EPÍLOGO

Más allá

 

Durante mucho tiempo hui de la oscuridad. En el fondo, creo que encontraba cierto alivio en no saber quién era porque, a veces, lo que da verdadero terror es la luz. Sin embargo, la oscuridad tiene un sentido.

Cuando has sentido que no hay tiempo para más, tu mente cambia. Estamos de paso y no somos tan importantes como para no entendernos siendo lo mismo. Algún día desapareceremos sin que sobreviva siquiera un recuerdo de lo que hemos sido. Esa es la única certeza. Esa, y que en esta vida, tan brillante y tan oscura por momentos, hay personas increíbles. Están ocultas, a veces son invisibles, pero existen. Recuerdo la promesa de Dante y la digo en voz alta:

—Si este mundo se nos queda corto, crearé otros.

A veces llegas tarde y los esfuerzos de media vida se desvanecen para recordarte que nada es eterno. Todo termina y ya no puedes hacer nada. Por suerte, no es mi caso. Su cabeza reposa sobre mi muslo, su expresión es de una paz envidiable. Tengo a un dios dormido en mis brazos y las manos que lo acarician son las de una diosa. Estamos en casa, estamos en nuestro sofá.

No es un milagro. No es magia. Al igual que somos arquitectos de nuestros miedos, también lo somos de nuestros sueños. Yo soy mi realidad y mi realidad es la que he creado al liberarme de miedos y máscaras. Sólo he dejado en mí lo que mi padre quiso sembrar al bautizarme con este nombre.

—Te amo —susurro.

Dante abre los ojos y veo en ellos la mayor expresión de luz nunca vista. Sus ojos son el reflejo de los míos. Estamos en el mismo plano. Emancipados de la oscuridad. Serenos. Conscientes. Me sonríe y, tras una respiración profunda, vuelve a cerrar los ojos. Pongo mi mano sobre la suya y miro al frente para observar el salón. Todo tiene una energía distinta. Parece otro lugar.

Me fijo en la foto en que aparezco con mis padres. Estoy en paz con ellos. Finalmente, dejé atrás el blanco y el negro. He conocido el perdón. He aprendido el idioma del color. Hoy sorteo obstáculos sin perder el equilibrio. Hoy no me dejo vencer. Vuelo con la mente y el corazón y sólo despliego mis alas para volar hacia lugares que expanden mi esencia. Lo demás no lo quiero.

Reconozco mi brillo, sutil y resistente. Hoy brillo con luz propia e incluso ilumino el rostro de otras personas. Por suerte, no hay pensamiento que oscurezca mi mente más de lo necesario. Y cuando ocurre, me detengo y observo. Es un laberinto que ya conozco. Siento el camino y sigo adelante.

Hoy agradezco lo que debí experimentar para arrojar luz en mi oscuridad. Si no hubiera tenido problemas, no conocería esta paz. Además, tengo un buen compañero. Lo nuestro no es éxito. Lo que Dante y yo tenemos es el resultado de un compromiso. De un sentimiento que sobrevivió al miedo. Porque, aunque lejos, cada uno construyó el armazón de nuestro presente conjunto.

Porque yo nunca dejé de pensar en él.

La mía fue una lucha silenciosa. Sin testigos. Sin rastro de la sangre que vertí en victorias y derrotas. Así es como lo quise. Necesitaba hacerlo por mí misma. Ese era mi infierno, no el de Dante ni el de nadie más. Era mi oscuridad y quería rendir cuentas con ella. A veces vencía y no podía decírselo a quien más me importaba. A veces caía y era un árbol en medio del bosque.

De nuevo, siento su respiración profunda. Con la cabeza, busca mi abdomen y se relaja. Tuve suerte de que en su corazón hubiera lo mismo que en el mío. En realidad, la tuvimos ambos. Hoy en día, Dante y yo ya no buscamos responder a ideales. A pesar de que siguen siendo nuestra brújula, nos quedan grandes. Nuestra vida no es perfecta, pero donde antes aparecía el miedo, ahora aparece la razón. El respeto. El humor. Esa es la diferencia. Ahora hasta nuestras sombras tienen un romance. Tras aquella experiencia, Dante y yo aprendimos lo que significa amar.

Amar es aprender a proteger ese fuego especial. Amar sana los miedos. Amar es aceptar a la otra persona en la misma forma en que debemos aceptarnos a nosotros mismos. Amar es querer a una persona más allá de lo que pueda aportarte. Amar es celebrar la existencia del otro. Amar es apoyarse y crecer juntos.

