Mis brazos se sentían pesados luego de días de excavar y no había estado durmiendo bien.
—Cody pasará por mí en diez minutos —dijo Emma en tono alegre.
Sonreí. Emma y Cody eran casi tan adorables como Lucy y Ewan. Ella con su pelo lila, él con su pelo azul. Ambos siempre afectuosos y de buen humor.
—Yo me quedaré un rato más —dije.
No quería regresar a casa ni llegar temprano al reto. Quería estar sola. Me encontraba cansada de que todos me preguntaran cómo iba la búsqueda de la caja. Luego de nuestro último encuentro, en el cual Michael me usó de tiro al blanco, apenas podía escuchar su nombre sin quebrarme.
—¿Segura? —preguntó Emma.
—Sí, el claro donde debemos encontrarnos es cerca de aquí. Iré caminando —respondí.
Emma me observó algo preocupada.
—Estoy segura de que recuperarás a tu novio en poco tiempo. No debes preocuparte —me dijo.
—Eso espero.
Sostuve un tomo bordó y lo coloqué junto a otro libro del mismo autor.
—¡Ánimo! No quiero vencerte porque estás toda triste —insistió, chocando su hombro contra el mío.
Sonreí un poco.
—¿Quién dijo que vas a vencerme? —respondí, sacándole la lengua.
—¡Esa es la actitud!
Su risa era tan contagiosa que me hizo reír. Emma era el tipo de persona con la que uno se encariñaba rápido.
—¿Dónde va este? No tiene nombre, ni autor…
Me volví hacia ella y me mostró un libro de portada azul tan gastado que parecía ser gris. Lo tomé en mis manos, inspeccionándolo.
—Iré bajando. ¡Nos vemos en un rato! —saludó Emma.
—Nos vemos allí —le aseguré.
Tomó una mochila cubierta de prendedores y se apresuró hacia las escaleras. Su ansiedad por ver a Cody era evidente. Extrañaba esos días. De ver a Michael era más probable que corriera en la dirección opuesta que hacia él.
Esperaba que todo regresara a la normalidad pronto.
Abrí el libro, curiosa ante la falta de título. La primera hoja estaba en blanco, al igual que la segunda, fue la tercera que finalmente me proporcionó información. Sobre el origen de los Antiguos.
Leí las palabras de nuevo. Era un libro sobre Antiguos. Pasé a la página siguiente, llena de curiosidad.
«Muchos los asocian erróneamente con cuentos de ficción y vampirismo. Los Antiguos son longevos. Individuos con una expectativa de vida mayor a la de cualquier otro humano.
Años de investigación no lograron revelar el primero de ellos ni la identidad de su creador. Sin embargo, mi teoría apunta a que su origen estaría ligado a la leyenda de la Dearg-due en Irlanda. Lo que sí es claro es que el hechizo solo puede ser creado durante la luna de sangre.
Otro dato notorio es que alguien que desee volverse un Antiguo solo puede hacerlo durante sus primeros diez años de vida.
Un hecho que ayuda a explicar su reducido número».
Fui a sentarme en una de las mesas, llevando el libro conmigo. ¿Durante los primeros diez años de vida? Eso significaba que después de cumplir diez años el hechizo no funcionaría. Imaginé a Galen de niño. ¿Quién lo había convertido? ¿Sus padres?
«Los Antiguos se sustentan con la sangre de poseedores de magia. La fuerza vital de vida que corre en la sangre, más la magia en sí, es lo que les permite vivir largos años. Es mi hipótesis que el hechizo que permite que alguien se convierta en un Antiguo dota al cuerpo de una habilidad para extraer y retener la magia al igual que la fuerza vital de la sangre».
Observé mi reloj. Todavía tenía unos minutos. Ojeé el resto de las hojas, buscando algo que me sirviera para entender más sobre Galen.
«He intentado rastrear a los Antiguos por diferentes medios sin llegar a ningún resultado. Conocer a uno de ellos hubiera sido más que fructífero para mi investigación».
El autor de ese libro los había buscado sin dar con ninguno y yo estaba siendo acechada por uno. Eso era irónico.
Me salteé un par de hojas hasta que encontré algo que llamó mi atención:
«Durante mis viajes por Europa logré dar con una bruja que tenía conocimiento sobre el hechizo que se utiliza para crear a un Antiguo. Un secreto que compartió conmigo a cambio de una gran suma pecuniaria».
