Cuando Marga se quedó dormida, Joel llamó a Hugo. Este lo esperaba en el bar del hotel. Él bajó y pidió un whisky antes de contarle lo que estaba pasando.
Hugo lo escuchaba con atención, le daba lo mismo que aquello hubiese empezado en la otra punta de España, Joel era amigo suyo y movería cielo y tierra para poner al delincuente donde debía estar.
Mientras lo oía había momentos que abría la boca para decir algo, pero volvía a cerrarla, no podía creerse que en los años que se conocían nunca les hubiese contado esa parte de su vida. Porque estaba seguro de que los otros no sabían nada de lo que le estaba explicando, cualquiera de ellos lo habría comentado en alguna ocasión.
—O sea que ahora que tu madre ha muerto, tu hermano desconocido se ha empeñado en que le saques las castañas del fuego.
—Así se podría decir, sí.
—Y doy por sentado que te has negado a soltar un euro.
—¿Me ves cara de imbécil? ¿Dónde estaba esa familia cuando la necesité?
Hugo iba ligando cabos tan rápido como su amigo hablaba.
—¿Te das cuenta de que estás culpando a alguien que no sabía nada de tu existencia?
—Y lo primero que hace cuando se entera es intentar chantajearme.
Hugo asintió con la cabeza, ese tipo no podía haber actuado peor.
—Me pondré en contacto con mis compañeros de Barcelona para que investiguen qué está pasando en ese negocio.
—De acuerdo, y mientras tanto... ¿Qué le digo a Marga? Dudo que se quede en su casa esperando que averigües algo.
—Es posible que se haya tirado un farol.
—No. —Esa palabra sonó contundente en labios de Joel—. Me hablaron de los peligros de una tintorería, saben perfectamente detrás de quién van. Antes me amenazaban con airear mi secreto; como lo corté de raíz, amenazan su integridad física.
El policía veía la preocupación de su amigo en el brillo furioso de sus ojos.
—No dejaremos que le ocurra nada. Pondré a alguien a vigilarla todo el día.
—No me gusta.
—Lo sé, pero para dar con quien va detrás de ella tiene que hacer vida normal; si no, quien sea se dará cuenta.
—Lo sé, eso no quiere decir que deba agradarme.
—No te preocupes, pondré a mi mejor hombre tras los pasos de Marga.
Cuando se despidieron, Joel estaba más tranquilo, subió a la suite y, después de asegurarse de que Marga seguía dormida, se sirvió una copa y se la tomó mirando el mar desde la cristalera del salón.
***
Joel estaba acostado con Marga pegada a su lado; sin embargo, le era imposible dormir. Necesitaba mirarla para asegurarse de que estaba allí, de que no había salido corriendo cuando él le había confesado su secreto. Si lo pensaba bien, parecía que ella no se había terminado de creer que él hubiera amasado una fortuna complaciendo a las mujeres en la cama. Estaba ansioso por que amaneciera para aclarar las cosas con ella. Sin embargo, cuando Marga despertó insistió en que la llevara a casa a cambiarse para ir al trabajo. El día anterior ya había faltado y no quería que sus empleadas —a las que aún no conocía suficiente— se creyeran que aquello era jauja.
Se había pasado el día en la tintorería, y se negaba a esconderse por un lunático. Tuvo que acceder a que Hugo le pusiera vigilancia. Joel se había negado a que acudiera al trabajo sin alguien que cuidara de ella, incluso la amenazó con ir él mismo y pasarse el día con ella en Peñacastillo.
Por la noche la recogió al cerrar y, pasándole un brazo sobre los hombros, la guio hacia el aparcamiento.
—¿Es que no hay utilitarios para alquilar en las agencias? —preguntó Marga alucinada al ver el Lexus deportivo que los saludaba cuando él apretó la llave electrónica.
Joel rio con ganas, esa risa que a ella le ponía el vello de punta.
—Este no es alquilado, es el mío. ¿Quieres conducir?
Los ojos plateados de ella brillaron cuando le arrebató la llave de las manos.
—Claro que sí.
Con una pícara mirada se puso tras el volante, y no le pasó desapercibida la satisfacción en el rostro de Joel. Él esperó a que salieran del aparcamiento para alargar la mano y dejarla descansando en el muslo de Marga. Al ver que ella no lo detenía, sus dedos empezaron a alzar la falda hasta que estuvo acariciando la piel sedosa, notó cómo el vello se le erizaba y sonrió.
—¿A qué estás jugando?
—¿No te gusta? —ronroneó él moviendo la mano de la rodilla hacia arriba.
—No cuando estoy conduciendo y no puedo devolver las caricias.
A Joel le brillaron los ojos al escucharla y siguió subiendo hasta llegar a la calidez entre los muslos. Allí se dedicó a hacerle cosquillas sobre la fina tela del tanga.
Marga soltó un jadeo.
—Estate quieto si no quieres que tu coche sufra algún percance.
Él soltó una carcajada. Veía que las mejillas de ella se habían sonrosado y supo que la estaba excitando.
—El seguro lo arreglará.
Un semáforo en rojo la obligó a detenerse. Marga se giró hacia él, lo agarró de la nuca y lo besó con ansias profundamente. Al separarse vio el bulto que tenía en los pantalones.
—Ahora estamos en las mismas condiciones. —Apartó la mano de entre sus muslos—. Estate quietecito.
Él le dedicó una sonrisa lobuna y se mantuvo mirándola el resto del trayecto.
Al llegar al Real paró frente al hotel, y el aparcacoches le abrió la puerta. Joel le pasó un brazo por la espalda, la agarró por la cintura y la empujó hacia los ascensores.
Al cerrar la puerta de la suite, sus grandes manos enmarcaron su rostro, lo levantó hacia él y la besó con suavidad.
—¿Cómo te ha ido el día, cariño?
—No muy bien, no podía dejar de rumiar en...
Él asentía con la cabeza, sabiendo lo que quería decir.
—¿Has pensado en lo que te dije anoche?
Marga lo miraba a los ojos, con los suyos sorprendidos.
—No pude dejar de pensar que hay un lunático suelto y que me están vigilando en todo momento.
A Joel no le extrañó que se hubiese sentido incómoda con la situación; lo que a él más le preocupaba era lo que ella pensara de su faceta de gigoló, pero Marga parecía no darle importancia.
—Comprendo —susurró acariciando sus mejillas con los pulgares.
Una llamada al móvil de Joel hizo que se separaran. Era Hugo, la fábrica textil de su recién hallada familia había sido pasto de las llamas. Aún no sabía qué había ocurrido, estaba pendiente de la investigación, pero según los bomberos todo apuntaba a material en mal estado, a falta de mantenimiento. Que era posible que hubiese sido una treta para cobrar del seguro y que si era así era muy probable que se llevaran un chasco.
Aquella noche cenaron en la intimidad de la suite, Joel le había preguntado si le apetecía ir a algún lado y ella le dijo que no, que estaba cansada, que seguro que se debía a la tensión del día. Él se dedicó a librarla de la rigidez de sus músculos, le preparó un baño con sales aromáticas, con aceites relajantes, encendió unas velas y la bañó con mimo. A ella le encantaba esa faceta de él y se abandonó a esas manos que le daban mucho gozo. Al fin se quedó dormida entre sus brazos con una sonrisa placentera en los labios.