—¿DE HUEVO O de jamón?
Anette asomó la cabeza entre los estudiantes que hacían cola ante la caravana de comida rápida de la plazoleta interior del hospital. Le rugía el estómago del hambre que tenía.
—Solo café, gracias.
Anette apartó la mirada de su escuchimizado compañero. Jeppe, en realidad, no comía nada y empezaba a parecer un músico punk enclenque con ese pelo oxigenado. Anette le envió un pensamiento cariñoso a su sano y barrigón marido, que había prometido hacer filetes con salsa bearnesa para cenar.
Acababan de salir de la sala de autopsia y la plazoleta parecía explosivamente ruidosa después de la silenciosa concentración de las últimas horas. Nyboe había serrado la caja torácica y había sacado los órganos del cadáver de Julie Stender, los había medido y pesado, y había tomado muestras de sangre y tejidos para que los del laboratorio pudieran examinarlos y buscar sustancias tóxicas, alcohol y narcóticos. Luego le había hecho un corte en el cuero cabelludo para poder abrir el cráneo con la sierra y examinar el cerebro y el daño que había ocasionado el golpe en la sien izquierda. El examen apoyó la conclusión anterior: Julie Stender murió por un fuerte golpe en la cabeza, en apariencia causado por un hombre que probablemente fuera diestro. La muerte se produjo entre las once de la noche y las dos de la madrugada del martes al miércoles.
Se sentaron en unos taburetes e hicieron una pequeña pausa antes de volver a la jefatura. Jeppe sacó su libreta de notas. Anette quitó el envoltorio de su sándwich de jamón, le dio un gran bocado y se limpió la mayonesa que le chorreaba por la barbilla con el dorso de la mano.
Jeppe la miró con gesto de desaprobación.
—¿Eres consciente de cuántos números con E y conservantes hay en ese sándwich? Si lo dejaras encima de una mesa un año, seguiría sin enmohecerse de lo lleno de veneno que está.
—A mí me viene bien. —Bebió contenta de la botella de plástico llena de refresco de color naranja chillón y miró impaciente la libreta de Jeppe—. A ver, ¿qué tenemos?
Él negó con la cabeza y pasó las páginas del bloc de notas.
—Julie vuelve a casa de un concierto el martes por la noche en compañía de su asesino, o lo metió en casa poco después. No importa, lo conocía lo suficiente para dejarlo entrar a esas horas de la noche aunque estuviera sola en casa. ¿Qué hombres hay en la vida de Julie?
—¡Su padre! Hoy vamos a por él —dijo su compañera con una bola de ensalada en el carrillo.
—Estoy de acuerdo, Christian Stender tiene algo que contarnos, pero ¿se le puede ocurrir a un padre hacerle esos cortes a su hija de esa manera? —objetó Jeppe.
—Si está pirado…
—Gracias, siempre está bien contar con un perfil psicológico detallado —le dijo tras suspirar.
—Tendrá que ser otro día.
El inspector se sacó un paquete de toallitas húmedas del bolsillo.
—Luego está el joven amigo de Esther de Laurenti, Kristoffer. Julie y él tuvieron una relación y estuvo en el lugar de los hechos, pero la pregunta es si puede haber sido él. Nyboe cree que murió, como pronto, a las once de la noche, y tenemos testigos que estuvieron hablando con Kristoffer en Studenterhuset a las once y media.
Anette rechazó la toallita que sobresalía del paquete y respondió a la llamada de su móvil.
—Werner.
—Soy Saidani, tenemos un problema. ¿Seguís en el Anatómico Forense?
—Acabamos de salir, en cinco minutos vamos para allá.
—Ha habido actividad en el Instagram de Julie Stender. Hace diez minutos han subido una foto en primer plano de Julie muerta, del dibujo que hizo el asesino con el cuchillo. Alguien se ha conectado como Julie. La prensa ya está llamándonos.
A Anette se le desencajó la mandíbula.
—¡No me jodas!
Jeppe la miró con gesto interrogativo.
—Parece que es de la noche del asesinato —prosiguió Saidani al otro lado del teléfono—. La imagen es oscura y granulada, y hay sangre.
—¡Mierda! ¿No podéis quitarla?
Anette se levantó y le hizo una seña a Jeppe para que la siguiera.
—Estamos intentándolo, pero cada vez que la borro, vuelve a aparecer a los dos minutos. He intentado cerrar su perfil, pero no es fácil y también tengo que cerciorarme de que no se pierda información importante.
Dejaron los restos del almuerzo y se fueron corriendo al coche. Cuando llegaron al Gården, todo el Departamento de Homicidios se encontraba en estado de alerta. A la búsqueda del asesino acababa de sumársele el problema de la foto, y tenían que utilizar recursos para responder preguntas y procurar que no cundiera el pánico. La prensa lo llamaba el Monstruo del Cuchillo. ¡Qué ingenioso!
