Capítulo 29

Joel estaba en el Toyota de Hugo, este lo había amenazado con esposarlo al volante si se movía de allí.

—Tío, no me hagas esto.

—Lo hago por tu bien y el de ella. No puedo hacer mi trabajo si tengo que cuidar de ti —dijo el policía.

—No me moveré de aquí, lo juro.

A pesar de eso, Hugo mandó a dos de sus hombres para que se quedaran con él.

Sin embargo, cuando Joel vio a Marga asomando la cabeza por aquella diminuta ventana del muro lateral, supo que no iba a cumplir su promesa. Miró alrededor y vio que los agentes entraban en una habitación por la parte frontal del edificio, todos iban armados, y él estaba aterrorizado por si había disparos y Marga resultaba herida. Al oír la primera detonación, salió del coche a la carrera y fue a ayudarla a escapar de aquel infierno. Corría cuando la vio aterrizar en el suelo; no tuvo tiempo de llegar junto a ella que Isaac salía por la misma ventana y la cogía por el cabello. Se le heló la sangre cuando vio lo que parecía un cuchillo, que apretaba la garganta de Marga, y la crueldad con que la cogía del pelo y la usaba de escudo para que no le dispararan.

Los ojos de Isaac mostraban desesperación y locura, cogió a Marga por el brazo y tiró de ella hacia un coche que había aparcado a unos dos metros de ellos. La empujó para que entrara en el Mercedes gris oscuro que él había abierto. Y vio a Marga detrás del volante, incorporándose al tráfico con las ruedas chirriando.

***

Cuando Marga se vio libre de las ligaduras, se lanzó hacia la ventana, asomó la cabeza y, sin pensarlo dos veces, se impulsó hacia afuera. A sus espaldas oyó que la puerta del lavabo se abría y trató de apresurarse. Sin embargo, supo que Isaac le pisaba los talones cuando él mismo la empujó y ella cayó despatarrada sobre unos matorrales. Él aterrizó ante ella, la cogió con crueldad y, mirando hacia todos lados, la hizo entrar en un coche.

—Sácanos de aquí si no quieres que use este juguetito —rugió mostrándole un cuchillo de grandes dimensiones que apoyó en su costado, a la altura de la cintura. Hizo la suficiente presión para que ella notara la punta de la hoja pinchándole la piel.

Aterrorizada, ella puso en marcha el motor y piso a fondo el pedal. El coche culeó por la fuerza de aceleración. Era casi mediodía, Marga pensó que a esa hora las calles estarían atestadas de gente que iba a comer, así que se encaminó a las afueras, a coger la autopista. Una vez en esta se puso el cinturón de seguridad, una idea estaba formándose en su cabeza: en cuanto tuviera oportunidad, clavaría el pie en el freno; esperaba que Isaac saliera volando por el cristal delantero. Pero para eso tenía que aguardar a no tener coches alrededor.

A través del espejo retrovisor vio que la seguían el Toyota de Hugo y varios coches patrulla; por desgracia, Isaac también los vio y la pinchó para que fuera más deprisa.

«Mierda, mierda, mierda», el tráfico en la autopista era bastante denso. Estaba en la autopista de Reinosa, tenía que estar alerta; para ejecutar su plan solo dispondría de décimas de segundo si no quería montar un buen pollo en aquella arteria de Cantabria.

Como si Isaac le leyera los pensamientos, sintió que él le ponía un pie encima del suyo y apretaba para correr aún más.

—Te has vuelto loco, ¿no ves que me voy a llevar a alguien por delante? —le gritó a ese energúmeno.

—Cállate y acelera.

Los kilómetros pasaban y la calzada, a esa velocidad, se volvía estrecha. Marga cogía el volante con fuerza, esquivando a los coches que viajaban más despacio. Sus ojos iban deprisa del retrovisor —asegurándose de que no les perdieran el rastro— a los carriles que pasaban volando.

De repente vio su oportunidad, por un segundo dejó los coches atrás y tenía un buen trecho hasta los que veía por delante. Pisó con fuerza el freno, con lo que hizo que Isaac se fuera contra el cristal delantero y el coche diera cuatro vueltas sobre sí mismo. Por suerte no volcó. Con pericia lo paró, después de que se golpeara contra el quitamiedos y la mediana de hormigón. Isaac estaba aturdido por el golpe en la cabeza, pero no había salido disparado como ella esperaba.

