Dos meses más tarde, Joel inauguraba su nuevo bufete en Santander. Su amigo Ricardo lo ayudó a encontrar un local en el centro de la ciudad. Había alquilado dos pisos en uno de los edificios de oficinas más modernos de la avenida Isabel II.
Al mismo tiempo, había estado viendo pisos con Marga, pero no se decidían por ninguno, pues Joel estaba acostumbrado a vivir en un chalet y no se veía en uno de esos bloques con mil vecinos. A él le gustaba tomarse el café de la mañana con poca ropa y con el aire fresco en el rostro, cosa que no podría hacer si en el balcón de al lado tenía espectadores. Además, le gustaba nadar, lo relajaba cuando volvía del trabajo o por la mañana antes de irse, pero lo hacía desnudo, otra cosa de la que se vería privado.
Marga le decía que era un caprichoso, pero entendía que durante parte su vida había tenido que privarse de muchas cosas y que en esos momentos que podía quisiera disfrutar de lo que podía permitirse. Con esos pensamientos buscó por su cuenta lo que él quería, entró en internet y al momento le salieron varias casas con terreno, otras con la piscina ya construida. Todas estaban a las afueras de la ciudad. Fue a visitarlas y se enamoró de una. Era antigua, pero estaba muy bien conservada. Incluso tenía un sótano habilitado como bodega. Y encima el precio no era desorbitado, resultaba que el dueño de la casa había muerto y los herederos querían desprenderse de la propiedad lo antes posible.
¿Cómo iba a hacer para que él la viera?
La chica que se la enseñó debía tener su misma edad y parecía muy enrollada, Marga le dijo que quería sorprender a su novio.
—¿Me has dicho que es abogado? —preguntó Elisa, quien le mostraba la casa.
—Sí.
—¿Qué te parece si lo llamo y le digo que tengo problemas con mis hermanos para vender la propiedad? Le explico que no puedo ir a su oficina porque están esperando que salga de la casa para derribarla.
—Es una idea genial. Aunque es posible que te mande a uno de sus compañeros.
—No te preocupes, pediré hablar con él personalmente, le diré que me lo ha recomendado...
Elisa esperaba que Marga le diera algún nombre. Movió una mano para que la ayudara.
—Ah, sí, dile que Cam te ha hablado de él.
Pensó que tendría que enviar un WhatsApp a Cam por si Joel la llamaba.
Dos días más tarde, Joel llamó a Marga y le dijo que la recogería a las seis pues tenían que ir a un recado. Cuando ella subió al coche, él le sonrió endemoniadamente. La besó y le enseñó un pañuelo de cuello.
—Tengo una sorpresa para ti, amor.
—¿Un pañuelo? —preguntó ella, que ya sabía dónde quería llevarla.
—Esto no es la sorpresa, te voy a tapar los ojos.
Marga lo dejó hacer. Después notó que él ponía el coche en marcha y se incorporaba al tráfico; un rato más tarde, él aminoró la marcha, y ella oyó la puerta de hierro que se abría.
—¿Qué es eso? —dijo ella para que no se notara tanto que sabía dónde estaba.
—Tranquila, ya estamos llegando.
El coche se detuvo y ella esperó, Joel le abrió la puerta y le cogió la mano para que saliera del coche.
—Ahora te desataré el pañuelo.
Marga asintió con la cabeza.
Al descubrirle los ojos, ella pestañeó y una gran sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿Qué sitio es este?
—Ven, te lo enseñaré.
Ella veía el entusiasmo de Joel y se sintió feliz.
Él la llevó de la mano a la casa y le iba señalando rincones y detalles que ella ya había visto, pero al haber estado en su casa de Barcelona y ser tan minimalista no sabía si le gustaría. Fue una grata sorpresa sentir la euforia de él. Parecía un niño en una tienda de juguetes.
—Me encanta esta chimenea en el salón. Y la cocina es muy bonita, a pesar de ser rústica.
—Pues espera a ver la parte de arriba, las habitaciones son grandiosas.
La llevó escaleras arriba y fueron recorriéndolo todo. Al llegar al dormitorio principal, con sus muebles antiguos pero de calidad, él la arrastró hasta el balcón.
—Guau... mira, hay una piscina —exclamó Marga.
Le encantaba la sonrisa de Joel.
—Sí. Y la valla que rodea la propiedad le da mucha intimidad.
—Cariño, ¿qué estamos haciendo aquí?
—Es de una clienta del bufete y me gustó tanto que quería que la vieras.
—Una clienta.
—Ajá.
Desanduvieron sus pasos, y al pasar por delante de la puerta que llevaba al sótano, a ella se le escapó:
—¿No habrá ahí una bodega?
—Pues sí —afirmó él abriendo la puerta y la luz para bajar. Le extrañó que ella hubiese adivinado qué se escondía allí. Y cuando estuvieron entre los barriles, la observó y vio que ella se movía por entre las barricas, los estantes con botellas de vino y la mesa rodeada de unos bancos como si no fuera la primera vez que estaba en ese lugar.
—Oh... ¿Te imaginas aquí con tus amigos tomándoos unos vinitos?
Joel se había quedado apoyado en la barandilla de la escalera mientras la observaba. Ese comentario, cuando él no le había dicho nada de comprar la propiedad, hizo que su experiencia como interrogador saliera a la luz.
—Les encantaría... ¿Y a ti? ¿Te gustaría vivir en esta casa?
—Es fantástica, lástima que sea de una clienta tuya. ¿No la querrá vender, por casualidad?
Joel se le acercó con sus ojos verdes clavados en los plateados.
—Pues sí, pero tú esto ya lo sabías —dijo cuando estuvo a un paso de ella. Lo suficientemente cerca para oler su aroma a espacios abiertos.
—¿Qué dices?
—Cariño, no sabes mentir. —Las mejillas de Marga adquirieron un suave rosado que le sentaba muy bien—. Y nunca olvides que llevo años interrogando a los mayores embusteros del mundo. —Joel dio un paso que hizo que ella levantara la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Tienes razón, no soy capaz de engañarte. Vi esta casa y me maravilló, pero... como en Barcelona vivías en esa mansión tan moderna, no sabía si a ti te gustaría.
Las manos de Joel se habían trasladado a la cintura de Marga, la pegó a su cuerpo y le sonrió.
—Amor, no se trata del lugar. Sé que he estado un poco caprichoso al buscar una casa para nosotros, pero ahora me doy cuenta de que no se trata de los lujos y las comodidades. Los dos seremos felices bajo un puente si es necesario, siempre que estemos juntos. —Marga se puso en puntas de pie y le dio un beso en los labios—. Me encanta esta casa porque sé que tú la convertirás en un hogar.
—Te amo —susurró Marga.
—Yo más.
Allí se fundieron en un beso cargado de promesas, de esperanza y de amor. Ese que había llegado a ellos sin esperarlo, ni buscarlo. El que llenaba sus corazones de gozo, el que los mantendría unidos por toda la eternidad.
El traslado a la nueva casa lo hicieron en pocas semanas, Y cuando estuvieron instalados, organizaron una fiesta para sus amigos. Esos que eran como su familia, la que ellos habían escogido. La sangre no interesaba, lo que importaba era que podían contar con ellos siempre que los necesitaran.