Verla sonreír de esa manera alivianó mi corazón. Me pregunté hasta cuándo tendría la capacidad de hacerlo, de sentir algo cada vez que mis ojos se posaban en ella.

Podía percibir la magia negra de Alexa haciendo su trabajo. Hilando.

El proceso era lento. Un veneno que se esparcía en mi sangre.

Me odiaba por mentirle de nuevo. Era infantil. Tonto. Madison había pasado por demasiado desde que la introduje a mi mundo. El Club del Grim, la muerte de Katelyn Spence, mi exnovia desequilibrada. No podía continuar exponiéndola a todas esas dificultades.

Iba a luchar contra el maleficio hasta encontrar la manera de vencerlo. No iba a verme afectado por él. No si podía evitarlo.

—En ese caso iré a casa —dijo Madison pensativa—. El lugar es un desorden y apenas he tocado un libro en días. Voy atrasada en más de una materia.

Hizo aquella expresión resignada que a veces ponía cuando se decidía a estudiar.

—Hora de agarrar los libros —asentí.

Samuel Cassidy se quejó de algo. El pobre bastardo ni siquiera parecía humano. Era bueno que Madison y Maisy estuvieran cuidando de él, nadie merecía estar solo en ese es­tado.

Necesitaba llevarlo a su casa, eso me daría la oportunidad de revisar la habitación de Alexa y averiguar más sobre el maleficio. Saqué mi celular y le envié un mensaje a Mais.

Yo 15:39

Hazme un favor. Ofrécele a Madi llevarla a su casa. Necesito hablar con Samuel sin ella presente.

¿Dónde estaba Lyn? Sabía que ella lo haría sin hacer preguntas. Un día con Samuel y ya debía estar embriagándose en algún lugar. No comprendía qué era exactamente lo que le encontraba de atractivo. A Lyn le gustaba divertirse y Sa­muel era lo contrario a diversión.

Maisy miró su celular e intercambiamos una mirada. Sus ojos estaban llenos de sospecha.

Maisy 15:41

Lo sabía. Cuando regrese vamos a hablar de esto.

Poco probable. Hablar no iba a liberarme del embrujo.

Yo 15:44

Gracias.

Marcus estaba hablando con Madison sobre algún trabajo. Convenciéndola de que su reporte era digno de ser copiado. La relación fluida que compartían me había inquietado desde un principio. Molestado inclusive. Ella se encontraba más que cómoda en su compañía y él… Él estaba con Maisy me dije.

—Acéptalo, Ashford. Inteligente, apuesto y talentoso. Soy el paquete completo —dijo Marcus.

Madison dejó escapar una risa, negando con la cabeza.

—Lo veremos cuando devuelvan los trabajos —respondió.

—¿Apuesto, inteligente y talentoso? Wow, sí que soy afortunada —intervino Maisy.

—Eres muy afortunada —replicó Marcus.

Esta lo miró como si estuviera diciendo tonterías.

—¿Quieren que los alcance a su casa? —se ofreció.

—Gracias, prima.

—Solo si te quedas —le dijo Marcus.

Fui hacia mi Madison. Me encantaba la forma en que su pequeña cintura entraba en el círculo de mis brazos. Levantó su mirada hacia mí. Sus ojos celestes me hablaban, brillantes y expresivos.

—¿Estás seguro de que todo está bien? —preguntó.

Tomé su mentón, atrayendo sus labios a los míos.

—Deja de preocuparte —le ordené.

La dulce calidez de sus labios nunca fallaba en despertar mi deseo. Separé sus labios con mi lengua, profundizando el beso. Madison se paró en puntas de pie, hundiéndose en mis brazos. Tan suave e invitante.

—Me siento solo… —dijo Samuel.

«Gracias por matar el romance», respondí mentalmente.

—Te amo —le susurré, antes de dejarla ir.

¿Por cuánto tiempo podría decir eso y realmente sentirlo? No quería saberlo. No creía posible el hecho de mirarla y no sentirme atraído hacia ella. De tenerla en mis brazos y que cada músculo de mi cuerpo no exigiera más.

—Te amo —respondió ella.

Me dedicó una sonrisa risueña y se volvió hacia Samuel, apenada. Me gustaba la facilidad con la que se preocupaba por los demás. Sabía que yo no era el alma más considerada, no como ella.

—¿Estarás bien? ¿Dónde irás? —le preguntó yendo hacia él.

