Ese mismo día cuando fue a buscar el coche en el aparcamiento de Gaudí Abogados, una pintada en todo el lateral, que rezaba «puto», lo puso de un humor de perros. Con lo contento que estaba y de un plumazo su alegría pasó a mala leche. Hasta ahí se podía llegar, ¿qué cojones pretendía el que fuera que le hacía la vida imposible? Sabía que unos días atrás habían llegado las fotos del chantajista al bufete y las habían tirado a la basura. ¿Es que ahora iban a amenazar sus posesiones? No lo iba a permitir. Llamó a la policía y, mientras llegaban, fue a la garita de vigilancia y les pidió las cintas de vigilancia.
Cuando Andrés llegó y vio el estropicio, le dijo que si hubiera puesto la denuncia antes quizá no habría ocurrido.
—Tú mismo me aconsejaste que no pagara, que siempre volverían a por más.
—¿Pagaste?
—No.
—¿Esas cámaras de seguridad funcionan? Necesito el coche para ver si han dejado alguna huella, aunque lo dudo, para hacer esa pintada no tenían por qué tocarlo.
—Sí, aquí tienes las cintas. —Le entregó los cajetines—. Pero en este aparcamiento solo tienen llaves los inquilinos del edificio.
—Es posible que tengas a tu chantajista más cerca de lo que crees.
—Joder, joder, joder. —Se dio cuenta de que esa expresión se le había pegado de sus amigos de Santander—. ¿Cuánto tiempo tendréis mi coche?
—¿Lo necesitas? Creo que tienes alguno más...
—¿Qué quieres decir con eso?
Andrés se dio cuenta de que el humor de su amigo no estaba para chorradas.
—Mañana puedes pasarlo a buscar por la comisaría. Esta noche lo procesarán.
Joel estaba pensando en llevarlo a pintar, no podía ir por ahí con eso en el lateral.
***
De las cintas de seguridad no pudieron sacar nada, quien había hecho la pintada iba cubierto de pies a cabeza por ropas negras y con capucha. Había entrado por uno de los ascensores, por lo que supieron que se trataba de alguien que tenía acceso al edificio. Cuando Andrés se lo contó a Joel, este pensó que podría tratarse de alguien de los que trabajaban en Gaudí Abogados, pero lo descartó tan pronto le vino a la mente. Todos eran juristas de prestigio, y los becarios no se arriesgarían a que los pillaran por una cosa así, que les reportaría el despido inmediato.
—Tendremos que centrarnos en las demás empresas del edificio —afirmó Andrés.
—Hazlo, estoy hasta los cojones de este jueguecito.
No volvió a saber del policía en toda la semana.
***
El viernes, Joel estuvo toda la mañana colgado al teléfono. Pretendía regalarle a Marga un fin de semana que no pudiera olvidar en la vida.
Mucho antes de la hora en la que aterrizaría el avión, Joel ya estaba en el aeropuerto. «¿Estoy nervioso?», se preguntó mientras caminaba a grandes zancadas por la terminal. Se obligó a serenarse, no era ningún crío de quince años, joder. Se sentó en una cafetería y cogió el periódico, aquello lo distraería y dejaría de comportarse como un adolescente.
Cuando vio a Marga que salía por las puertas de desembarque con su maleta de mano, le pareció la mujer más bella del mundo. Llevaba el pelo suelto, cayéndole sobre la espalda; ese cabello suave y con aroma a flores que le encantaba. Sus ojos plateados parecían querer abarcarlo todo. Iba vestida con unos vaqueros ajustados, una camisa blanca abierta sobre un top de color salmón y unas deportivas blancas.
Joel sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo, volvía a sentir unas cosquillas en el estómago, cosa que nunca le había ocurrido con ninguna mujer. Se quedó de pie ante los pasajeros que salían; y cuando ella posó los ojos en él y le dedicó esa sonrisa tan suya, advirtió un tirón en la entrepierna, se tuvo que recordar que tenían un largo fin de semana por delante para poder disfrutar de ella.
Marga lo vio allí de pie con aquella sonrisa, tan guapo, tan alto, con sus ojos verdes clavados en ella, y sintió que su corazón se saltaba un latido. ¿Qué le ocurría con ese hombre? Con una sola mirada la hacía sentir como si se le licuaran los huesos, se volvía una masa de sensaciones que no había sentido en la vida.
Caminó hacia él con pasos mesurados, saboreándolo anticipadamente y disfrutando de lo que sus ojos apreciaban.
Aquella mirada estaba enervando a Joel, las promesas que veía en los ojos de Marga decían mucho más que las palabras. Empezó a andar hacia ella, los dos se pararon a un paso; él levantó un brazo y con la yema de uno de sus dedos le acarició una mejilla; ella notó un escalofrío que la recorrió de arriba abajo al igual que a él. No se contuvo más y, posando su gran mano en la mejilla de Marga, la acarició hasta la nuca y la atrajo, levantándole la cara hacia él. Con lentitud, como queriendo saborear el momento, bajó la cabeza y le capturó los labios. Ella dio un último paso que la unió a él en toda la longitud de su cuerpo, saboreando la excitante sensación de aquellos fuertes músculos que la rodeaban. Se sentía como si estuviese dentro de un cálido capullo que la envolvía con suavidad y firmeza.
Sus labios se juntaron, y el mundo se desdibujó en su entorno. Era como si una burbuja los aislara de la vorágine de su alrededor. Se fundieron en un beso que era mucho más que eso, Joel parecía que le estuviera haciendo el amor en su boca.
Marga se sentía como si volara, detrás de sus párpados cerrados podía ver todo el firmamento. Se devoraron el uno al otro; y cuando sus bocas se separaron, ella se dio cuenta de que Joel la tenía levantada contra su pecho duro y que efectivamente sus pies no tocaban el suelo. ¿Qué le hacía ese hombre que perdía el mundo de vista cuando estaba entre sus brazos?
Él la bajó y cogió la bolsa de mano que en algún momento se le había escurrido de entre los dedos. La agarró por la cintura y la guio hacia el aparcamiento donde tenía aparcado su Lexus.
Cuando Marga vio aquel impresionante coche, soltó un silbido.
—¿Es alquilado?
Joel le dedicó una sonrisa divertida.
—No, este es mío.
—¡Vaya máquina! Oye, dicen por ahí que los hombres que conducen este tipo de cacharros es para cubrir ciertas carencias —dijo soltando una carcajada contagiosa, y luego añadió—: Ya sé que no es tu caso.
Con el comentario le lanzó un guiño.
—¿Qué coche tienes tú? —Se interesó él.
—Ahí me has pillado —confesó con una risita—. Podríamos decir que, como soy bajita, lo compenso con mi Jeep Cherokee. ¿Tú sabes la cara que se les queda a los tíos cuando me ven bajarme de él?
Joel soltó una carcajada mientras se incorporaba al tráfico.