Al oír la detonación, a Joel se le heló la sangre. Vio que Isaac caía y arrastraba a Marga con él. Corrió hacia ellos y se abrió paso a codazos, los agentes le impedían llegar hasta ella.
—¡Marga! —gritó desesperado.
—Está bien. —Oyó la voz de Hugo—. Dejadlo pasar —ordenó a sus hombres.
Joel vio cómo le abrían paso, y el alma se le cayó a los pies al verla sin sentido; contuvo el aliento y se arrodilló a su lado con una oración en los labios. Le acarició las mejillas, rogando para que abriera los ojos y lo mirara.
—Tranquilo —le dijo Hugo—. Solo está inconsciente.
—¿Y toda esa sangre?
—No es suya.
Hugo sabía que ella estaba herida, había visto el agujero en sus ropas, y esperaba que no fuera nada grave.
Joel soltó el aire que estaba reteniendo sin darse cuenta. La cogió de entre los brazos de Isaac y la levantó contra su pecho.
Su hermano se removió y gritó:
—¡Me habéis disparado, hijos de puta!
—Cállate si no quieres tragarte los dientes —lo amenazó Joel, dándose la vuelta para mirarlo con furia en los ojos.
—Deténganlo —ordenó Hugo—. Ese rasguño se lo curarán en la comisaría.
—Jefe, está a punto de llegar la ambulancia.
—Bien.
La sirena anunció el arribo de los médicos, atendieron a Marga bajo la atenta mirada de Joel. Se había lastimado las muñecas mientras trataba de cortar las cuerdas que la sujetaban, e Isaac le había hecho un corte en el costado. Él renegaba cada vez que ella se quejaba de dolor. Los minutos se le hicieron horas.
Cuando el enfermero terminó de curar sus heridas, ella estaba muy pálida, tanto que Joel temió que se desmayara.
—¿Estás bien, cielo? —Él se agachó a su lado, preparado por si tenía que cogerla.
Marga asintió con la cabeza.
—Notarás un pequeño pinchazo, voy a darte algo para el dolor —dijo el enfermero, luego le entregó a Joel unas píldoras y le dijo que se las diera si no se sentía bien.
Unos minutos más tarde, Joel, con Marga en brazos, se montaba en el Toyota de Hugo.
—Llévanos al Real.
—Tendríais que venir a declarar a la comisaría.
—¿La has visto? Mañana, necesita descansar.
—De acuerdo —asintió Hugo mientras conducía. Joel se sentó en la parte de atrás con ella, la arrimaba a su costado, ella parecía que se hubiese excedido con la bebida. Él pensó que era debido a lo que el enfermero le había pinchado.
***
Marga se durmió tan pronto apoyó la cabeza en la almohada. Joel la desnudó, gruñía cada vez que veía uno de los rasguños y los apósitos que le pusieron; ella no se enteró. Pidió al servicio de habitaciones unos pinchos y una botella de su whisky favorito, necesitaba algo que le calmara los nervios que aún tenía alterados. Después de tomarse un bocado se fue a la ducha, necesitaba relajarse. La lluvia sobre su espalda logró que los nudos que sentía se fueran deshaciendo. Luego, se secó con vigor y se puso en la cama a su lado. La atrajo junto a su cuerpo.
A media noche, ella se revolvió con furia en la cama, golpeándolo. Joel despertó sobresaltado, la abrazó.
—Sh..., cariño, ya pasó todo, estás a salvo —susurró junto a su oído.
Al oír su voz ella pareció calmarse, se arrimó a él como si pretendiera fundirse en su piel. A Joel le fue imposible volver a dormirse, en su interior se estaba desarrollando una lucha. ¿Y si le decía que la amaba y no era correspondido? ¿Y si ella también lo quería y la ponía en peligro por su pasado? Acababa de suceder, ese mismo día hubiese podido morir, hubo tiros a su alrededor. Nunca se perdonaría que a ella le ocurriese algo por su culpa.
Sin ser consciente, la apretó contra su costado, y Marga se removió soltando un gemido.
—Tranquila, amor, tranquila.
—Lo estoy, pero no me dejas respirar.
Entonces se dio cuenta de que la abrazaba a él con demasiada fuerza.
—Perdóname, cielo, es que...
Marga estaba completamente despierta, levantó la cabeza y lo miró a esos ojos verdes que parecían taladrarla.
—¿Qué es lo que tengo que perdonar?
—He pasado tanto miedo que necesito sentirte. Asegurarme de que estás aquí, conmigo.
Ella se daba cuenta de la angustia que él debió haber pasado.
—¿Dónde tendría que estar, si no?
Joel le cogió la cara entre sus manos, con ternura, y acercó la cabeza para besarla. Lo hizo con devoción y susurró con el corazón en la mirada:
—En cualquier sitio donde nadie te quisiera hacer daño.
