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Conversación con un director de escuela
Tras una comida tranquila con Mandy, que parecía haber olvidado por completo sus pesadillas, se vistió con cierto esmero para su entrevista con el director de la escuela de Jem.
El señor Menzies supuso para él una sorpresa. No se le había ocurrido preguntarle a Bree qué aspecto tenía, y esperaba encontrar a un hombre achaparrado, de mediana edad y autoritario, un poco como el director de su propia escuela. En cambio, Menzies tenía más o menos la edad del propio Roger y era delgado, de piel pálida y con gafas, con unos ojos que parecían alegres tras ellas. Sin embargo, a Roger no le pasó desapercibido lo firme del gesto de su boca, y pensó que había hecho bien al no dejar que fuera Bree.
—Lionel Menzies —se presentó el director, sonriendo.
Tenía un firme apretón de manos y aire amistoso, y Roger se descubrió a sí mismo revisando su estrategia.
—Roger MacKenzie. —Le soltó la mano y se sentó en la silla que Menzies le ofrecía, al otro lado de su mesa—. El padre de Jem, de Jeremiah.
—Ah, sí, por supuesto. Imaginaba que tal vez los vería a usted o a su esposa cuando Jem no ha acudido a la escuela esta mañana. —Menzies se inclinó un poco hacia delante y entrelazó las manos—. Antes de seguir... ¿puedo preguntarle qué le contó Jem exactamente acerca de lo sucedido?
La opinión de Roger sobre aquel hombre subió un grado a su pesar.
—Dijo que su profesora lo había oído decir algo a otro niño en gaélico, tras lo cual lo agarró por la oreja y le dio una sacudida. Eso lo enojó y él la insultó, también en gaélico, por lo que usted le pegó con la correa. —Había identificado la mismísima correa, discretamente colgada, pero aún bastante visible, en la pared, detrás de un archivador.
Las cejas de Menzies se arquearon tras sus lentes.
—¿No es eso lo que pasó? —inquirió Roger, preguntándose por vez primera si Jem le habría mentido o habría omitido algo aún más horrible en su relato.
—Sí, eso es justo lo que sucedió —respondió Menzies—. Nunca había oído a un padre dar cuentas con tanta concisión. Por lo general, hay un prólogo de media hora, trivialidades inconexas, ofensas y contradicciones, si vienen ambos padres, y ataques personales, antes de que yo pueda averiguar con exactitud cuál es el problema. Gracias. —Sonrió y, bastante a su pesar, Roger le devolvió la sonrisa—. Me supo mal tener que hacerlo —prosiguió Menzies sin esperar a que Roger le respondiera—. Me gusta Jem. Es inteligente, trabajador... y realmente gracioso.
—Lo es —repuso Roger—. Pero...
—Pero no tuve elección, de verdad —lo interrumpió Menzies con firmeza—. Si ninguno de los demás alumnos hubiera sabido lo que estaba diciendo, podríamos haberlo dejado en una simple disculpa. Pero... ¿le contó lo que había dicho?
—No, no con detalle.
Roger no se lo había preguntado. Había oído a Jamie Fraser insultar a alguien en gaélico sólo tres o cuatro veces, pero había sido una experiencia memorable, y Jem tenía una memoria excelente.
—Bueno, en tal caso, yo tampoco lo haré, a menos que usted insista. Pero lo cierto es que, aunque probablemente sólo unos cuantos de los niños que había en el patio lo entendieron, ellos les habrían contado, bueno, de hecho, les han contado a todos sus amigos lo que dijo. Y saben que también yo lo entendí. Tengo que respaldar la autoridad de mis profesores. Si no hay respeto por el personal, la escuela entera se va al infierno... ¿No me contó su esposa que usted mismo se había dedicado a la enseñanza? ¿En Oxford, creo que dijo? Es impresionante.
—Fue hace algunos años, y no fui más que un joven catedrático, pero es cierto. Y entiendo lo que me dice, aunque yo, por desgracia, tuve que mantener el orden y el respeto sin la amenaza de la fuerza física.
