12

JEPPE CLAVÓ EL tenedor de plástico en un trozo de pollo seco y media hoja de lechuga e intentó llevárselo a la boca sin que se le cayese. Anette y él se llevaron la comida al jardincillo de la gliptoteca para aclararse la cabeza bajo el sol. Esa era la explicación oficial. En realidad, se trataba más de escapar del ánimo de mierda que había en la jefatura. Alrededor de ellos había gente de Copenhague medio en pelotas tumbados en el césped disfrutando de uno de los últimos días de calor del verano. De los únicos, de hecho. Anette estaba con un pie en la silla, inhalando el humo de tabaco con los ojos cerrados.

—Falck acaba de contarme que le ha apretado las tuercas a Daniel Fussing en el interrogatorio de esta mañana y que hay lagunas en la explicación de los chicos sobre la noche del asesinato. Daniel confirma con toda seguridad que habló con Kristoffer justo después de que acabase el concierto, pero otros dos miembros del grupo y el camarero, con los que hemos hablado hasta ahora, creen que el concierto acabó más cerca de medianoche de lo que dijo Kristoffer. Hicieron tres bises. Si Kristoffer se fue a las diez y media, que es la última hora confirmada en la que alguien lo vio en Studenterhuset, y no volvió hasta casi las doce, podría haberle dado tiempo a todo.

—Pero no tiene sentido, Anette. Entonces debería haberse llevado la ropa y el cuchillo al concierto y haber ido directo desde allí a asesinar a Julie, haberse tomado su tiempo para hacer el dibujo en el cadáver y sacarle una foto, encontrar la clave de acceso al perfil de Instagram, deshacerse del arma homicida y de la ropa llena de sangre para luego volver y emborracharse con los chicos. ¡En media hora! Y eso sin dejar una sola pista en el lugar de los hechos.

Ella apretó los labios con el cigarro en ellos.

—Tenía motivos y estuvo allí, Jeppe. ESTUVO. ¿Con qué frecuencia el asesino es justo alguien a quien la víctima conoce y que casualmente estaba en las cercanías? Mmm, a ver… ah, sí, ¡siempre!

—Kristoffer no tiene fuerza en absoluto. ¿Has visto lo flaco que está?

—Con estar lo bastante furioso basta.

Jeppe cerró la tapa de plástico sobre los restos de su ensalada y la tiró en el primer cubo que vio. Si seguía así, pronto se quedaría sin fuerzas. Lo único bueno de un divorcio era que, a fuerza de ser infeliz, uno acababa hecho un figurín.

Anette se sentó a su lado.

—¿Saidani ha conseguido cerrar el perfil de Instagram?

—Sí, pero el mal ya está hecho. Todos los tabloides han copiado la imagen y la han publicado.

Anette miró la colilla y decidió que aún daba para la última calada.

—Cuando nos fuimos, Falck tenía al padre de Julie al teléfono. Parece que no estaba muy tranquilo.

—No, es un hombre enfadado, eso se entiende. —El teléfono de Jeppe vibró, era su madre. Rechazó la llamada—. Les he pedido a Falck y Saidani que le hagan un seguimiento. ¿Qué piensas tú del místico Mr. Mox?

—¿Quién dice que no es más que una fantasía? No es oro todo lo que reluce. Ni siquiera Caroline lo conocía.

—Las chicas de veintiún años no se inventan relaciones. Quizá haya sido algo platónico e inocente, pero hay un hombre que la impresionó mucho, tanto como para hacerse un tatuaje que tuviera que ver con él.

Anette tiró la colilla al suelo. Estuvieron un momento sentados uno junto al otro sin decir nada. Aspiraron la luz del sol y los sonidos de vida y normalidad les atravesaron la piel antes de volver al lúgubre mundo paralelo del Departamento de Homicidios. Jeppe miró hacia los pétalos caídos y las cagadas de paloma en la arena. Le parecía una imagen apropiada para Copenhague: un mosaico de flores y porquería.