—¿Tú me quieres dañar? ¿Me estás echando de tu lado? —dijo ella con un hilo de voz y un nudo en la garganta tan grande que apenas podía hablar. En las horas que había durado aquella locura, se dio cuenta de lo que representaba Joel para ella. Al enfrentarse a ese cabronazo que decía ser su hermano, habían salido de ella unas ganas de arrancarle los pelos de la cabeza a tirones, de borrarle la sonrisa de superioridad a golpes, y eso que no se consideraba violenta. Sin embargo, con aquel tipo que lo único que pretendía era hacerlo sufrir... con él haría una excepción. Esa reacción solo podía significar una cosa: amaba a Joel. Todo había sucedido muy deprisa, supuso que por eso no se había dado cuenta hasta entonces. Pero reconocía sus sentimientos.
Las miradas de ambos se engancharon, y vio tristeza en la verde él.
—Nunca te echaría de mi lado, pero si vas a estar más segura...
Marga se envaró al oír esas palabras. Se incorporó con dificultad, todos los huesos del cuerpo le dolían.
—¿Estás tratando de decirme algo?
—Hoy han estado a punto de matarte.
—Creo que eso lo he hecho yo solita.
—Sabes que no hablo del accidente... A propósito, ¿dónde has aprendido a conducir así?
—Me gustan los coches y veo programas de conducción.
—¿Temeraria?
Esa palabra sacó una sonrisa en los labios de Marga.
—Lo que quería era librarme de él, pensé que saldría volando por el parabrisas, pero no me ha salido bien.
Joel la cogió con ternura y la tumbó sobre su pecho, besó la parte superior de su cabeza y le levantó la cara para mirarla a los ojos.
—No tenías que haberte encontrado en esa situación.
—Pero estaba ahí, y no voy a esperar que venga un caballero de brillante armadura a socorrerme cuando lo puedo hacer yo misma.
—A eso me refiero, no tienes que encontrarte en situaciones como esa. Hoy has corrido mucho peligro por mí.
—No tienes que culparte por eso, ¿cómo ibas a saber que esos tíos están majaretas?
—Pues sí, me culpo por ello —reconoció él—. Mi conciencia no me dejaría en paz si te hubiese sucedido algo.
Mientras hablaban, él distraídamente le acariciaba la espalda, pasando los dedos por su columna vertebral.
Esas palabras decían más de lo que él pretendía. Marga bajó la cabeza y le dio un beso en el pecho.
—No ha sucedido nada, yo estaré bien en un par de días.
—Pero...
Ella lo interrumpió poniendo la punta de sus dedos sobre los labios jugosos de Joel.
—Sh... nada, los dos estamos bien, y espero que esos se pasen una buena temporada en la cárcel.
Joel mordisqueó las yemas de sus dedos, con los ojos encendidos. Ella le estaba quitando hierro al asunto; él pretendía ponerse de acuerdo con quien fuera para que Joaquín e Isaac no pisaran la calle en mucho tiempo.
Marga fue recorrida por un estremecimiento, y él la colocó a su lado otra vez, viendo la mirada interrogante que le lanzó.
—Duende, hoy nada de juegos, no quiero hacerte más daño. Cuando estés mejor, jugaremos a todo lo que quieras.
—Yo me siento...
—No estás bien, tenemos muchas noches por delante.
—¿Ah, sí?
El silencio hubiese podido cortarse con un cuchillo. Unos ojos plateados contra otros verdes. Al fin, Joel se decidió a sacar todo lo que le quemaba en la garganta y en el alma.
Se dio la vuelta y se quedó de cara a ella, Marga enlazó las piernas con las de él.
—Cariño, hoy he muerto mil veces. Cada vez que te veía en peligro, mi corazón dejaba de latir. Nunca me había sentido así antes, y estoy seguro de lo que significa, lo acepto con alegría, con gozo. Por primera vez en mi vida, hay una parte de mí que no me pertenece... y la entrego gustoso.
Marga, al oír aquellas palabras, supo que sus sentimientos eran correspondidos. Su regocijo la hizo bromear.
—¿Qué es eso que entregas? ¿Tu coche? ¡Me gusta!
La risa profunda de Joel le llegó al alma. Por lo menos ahora tenía motivos para reír. Ella le llenaría los días de carcajadas.
Él no se cansaba de tocarla, sus dedos la recorrían rozándola levemente con sus yemas, una sonrisa adornaba su cara, y ella se sentía feliz. Las caricias pronto hicieron que otras partes de su cuerpo reaccionaran, y empezó a removerse, mimosa.
Joel lo notó y le cogió una pierna, que se la pasó por encima de su cadera, la acercó para que pudiera sentir el efecto que tenía sobre él. Marga se arrimó, deseándolo en ese mismo momento. Y él, con todo el cuidado de un corazón amante, entró en ella y le hizo el amor con tanta ternura que ella se sintió la mujer más dichosa del mundo.
Cuando el éxtasis los alcanzó, Marga no paraba de repetir como un mantra:
—Te amo, te amo, te amo...
Al escucharlo de sus labios, Joel se emocionó; lo que nunca creyó posible se estaba haciendo realidad, y él se sentía el hombre más feliz del mundo.
Al recuperarse de aquel increíble gozo y abrir los ojos, Marga notó la mirada verde clavada en ella con una expresión que no le había visto nunca.
—¿Tú no has...? —Empezó a decir muy seria.
Él sonrió y le besó la punta de la nariz.
—Claro que sí, mi amor. —Él se echó a un lado arrastrándola—.Yo también te amo —susurró junto a su oído.