Marga estaba de trabajo hasta las cejas. La inminente apertura de su nuevo local en Peñacastillo la tenía ocupada el día entero; entre leer currículos, entrevistar a los trabajadores y la compra de la maquinaria industrial, no paraba.
Sin embargo, cuando se acostaba se acordaba de aquel hombre que le había hecho tocar las estrellas durante toda una noche. Nunca había estado con un tipo así. Sus encuentros sexuales, que hasta hacía poco creía satisfactorios, se convirtieron en lo más insulso. ¿Cómo iba a olvidar las sensaciones que le hizo experimentar Joel? Nunca lo haría, de lo que se trataba era de que se volviera más selectiva con sus futuros amantes. Ahora que había probado un manjar no iba a conformarse con menos.
Muchas noches se despertaba empapada en sudor y con una excitación que la enloquecía. Soñaba con él y eso tenía que terminar. Cada día se levantaba más temprano, se calzaba sus deportivas y se iba a correr. Sabía que si se quedaba en la cama, el rostro de Joel se le aparecería y terminaría usando su juguete, al que había bautizado como «Tarzán» y que en los últimos tiempos no la satisfacía. ¿Qué le había hecho Joel?
***
Cam, Laura y las chicas de la granja armaban un buen alboroto. Fueron a buscar a Raquel a su casa. Manu se rio de lo lindo cuando se la llevaron prácticamente a rastras. Él se quedó con su pequeño y le dijo que se lo pasara bien, que no se preocupara por nada. Quería mucho a su mujer y sabía que, desde que había nacido el niño, ella estaba pendiente de él en todo momento; ya era hora de que se divirtiera un poco. Si habían decidido casarse fue para reunir a toda la familia y presentarles a su hijo. Algunos de sus familiares venían de Andalucía, de Navarra y otros de Extremadura. Era una buena ocasión para convocarlos y pasar unos días juntos. Había algunos tíos y primos que hacía años que no veían.
En el restaurante de Hortensia les habían decorado una sala privada con mucho gusto. Cam se ocupó de ayudar a la dueña a organizarlo, quería que tuvieran un sitio para cenar, bailar y un rincón donde agasajarían a la novia con regalos subidos de tono. Las esperaba una noche memorable.
En cuanto llegaron, ya estaba la mesa puesta con pinchos de varias maneras, embutidos de la tierra y tortillas para todos los gustos; las hijas de Hortensia se apresuraron a servirles las bebidas.
—Chicas, os habéis pasado «un mucho», ¿no? —dijo Raquel al ver aquel despliegue de opulencia. Además, en un rincón había varios sofás y una mesita de centro llena de paquetes envueltos en papeles de colores y lazos brillantes.
—¿Piensas casarte más veces? —preguntó Carmen, una de las monitoras de la granja.
—No —contestó Raquel con los ojos muy abiertos—. Una vez y no más.
—Eso me creía yo. Pues debemos celebrarlo a lo grande.
Cam veía el apuro en el rostro de Raquel. Se le acercó y le susurró:
—Disfruta de tu noche... igual que lo haremos todas.
Eso le arrancó una sonrisa luminosa, la que siempre adornaba la cara de la novia y que era contagiosa.
A partir de ese momento, todas empezaron a pasarlo bien, a reír, a bromear y a contar anécdotas de su vida en la granja. Como era normal, cuando las mujeres se juntaban sin hombres de por medio, se despendolaban. No eran nada sutiles a la hora de despellejar a alguno, y las otras se carcajeaban.
A Raquel se la veía feliz y todas sus amigas se alegraban de ello. La maternidad le había sentado de maravilla, con el trabajo y un poco de gimnasia su cuerpo había vuelto a ser el de antes.
Cam la miraba desde su lugar en la mesa y la veía resplandeciente. En ese instante entendió lo que siempre le decía su marido, Ricardo, que después de dar a luz estaba preciosa. Porque en esos momentos que estaba esperando su cuarto hijo no se sentía muy atractiva, por muchas veces que él se lo dijera.
Estaba comiéndose un filete con patatas cuando Hortensia se le acercó, se inclinó a su oído para que las demás no la oyeran.
—Hay un señor que pregunta por ti.
Cam asintió y, guiñándole un ojo a su prima, salió de la sala. Al recorrer con la mirada el bar, vio a un hombre guapísimo que la miraba directamente a los ojos. Se le acercó con paso firme.
—¿Eres Cam Rosas?
—Yo soy. ¿Has cenado?
—No.
—¿Te apetece tomar algo? Las chicas aún están cenando.
—Desde luego, cuando quieras me avisas y me dices dónde puedo cambiarme.
Cam se acercó a Hortensia y le dijo que le sirviera lo que él quisiera.
—Vuelvo dentro para que la novia no sospeche nada.
Él le sonrió, y ella se quedó embobada mirando aquella boca sensual. Con un movimiento de la mano volvió a la sala privada.
Cam se sentó en la mesa, sofocada, le dio una mirada a su prima que esta no supo interpretar.
—¿Algún problema?
—¡El tío está cañón! —exclamó en voz baja—. En las fotos no salía tan... joder, pero si es como esos modelos que hacen anuncios en la televisión.
—Prima, creo que tus hormonas revolucionadas te hacen ver visiones.
—Ya me lo dirás cuando lo descubras.