EN LA ÚLTIMA oficina del oscuro y largo pasillo de Homicidios, Torben Falck estaba inclinado sobre el escritorio con los ojos tan cerca de la pantalla del ordenador que parecía la imagen del antes de un anuncio de una óptica. Sara Saidani lo observaba tímidamente desde la puerta mientras esperaba a que se diera cuenta de que estaba allí. Su prominente tripa chocaba contra el escritorio, y un par de tirantes de color verde chillón parecían tener trabajo extra a la hora de mantener los pantalones en su sitio. La oficina olía al sándwich de cerdo asado que, según desvelaba una bola de envoltorio grasiento que había sobre la mesa, había tomado para almorzar.

Cuando Sara dio dos toques en la puerta sin que hubiera reacción, entró.

—Hola, Falck, ¿puedo molestarte un minuto?

Cogió una silla de oficina y se sentó a su lado. Él olía levemente a humo de asado.

—Anda, hola, ¿vienes a verme? —murmuró Falck sorprendido, pero con calidez en la voz.

Sara pensó, y no era la primera vez, que Falck era el que más le gustaba de sus nuevos colegas. Los demás la evitaban, como si rompiera alguna regla no escrita que ella ni siquiera conocía, como si estorbase por ser una extraña. Que conste que no era por ser culturalmente diferente, pues los nuevos colegas de Homicidios parecían tan tolerantes como los de Helsingør respecto a su origen tunecino. Era más su personalidad, que, como era de esperar, era radicalmente distinta. No bebía café y rara vez comía tarta ni golosinas. No se reía con los chistes verdes y no le gustaba discutir de política. Se negaba a encajar y a hacerse la simpática, y se iba pronto a casa para estar con sus dos hijas. El único que no parecía molesto con sus costumbres era Falck.

Le hizo un gesto con la cabeza.

—He pensado que podríamos acordar quién hace qué. ¿Le has echado un vistazo a Christian Stender?

Él sonrió y el bigote se le arqueó de un modo cómico.

—He escarbado un poco. Por el momento, he investigado sobre todo su economía y su vida laboral. Stender parece ser un hombre de negocios activo que pone huevos en muchas cestas. Está en las administraciones e invierte en todo, desde molinos de viento hasta restaurantes de autopista. La mayor parte de su dinero lo ha ganado importando piezas de recambio para BMW. Y es una especie de mecenas; ha donado, entre otras cosas, muchas obras al Museo de Arte Contemporáneo de Herning.

—¿Arte contemporáneo? ¿En Herning? —preguntó Sara escéptica.

—Debe de haberlo. Ha abierto y cerrado diferentes empresas y también ha tenido quiebras. De esa manera te haces popular. Estoy analizándolo minuciosamente, pero es material pesado para revisarlo, así que se tarda un poco.

Falck pulsó un botón del teclado y blasfemó en voz baja cuando la imagen de la pantalla desapareció.

—Restaurantes de carretera y museos de arte. ¿Qué relación hay?

—¿Cómo hago que vuelva la imagen? —preguntó mirando a Sara desvalido. Ella pulsó una tecla y el escritorio virtual de Falck volvió a su sitio—. ¡Ah, sí, así, gracias! ¿Quizá Stender gana dinero con una cosa y obtiene prestigio con la otra? Parece un procedimiento bastante normal. Todo bonito en la primera planta y tétrico en el sótano.

Sara se mordió el labio pensativa.

—Pero ¿en realidad se puede pensar que hay relación entre sus negocios y la muerte de la hija? ¡¿Una venganza financiera que toma forma de asesinato con cortes místicos en el rostro del cadáver?! No me lo trago.

Falck la miró y Sara se dio la vuelta. Thomas Larsen estaba justo detrás de ella en la puerta, sonriendo pícaro.

—¿Qué quieres? —preguntó ella con una ceja levantada.

—He estado investigando a Kristoffer Gravgaard. Es bastante interesante.

Se separó de la puerta, fue a la mesa y se sentó en ella para mirarlos por encima del hombro mientras hablaba.