Me precipité a pasar la hoja, encontrando el hechizo.
Mi corazón se detuvo. ¿La sangre de un poseedor de magia? ¿La vida de una hija de la naturaleza? Por un fugaz instante pude ver el rostro de Lucy con total precisión.
«Su traición será peor de lo que crees», la voz de Sheila Berlac susurró en mis oídos. No había estado hablando de Michael, sino de él.
La luna de sangre se acercaba y Galen había estado juntando todo lo necesario para hacer otro Antiguo.
Lucy era una Gwyllion, una ninfa, lo que me hacía pensar que «Hija de la naturaleza» era otro nombre que aplicaba a ella. Y una de las amigas de Lyn había mencionado que el pendiente de Clara Ashwood contenía una piedra llamada cristal de cuarzo.
El pánico en mi estómago era tan grande que apenas lograba pensar. Lo único que podía hacer era contemplar la hoja del libro con puro horror. Lucy, el pendiente, yo, éramos una lista de ingredientes.
Sujeté mi rostro, gritándole a mi cerebro que reaccionara.
Los padres de Michael y Ewan eran mi mejor opción para detenerlo. Galen no sabía que yo sabía, eso me daba la ventaja. Le diría de vernos y le tendería una emboscada.
El sonido de pisadas hizo que prácticamente saltara hasta el techo. Me puse de pie, manteniendo mis ojos en la puerta. Alguien estaba subiendo por las escaleras. Cada escalón anunciando un nuevo paso.
—¿Crees que esté allí arriba? Ya revisamos el resto de la casa —dijo una voz.
—Es la biblioteca, es un buen escondite.
La voz que respondió hizo que mi corazón se detuviera por segunda vez. Me encontraba bastante segura de que una de las personas subiendo era Gabriel Darmoon, el hermano de Michael y líder del Club del Grim.
—Arriesgamos demasiado al venir aquí para no encontrarlo —continuó diciendo.
Otro crujido me indicó que estaban cerca de la puerta. Diablos, diablos, diablos. Retrocedí, haciendo el menor ruido posible, y me oculté detrás de uno de los estantes.
—¿Estás seguro de que no hay nadie?
—Sí, vi a Emma Goth bajar de aquí hace al menos diez minutos —respondió Gabriel—. Deja de hablar y concéntrate en el pendiente, Zed.
La puerta se abrió con un sonido que lanzo escalofríos por mi espalda. Llevé la mano hacia el bolsillo, buscando mi celular, solo para descubrir que lo había dejado en la mesa junto al libro.
«Respira lento y no muevas ni un músculo», me dije. Los oí moverse por la habitación. ¿Estaban tras el pendiente de Clara Ashwood? ¿El mismo que seguramente había robado Galen?
—No veo más que libros —dijo el otro joven.
—Sigue buscando. Todos se encuentran reunidos para el tercer reto, tenemos tiempo —respondió Gabriel.
Vi una silueta asomándose por la esquina y arrastré mis pies hacia el estante de al lado. Necesitaba mantenerme oculta hasta que se fueran.
¿Qué harían conmigo si me encontraban? Continué retrocediendo, apenas atreviéndome a respirar. No quería averiguarlo. Gabriel había hecho cosas terribles.
—Yo digo que revisemos la habitación de Clara una vez más —se quejó Zed.
Más pasos. Un estante era lo único que me separaba de Gabriel Darmoon. Cientos y cientos de libros poniendo distancia entre nosotros.
—Está aquí. De seguro uno de estos es falso; mi madre una vez mencionó que Clara usaba cajas fuertes en forma de libro para guardar objetos valiosos. Revisaremos todos si es necesario.
¿Todos? Estaría allí el resto de la noche. El tiempo transcurrió agonizantemente lento. Fui cambiando de fila de estante, evitando ser vista.
La adrenalina en mi cuerpo me susurraba que corriera continuamente. Lo que solo dificultaba más el quedarme quieta.
Tenía la esperanza de que lograra pasar desapercibida hasta que el tono de llamada de mi celular arruinó todo de manera drástica.
Un momento todo iba bien y al siguiente todo se fue por el retrete con un «Ghostbuuusters». Me llevé las manos a la frente. Marcus había programado la canción de los cazafantasmas hacía unas semanas.