—¡Serás hija de puta! —bramó sacando una pistola de la guantera, había perdido el cuchillo.

Marga miraba por el espejo y veía a los coches policiales y al Toyota negro, que se abrían paso hacia ellos. Él, al notarlo, miró y advirtió que ya estaban allí. No había manera de escapar de esa. Tiró de Marga y la sacó del coche por su puerta, le puso la pistola bajo la barbilla y la utilizó de escudo, empujando el arma hacia arriba.

Los policías ya habían formado un cordón y sacado a los curiosos que se bajaron de sus vehículos a ver qué pasaba.

—Si dais un paso más veréis volar sus sesos por los aires —rugió manteniéndola agarrada delante de él.

Todos se quedaron quietos donde estaban. Joel lo insultó en varios idiomas, si Isaac le hacía el más leve daño se lo cargaría con sus manos. Veía a Marga conteniéndose, estaba seguro de que, en otras condiciones, ya le habría pegado un codazo que tendría a Isaac partido en dos, o él habría apretado el gatillo y ella estaría muriéndose ante sus propios ojos. Un escalofrío lo recorrió de arriba abajo.

—Isaac, tú ganas, suéltala, te daré todo lo que necesitas —gritó Joel desesperado.

Una carcajada siniestra salió del pecho de Isaac.

—¿Te crees que soy idiota? Lo dices porque si me tiembla un poco el pulso ella será historia.

—Y tú antes estarás muerto —aseguró Hugo.

—Entonces, si he de morir, ¿qué más da que me la lleve por delante?

—¡No! —exclamó Joel.

Marga notaba el cañón del arma que le apretaba el cuello y lo empujaba hacia arriba, se puso de puntillas para que la presión no fuera tan fuerte. Oía a Joel pero no lo veía, la posición de su cuello le impedía mirar nada que no fuera el rostro furioso de ese tipo que la tenía presa.

Hugo oía por el pinganillo que llevaba en la oreja que su mejor tirador tenía a Isaac a tiro.

—Gaset, ¿estás seguro de que quieres terminar así? —habló el policía.

Isaac supo que estaba perdido. No había contado con que Joel tuviera influencia en la policía de Santander. Había pensado que lo ignorarían y pensarían que estaba loco cuando fuera con el cuento de que su hermano lo estaba chantajeando, pensarían que veía demasiadas series malas por el televisor. No obstante, no era así, y eso le pateaba las tripas.

—Hermano, lo he perdido todo. —Iba a cambiar de táctica.

Joel estaba harto de que aquel hijo de puta lloriqueara sobre lo que había perdido.

—Eso quiere decir que siempre lo tuviste. ¿Has pensado en las personas que nunca tuvieron lo que tú? ¿Te has parado a pensar en lo que mucha gente tiene que hacer para conseguir algo que llevarse a la boca? Lo que hace la mayoría, o quien puede, es trabajar. ¿Sabes lo que quiere decir esa palabra? Búscalo en el Wikipedia de ese móvil de última generación que llevas en el bolsillo.

Isaac se sintió insultado. Joel lo estaba tratando como si tuviera pocas luces, como a un tonto. Se removió, y el arma hizo más presión contra el cuello de Marga.

Joel se preguntaba qué esperaban los hombres de Hugo para actuar; cada vez que la veía haciendo una señal de dolor o miedo con la cara, el corazón se le aceleraba.

El policía vio el movimiento nervioso de la mano de Gaset bajo la barbilla de la mujer y supo que en cualquier momento la pistola se dispararía.

—Gómez, cuando tengas un tiro limpio, dispara —susurró Hugo al experto que se posicionó sobre una furgoneta—. No la hieras a ella, por Dios.

—Entendido, jefe.

—¿Te crees que soy idiota? —bramó Isaac mirando a Joel—. No me trates como a un gilipollas, nunca, ¿me has oído?

—Sí, y todo el mundo también —gritó Hugo para distraerlo y que se moviera para que su hombre tuviera buen ángulo de tiro. Esa jugada funcionó, Isaac lo miró con dardos en los ojos y aflojó el apretón sobre Marga, lo que aprovechó Gómez para disparar.