Había actuado sin pensar.
En cuanto salieron del centro de acogida tuvo la idea. En el momento en que vio cómo Aarón abrazaba a Rubén y las palabras que le dirigía, asegurando que ambos eran especiales, tuvo algo parecido a una revelación.
Sabía que no debía, con toda probabilidad Eloy se lo echaría en cara, incluso podría arruinar la investigación si se precipitaba, pero creyó que era vital llevar a Rubén de vuelta al lugar. Estaba convencida de que podía despejar alguna de las muchas incógnitas que había sobre el caso.
Avisó a Jorge de que no acudiría a la oficina esa mañana y le dejó a cargo de todo. Después fue a buscar a Rubén. Se había vuelto una especie de costumbre, él parecía feliz cada vez que la veía y a veces notaba que la miraba de una manera que le hacía sentir un hormigueo por la espalda y le resultaba difícil aparentar serenidad.
A medida que iba pasando tiempo cerca de él, le costaba centrarse en las partes malas de su relación, así como en las cosas que sabía que Rubén ocultaba y empezaba dar prioridad a lo cómoda que se sentía a su lado, aunque tuviera la certeza de que no era la manera en que debía actuar.
Aquella mañana lo encontró aún más serio que de costumbre. Apenas abrió la boca al principio y vio que no paraba de mover la pierna. Kira supuso que temía volver a desmayarse, igual que esa noche.
—¿De verdad crees que es buena idea? —preguntó Rubén al cabo de un rato.
—Venga, ¿no irás a echarte atrás ahora?
—No es eso, pero si vuelve a ocurrirme…
Kira notó que la impaciencia y la zozobra moldeaban su voz.
—Tranquilo, no pasará nada.
—¿Por qué estás tan segura?
—Intuición.
—¡Qué graciosa!
—Iba en serio. Todo irá bien —añadió Kira, y puso su mano sobre el hombro de Rubén.
El respondió cubriéndola con la suya. Luego, le acarició el dorso con suavidad. Su gesto le produjo un nuevo cosquilleo en el estómago, que duró hasta que el sonido de su teléfono los sobresaltó.
—Es Eloy —dijo a media voz, viéndolo en la pantalla del navegador—, tengo que contestar, ¿te importa?
—Adelante.
Apartó la mano de él y pulsó el botón para hablar por manos libres.
—Buenos días —respondió, cantarina.
—Hola, preciosa. ¿Vas conduciendo?
—Eh, sí. Voy a ver a mamá, ayer no se encontraba bien.
Fue lo primero que se le ocurrió. No podía decir a Eloy que iba a investigar por su cuenta o dejaría de ayudarla con el caso.
—Dale un abrazo de mi parte.
—Lo haré. ¿Qué tienes para mí?
—Entre poca cosa y nada —respondió el policía—. La descripción que dio el niño no coincide con la de ningún sospechoso. Nadie con ese aspecto ha sido interrogado, ni visto por las inmediaciones del lugar del accidente.
—¿Y qué hay de los delincuentes sexuales? Aunque el niño no tuviera signos de violencia, no podemos descartarlo.
—Estoy en ello, pero me llevará mucho tiempo. ¿Tienes idea de la cantidad de varones blancos entre cincuenta y sesenta años puede haber fichados por eso?
—Pero no todos tendrán una cicatriz en la mejilla.
—Así es, pero no sabemos desde cuándo la tiene. Puede ser muy reciente —alegó Eloy.
—Ya…
—Intentaré apresurarlo, pero no prometo nada. Es como buscar una aguja en un pajar, y no olvides que este caso no es mío, tengo otros y mucho trabajo atrasado.
—Lo sé, por eso te lo compensaré —prometió la joven.
—Me vale con que no te metas en líos.
—Eso está hecho. Luego te llamo —añadió Kira, y lanzó un beso al aire.
—Adiós.
Cuando Eloy colgó el teléfono, Kira tuvo la necesidad de decirle a Rubén algo al respecto, aunque no se le ocurrió nada que no suscitase una conversación que no estaba dispuesta a mantener con él mientras conducía y no podía mirarlo a la cara. Sin embargo, fue él quien se decidió a hablar.
—En serio —comentó—, no sé cómo podéis hablar de esas cosas con tanta tranquilidad.
—Costumbre, supongo. Uno se hace a todo.
—¿Hace mucho que os conocéis? —continuó Rubén.
—¿De verdad te interesa saberlo?
—Es curiosidad, nada más. Parece que os entendéis bien.
—Y así es. Lo conocí cuando intenté entrar en la policía. Él ya lo era y me ayudó con las pruebas físicas.
—No me dijiste en qué fallaste —se interesó Rubén—. ¿Cuál fue ese examen que no superaste?
—El último —respondió Kira sin más.
—¿Por qué no lo repetiste? Solo es un examen y tú eres muy lista, podrías haberlo sacado a la siguiente oportunidad.
—No era un examen más, Rubén.
—¿Entonces qué era?
—Una entrevista personal. Fue una especie de evaluación psicológica y tuve que hablar de mi currículum y mis antecedentes.
—¿Les contaste lo que pasó en aquella casa?
—Sí. No todo, claro, porque me hubiesen enviado al… —Se contuvo al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir.
—Al psiquiátrico. Créeme, te entiendo —dijo Rubén con pesar.