—Quién sabe, Rose. Quién sabe… —respondió Samuel.

Yo iba a ir a la casa donde había estado viviendo con Alexa.

—Me quedaré un rato con él —dije, tranquilizándola.

Samuel me miró, inseguro de que quisiera mi compañía.

—Hora de irnos —anunció Maisy.

Madison se despidió con un beso y la retuve, subiendo el cierre de su chaqueta. Mi cuerpo se quejó, alentándome a bajar el cierre en vez de subirlo.

—Nos vemos esta noche, bebé —dije.

—Nos vemos —replicó.

Aguardé a que todos dejaran la cocina y me concentré en Samuel. El muchacho estaba recostado sobre la mesada con los ojos perdidos. Recordaba lo diferente que había sido años atrás, cuando Cecily Adam estaba con vida. Divertido, salvaje, chistoso. Un poco extraño, aunque nada en comparación a lo que era ahora.

La noche en que los Grims secuestraron a Madison temí terminar con él. Minutos de puro e infinito horror, donde la posibilidad de no volver a verla con vida amenazó con enloquecerme.

—¿Por qué tan serio? Tienes la chica, sanidad mental… —ob­servó Samuel.

Una maldición vudú.

—Te llevaré a tú casa, aquí en Boston —dije.

Asintió lentamente. Se puso de pie. Y comenzó a deambular por la cocina, en busca de algo.

—¿Sabes dónde hay un bolígrafo?

Hice memoria.

—En aquel cajón a la izquierda —le indiqué.

Escribió algo en una servilleta, dejándola bajo una lata de galletitas. Me acerqué, intrigado. En letra casi ilegible decía: «Gracias, Lyn. Recuerda que una de las lechuzas se llama Poe».

No quería saber.

—Vamos.

Lo guie hacia mi auto, sosteniéndolo por el cuello del abrigo cuando se resbaló con el hielo del pavimento. Debía seguir algo alcoholizado, pues se tambaleó más de una vez. Dusk estaba estirado en el asiento trasero, por lo que le indiqué la puerta de adelante. Por un segundo consideré atarlo al techo en caso de que quisiera vomitar.

—Este perro es muy grande —dijo.

Dusk estiró su cuello entre los asientos, olfateándolo de manera incesante.

—Cinturón de seguridad.

Lo último que necesitaba era que saliera volando por el parabrisas.

—¿Dónde vives? —pregunté.

—En la zona Este, ve por la calle Chelsea —respondió.

Arranqué el auto. Samuel se desparramó en el asiento, apoyando su cabeza contra la ventanilla. Oí mi celular y lo ignoré. Mi madre me había llamado al menos cuatro veces. Sabía sobre el maleficio, nunca se le escapaba nada. No quería hablar con ella hasta tener información concreta sobre cómo deshacerlo.

El único que realmente podía ayudarme era mi hermano Gabriel. El maldito traidor. A pesar de lo que había hecho no lograba odiarlo del todo. Seguía concentrándome en la persona que pensé conocer todos esos años, en lugar de en el hombre con la máscara de lobo.

Gabriel sabía de vudú y aparentemente había sido cercano a Alexa. Muy cercano. Necesitaba encontrarlo.

—Tus ojos se ven más oscuros —dijo Samuel, observándome.

—Es la luz —respondí.

—No, no creo que sea la luz.

Lo ignoré. Note montículos de nieve acumulándose a ambos lados del camino y bajé la velocidad. Estábamos entrando en una zona residencial con pequeñas casas de tonalidades claras. Blancas, beige, celestes.

No me sorprendía que Gabriel hubiera cambiado a su tediosa esposa por Alexa. Hacía un tiempo yo también la había encontrado atractiva. Era el hecho de que hubiera matado gente lo que no terminaba de digerir. Que le permitiera maldecirme con algún hechizo vudú.

Ambicioso bastardo desagradecido.

—Lamento haber abrazado a Rose en calzones. Ahora que lo pienso, tal vez haya sido un poco inapropiado —dijo Samuel.

Me llevó un minuto entender sus palabras. El volante se deslizó en mis manos, desviándose.

—¿Te refieres a Madison? ¿Por qué estabas en calzones?

Lo fulminé con la mirada. Tal vez era mejor no preguntar, no cuando estábamos en un vehículo en movimiento.

Al diablo. Lo golpearía.