Anette tiró la chaqueta sobre la mesa y se fue directa a la oficina de Saidani con Jeppe pisándole los talones. Las suelas se agarraban al pegajoso suelo de linóleo, por lo que los pasos sonaban como ventosas.
La investigadora irrumpió sin llamar.
—¿Lo has conseguido?
—Aún no —respondió la experta informática sin apartar la vista de la pantalla—. Tenemos acceso al perfil, pero no puedo controlarlo mientras haya alguien que esté conectado como Julie. Espero que los de Instagram nos digan algo pronto. Solo es posible contactar con ellos por mail, aunque sea la Policía.
Anette se inclinó junto a ella y miró la foto oscura, que revelaba la macabra obra y entre cuyas sombras se distinguía el color blanco de la piel. Justo al lado del rostro desfigurado había imágenes de una sonriente Julie. Su sonrisa juvenil y alegre hacía insoportable el contraste.
—Tiene que ser cosa del asesino —añadió Saidani mientras señalaba a la pantalla—. ¡Mira la alfombra! La foto la han hecho en Kloterstræde, así que a menos que alguien la haya hecho tras el asesinato y antes de que Gregers Hermansen la encontrase, y me permito decir que lo considero impensable, es él.
—¿Puedes rastrear de dónde viene la foto?
—No, porque la han subido con un servidor móvil. ¿Cómo podríamos rastrearla? No entiendo por qué Instagram no ha cerrado el perfil hace mucho —dijo Saidani frustrada.
—Pero ¿por qué poner una foto de la víctima en su propio perfil? ¿Qué consigue con eso? —interrumpió Jeppe.
Saidani se encogió de hombros.
—¿Quién sabe? Es una manera de envanecerse de su hazaña.
Anette se frotó la cara con las manos. El caso se ponía cada vez peor. Intercambió una mirada con Jeppe, que parecía compartir sus pensamientos.
—¿Ahora qué hacemos, Jeppesen? —Sabía que sus posibilidades estaban muy limitadas y, en ese momento, no envidiaba el papel de Jeppe como jefe de la investigación.
Este miró al suelo y suspiró.
—Dividámonos. Llama a Clausen, a ver si han avanzado con los de criminalística, y yo me encargo de interrogar a Caroline.
—Ella y la madre están esperando en la cafetería —informó Saidani apartando la vista del ordenador.
—Estupendo, yo me quedo con Saidani. —Miró a Anette apremiándola—. ¡Venga, tú ponte a llamar!
—Vale, ¡que se os dé bien!
Se marchó haciéndole a su compañero un pequeño guiño. Si Saidani no fuera tan coñazo, Anette habría jurado que Jeppe le había echado el ojo. A fin de cuentas, le daba igual, solo pensaba que era irritante que Saidani siempre pareciera cabreada. Cogió una taza de cacao caliente y llamó a Clausen, que respondió después del primer tono.
—Werner, ¿qué tripa se te ha roto?
A juzgar por la voz, parecía que a Clausen tampoco le sobraba el tiempo.
—El arma homicida. ¿Estado?
—Negativo. Sea lo que sea con lo que le hayan golpeado en la cabeza, ya no está en el apartamento. Estamos ahora con el cuchillo. Calculo que más tarde tendremos algo. Cuando tengáis tiempo, pasaos por aquí.
Anette bebió demasiado rápido y se abrasó la lengua.
—¿Qué más?
—Hay rastro de todas las personas que viven en el piso. Cabellos de las chicas en el desagüe de la ducha, saliva de Julie en una taza de café, etcétera, pero no mucho que tenga que ver con el asesinato. De hecho, sorprende que haya pocos restos del asesino, sobre todo si se piensa en lo violento que debió de ser. Ni un cabello que no sea de las chicas, ni sangre, ni secreciones, y hasta el momento no hay muchas huellas. Ha actuado con un cuidado extremo. Hemos encontrado una buena huella de un pie en un montón de papeles del salón y algunas pisadas en la sangre de alrededor del cadáver. Son muy evidentes, así que algo nos darán.
—¿Qué hay de las huellas dactilares?
—Bovin está a todo trapo, pero hasta ahora no hemos encontrado nada relacionado con el asesinato. No hay ninguna huella extraña.
Anette tanteó el cacao antes de beber.
—Dime, ¿nuestro hombre llevaba guantes?
—Ya que me lo preguntas, usó algo más que guantes. Creo que llevaba algún tipo de traje de protección.
EN LA CAFETERÍA de Homicidios, Caroline Boutrup cogía de la mano a su madre. Iba envuelta en una gran rebeca de lana y un pañuelo que le cubría la parte inferior de la cara. Su pelo moreno estaba despeinado y grasiento, y su cara estaba hinchada de llorar, y, aun así, era una de las personas más bellas que Jeppe había visto. No solo era guapa o atractiva, sino de una belleza espectacular, como la de una estrella de cine. Su madre, que al parecer se llamaba Jutta, era una versión mayor y más refinada, con el pelo elegantemente cortado estilo bob y una americana sobre los hombros erguidos.