—Creció en las afueras de Copenhague, en Brøndbyøster, con una madre que sufría trastornos mentales y que lo tuvo con cuarenta y tres años. Sabe Dios cómo ha salido la cosa. Régimen de acogida abierto en fines de semana alternos, pensión de invalidez, regalos de Navidad del Ejército de Salvación, etcétera; ya sabéis de qué va. La familia de acogida informó al ayuntamiento cuando Kristoffer tenía tres años. El nuevo novio de la madre le pegaba y aparecía los fines de semana con marcas por todo el cuerpo. Había desatención desde el principio.

—Pero ¿no la suficiente como para sacarlo de esa casa? —dijo Sara mirándolo sin pestañear.

Larsen prosiguió impertérrito. Si le importaba que lo interrumpieran, no lo hizo visible de ninguna manera.

—No, pero ya que lo preguntas, sí la suficiente para que se volviera rarito. Hay dos observaciones de la época escolar: en la primera, destrozó un vestuario; en la segunda, le dio una paliza a un compañero de clase porque le tomaba el pelo. Tenía diez años.

—¿Y? —preguntó Sara.

—¡¿Cómo que y?! Es claramente inestable y tenía motivos para matar a Julie. Creo que tiene que ser interrogado de nuevo.

—¿Por dónde íbamos? —preguntó Sara mientras se giraba de nuevo hacia Falck. No iba a invertir tiempo en recordarle a Larsen que los interrogatorios eran decisión del jefe de la investigación. Falck fue más diplomático.

—Eso es cosa de Kørner, háblalo con él. Creo que Werner y él están de camino al hotel para hablar con los padres, pero llámalo.

Larsen se quedó sentado mientras Sara se inclinaba hacia el ordenador de Falck y se ponía a teclear. Sabía que Larsen había ido para obtener un poco de reconocimiento y respaldo, pero no estaba de humor para dárselo. Después de un minuto, él se levantó y se fue de la oficina sin despedirse.

Falck carraspeó.

—¿Qué nombre le pondrías a un gato alegre?

Sara lo miró a la cara, redonda y amable, y no pudo reprimir una sonrisa.

Falck le guiñó un ojo con aire socarrón.

—Descontento.

EN EL HOTEL Phønix, Ulla Stender accedió a regañadientes a sentarse con Anette en el vestíbulo para hablar a solas mientras Jeppe interrogaba a Christian en la habitación. Jeppe estaba sentado en un sofá de seda moviendo las piernas y observando que Stender caminaba inquieto de un lado a otro sobre la gruesa moqueta de la habitación 202. Ese día iba bien vestido: chaqueta de traje gris oscuro que le sentaba bastante bien a su corpulenta figura, pero cuyo desgaste brillaba en codos y rodillas; zapatos a juego y el cabello fino peinado con algún tipo de fijador hasta la coronilla. No era la ruina de hombre que habían conocido el día anterior, pero conservaba la misma mirada de pánico.

—¿Cuánto tiempo consideran que tendremos que quedarnos en Copenhague? No soporto estar en esta maldita habitación esperando y esperando. Tenemos que preparar el entierro de Julie. Y encima ahora aparece esa foto por todas partes. ¿Cómo coño puede suceder eso? Dígame, ¿qué están haciendo para encontrar al asesino?

Stender se bebió un líquido claro con burbujas y miró a Jeppe furioso, como si estuviera acostumbrado a recibir respuestas cuando hacía preguntas.

—Me alegro de que esté un poco mejor hoy, señor Stender. Siéntese.

Este se sentó en el borde de una butaca, preparado para dar un salto y marcharse en cuanto pudiera.

El inspector habló con toda la autoridad que pudo.

—En casos de asesinato no se puede entregar el cuerpo hasta que no se ha redactado el informe de la autopsia, y puede llevar un par de días. Después se les permitirá llevarse a su hija a casa y enterrarla. Entiendo que tiene que ser desagradable verse obligado a vivir en un hotel en estas circunstancias, pero los necesitamos aquí. No deseamos otra cosa que encontrar al asesino de su hija y cerrar el caso lo más rápido posible.

—Me necesitan a mí —dijo Christian Stender sin mirar y remarcando la última palabra.

—¿Perdón?