—¿De quién es el celular? —preguntó Zed.
Gabriel no respondió. Sus pasos indicaban que estaba alejándose de mí, yendo en dirección a la mesa. Pensé en el fondo de pantalla de mi celular, una foto en la que estaba con Michael.
—¿Ese no es tu hermano?
El silencio me estaba matando. Una muerte lenta al igual que tortuosa. Repasé hechizos y maniobras de defensa. Pensé en correr, en gritar, en quedarme quieta. Mi cuerpo se encontraba al límite. Los nervios y la adrenalina harían que mi magia se saliera de control.
Nada.
Mi corazón latió a tal velocidad que de seguro atravesaría mi pecho.
—¡Revelo praesentia vita!
Una fuerza invisible arremetió contra mí, haciéndome volar por el aire. La secuencia sucedió de manera tan repentina que no me di cuenta de lo que sucedía hasta que mi espalda golpeó contra el suelo y levanté la mirada hacia Gabriel y Zed.
—Sabía que algo me inquietaba. Hola, Madi.
—Gabriel —respondí.
—Es la novia de tu hermano, la chica Ashford —dijo Zed.
Gabriel Darmoon se veía tal como lo recordaba. Alto, pelo claro igual al de Michael y una expresión carismática. El joven junto a él, Zed, tenía pelo rojizo y una contextura más grande. Debía ser el otro Grim que había logrado escapar.
—No quiero problemas —me apresuré a decir—. Prometo no mencionar que los vi.
—Si solo fuera tan fácil —dijo Gabriel.
—Cuando comiencen el reto y no esté allí se darán cuenta de que hay algo mal. Emma sabe que estaba aquí, vendrán por mí —dije sonando lo más sensata posible.
—Podríamos cambiarla por el pendiente —sugirió Zed.
Le lancé una mirada irritada.
—El pendiente de Clara Ashwood desapareció la noche en que hicieron aquella cena para iniciar el Festival de las Tres Lunas. Lo han estado buscando desde entonces —dije.
Gabriel y Zed intercambiaron miradas sombrías.
—¡Mientes! —dijo Zed.
—¿Por qué mentir? Uno pensaría que investigarían algo antes de intentar robarlo —repliqué.
Gabriel dejó escapar un sonido de incesante frustración y se paseó por la habitación al igual que un animal salvaje en una jaula. El gesto me recordó a Michael, definitivamente estaban relacionados.
—¿Crees que fueron ellos? ¿Pensaron que fallaríamos y tomaron el asunto en sus manos? —preguntó Zed.
¿De quiénes estaban hablando?
—¡No lo sé! —replicó Gabriel—. Lo dudo.
Debatieron en susurros, claramente exasperados ante la noticia de que alguien se les había adelantado a robar el pendiente.
—Llevémosla con nosotros. El pendiente es la única manera de demostrar nuestra lealtad al Clan de la Estrella Negra —dijo Zed.
Gabriel me echó una mirada especuladora. ¿El Clan de la Estrella Negra? ¿Cómo era posible que me siguieran pasando cosas malas?
Intercambiaron más susurros. Me moví lentamente, retrocediendo hacia atrás. Todavía me encontraba en el piso, si gateaba hasta las escaleras…
—¡Quies quietis!
Mi cuerpo se endureció, aprisionado por la magia.
—Lo siento, Madi —dijo Gabriel—. Por alguna razón nuestros caminos se siguen cruzando, hubiera estado contento de llevarla a Emma en vez de a ti. Justo cuando pensé que podía arreglar las cosas con mi hermano.
—Sé quien tiene el amuleto de Clara. Si me dejas ir, te lo diré. Incluso lo llamaré para que puedan tenderle una emboscada —dije.
Eso resolvería más de un problema. Lograría escapar y Gabriel y su amigo se encargarían de Galen.
—¿Quién lo tiene? —preguntó Zed.
Me mantuve callada.
—Di el nombre —dijo Gabriel.
—Me gustaría poder moverme —respondí.
Me sostuvo la mirada y finalmente murmuró las palabras. Sentí algo aflojarse alrededor, recuperando movilidad.
—Un Antiguo, su nombre es Galen —dije.