—Ella y Lyn insistieron en que necesitaba un baño —respondió Samuel—. No sé si lo has notado, pero esta no es mi ropa. ¿Quién quiere a un tipo con una máscara de Guy Fawkes en su pecho?

Llevaba una camiseta blanca de la película V de Vendetta que probablemente pertenecía a Marcus. El sujeto tenía fascinación por el cine.

—No vuelvas a hacerlo —le advertí.

«Es Samuel Cassidy —me recordé—, guarda tus instintos territoriales».

—Rose ha sido una buena amiga, no sé qué haría sin ella —dijo.

Un dolor repentino me distrajo del camino. Detuve el auto y apoyé mi mano sobre la camisa. Podía sentirlo. Algo oscuro, anidando en mi pecho.

—Todavía no llegamos, faltan dos o tres cuadras. Tal vez cinco… —dijo Samuel.

Llevé el pie al acelerador, ignorando las garras invisibles que intentaban desgarrar mi pecho. Seguía siendo yo mismo e iba a continuar de esa manera. Estaba maldito si iba a permitir que la magia de Alexa me afectara.

Nos detuvimos frente a la casa más descuidada del vecindario. Vieja pintura levantada, una jungla de pasto. El lugar podía ser la próxima casa del terror con telarañas incluidas y todo.

Seguí a Samuel hacia la puerta principal. Esta se abrió con un crujido digno de una película donde todos mueren.

El interior no era tan terrible como preví que sería. Austero, un poco de polvo aquí y allá, más de un par de zapatillas tiradas.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó Samuel en tono cordial.

—No —respondí—. Gracias.

Se encogió de hombros y se dejó caer en un sillón marrón.

—Iré la habitación de Alexa, tiene algo que me pertenece —dije.

—Haz lo que quieras. Es la que está a la izquierda.

Avancé por el estrecho pasillo y abrí la puerta que me había indicado. La habitación era sencilla. Cama, escritorio, armario. Con mucha suerte encontraría el pedazo de lienzo que había cortado de mi cuadro, el cual era un elemento clave para el conjuro. Por lo que había dicho debería estar en una caja de cristal.

Comencé por el armario: revisé toda su ropa, botas y abrigos. El resultado de mi búsqueda: polillas. Continué por la cama: levanté el colchón y di con un cuaderno de tapa negra. Las hojas contenían garabatos y anotaciones. Algunas eran hechizos. Debió ser su versión de un Grimorio.

Fui hoja por hoja hasta que encontré las palabras que buscaba «Corazón de Piedra». Describía cómo la víctima del maleficio iría perdiendo contacto con sus emociones hasta no ser capaz de sentirlas.

Al parecer era un proceso lento, lo cual me daba tiempo. «El maleficio llegará a su fin una vez que el objeto vinculado a la víctima sea liberado de su prisión». En otras palabras: romper la caja de cristal y liberar el lienzo.

Una serie de dibujos trazados en tinta azul bordeaban la hoja. Calaveras, lo que aparentaban ser rosas marchitas, una daga partiendo un corazón en dos, arañas.

Encantador.

¿Cómo es que había salido con ese desquicio de mujer? Qué idiota.

Debajo de eso había otra anotación: «Una emoción lo suficientemente violenta puede generar cierta ruptura».

El último acto de Alexa había sido arruinar mi vida y mi hermano la había dejado, si eso no me generaba una emoción lo «suficientemente violenta», no sabía qué lo haría.

Di vuelta cada rincón de la habitación y continué con el resto de la casa. No estaba allí. «Gracias por complicar mi vida, Alexa. Fuiste una perra hasta tu último aliento».

Ordené mis pensamientos. Había pasado por mi casa a robar el cuadro y el lugar donde luego la había visto había sido el Hospital Psiquiátrico de Danvers. Tenía que estar allí.

Samuel seguía en el espantoso sillón marrón, su cabeza colgando del apoyabrazos.

—Deberías ir a un hotel, este lugar es una pocilga —le dije.

Se encogió de hombros. Nadie podía vivir en esas condiciones. Fui hacia la cocina y recolecté todo el alcohol que encontré. Dos botellas de whisky y una de vodka. Vacié dos de ellas en la pileta, llevé una de vodka bajo el brazo y dejé un billete de cien en la mesada. Eso lo mantendría con vida unos días más.

Tenía unas horas antes de ir por Madison, lo cual me daba algo de tiempo para comenzar a revisar el viejo hospital.