15
Rubén

 

 

 

 

 

Rocío no los hizo esperar. Se presentó puntual a la hora a la que los había citado, solo que esa vez no los llevó a un pequeño despacho, sino a una sala más grande. Rubén pensó que tal vez se trataba de un aula que utilizaban para pequeñas clases o proyectos con los niños. Cuando entraron, Aarón ya estaba allí junto a otra mujer.

Nada más verlos, el pequeño sonrió con alegría y esperó a que la mujer le diese permiso para ir hasta ellos. En cuanto lo obtuvo, corrió hasta Kira, que lo esperaba con los brazos abiertos.

Se fundieron en un largo abrazo bajo la atenta mirada de las dos mujeres encargadas del bienestar del menor.

—¿Cómo estás? ¿Estás bien? —preguntó Kira acariciándole la mejilla.

—Sí —respondió en un susurro, y acto seguido se giró y clavó su mirada en él.

Rubén sintió una punzada extraña en el pecho. Los ojos del pequeño le recordaban a alguien que no lograba identificar. Tal vez una persona que vivía en su memoria o incluso podría tratarse de alguien que su cabeza había inventado.

Por un momento tuvo la impresión de que era como mirarse en un espejo roto.

—Hola, colega —dijo al fin, y ofreció su mano al niño, quien no dudó en chocarla.

Ese fue el momento en que la asistente social aprovechó para presentar a la otra mujer, la cual resultó ser la directora del centro. Rubén no tuvo duda de que quería supervisar la visita y si no lograban convencerla, lo más probable era que no pudieran regresar. Cruzó los dedos para que no le preguntara más de lo necesario, sobre todo acerca de su supuesta profesión.

Sus ruegos parecieron ser escuchados, pues la directora se limitó a ser un mero espectador en el encuentro que, por supuesto, Kira había encabezado. Preguntó al niño por nimiedades que lo hicieron sentirse cómodo. Ella tenía esa habilidad, era capaz de lograr que la gente confiara en ella y se sintiera a gusto a su lado solo con pronunciar unas pocas palabras y sonreír de forma leve.

Cuando consideró que el pequeño estaba preparado para responder preguntas más escabrosas, Kira lo abordó.

—Aarón, el señor al que veías en el sótano, ¿en qué se parece a mi amigo? ¿Tiene el pelo negro como él?

El pequeño le observó de nuevo, aunque esa vez lo hizo de manera más concienzuda.

—No, es blanco.

—Y, ¿es igual de alto?

Aarón se limitó a asentir ante esa pregunta.

—¿Lleva gafas? —continuó Kira, animada.

—No y tampoco lleva barba como la de él.

—¿Es muy mayor? Quiero decir, ¿anda o se mueve como si fuera muy viejito?

—No.

—Bien. ¿Hay algo más que recuerdes? —instó la joven—. ¿Tiene algún dibujo por el cuerpo?

—No.

—¿Y alguna cosa especial que él no tenga?

—Una herida aquí —contestó señalando su mejilla derecha, justo debajo del ojo.

—¿Muy grande? —insistió la detective.

—Sí. Hasta aquí —respondió el niño dibujando el recorrido desde el pómulo hasta la comisura del labio.

—¿Sabes cómo se llama? —se atrevió a indagar la joven.

—No.

—Si te preguntaba algo, ¿cómo te dirigías a él?

—Lo llamaba maestro.

—¿Por qué lo llamabas así? ¿Te lo dijo él?

—Sí.

—Bien. No tienes que preocuparte, lo estás haciendo muy bien.

—¿Estabas solo o había alguien más contigo? —siguió Kira—. No sé, algún amiguito o amiguita.

—Solo ella.

—¿Quién es ella? ¿Es pequeña como tú o mayor?

—Mayor.

—¿Como yo?

—No lo sé. Siempre estaba oscuro —respondió Aarón, dubitativo.

—Lo has hecho muy bien, ¿sabes? Eres muy valiente.

