Llegada al Fin del Mundo.

Desde hace semanas sólo vemos grandes llanuras y estepas verdes envueltas en una especie de nebulosa gris pese a los días soleados. ¿Será que es la propia monotonía la que lo torna todo grisáceo y convierte el viaje en una silenciosa pesadilla? Pero desde Río Grande dejamos atrás la tierra yerma argentina para descubrir bosques de robles dorados bajo el intenso sol otoñal. La lenga es el roble representativo del bosque andino patagónico del sur de Argentina y Chile.

El martes 18 de Abril alanzamos temprano la pequeña localidad de Tolhuin donde un antiguo mochilero conocido por su gran altruismo, recibe a todos los ciclistas que le piden alojamiento. El tal Emilio regenta una panadería en medio del pueblo y hacia allá ponemos la proa.

No tardamos mucho en llegar a la famosa Panadería La Unión. Con asombro, contemplamos el edificio de dos plantas que ocupa toda la manzana.

“Al tal Emilio no le debe ir nada mal”, pienso, mientras numerosas personas entran y salen del majestuoso establecimiento, como si se tratara de una sucursal bancaria.

Decidimos preguntar por el jefe en la parte trasera del inmueble, por no incomodar con nuestras bicis a los clientes.

—Buenas tardes. ¿Podría hablar con Emilio, por favor?

Se miran la una a la otra.

—No está —contestan al unísono.

Pero no dicen nada más y me quedo aguardando en silencio a que muevan ficha, ya que llevo el casco y es evidente lo que quiero, pero no lo hacen y, lo cierto, es que aquello me da muy mal rollo, porque no me gusta mendigarle a nadie una cama. Para eso me voy a dormir a mi tienda de campaña.

—Pero… ¿no es aquí donde acogen a ciclistas? —insisto.

La dos empleadas se vuelven a mirar con el mismo gesto de desencanto.

—Sí, es aquí —dice una de ellas para después acercarse extendiendo el cuerpo por encima del mostrador—. Salga por donde ha entrado y dé un rodeo, mi compañera le esperará en la puerta principal y le conducirá a un cuarto .

Regreso por donde he entrado y advierto que las paredes de la panadería están totalmente empapeladas de fotografías del que supongo es Emilio, con un centenar de personalidades que no logro reconocer pero que, por su aspecto, yo diría que son políticos, cantantes, actores, deportistas y todo tipo de figuras públicas que deben haber caído por ahí de camino a Ushuaia, convirtiendo el lugar en una especie de paso obligatorio para todo aquel que viaje hacia el Fin del Mundo.

La empleada de la panadería nos muestra una diminuta habitación sin ventilación en el almacén, con dos literas con colchones que habrán hecho las delicias de miles de viajeros durante una década. Nos detenemos a leer frases escritas en las paredes por almas errantes de tan dispares nacionalidades que no quepo en mi asombro. Japón, Australia, Islandia, Corea del Sur, China, Finlandia, Alemania, España, Tailandia, etc. Al parecer, Marika es la primera letona que pasa por ahí y yo debo ser la primera canaria. ¡Olé!.

Nos acostamos temprano para madrugar pero no pegamos ojo porque a media noche oímos que entra gente gritando y armando escándalo sin ningún reparo, encendiendo luces y riendo y encima esos cuatro mochileros se ponen en la mismísima puerta de la habitación a hacer una fiesta con música y porros toda la noche sin el más mínimo respeto. Debían tener menos de treinta años y algunos llevaban viajando varios años y parece que no han aprendido nada de nada. En una de estas salgo de la habitación y les pido que por favor bajen la música y el tono y me mandan a la mierda literalmente con un descaro y una falta de educación que pocas veces he visto.

Les explico que somos ciclistas y que no tenemos la suerte de ir en bus o a dedo como ellos y que para nosotras viajar representa un esfuerzo físico y mental extenuante y que en consecuencia es vital dormir nuestras horas. Pero ellos dicen que no es su problema y que me estoy equivocando de lugar. Que si quiero tranquilidad que me vaya a un hotel. Y siguen toda la noche dando por saco. Creo que consigo dormir una hora.

El jueves 20 de abril me despierto con las primeras luces del amanecer. Me siento descansada y feliz. Creo que esta ha sido una de las veces que mejor he pernoctado en las últimas semanas. No me he desvelado con frío en medio de la noche, como en las últimas jornadas, ni sobresaltada por el torpe deambular de un armadillo, o de una liebre, o de cualquier roedor cerca de la tienda de campaña. He dormido de un tirón; incluso ahora tengo un poco de calor dentro de mi saco de dormir.