Gabriel y Zed intercambiaron miradas.
—Los Antiguos son un mito, está jugando con nosotros —replicó Zed.
—Es cierto, lo necesita para la luna de sangre —dije en tono firme—. Puedo probarlo.
Me puse de pie y fui hacia la mesa. Gabriel caminó a mi lado, apenas dejando unos centímetros entre nosotros. Tomé el libro sobre los Antiguos y se lo entregué.
Él y Zed comenzaron a ojearlo con interés cuando la luz se apagó de manera repentina. La habitación se sumergió en sombras. Nadie se movió.
Estiré la mano por la mesa, cerrándola alrededor de mi celular.
—¿Qué fue eso? No percibo magia —dijo Zed, alarmado.
Me volví hacia atrás, intentando distinguir la escalera. Dudaba de que la luz se hubiera cortado por sí sola, tenía que haber alguien más.
La respiración de los dos Grims era lo único que me proporcionaba cierto sentido de orientación. Estaban a unos pasos de mí.
—¡Flamma!
Un par de velas que estaban distribuidas por la habitación se prendieron. Las pequeñas llamas permitiendo que nos viéramos las siluetas.
—Toma a Madison y salgamos de aquí —dijo Gabriel—. No tengo ninguna intención de cruzarme con mis padres.
Zed dio un paso hacia mí. El rostro del chico estaba camuflado por la oscuridad. Podía distinguir ojos claros y un tatuaje de líneas negras subiendo por su cuello. La escasa luz de las velas solo me proporcionaba pequeños detalles.
Fue su mirada lo que me hizo reaccionar. Sus ojos tenían un brillo peligroso, cierto frenetismo que me decía que no dudaría en lastimarme.
Gabriel y yo actuamos al mismo tiempo. Usé mi magia para apartar a Zed y momentos después golpeé contra una de las paredes.
Un repentino dolor recorrió mi cabeza.
—No hagas nada tonto, no quiero lastimarte —me advirtió Gabriel.
Entre el golpe y la falta de luz apenas podía ver. Apoyé mi mano contra la pared, sosteniéndome. Estaba por usar mi celular cuando Zed apareció en mi campo de visión, arrinconándome.
—Nada de magia —me dijo tomándome por el cuello de la camiseta.
—Nada de magia —respondí.
Me sostuve de sus hombros, subiendo mi rodilla hasta sus partes privadas. Al oír el alarido de dolor, quité su mano de mi camiseta, doblando su muñeca hacia dentro, y lo aparté de una patada.
Gabriel se abalanzó hacia mí, pero grité el encantamiento antes de que pudiera alcanzarme.
—¡Visus obscuritas, Visus obscuritas!
Se llevó las manos a los ojos, confirmando que la magia había funcionado. Eso nublaría su vista por unos minutos.
Seguí la pared hasta llegar al barandal de las escaleras. Bajar en plena oscuridad no sería fácil, más cuando se trataba de una escalera angosta en forma de espiral.
Bajé mi pie con cuidado, hasta que dio con el primer escalón. Mi otro pie apenas había comenzado a moverse cuando un dolor insufrible estalló en mi pierna. Intenté sostenerme de la baranda sin lograrlo. Todo comenzó a girar, mientras mi cuerpo recibió una larga serie de golpes. Rodé por las escaleras en un remolino de dolor y oscuridad.
Cuando volví a abrir los ojos, sentí lágrimas cayendo por mis mejillas. De lo único que me encontraba consiente era de la terrible agonía que envolvía a mi cuerpo y de que había algo mal con mi pierna.
Saqué el celular de mi bolsillo, usando la luz de la pantalla para iluminarme.
A medida que fui recuperando visibilidad mi respiración se entrecortó. Mis jeans estaban manchados de sangre y había una navaja enterrada en mi muslo, un poco arriba de la rodilla.
El aire entró y salió de mis pulmones a tal velocidad que no lograba respirar. Había una navaja enterrada en mi pierna. La hoja plateada destellando con tonos rojos.
El pánico fue tal que me impedía pensar. El dolor me aturdía.
«Debió ser Zed, Gabriel no podía ver a causa de mi hechizo», pensé. Vendrían por mí en cualquier momento y no sabía qué hacer, apenas podía moverme.