No es que no le hubiera gustado darles un puñetazo en la nariz a algunos de sus estudiantes de segundo año de Oxford...
Menzies lo miró con un ligero guiño.
—Yo diría que su actitud probablemente fue adecuada —señaló—. Y, dado que es usted el doble de grande que yo, me alegra saber que no es proclive a utilizar la fuerza.
—¿Algunos de los demás padres lo son? —preguntó Roger, asombrado.
—Bueno, ninguno de los padres me ha pegado de verdad, no, aunque me han amenazado un par de veces. Pero una madre sí entró en mi despacho con la escopeta de la familia.
Menzies indicó con la cabeza el muro que tenía detrás y, al mirar hacia arriba, Roger vio un racimo de marcas de perdigones en la escayola, la mayoría, pero no todas, cubiertas por un mapa de África enmarcado.
—Al menos disparó por encima de su cabeza —observó Roger con frialdad, y Menzies soltó una carcajada.
—Bueno, no —objetó—. Le pedí, por favor, que dejara la escopeta con cuidado y lo hizo, pero no con el suficiente cuidado. De algún modo apretó sin querer el gatillo y ¡bum! La pobre mujer estaba hecha un flan, aunque no tanto como yo.
—Es usted estupendo, amigo. —Con una sonrisa, Roger reconoció la habilidad de Menzies para manejar a padres difíciles (él incluido), aunque se inclinó un poco hacia delante para indicar que tenía intención de tomar las riendas de la conversación—. Pero en realidad no me estoy quejando, al menos todavía, por el hecho de que azotara a Jem, sino por lo que lo condujo a ello.
Menzies respiró y asintió mientras apoyaba los codos en la mesa de su despacho y unía los dedos de las manos.
—Sí, bien.
—Entiendo la necesidad de respaldar a sus profesores —manifestó Roger poniendo, a su vez, las manos sobre la mesa—, pero esa mujer casi le arrancó a mi hijo la oreja, y evidentemente por un crimen no mayor que decir unas cuantas palabras, no insultos, sólo palabras, en gàidhlig.
Los ojos de Menzies se volvieron más penetrantes al apercibirse de su acento.
—Ah, entonces es usted quien lo habla. Me preguntaba si sería usted o su mujer, ¿sabe?
—Hace usted que parezca como si fuera una enfermedad. Mi mujer es norteamericana, seguro que se ha dado cuenta de ello.
Menzies le dirigió una mirada divertida —Brianna no le pasaba desapercibida a nadie—, pero sólo dijo:
—Sí, me he dado cuenta. Aunque me dijo que su padre era escocés, y de las Highlands. ¿Hablan gaélico en casa?
—No, no mucho. Jem lo aprendió de su abuelo. Él... ya no está con nosotros —añadió.
Menzies asintió con la cabeza.
—Ah —dijo con suavidad—. Sí, yo también lo aprendí de mis abuelos. Los padres de mi madre. Ahora también han fallecido. Eran de Skye.
La habitual pregunta implícita planeaba sobre la conversación, y Roger la contestó.
—Yo nací en Kyle of Lochalsh, pero me crié prácticamente en Inverness. Adquirí la mayor parte de mi gaélico en los barcos de pesca del Minch.
«Y en las montañas de Carolina del Norte.»
Menzies volvió a asentir con la cabeza, y por primera vez se miró las manos en lugar de mirar a Roger.
—¿Ha estado en un barco de pesca en los últimos veinte años?
—No, gracias a Dios.
Menzies sonrió brevemente, pero no levantó la vista.
—No. No se oye gaélico a menudo en estos tiempos. Español, polaco, estonio... eso bastante, aunque no gaélico. Su esposa dijo que habían pasado varios años en América, de modo que quizá no se haya dado cuenta, pero ya no se habla mucho en público.
—Para serle franco, no he prestado mucha atención... no hasta ahora.