—Me necesitan a mí. Julie era hija mía, no de Ulla.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Jeppe apoyando los codos sobre las rodillas, con la cadera dolorida de intentar estar recto en ese sofá hundido.

—Cuando Irene, mi primera mujer, falleció, le prometí que cuidaría de nuestra hija. Ulla ha sido un buen apoyo para mí y para Julie, pero nunca ha sido una madre para ella, ha sido más… una amiga. ¿Tiene usted hijos?

Jeppe negó con la cabeza mientras el corazón le daba el pinchazo habitual.

—Entonces no sabe de lo que hablo. El amor de un padre por un hijo no tiene igual. Es el único amor incondicional que un ser humano puede sentir. Para un padrastro o una madrastra nunca es lo mismo —añadió con la voz empañada.

Kørner sintió que tenían que cambiar de tema si quería sacar algo del interrogatorio antes de que Christian Stender se viniese abajo.

—¿Julie tenía novio o amistades masculinas?

—¡Ya está bien! —exclamó ofendido—. ¡No voy a consentir que esto se reduzca a que mi Julie era promiscua o cosas así! Mi hija no era perfecta, pero era una chica inteligente y tenía ambiciones. No se mudó a Copenhague para beber ni nada de eso, aunque desde luego forma parte de ser joven. Quería recibir una educación, ser algo en la vida.

Jeppe asintió neutral.

—¿Y antes de venir a Copenhague? ¿Novios o amigos cercanos en el instituto o en su tiempo libre? ¿O del grupo de teatro?

El rostro de Christian se estiró como si le hicieran un lifting a cámara lenta.

—¿Qué quiere decir?

—Solo intento saber cómo era la vida de Julie. Tenemos que explorar todas las posibilidades. ¿Había algún hombre en su vida antes de que se viniera a Copenhague?

—¿Con quién ha estado hablando? —Se le arrugó el cuello mientras intentaba contener la furia—. ¿Ha sido la vieja cotilla esa de la casera? ¿O Ulla no ha sido capaz de cerrar la boca?

Jeppe notó que había conseguido algo y aprovechó.

—¡Hábleme de él! Puede ser importante.

Christian respiró profundamente y pareció tener dificultades para tragar saliva, y Jeppe vio algo que no había visto nunca en la vida real: se llevó el puño a la boca y se mordió con fuerza los nudillos.

Jeppe esperó un momento y volvió a preguntar.

—En este preciso momento todas las relaciones que pudiera tener Julie son potencialmente decisivas. ¿De quién se trata?

Stender tomó aliento y se recompuso.

—Era el profesor de Arte de Julie cuando tenía catorce o quince años, Hjalte no sé qué, ¡un feroés de mierda! Formó un grupo de teatro como actividad extraescolar, llevaba a escena todas las representaciones hippies posibles y, claro, Julie tenía que participar. Ella ayudaba con todo y también escribió alguna canción y textos cortos para distintos montajes. Él tenía veinticinco años más que ella, pero eso no le impidió seducirla. Ilegal de cojones, por supuesto; hice que lo despidieran.

—¿Eso cuándo fue?

—Hace seis o siete años. No hubo nada, absolutamente nada; Julie era una niña dulce e impresionable y él se aprovechó. Más que enamorada, estaba entusiasmada. Se olvidó pronto de él.

—¿Se fue de allí?

—Hasta donde yo sé, se volvió a las islas Feroe e hizo bien. Si se hubiera quedado, le habría arrancado los cojones. —Christian, de repente, recordó con quién estaba hablando y le dedicó a Jeppe una mirada aplacada que señalaba que los dos sabían que había sido solo una manera de hablar.

—¿Cómo ha dicho que se llamaba? —preguntó Jeppe mientras sacaba la libreta.

—No me acuerdo. Hjalte, como ya he dicho, y un apellido más feroés aún. Seguro que está sin hacer nada, cuidando ovejas ahí arriba, ya sabe, con chaleco de punto y filantropía barata.

Jeppe anotó con rapidez y le sonrió.

—Hemos dado con un par de asuntos y algunas bancarrotas en su historial. ¿Algún cambio de divisas del que no se tomara nota en sus libros de contabilidad?