Una hora más tarde, con varias bandejas de dulces esparcidas por la mesa y unas copas de champán, Cam fue discretamente en busca de ese hombre, le dijo dónde podía cambiarse y volvió al reservado. Al cabo de un rato, él entró vestido con un esmoquin y una bandeja en la mano, donde llevaba un paquetito envuelto para regalo y un aparato de música que dejó sobre una mesa al lado de la puerta y lo puso en marcha. Empezó a sonar You Sexy Thing (Tu cosa sexy), de la película Full Monty. Todas se quedaron con la boca abierta y los ojos que se les salían de las órbitas. Al reponerse de la impresión, algunas silbaron y otras aplaudieron entusiasmadas, saltando.
Cam se giró hacia su prima y sonrió al ver su expresión.
—¿Necesitas un babero, prima? Se te cae la baba.
—¿Cuando yo me casé no había tíos como ese para mi despedida de soltera?
Cam soltó una carcajada.
—Lo mismo te pregunto —contestó.
—Pregúntales a Daniela y a Aitana. —Se escaqueó Laura.
El tipo supo quién era la novia por un velo que le habían puesto en el pelo. Se dirigió hacia ella lentamente, dejó la bandeja y le tendió la mano para que se la cogiera. Raquel había enrojecido hasta la raíz de sus cabellos, miró alrededor con una amenaza implícita: «Os vais a enterar», decían sus ojos. Se agarró a la mano tendida mientras la música las envolvía. Él cogió la silla donde estaba sentada y la retiró para poder hacer su actuación para ella un poco retirados de las demás. La hizo volver a sentar. La música seguía sonando y la canción cambió; en ese momento sonaba Yo solo quiero hacerte el amor a ti. El hombre empezó a moverse con sensualidad al son de aquella canción tan excitante. Se sacó la chaqueta sin dejar de bailar, se desprendió de la pajarita y se desabrochó varios botones de la camisa blanca, le cogió las manos a la mujer y se las colocó en el pecho para que ella lo acariciara. Raquel se animó cuando él le guiñó un ojo como si quisiera decirle que le siguiera la corriente.
—Cam, pásame la botella de agua —susurró Laura a su prima.
—¿Se te ha quedado la boca seca?
—¡Por Dios, qué calentón me está entrando! —exclamó bajito para no llamar la atención de las otras—. Son cosas del embarazo, ya sabes.
Su prima sonrió.
Raquel lo acarició al mismo tiempo que él se sacaba la camisa de los pantalones y la miraba para que terminara con los botones. Ella se estaba desinhibiendo y se volvió más participativa. Sus amigas silbaron y gritaron de placer al ver que empezaba a disfrutar.
Cam vio por el rabillo del ojo que Laura hacía unas fotos con el móvil y contuvo una carcajada.
—Luego me las pasas —le dijo con una sonrisa pícara.
Raquel tiró de la camisa y la dejó caer al suelo, él la animó a recorrerle su increíble tableta de chocolate con los dedos, a lo que ella se tiró de cabeza, notando la aterciopelada piel. La música cambió y sonó Bailar pegados; Raquel notó cómo él tiraba de ella, la estrechaba entre sus brazos y la hacía mover al son de la canción. Los silbidos fueron ensordecedores.
El tío era un bailarín excepcional, además de envolverla con su gran cuerpo. Quien no supiera que todo aquello era una actuación habría pensado que eran dos amantes. La novia se dejó guiar y disfrutó de la danza con una sonrisa en los labios. Cuando la música volvió a cambiar y oyeron Tú, él la volvió a sentar en la silla y, ante la sorpresa de todas, se movió con seducción a su alrededor; al quedar frente a ella, se cogió los pantalones, tiró con fuerza y se quedó tan desnudo como su madre lo había traído al mundo.
En la sala se oyó más de una exclamación al ver lo bien dotado que estaba mientras seguía con sus movimientos seductores. Se arrimó a Raquel con las piernas abiertas y le pasó su virilidad desde el medio de los pechos hasta el bajo vientre. El barullo en aquel reservado se volvió ensordecedor. La música terminó, y él levantó a Raquel y le dio un piquito en los labios.
—Espero que seas muy feliz —le dijo con su voz profunda; y, guiñándole un ojo, desapareció.
Los comentarios de las chicas se volvieron muy obscenos. Las risas nerviosas las envolvieron.
—Cam, tienes que decirme dónde has encontrado a este tío —dijo Carmen con los ojos encendidos—. Me voy a casar muy pronto y lo quiero a él.
Las carcajadas fueron en aumento.
Cam esperó un tiempo prudencial para que él se hubiese vestido y salió de la sala para pagarle. Al encontrárselo de frente, supo que se había sonrojado, le estaban entrando los calores.
—Felicidades, ha sido un espectáculo fantástico —dijo al entregarle un sobre con su paga.
—Me lo he pasado muy bien, ya tienes mi correo. —Aquella voz ronca parecía que la acariciase.
¿Se le estaba insinuando? Por su mirada dedujo que sí. Lo disfrutó y no le dijo que estaba casada, no volvería a verlo.
Era el momento de empezar a abrir regalos, se sentaron todas en los sofás y comenzaron a entregarle paquetes: esposas, saltos de cama, conjuntos de ropa interior y hasta un anillo vibrador. Había de todo, y «de repente» recordaron el paquete que reposaba sobre la mesa y que había llevado el stripper, lo abrió y se quedó con la boca abierta al encontrar unas bolas chinas.
Laura miraba a su prima muerta de risa, las dos recordaban lo mismo, ese artilugio de la cuñada de Laura, Gala. Volvió la cabeza hacia la novia, esperaba que Raquel no le contara a su futuro esposo lo que había pasado aquella noche allí. No sabía si era celoso, pero por si acaso... A ver si al final no habría boda.