Estaba por marcar el primer número en mi celular cuando oí pasos. La adrenalina me incitó a ponerme de pie, mientras que mi cuerpo se rehusaba a entrar en acción.
Logré distinguir una silueta. No me importaba quién fuera, en lo único que podía pensar era en la navaja en mi pierna.
—Necesito ayuda.
No sabía a quién le hablaba. La sangre seguía brotando, cubriendo mis jeans, botas y manos.
—No hay duda de eso, cariño.
Esa voz empeoró todo. El acento, la forma en que dijo «cariño». Galen se arrodilló a mi lado, iluminándome con su propio celular.
—¿Qué…?
Sus ojos se detuvieron en mi pierna y su expresión cambió de manera drástica.
—Esto es grave —dijo.
Había tantas voces gritando en mi cabeza que no lograba concentrarme en una sola. Gabriel y Zed. Galen. El hechizo para crear Antiguos. Estaba perdida.
Mi respiración se aceleró de nuevo, el aire dejando mis pulmones antes de que pudiera respirarlo. Sonaba tan tonto, por supuesto que lo estaba respirando. Pero de ser así, ¿por qué sentía que me asfixiaba?
—Tranquila, cariño. Tienes que calmarte —me dijo Galen tomando mi rostro—. Respira despacio, con calma.
—Están arriba, van a venir por mí, la navaja…
—Shhhh.
Oímos ruido que provenía de las escaleras. Galen me levantó en sus brazos, prácticamente corriendo por la gran mansión. Me pregunté cómo sabía a dónde ir; todo estaba cubierto en sombras, todo se veía igual. Y con igual me refería a oscuro.
Creí escuchar la voz de Gabriel maldiciendo, se oía distante. El punzante dolor que recorría mi pierna me empujaba a perder la conciencia. Mi cuerpo se asemejaba a una bolsa de arena a la que habían pateado reiteradas veces.
El apuesto rostro de Galen era lo único que lograba ver con claridad. ¿Quién iba a decirlo? Salvada por alguien que era un peligro en sí mismo.
No estaba segura de quién representaba una peor amenaza: Gabriel o Galen. ¿De qué servía ser rescatada por un villano si luego deberían rescatarme de él?
—Quédate conmigo, respira —me susurró.
Galen no sabía que yo sabía sobre el hechizo. Mi mejor chance era actuar normal y alejarme en cuanto tuviera la oportunidad.
—Gracias por ayudarme —dije.
El aire fresco de la noche hizo que la temperatura de mi cuerpo cambiara de manera alarmante. Frío, calor, frío. Oscilaba de uno al otro, temblando levemente.
Cerré los ojos por un momento, tentada de entregarme a una placentera sensación de calma.
—¡Madison! —exclamó Galen, sacudiéndome.
Árboles, césped, cielo estrellado. Continuamos avanzando por el parque de la mansión Ashwood hasta que Galen se detuvo y me sentó contra el tronco de un árbol.
—Voy a sacar la navaja, necesito algo para detener la sangre —dijo Galen pensativo.
Le ofrecí mi suéter y negó con la cabeza.
—No, tu piel está helada —replicó.
Se quitó su abrigo y luego la camisa, exponiendo su torso.
—Apuesto a que estás lamentando no haberme besado en el Ataúd Rojo.
Aquel brillo atrevido regresó a su mirada.
—Seguro… —respondí.
Revoleé los ojos, descartando sus palabras. Galen se puso el abrigo y sacó algo de uno de los bolsillos. Una petaca. El objeto me recordó a Samuel.
—Es alcohol, lo usaré para limpiar la herida —me dijo.
Asentí. La imagen de la navaja enterrada en mi pierna era demasiado inquietante. Ansiaba que la sacara de una vez.
—Esto va a doler, toma unos sorbos —dijo.
Me acercó la petaca a la boca.
—No, solo saca la maldita cosa —lo espeté.
Sus ojos encontraron los míos, sosteniéndome con la mirada.
—Toma unos sorbos —me ordenó—. No quiero que te desmayes.
Llevó la petaca a mis labios y esta vez acepté. El gusto era fuerte e inusual. Una sensación de calor no tardó en recorrer mi estómago, relajándome. Galen tomó ventaja de mi estado y, tras tomar el extremo de la navaja, la sacó de un tirón.