No hubo ninguna reacción.

—Se imaginará que se ha ganado enemigos en su vida profesional, ¿verdad? —dijo Jeppe apretando el bolígrafo.

En los ojos de Stender brilló un destello de ira que le hizo parecer un Ulises que solo se hacía más fuerte navegando a contraviento. Pero la fuerza dio paso a una tristeza tan profunda que Jeppe casi sintió la misma presión en el pecho, aunque volvió a intentarlo.

—Tuvo un juicio por estafa en 2008…

Stender, resignado, negó con la cabeza. El globo se había desinflado y su mirada parecía cansada y vacía.

—No fue nada, se lo aseguro. No puede tener nada que ver. Está buscando en el sitio equivocado.

Comenzaron a caerle lágrimas por la carnosa mejilla. Jeppe lo observó impaciente; ocultaba algo que no era capaz de sonsacarle.

—¿Los camaradas de la logia?

Stender levantó las cejas como respuesta y miró sin disimulo su reloj. Evidentemente, ese asunto no le concernía a Jeppe, que se levantó y le tendió la mano.

—Llámeme si recuerda algo que pudiera ayudarnos en la investigación. Estamos haciendo todo lo que podemos para encontrar al asesino. Todo.

Anette estaba lista en el vestíbulo. Parecía que acababa de estar en una conferencia de media hora sobre la relación de los tipos de interés y la renta efectiva. A lo mejor habría sido más inteligente haberse intercambiado los papeles. Anette no era compatible con secretarias cursis de provincia.

—¿Dónde está Ulla Stender?

Anette señaló con la cabeza en dirección al baño del vestíbulo.

—Lleva ahí diez minutos. Si no nos vamos, creo que no saldrá en la vida.

Jeppe estuvo riéndose hasta que llegaron al coche. La risa fue beneficiosa para ambos y Anette hizo lo posible por alargar la diversión. Una vez que maldijo Holstebro, al gremio de secretarias y a las señoras de pueblo, estuvo lista para intercambiar información.

—No hay ninguna duda de quién manda en casa de los Stender. Ella hace todo lo que él le pide y él parece aprovecharse plenamente de su poder. ¡Sabe Dios que yo también lo haría si fuera el marido!

—Si es duro con ella, también podría serlo con Julie. Incluso violento, ¿no?

Anette frenó de golpe ante un ciclista que cruzaba en rojo y le gritó una sarta de improperios con la cabeza por fuera de la ventanilla.

—No es imposible, pero creo que Julie vivía al sol de sus atenciones y Ulla a la sombra. Si alguno hubiera tenido ganas de matar a Julie, habría sido Ulla, no Christian.

Mientras pasaban por los canales, Jeppe habló de los anteriores amantes de Julie. La gente estaba sentada en las escaleras de piedra que custodiaban el canal, mirando al sol con los ojos medio cerrados, tomando cerveza y sin planes para lo que quedaba de día, a años luz del ambiente cargado del Ford. Jeppe se giró hacia su compañera.

—Tenemos que averiguar quién es Hjalte y dónde está. Fue profesor de Arte en el colegio Vinding hasta hace cinco años. Creo que tenemos que llamar a alguien que conozca a la familia Stender y que a lo mejor haya vivido de cerca el asunto. Caroline. O quizá su madre, Jutta.

—La llamo yo, ¿me das su número? —dijo Anette tras asentir.

El semáforo en rojo delante del Museo Nacional los detuvo. Jeppe sacó el móvil y le mandó el contacto. Justo cuando iba a guardarse el teléfono, este sonó. Esa vez respondió.

—Kørner. Hola, Esther… No entiendo… —Jeppe escuchaba la confusa explicación de la señora, pero no entendía qué era tan urgente—. ¡Voy ahora mismo!

Se quitó el cinturón con prisa y alcanzó a gritar «¡me voy, hay novedades en Klosterstræde, nos vemos en el Gården en una hora!» antes de dar un portazo y correr por la calle Stormgade. Anette vio por el retrovisor su largo cuerpo desaparecer tras la esquina.