Kira lo abrazó de nuevo y el niño sonrió. Su semblante se relajó y se tranquilizó; pareció haber superado cierto temor momentáneo que se había reflejado en su rostro cuando Kira había mencionado al hombre del sótano.

Rubén imaginó el miedo que habría pasado desde no se sabía cuánto tiempo, incluso era probable que no hubiera conocido otra cosa que el confinamiento en un espacio cerrado y solitario. Intuía de igual manera que había carecido de afecto, y que ello lo volcaba en Kira, pues al instante había sentido que la muchacha desprendía cariño hacia él. Le pareció tan inevitable como lógico que tanto Kira como el pequeño desarrollaran sentimientos el uno por el otro, e igual de inevitable era para Rubén desear que ambos se instalaran en su vida para siempre.

Se fijó en que el pequeño le observaba una vez más. Cada vez que lo hacía, notaba que el fino hilo que los había unido engrosaba poco a poco y se convertía en un lazo anudado a su interior.

Kira reparó en que el niño no quitaba la vista de encima a Rubén e intuyó que el pequeño tenía algo que añadir.

—¿Qué ocurre, Aarón? ¿Quieres decir algo más?

Las palabras de Kira parecieron animar al pequeño, quien se limitó a continuar mirando a Rubén sin pestañear, hasta que dijo:

—Tú eres como yo.

Su primer pensamiento fue que Aarón lo sabía todo sobre él. Su frase resultaba ambigua, pero él la había comprendido al instante, porque algo en su interior le había gritado lo mismo sobre el niño.

Su cabeza decía una cosa, pero sus labios dejaron escapar una pregunta muy distinta.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Tú también eres especial —respondió Aarón.

El silencio se apoderó de la estancia. Las dos mujeres del centro de acogida intercambiaron una mirada, entonces la directora se acercó al pequeño.

—Vamos, Aarón, se acabó la hora de la visita. Despídete de ellos.

—¿Volveréis pronto?

—Claro que sí —aseguró Kira estrechándolo con fuerza.

Luego se acercó a él. Rubén pensó que le daría la mano, pero el niño le echó los brazos al cuello. Respondió al abrazo del pequeño con manos temblorosas. Al notar el calor de la mejilla del pequeño contra la suya, lo embargó una calidez que nunca había sentido y tuvo miedo al instante. Un pavor atroz lo invadió. La certeza de que había logrado algo que perdería en poco tiempo, lo asaltó.

El tiempo se agotó y Aarón se separó de él.

—Hasta la vista, colega —dijo, y el pequeño se despidió con un gesto rápido hacia ambos.

La directora le cogió de la mano y se lo llevó de allí. En cuanto Aarón se hubo marchado con ella, Kira se volvió hacia Rocío para intentar averiguar más sobre el pequeño.

—¿Ha contado alguna cosa más? —preguntó, sin ningún reparo.

—Poco. Habló del sótano en una ocasión. Reiteró lo que acaba de decirle a usted, que estaba solo y veía a la mujer y al hombre que nos ha descrito ahora.

—¿Dijo algo en concreto sobre la mujer?

—No.

—¿Cree que podría tratarse de su madre? —Se aventuró a preguntar Rubén a Rocío, aunque estaba convencido de que no lo era, le interesaba conocer la opinión de la asistente social. Si consideraba que era lo bastante sagaz, podría interrogarla acerca de otros aspectos que podría haber identificado en el pequeño.

—Es posible —respondió la mujer—, aunque por el desapego con el que se refiere a ella, francamente, lo dudo mucho.

—¿Se le ocurre algún detalle que pudiera ser importante? Algo que nos ayudara a identificar el lugar del que procedía —continuó Rubén.

—Habló de un campo, pero nada concreto. Nada que pudiéramos sacar en claro. Me temo que no puedo ayudarlos más.

—Gracias por permitirnos volver a verlo —se apresuró a añadir Kira.

—No se lo tomen a mal, pero no lo hago por caridad, ni por simpatía hacia ustedes, compréndanlo. Con usted es con quien más se abre, Kira, y eso es bueno para él. Esto es por Aarón, por nadie más.