Contuve un grito, temiendo que Gabriel y Zed estuvieran cerca. El ardor era tan intenso que estaba perdiendo la cabeza. Quería ir tras ellos y arrojarles cientos de navajas.
La cantidad de sangre que brotó de mi pierna me hizo pensar que moriría desangrada. Galen rompió su camisa, haciendo presión con un trozo de tela y limpiando la herida con el contenido de la petaca. Luego usó la manga para hacer un torniquete.
—¿Mejor? —preguntó.
Asentí. El dolor había disminuido un poco y sentía un leve estado de somnolencia.
—¿Puedes llevarme a un hospital? —pregunté.
—Claro —respondió.
Algo en sus ojos me hizo saber que eso no sucedería. Si iba con él, estaba perdida. Oímos un chasquido en la proximidad y eso reclamó su atención. Aproveché la oportunidad para sacar mi celular.
Yo 21:03
Ayuda. Antiguo. Cajón mesita de luz. Luna sangre.
Envié el mensaje, aliviada de ver la confirmación de que se había enviado. A continuación, mi corazón se congeló. Mi primer instinto había sido recurrir a Michael. Algo en mí sabía que él siempre me protegería. Sin embargo, Michael estaba bajo el maleficio, no tenía garantía de que fuera a ayudarme.
Esperaba que al menos encontrara la carta que había dejado en el cajón de mi mesita de luz, explicando todo acerca de Galen. Era una medida que había tomado tras romper su control sobre mí, en caso de que algo así sucediera.
Levanté la mirada. Su atención aún estaba en los alrededores. Busqué el contacto de Ewan.
Yo 21:04
Antiguo ayuda Lucy peligro luna sangre mansión Ashwo…
—¿Qué haces?
Su voz me sobresaltó. Me apresuré a apretar enviar sin terminar el mensaje.
—Respondo un mensaje de texto. Debería estar en uno de los retos del Festival de las Tres Lunas. Los padres de Michael están preocupados por mí —respondí.
La sonrisa diabólica de Galen me alertó de sus intenciones.
—No puedes ir en ese estado, te llevaré al hospital —dijo.
Intenté convocar mi magia, pero fallé en concentrarme. Me encontraba exhausta y mi mente era un caos. Necesitaba hacer tiempo, con suerte alguien vendría por mí.
—¿Tú cortaste la luz? —pregunté.
—Reconocí a esos dos sujetos del psiquiátrico cuando pelearon contra el Club del Grim. Sabía que seguías dentro —respondió—. Por lo que decidí echarle un vistazo a la caja de fusibles.
—Hubieras esperado a que bajara las escaleras —repliqué.
Galen volvió a arrodillarse. Llevaba el abrigo abierto y ya no tenía camisa, por lo que su torso estaba al aire libre. Su mano se posó en mi mentón y me examinó detenidamente. Aquel extraño e intenso magnetismo que tenían sus ojos, manteniéndome quieta.
—Mañana tendrás unas cuantas marcas. Por fortuna, tu lindo rostro está intacto —dijo.
En el estado deplorable en el que me encontraba no lograría correr. Tal vez si lo golpeaba lo suficientemente fuerte lo haría perder el conocimiento.
—Qué alivio —respondí con sarcasmo.
Mi celular comenzó a sonar y vi el nombre de Michael en la pantalla. Estaba a punto de responder cuando Galen me lo arrebató de la mano con un veloz movimiento.
—Necesito atender, me deben estar buscando…
La sonrisa diabólica apareció de nuevo.
—Ya no vas a necesitar esto.
Tras esas palabras dejó caer mi celular y quebró la pantalla con su pie. El «crack» del vidrio reavivó mi pánico. No, no, no.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté en tono inocente.
Intenté ponerme de pie y me tambaleé hacia atrás. Apenas podía moverme y mis párpados se sentían pesados. Quería dormir. Todo en mí me inducía a cerrar los ojos y entregarme al sueño.
Algo no estaba bien, era más que cansancio.
—Galen, por favor…
Sus manos se cerraron en mi cintura.
—¿Por favor, qué? —preguntó en tono divertido.
Al diablo, no iba a dejar que se entretuviera conmigo. Junté fuerza y me obligué a concentrarme en la magia. Una vez que sentí esa chispa de adrenalina y poder, la enfoqué en él, liberándola.