Menzies asintió una vez más, como para sí, luego se quitó las gafas y se frotó las marcas que le habían dejado en el puente de la nariz. Sus ojos eran de un azul pálido y parecían de repente vulnerables sin la protección de sus lentes.
—Lleva en declive unos cuantos años —prosiguió—. En particular los últimos diez, quince años. De pronto las Highlands son parte del Reino Unido, o al menos eso dice el resto del Reino Unido, como nunca lo habían sido antes, y mantener un lenguaje distinto no sólo se considera pasado de moda, sino abiertamente destructivo.
»No es lo que podríamos llamar una política escrita para acabar con él, pero el uso del gaélico se... desalienta... enérgicamente en las escuelas. —Levantó una mano para anticiparse a la respuesta de Roger—. No podrían salirse con la suya si los padres protestaran, pero no lo hacen. La mayoría están impacientes por que sus hijos sean parte del mundo moderno, por que hablen bien inglés, consigan buenos empleos, encajen en otro sitio, puedan marcharse de las Highlands... Aquí no es que haya gran cosa para ellos aparte del mar del Norte, ¿verdad?
—Los padres...
—Si aprendieron el gaélico de sus propios padres, no se lo enseñan a sus hijos a propósito. Y si no lo hablan, ciertamente no hacen ningún esfuerzo por aprender. Se considera atrasado, paleto, muy característico de las clases bajas.
—Bárbaro, en efecto —dijo Roger, irritado—. ¿El bárbaro irlandés?
Menzies reconoció la despectiva descripción de Samuel John son de la lengua que hablaban sus anfitriones de las Highlands en el siglo XVIII, y una sonrisa breve y melancólica volvió a iluminar su rostro.
—Exacto. Hay muchos prejuicios, en gran parte declarados, contra...
—¿Los teuchters?
Teuchter era un término escocés de las Lowlands que designaba a alguien de las Gaeltacht, las Highlands de habla gaélica, y, en términos culturales, era el equivalente general de «palurdo» o «chusma».
—Ah, entonces lo sabe.
—Algo sé.
Era cierto. Incluso en épocas tan recientes como los años sesenta, los gaelicoparlantes eran considerados con cierta burla y desprecio público, pero eso... Roger carraspeó.
—En cualquier caso, señor Menzies —dijo acentuando un poco el «señor»—, tengo mucho que objetar a que la profesora de mi hijo no sólo lo riña por hablar gaélico, sino que, de hecho, lo agreda por hacerlo.
—Comparto su preocupación, señor MacKenzie —repuso el director levantando la vista y mirándolo a los ojos de tal modo que parecía como si realmente la compartiera—. He tenido una pequeña conversación con la señorita Glendenning y creo que no volverá a suceder.
Roger le sostuvo por un momento la mirada, deseando decir todo tipo de cosas, pero dándose cuenta de que Menzies no era responsable de la mayoría de ellas.
—Si vuelve a suceder —dijo sin elevar la voz—, no vendré con una escopeta, pero sí con el alguacil. Y un fotógrafo de prensa, para documentar cómo se llevan a la señorita Glendenning esposada.
Menzies parpadeó una vez y volvió a ponerse las gafas.
—¿Está seguro de que no me mandará a su mujer con la escopeta de la familia? —inquirió con aire pensativo, y Roger se echó a reír, a su pesar—. Muy bien, pues. —Empujó su silla hacia atrás y se puso en pie—. Lo acompañaré. Tengo que cerrar. Entonces, veremos a Jem el lunes, ¿verdad?
—Aquí estará. Con o sin esposas.
Menzies se echó a reír.
—Bueno, no tiene por qué preocuparse por la forma en que lo recibirán. Como los niños que hablan gaélico sí les contaron a sus amigos lo que dijo y que soportó la azotaina sin rechistar, creo que toda su clase lo considera ahora una especie de Robin Hood o Billy Jack.
—Dios mío.