En el tiempo que estuvimos separados medité sobre mis errores. Dante siempre me pareció una persona que estaba un escalón por encima del resto de la humanidad, pero las expectativas que tenía sobre él no eran realistas. Sin ser consciente, puse sobre sus hombros el peso de hacerme feliz. De manera natural, él cumplía mis altas expectativas. Las cumplía, hasta que dejó de hacerlo y pude ver que era humano. Imperfecto. Gris. Lo que en realidad no pude soportar fue que dejara de funcionar de la forma en que yo necesitaba. Neco tenía razón, pero le faltaba la visión que da la madurez humana. Nadie aprende a amar sin equivocarse al menos una vez.

Milenci también tenía razón. Debíamos perdernos el uno al otro. Sólo así fue posible el verdadero diálogo. En estos meses he conocido su dolor. Hemos hablado sobre su pasado con la misma complicidad de siempre. Como ya intuía, su problema no tenía que ver conmigo. Dante nos echó a todos de su vida de la misma forma. Quería alejarnos porque se sentía peligroso. A todos los que le queríamos. Me gustó conocer una parte de su vida que nunca supe, aunque me hizo sentir triste. Dante no me lo había contado antes porque estaba convencido de que, si me lo contaba, lo vería débil. Nada más lejos de la realidad.

Del mismo modo, hablamos sobre el vacío que dejó mi padre en mi vida. Papá me ayudó a desarrollar el pensamiento crítico. Le debo más que una semilla, y a mi madre le debo la vida y que me tratara de la mejor forma que supo. De hecho, con el tiempo cada vez recuerdo más momentos de amor genuino con mamá. A veces los recordamos juntas y reímos.

También hablé a Dante de Milenci. Durante esos meses, juzgué mejor sus palabras y deseé haber hablado más con ella. En ocasiones traté de invocarla, sin éxito. Dante también me habló de su guía en aquel mundo extraño. El espectro de los cuernos de carnero. Así entendí por qué Neco le guardaba rencor y lo había llamado artificial. A veces fantaseamos con que nuestros guías se relacionan en aquel mundo, y sobre todo lo que puede ser posible en él.

Últimamente, hablamos sobre todo lo que nos ilusiona y queremos aprender. Nos esforzamos por arañar la realidad con el espíritu del niño que una vez fuimos y compartimos los descubrimientos que hace el otro. Hablamos sobre los temas de siempre y sobre otros nuevos. A nosotros nunca nos faltó conversación. Además de mi pareja, Dante siempre fue mi mejor amigo.

Suenan cinco golpes en la puerta.

—Dante, están aquí.

Se despereza y dice:

—Que esperen.

—Vamos, perezoso.

Dante se levanta y va hacia la puerta. Cuando la abre, escucho que bromean. Víctor y Carlota están guapísimos. Por fin llegó el día. Nos vamos de viaje.

—Pero, ¡qué guapa!

—Gracias —digo.

Carlota se me acerca y me abraza. Es muy enérgica y no controla su fuerza. Río al pensar esto mismo. Ojalá y la hubiera conocido antes. La chica del cine. La taquillera. La pelirroja descarada. En todo este tiempo, Carlota se ha convertido en una hermana para mí. Jamás hubiera pensado en tal casualidad. Víctor y ella estaban enamorados desde hace años.

—¿Te ayudo con la maleta?

—No te preocupes, Carlota.

Me pellizca las mejillas y me dije:

—¡Te tengo que contar la última peli que vi!

—Claro, dame un minuto.

Subo las escaleras y entro al baño. Me miro al espejo y descubro en mi rostro una expresión bonita. Me hago la coleta. Me encanta cómo me sienta porque se me ve más la cara. Además, en estos meses he cogido algo de peso. Bajo con la maleta y los encuentro esperándome en la entradilla. Nos vamos al mar.

—¡Vamos, Sofi!

Cierro la puerta mientras los tres avanzan hacia la furgoneta de Víctor. Dentro de ella nos espera Andrea, la hermana de Carlota. Miro hacia la ventana de mi habitación y recuerdo mis días grises.

Ya no necesito nada más.

Nosotros somos el viento.

Camino hacia ellos sintiendo cierta melancolía. Algún día me reuniré con mi padre, pero, mientras se dilate el encuentro, pienso disfrutar cada segundo de mi vida con las personas que quiero. Y a ellos los quiero profundamente. Ellos son mi familia.

Con el miedo a que te hieran, hieres. Con el miedo a encontrar, huyes. Con el miedo al amor, odias. Todo el mundo tiene miedo de todo el mundo. Eso es lo que nos hace esclavos. Por eso decidí confiar en los demás. Venimos a este mundo a perderlo todo, pero hay personas a las que no merece la pena perder. Especialmente a uno mismo. A ti, si estás leyendo esto, te deseo alas.

Alas de verdad.