Galen cayó hacia atrás y se golpeó contra un árbol. Se veía tan sorprendido que tardó en reaccionar. Me aferré al tronco contra el que estaba recostada, poniéndome de pie, y me esforcé por caminar.
El dolor en mi pierna, sumado a una sensación de mareo y una fuerte necesidad de dormir, hicieron que cayera al césped. Logré arrastrarme unos metros, mis músculos quejándose todo el corto trayecto, hasta que un par de manos me detuvieron.
—No pensé que lo tenías en ti, usar magia en ese estado. Nunca dejas de impresionarme —dijo Galen—. Tan dispuesta a dar pelea. Lo admiro, cariño, en verdad. Pero dado tu estado es mejor si te duermes y ya.
—¿Qué hiciste? —pregunté—. Tú no tienes magia.
Giró mi cuerpo, haciendo que lo mirara.
—Mi amiga preparó una pócima para dormir. ¿Y quieres escuchar la parte irónica? —dijo con humor—. Tu amiga Lyn la ayudó.
Sabía que no debía tomar de esa petaca.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Por supuesto que no sabía que era para ti. Eso es lo gracioso —dijo Galen.
¿Lyn conocía a una amiga de Galen? ¿Qué diablos?
No importaba, necesitaba concentrarme en librarme de él. Habría tiempo para gritarle a Lyn luego.
Más tiempo. Debía ganar tiempo para que alguien viniera por mí. Ewan, Michael, sus padres. Alguien.
Mantener los ojos abiertos fue todo un esfuerzo en sí mismo. Levanté mi rostro hacia el de Galen, acercando mis labios a los suyos.
—Tienes lindos ojos… —dije, fingiendo un tono incoherente.
Su expresión complacida me indicó que actuara. Golpeé mi cabeza contra la de él con toda la fuerza de la que fui capaz. El estallido de dolor en mi frente hizo que viera estrellas; en las películas siempre aparentaba ser más sencillo.
—¡Intrudo!
El Antiguo se retorció en el suelo, luchando contra mi hechizo. Comencé a gatear de nuevo, aferrándome a la poca fuerza que me quedaba. La magia quemó mi energía hasta que el lazo que me unía a ella se perdió.
Mi cuerpo era un mundo de sufrimiento. Un momento sentía frío y al otro, calor. Podía sentir mi rostro ardiendo, cubierto en sudor.
Oí a Galen moverse detrás de mí, recuperándose. Me sostuve sobre mi pierna sana, apoyándome en ella, y me puse de pie. Enfrentándolo.
—Sé lo que quieres. Encontré un libro que explicaba el origen de los Antiguos —dije—. Quieres usar mi sangre, quieres a Lucy…
Galen caminó hacia mí. Aquella mueca en sus labios irritándome infinitamente.
—No puedes hacer esto. ¡No puedes ir tras Lucy! —le advertí—. Te clavaré una estaca en el corazón, lo juro.
Dirigí mi puño hacia su rostro en un movimiento lento y descoordinado. Galen me detuvo con facilidad, cerrando su mano sobre mi puño y tirando de él hasta atraparme en sus brazos.
—¿Una estaca al corazón? Sigues con la fantasía de que soy un vampiro —dijo junto a mi oído.
—Vampiro o no, no dudes de que lo haré —le gruñí.
La mezcla entre la pócima para dormir y mi propio cansancio era tan abrumadora que no estaría consciente por mucho más.
—Deja a Lucy fuera de esto, por favor.
Mis piernas cedieron, incapaces de continuar sosteniéndome. De no ser por el Antiguo, hubiera caído contra el césped, por lo que se sentía como la quinta vez en la noche.
—Estás ardiendo —dijo Galen, poniendo una mano en mi frente—. No debiste agotarte de esta manera, te necesito con vida.
Todo a mi alrededor se volvió borroso y negro. Las ramas de los árboles se fusionaron con la tonalidad del cielo hasta que me fue imposible distinguir uno de otro. Incluso el rostro de Galen era borroso.
Cerré mi mano en la manga de su abrigo, aferrándome a la realidad.
—Vete el diablo.
Sentí su mano en mi rostro, corriendo un mechón de pelo.
—Descansa, cariño. Yo cuidaré de ti —susurró—. Nos espera un largo viaje.