—Lo sabemos y se lo agradecemos.

Rocío asintió ante las palabras de Kira y Rubén aprovechó la ocasión para formular las preguntas que aún tenía en mente y que quizá arrojasen algo de luz sobre la situación del niño.

—¿Puedo preguntarle si Aarón tiene trastornos del sueño?

—Pesadillas y un breve episodio de terrores nocturnos, pero es muy habitual.

—¿Algún tipo de alucinación?

—¿A qué se refiere exactamente? —inquirió la asistente social.

—Si habla sobre cosas que dice que ve, pero que no existen —explicó Rubén.

—No, que yo sepa.

—¿Suele hablar solo? Quiero decir, si le parece que mantiene conversaciones con alguien a quien no ve.

—¿Se refiere a amigos imaginarios?

—Algo así —contestó Rubén con un carraspeo.

—No, que yo haya presenciado.

Rocío respondió con tranquilidad, era obvio que no daba importancia a la pregunta de Rubén, pero él fue consciente de que Kira lo miraba frunciendo el ceño. Estaría imaginando justo lo que él pensaba.

—Bien, eso es bueno —balbució Rubén.

—Si no tienen más preguntas, he de dejarles. Kira, me pondré en contacto con usted para una próxima visita.

—Gracias.

—A ustedes. Ya saben dónde está la salida. Buenas tardes —añadió y los despidió con un gesto.

Sin más dilación, se marcharon del centro. De camino al coche, cuando se cercioró de que no había nadie a su alrededor que pudiera escucharlos, Kira abrió de nuevo el diálogo:

—Dime la verdad, ¿crees que el niño tiene algún tipo de… habilidad?

—¿Habilidad? Querrás decir maldición —gruñó Rubén. Para él nunca había resultado fácil, ni siquiera útil.

—Como quieras llamarlo.

—¿Prefieres el razonamiento lógico o la corazonada?

—Me fío de tu sentido —contestó Kira.

—Hay algo diferente en él —dijo Rubén—. No es un niño como los demás y no lo digo solo por sus circunstancias. Es una intuición.

—Es posible, ¿sabes? La primera vez que lo vi, me recordó a ti.

—¿En serio? ¿En qué?

—No sé. Se me pasó por la cabeza. A lo mejor yo también tuve esa intuición de la que hablas —analizó Kira, y lo hizo con una sonrisa, aunque Rubén supo que iba en serio.

No le tomaba el pelo, al menos con ese tema nunca lo había hecho. Lo cierto era que lo había aceptado al poco de descubrirlo y siempre había sido respetuosa y había intentado ayudarlo. Junto a Candela, ella había sido su mayor apoyo. Si no hubiera contado con ninguna de las dos, con toda probabilidad, ahora estaría encerrado entre cuatro paredes acolchadas, con la única compañía de una camisa de fuerza.

—¿Y qué hay del tipo que describe Aarón? —preguntó, recordando que Kira tenía información privilegiada gracias a su novio—. ¿Alguna pista? ¿Han interrogado a alguien que se parezca?

—No. Lo único nuevo que sé es que la mujer que murió en la carretera no era su madre.

—¡Lo sabía! —exclamó Rubén, triunfante.

—No cantes victoria tan pronto. No es su madre, pero son de la misma familia.

—¿Cómo?

—Lo que oyes, puede ser su tía, prima, incluso su hermana —explicó Kira.

—¿Entonces huía de su propia familia?

—Ahora mismo no sé qué pensar —suspiró la detective—, pero no quiero esperar a ver qué averigua la policía.

—Temo lo que vendrá después de esa frase —murmuró Rubén, pues sabía la manera que tenía de pensar la muchacha y de enfocar las cosas, así como sabía que le haría una proposición peligrosa que no él sería capaz de rechazar.

Kira dejó escapar una carcajada antes de entonar esa pregunta que, sabía, sería su perdición.

—¿Qué planes tienes para mañana?