Jeppe les tendió la mano a las dos y le ofreció a Caroline que lo acompañara a una sala de interrogatorios. Junto a la máquina de café había un puñado de agentes inquietos que le dedicaban largas miradas a la bella joven.
Se puso a llorar en cuanto Jeppe cerró la puerta, sollozos desgarradores de desesperación, con la consiguiente limpieza de mocos y lágrimas con las mangas de lana. El policía depositó una caja de clínex sobre la mesa antes de ponerse en marcha con delicadeza.
—Caroline, ya sé que esto es difícil y que estás muy apenada, pero tengo que pedirte que nos ayudes. Tenemos un asesino campando a sus anchas y necesitamos saberlo todo sobre Julie para atraparlo antes de que se escape o, peor aún, de que ataque a otras personas.
Se limpió las lágrimas con los dedos, se colocó erguida en la silla e intentó recuperarse.
—¿Qué quiere saber? —dijo con un tono franco y acento jutlandés.
—¿Tienes idea de quién ha podido hacer esto? ¿Quién podría tener motivos para hacerle daño a Julie?
—¡No! —dijo moviendo la cabeza trágicamente—. Julie era… un ángel. Bueno, no, quizá un ángel no, pero era, ya sabe, ¡buena! Tenía un corazón enorme.
—¿Qué hay de los tíos? ¿Tenía algún novio?
Caroline empezó a enredar los flecos de su pañuelo formando rastas.
—Nada que durase. Casi coleccionaba novios rechazados, siempre tenían que ser amigos cuando se cansaba de ellos…
—¿Algún novio rechazado podría tener motivos para vengarse de ella?
Caroline se echó a llorar de nuevo.
—Julie y yo nos conocemos de toda la vida. Esto es totalmente irreal. —Se puso las manos en la cara y se acomodó un poco antes de contestar—. Pero no, Julie siempre ha salido con vegetarianos flojuchos que no matarían ni una mosca.
Jeppe se levantó para ir a buscarle un vaso de agua de la jarra, que estaba en un rincón de la sala.
—¿Tú sabías algo de la relación de Julie y Kristoffer?
Caroline lo miró con las cejas levantadas.
—¡El friki ese estaba desquiciado! Le componía canciones y la llamaba en mitad de la noche. Julie no aguantaba eso. Daniel intentó liarla con uno del grupo.
—¿Tu novio?
—Sí. Los tres crecimos y fuimos juntos al colegio. —Se le quebró un poco la voz, pero carraspeó y siguió hablando—. Daniel también viene de una familia jodida y Julie y él mantenían largos debates regados con vino sobre los padres y las madrastras.
—¿Julie venía de una familia jodida?
Otra vez levantó las cejas. Caroline quería decir «pues claro» con esa expresión.
—Su madre murió de cáncer cuando éramos pequeñas y al padre ya lo habrá visto.
—¿Me estás diciendo que el padre quería a Julie? —dijo Jeppe vacilando.
—¡Joder, la idolatraba! Y Julie no podía con ello —exclamó enfadada.
El móvil de Jeppe comenzó a vibrarle en el bolsillo. Periodistas, quizá, o el señor Stender, que habría conseguido su teléfono. Tendrían que esperar.
—Los tatuajes de Julie, ¿qué sabes de ellos?
—Estaba con ella cuando se hizo la pluma en Tipper, un sitio que está en Nyhavn. Era una pluma de escribir antigua… —inclinó la cabeza y volvió a acomodarse antes de seguir—, pero también es un símbolo de libertad. Por aquello de volar.
—Y las estrellas de la mano, ¿qué simbolizaban?
Se mordió los labios y respondió.
—No lo sé. Empezó a ocultar cosas desde que conoció al tío ese hace tres semanas. Las estrellas tenían algo que ver con él.
Jeppe notó que se le erizaba el vello de las piernas.
—¿El místico Mr. Mox?
Lo miró sorprendida y dijo:
—Sí, yo lo llamaba así porque no quería contarme nada de él. ¿De qué lo conoce?
—¡Cuéntame todo lo que sepas de él! —ordenó Jeppe mientras se echaba hacia delante.
—Pues era uno que conoció en la calle, un tío del que se enamoró de un día para otro, pero se negó a contarme quién era; decía que gafaría la relación. Nunca lo conocí.
—Tiene que haber dicho algo de él. Lo que sea. Es importante, Caroline.
Bebió un trago de agua.
—Mmm, dijo que era un hombre de verdad y que por una vez yo estaría orgullosa de ella.
Jeppe no pudo contener una sonrisilla.
—¿Porque no era un vegetariano flojucho?
Caroline puso la cara entre las manos y sollozó.