Amanecemos a orillas del Fagnano, un lago de origen glaciar que se reparten también Chile y Argentina. Sus aguas cristalinas reflejan el fuego de los bosques otoñales australes que arden de sofocación cuando el sol matinal traspasa sus ramas. Preparo café en la puerta de la tienda, observando la cegadora claridad de la última mañana del viaje durmiendo a la intemperie. Con semejante espectáculo, apetece seguir rodando por este mundo de incalculable belleza natural al que le quedan, por lo visto, tres primaveras.

Hoy nos sentimos más unidas que nunca, por lazos que van más allá de la amistad. La letona y yo compartimos el último café matinal oteando el paisaje lacustre de violetas, rojos y amarillos. Algunas aves sobrevuelan el lago y se duplican en sus transparentes aguas. Siento que de un momento a otro voy a romper a llorar. Tanto tiempo, tanto sufrimiento, tanto esfuerzo y tanta felicidad para estar aquí ya, a sólo un día del final. Esto, aquí y ahora, es un regalo del Universo y el haber sobrevivido a tantas cosas, un milagro, o el puto poder de la mente.

Nos demoramos en salir porque queremos llenarnos de la magia del lugar antes de enfrentarnos a lo desconocido. Nos esperan 65 km de montaña, bosque, niebla y mucho frío hasta Ushuaia, la ciudad más austral del Planeta. Con suerte, no habrá nevado aún, aunque hemos inaugurado la temporada blanca, contrariamente a nuestros planes.

El último día de este viaje, la última rodada por aquellos lares que hemos tenido la suerte de pedalear, la última parada sobre un acantilado para contemplar un parsimonioso amanecer sobre un lago teñido de ocres, puede que el último viaje con Marika Latsone, o puede que mi último viaje en bicicleta. Quién sabe. Hoy, más que nunca, somos conscientes de que hay que aprovechar al máximo este tren porque puede que sea el último.

Así que, antes de dejar atrás el inmenso lago modelado por las glaciaciones, ubicado en el centro sur de Tierra del Fuego, dejamos las bicis contra los guardarraíles y nos sentamos al borde de un acantilado, en un mirador que ofrece vistas en primer plano del Lago Escondido y, detrás, parte del Lago Fagnano. Permanecemos silenciosas, perplejas, sentadas, balanceando las piernas, como aguardando a que alguien nos descifre este acertijo de colores.

Llegamos al paso carretero cordillerano más austral del mundo, el Paso Garibaldi, el único paso por carretera que ha logrado atravesar los Andes fueguinos. Somos tan afortunadas que el tiempo ha sido favorable casi todos los días desde Puerto Natales. Normalmente en esta época del año el Paso Garibaldi está nevado y su travesía en bicicleta puede llegar a ser una odisea. Pero, para nuestra fortuna, a excepción de la caída drástica en la temperatura que experimentamos en la zona, atravesar este paso es relativamente fácil pese a las subidas pronunciadas y a que nuestras fuerzas han caído en picado.

Es increíble cómo el apremio del final hace que mi cuerpo se dé por vencido antes de tiempo. Misteriosamente, hoy me siento más débil de lo normal y siento agujas de dolor en la zona lumbar de la espalda. Cuando debería ser al revés. Deberíamos experimentar un subidón de adrenalina que nos anestesiara y empujara como dos proyectiles el resto del camino, y no es así. Me apetece parar más de lo que lo hago normalmente y disfrutar del sol otoñal sobre el bosque encendido de pasión. Un panorama que nunca había tenido la suerte de presenciar, porque las lengas son un tipo de roble autóctono en Tierra del Fuego, el bosque andino patagónico del sur de Argentina y Chile por excelencia, y ese color otoñal que adopta es tan único como un copo de nieve.

El ocaso del día y de este viaje es inminente. Nos acercamos paulatinamente a los límites de Ushuaia, acotados con dos gigantes columnas que rezan, en grandes letras, el nombre de la ciudad donde el mundo se detiene. Los pilares que anuncian las tinieblas, como un día lo hicieron las columnas Hércules en el Estrecho de Gibraltar, se aproximan pausadamente haciendo que el mundo que nos rodea parezca irreal.

Me acuerdo de mi vida y de mi soledad durante estos tres años y me siento abstracta. Me bajo de Susan y abrazo una columna, con el nombre de Ushuaia, mientras lloro de rabia y de placer, grito sin fuerzas mientras me oigo lejana, como si no estuviera allí, sabiendo que aunque haya llegado, mi destino ha sido el camino, conociendo que, a partir de ahora, las únicas cadenas que llevaré por la vida serán las de mi bicicleta.

“La persona que sigue a la multitud normalmente no irá más allá de la multitud. La persona que camina sola probablemente se encontrará en lugares donde nadie ha estado antes”

Albert Einstein