Estaba oscuro. Más oscuro que en ningún otro lugar donde él hubiera estado. Fuera, la noche nunca era realmente oscura, ni siquiera cuando el cielo estaba nublado, pero allí, la oscuridad era mayor que en el fondo del armario de Mandy cuando jugaban al escondite. Había una grieta entre las puertas, podía notarla con los dedos, aunque por ella no entraba ni el más mínimo vestigio de luz. Debía de ser aún de noche. Tal vez entraría luz por la rendija cuando se hiciera de día.
Pero quizá también el señor Cameron volvería cuando se hiciera de día. Jem se apartó un poco de la puerta al pensarlo. No creía que el señor Cameron quisiera hacerle daño exactamente —al menos había dicho que no quería hacérselo—, pero tal vez intentara volver a llevarlo donde las piedras, y Jem no quería ir allí por nada del mundo.
Pensar en las piedras dolía. No tanto como cuando el señor Cameron lo empujó hacia una de ellas y esa cosa... empezó, pero dolía. Tenía un rasguño en el codo con el que la había rechazado, devolviéndole el golpe, y ahora se lo frotó, porque era muchísimo mejor sentir ese escozor que pensar en las piedras. No, se dijo, el señor Cameron no iba a hacerle daño, porque lo había arrastrado fuera del alcance de la piedra cuando ésta intentó... Tragó saliva con fuerza y se esforzó en pensar en otra cosa.
Tenía la impresión de saber dónde se encontraba, sólo porque recordaba que mamá le había contado a papá la broma que le había gastado el señor Cameron cuando la encerró en el túnel y que ella había dicho que las ruedas que cerraban las puertas sonaban como cuando masticas un hueso, y eso era justo lo que había oído cuando el señor Cameron lo había empujado allí dentro y había cerrado las puertas.
Estaba temblando un poco. Allí dentro hacía frío, incluso con la chaqueta puesta. No tanto frío como cuando el abuelo y él se levantaban antes del amanecer y esperaban en medio de la nieve a que los ciervos bajaran a beber, pero bastante frío.
Había algo raro en el aire. Olfateó, intentando oler lo que pasaba, como hacían el abuelo y el tío Ian. Percibía el olor de la piedra, pero no era más que una vieja piedra normal y corriente, no... como aquéllas. También notaba un olor a metal y una especie de olor aceitoso, como el de una gasolinera. Una especie de olor caliente que creyó que era electricidad. Había algo en el aire que no era en absoluto un olor, sino una especie de zumbido. Era energía eléctrica, lo reconocía. No igual que en la cámara grande que mamá les había enseñado a él y a Jimmy Glasscock donde vivían las turbinas, sino algo parecido. Es decir, máquinas. Se sintió algo mejor. Las máquinas le parecían amistosas.
Al pensar en las máquinas recordó que mamá había dicho que allí había un tren, un tren pequeño, y eso hizo que se sintiera muchísimo mejor. Si había un tren, no todo era tan sólo un espacio vacío y oscuro. El zumbido ese tal vez fuera del tren.
Extendió las manos y caminó arrastrando los pies hasta dar contra un muro. Entonces, tanteó a su alrededor y avanzó tocando la pared con una mano, descubrió que iba en dirección contraria cuando chocó de cara contra las puertas y soltó: «¡Ay!»
Su propia voz lo hizo reír, pero la risa sonó extraña en aquel gran espacio, así que calló y dio media vuelta para caminar en sentido contrario, apoyando la otra mano en el muro para orientarse.
¿Dónde estaría ahora el señor Cameron? No había mencionado adónde iba. Sólo le había dicho a Jem que esperara y que volvería con algo de comer.
Sus manos tocaron algo redondo y suave y tiró de ello. Pero aquello no se movió, así que puso la mano encima. Cables eléctricos que discurrían sobre el muro. De los grandes. Sintió un leve zumbido en su interior, del mismo modo que cuando papá apagaba el motor del coche. Eso hizo que pensara en Mandy. Ella emitía una especie de zumbido suave cuando dormía, y otro más fuerte cuando estaba despierta.
Se preguntó de pronto si el señor Cameron habría ido a coger a Mandy, y la idea lo asustó. El señor Cameron quería saber cómo se pasaba a través de las piedras, y Jem no había podido decírselo. Pero seguro que Mandy no podía decirle nada: sólo era un bebé. El pensamiento hizo que se sintiera vacío y alargó los brazos, aterrado.
Sin embargo, allí estaba. Algo parecido a una lucecita cálida en su cabeza, así que respiró hondo. Mandy estaba bien, entonces. Le pareció curioso saberlo estando lejos. Nunca antes se le había ocurrido probar. Por lo general, estaba siempre ahí mismo, incordiando, y cuando sus amigos y él se marchaban sin ella, no pensaba para nada en su hermana.
Su pie golpeó contra algo y Jem se detuvo, tanteando con una mano. No encontró nada. Un minuto después reunió valor para apartar la mano del muro y probar algo más allá y extender después el brazo hacia la oscuridad. Su corazón latía con fuerza, y comenzó a sudar pese a que aún tenía frío. Sus dedos golpearon algo metálico y el corazón le saltó en el pecho. ¡El tren!
Encontró la abertura y entró a tientas sobre manos y rodillas y, al levantarse, se golpeó la cabeza contra la cosa donde estaban los mandos. Eso le hizo ver las estrellas y dijo «Ifrinn», en voz alta. Sonó extraño, aunque no resonaba tanto ahora que estaba dentro del tren, y soltó una carcajada.
Palpó por encima de los controles. Eran como había dicho mamá, sólo un interruptor y una pequeña palanca, y pulsó el primero. Una luz roja cobró vida y le hizo dar un respingo. Pero sólo de verla se sentía muchísimo mejor. Notó cómo circulaba la electricidad a través del tren, y también eso hizo que se sintiera mejor. Empujó la palanca, sólo un poco, y le encantó observar que el tren se movía.
¿Hacia dónde? Empujó un poco más la palanca y sintió que el aire le acariciaba el rostro. Lo olisqueó, pero no le sugirió nada. Sin embargo, se alejaba de las grandes puertas... lo llevaba lejos del señor Cameron.
¿Tal vez el señor Cameron intentaría averiguar lo de las piedras por papá o mamá? Eso esperaba. Papá le daría una buena paliza, estaba seguro, y la idea lo reconfortó. Entonces irían a buscarlo y lo encontrarían y todo iría bien. Se preguntó si Mandy podría decirles dónde estaba. Ella lo conocía a él del mismo modo que él la conocía a ella. Miró la lucecita roja del tren. Brillaba como Mandy, firme y cálida, y se sintió bien al observarla. Empujó la palanca un poco más y el tren avanzó más deprisa en las tinieblas.