Kira se mordió el labio. No había pretendido hacerle recordar aquel penoso episodio de su pasado y mucho menos rememorar lo difícil que había resultado para él superar tanto física como psicológicamente lo que les sucedió.
—Les bastó con saber que me habían secuestrado a los dieciséis años, apaleado e intentado torturar —resumió Kira, a pesar de sentirse contrariada, no podía dejar la conversación a medias, no al menos cuando Rubén no la había cortado, así que tomó aire y prosiguió —. El médico que estaba presente ese día me dijo que tenían serias dudas de que yo hubiera superado aquello. Insistió en que no estaría preparada para confrontar una situación límite similar a la mía y que podría perder el control si presenciaba el escenario de un secuestro.
—Los médicos lo hacen lo mejor que pueden, pero a veces no lo entienden todo, Kira. Y lo cierto es que no sucedió como todo el mundo cree. ¿Por qué no vuelves a intentarlo?
—No —respondió la detective con rotundidad.
—Puedes lograrlo, lo sé.
—Tal vez, pero ya no quiero, Rubén. No estoy dispuesta a que me juzguen de nuevo por eso. Mentimos por una razón…
—Sí, por mí —sentenció Rubén.
—Bueno, solo en parte —rumió Kira—. Lo hicimos para proteger tu secreto, pero también por Candela. Ella nunca lo comprendió del todo; solo tú y yo sabemos lo que ocurrió en esa casa y, créeme, no quiero tener que dar más explicaciones por algo que la gente jamás entenderá.
—Lo comprendo.
—Gracias, puede que seas el único —suspiró Kira.
—¿Por qué dices eso?
—Eloy no está de acuerdo y mi padre tampoco lo estaba. Discutí con él por este tema. Papá insistió en que debía presentarme de nuevo a las pruebas. Decía que estaba tirando mi vida por la borda como investigadora privada, que siempre tendría que estar mendigando trabajo y jamás tendría nada seguro. Nunca me han faltado casos, me va bien, pero papá no lo veía así. Prácticamente me dijo que era una fracasada. Fue nuestra última conversación —añadió, haciendo un enorme esfuerzo por contener el llanto.
Esa losa pesaba demasiado para ella. La discusión con su padre le había afectado mucho, se había despedido de él de malas maneras y ahora tendría que cargar con ese horrible recuerdo de despedida durante el resto de su vida.
—No creo que tu padre pensase realmente eso. Las cosas no son siempre como parecen, Kira —susurró Rubén, y le pareció que lo hacía con verdadero pesar.
—Supongo, pero ya nunca lo sabremos. Papá se ha ido para siempre.
Lo dijo de una manera que dio por zanjado el tema. Al cabo de unos pocos minutos, en los que Rubén permaneció tan callado y pensativo que Kira se preguntó qué disparate le estaría rondando la cabeza, vio en el GPS que quedaba muy poco para llegar a su destino.
—Ya casi estamos —anunció.
Al poco, vio la antigua fábrica que tanto Candela como ella habían mencionado durante su conversación en el hospital y detuvo el coche en el arcén. Se bajaron del vehículo con cautela y miraron a su alrededor. Se fijaron en que apenas había nada más que el edificio que había sido una fábrica, una gasolinera a lo lejos y una pequeña casa algo apartada de allí.
Lo único destacable para Kira fue que al lado de la fábrica había aparcado un coche rojo. Era un modelo bastante antiguo y estaba algo lleno de polvo, por lo que la detective determinó que estaría tan abandonado como el lugar y se volvió hacia su amigo.
—¿Te acuerdas de algo? —preguntó sin dejar de observar las reacciones de Rubén.
Había optado por no mencionar la charla con Candela para ver si él lograba recuperar algún recuerdo. Quería que no se sintiera forzado, que todo fluyera de forma natural. Estaba convencida de que Rubén y Aarón estaban conectados y solo lograría averiguar de qué manera, llevándolo al origen de todo.
—No, ni siquiera hubiera averiguado que fue aquí si no me hubieras traído.
—¿No te viene nada a la cabeza?
Rubén pareció concentrarse, giró sobre sí mismo y observó de nuevo el paraje. Luego fijó la vista en el descampado por el que su coche se había internado unos metros.
—Me imagino a Aarón corriendo por ahí —señaló un punto intermedio entre la carretera y la casa que se vislumbraba a lo lejos—. Está huyendo porque alguien se lo ha dicho y corre mientras escucha un grito.
Kira tragó saliva y ya no le cupo duda de lo que estaba sucediendo. Rubén no se estaba figurando lo que Aarón había vivido. Sin saberlo, relataba su propia experiencia.
—¿De qué huye? —le preguntó, con la esperanza de que su subconsciente siguiera hablando por él, sin embargo, Rubén pareció regresar del pequeño trance en el que se había sumado durante unos segundos y se volvió hacia ella.
—Es lo que tenemos que averiguar —contestó Rubén a la vez que se encogía de hombros, y Kira comprendió que su momentáneo fogonazo del pasado había desaparecido y que la única solución sería provocar que apareciera una vez más.
—¿Por dónde empezamos? ¿La fábrica?
—No.
—Entonces, vayamos a la casa —resolvió la joven.
—Dudo que nos dejen entrar a echar un vistazo, Kira.
—Ni falta que hace. Tengo una idea.