Hubiese sido muy generoso por su parte asegurar que estaba bien. Se encontraba simplemente estable. Había superado los momentos más críticos, pero aún tenía demasiadas ganas de beber. Si Kira no hubiera sido tan firme, no hubiese podido controlarlo y habría sucumbido a la tentación y tirado los últimos cuatro años de su vida por la borda.
Lo que más agradecía era que ella insistía en no dejarlo solo. Le había llevado a su casa y habían disfrutado de la comida mientras veían viejas películas, igual que habían hecho en multitud de ocasiones cuando estaban juntos. Kira recordaba sus preferencias y por eso le había ofrecido un ambiente en el que sabía que se sentiría cómodo.
Ya era media tarde y habían visto tres películas únicamente rompiendo el silencio para hacer pequeños comentarios de estas. Nada más terminar la última, Kira se puso en pie y estiró los brazos. Luego se giró para mirarlo.
—¿Bien?
—Sí. Ya no te hará falta amordazarme —aseguró—. Puedes estar tranquila, relajarte y despedirme.
—¿Tienes prisa por marcharte?
—No, pero ya no tengo excusa para seguir aquí. No creo que a tu novio le haga mucha gracia.
—Deja de mencionarlo, ¿quieres? —protestó Kira, con evidente molestia en su voz.
—Perdona, solo me ponía en su lugar.
—Pues no deberías y ya te dije que ese tema no era asunto tuyo.
Rubén no se atrevió a añadir más. No pretendía inmiscuirse en su vida sentimental. Si se aventuraba a sacar el tema era porque aún mantenía la débil esperanza de que ella le dijera que solo estaba con ese tío para pasar el rato, que no estaba enamorada, porque aún sentía algo por él. Era ridículo, lo sabía, pero era lo que deseaba que ocurriera.
—Márchate si quieres, sé que estás más tranquilo y no pienso retenerte más en contra de tu voluntad, pero sí me gustaría que habláramos.
—Llevo horas aquí y no has abierto la boca.
—Porque sabía que necesitabas tiempo para reponerte. Y también sé que lo que has descubierto hoy es muy difícil, pero… —Kira interrumpió su frase y Rubén comprendió al instante adónde quería llegar.
—Entiendo. Quieres que te cuente con exactitud lo que recordé —suspiró Rubén.
—Así es. ¿Crees que podrás?
—No lo sé.
—Ya has abierto la puerta, Rubén, no puedes volver a cerrarla sin más. Además, estoy segura de que es importante no solo para Aarón sino también para ti. ¿No quieres averiguar qué te ocurrió?
—¿Y si lo que descubro no me gusta?
—No puedes esconderte de tu pasado —alegó Kira, en un vago intento de convencerlo.
—Ni huir de él, ya lo sé, pero ¿y si rebusco en mis recuerdos y al final resulta que no soy más que un monstruo?
—¿Por qué dices eso? —increpó, molesta—. ¿Por qué siempre te has empeñado en mantener esa actitud? Eres excepcional, aunque nunca quisiste verlo.
Rubén enmudeció. No esperaba que le dijera algo así. Para él su situación era más una pesadilla que algo fuera de lo común, pero lo cierto era que Kira había manifestado su interés por lo que era capaz de hacer y siempre lo había defendido cuando alguien lo había tomado por loco.
El caso era que tenía razón. Rubén sabía que, si daba la espalda al pasado, sus sombras podrían devorarlo.
Lo mejor sería que hablase sobre ello cuanto antes; esperaba que eso resolviera algo y tal vez así podría olvidarlo de una vez por todas.
—Está bien. Te diré todo lo que recuerde —accedió con resignación.
—¿Te importa si lo grabo?
—Adelante.
Kira fue a por su teléfono móvil, buscó la función de grabar y la puso en marcha.
—Cuando quieras —invitó.
Rubén tomó aire y trató de ordenar sus desbaratadas ideas. Pensó en todo lo que había ocurrido tras su marcha de la boda de Candela.
—Imagino que cuenta cada anécdota desde que encontramos a Aarón, ¿no?
—Sí, cualquier cosa que recuerdes, Rubén, hasta el detalle que creas más estúpido puede tener importancia.
—Bien. Creo que lo primero extraño fue cuando vi a Aarón agazapado en la carretera. Me quedé en blanco y tuve una especie de visión, como si fuera el espectador de una película. Vi un lugar oscuro, angustioso. Un niño abrazado a una mujer que huele a jabón y siempre está triste; llora a menudo. Tiene las mejillas calientes, las manos frías y la voz dulce. Está preocupada y me dice que pronto nos iremos de allí.
—¿Algún detalle más?
—No. Lo siguiente fue un sueño que tuve unos días después. Soñé que era el padre de Aarón y lo buscaba por los pasillos de un sótano mientras lo llamaba a gritos, de forma cada vez más insistente y nerviosa. No lo encontraba y empezaba a enfadarme.
—¿Había alguien más contigo en el sueño?
—Creo que no —suspiró Rubén—. No hay nada más hasta lo de esta mañana.
—Intenta ser lo más conciso que puedas, por favor.
—De acuerdo. —Llenó sus pulmones de aire y cerró los ojos para concentrarse—. Estoy en un claro, es de noche y me han obligado a salir de la cama e ir hasta ahí andando. Me doy cuenta de que tengo frío porque estoy desnudo. Hay mucha gente, estoy rodeado de mujeres vestidas con túnicas blancas; forman un círculo y yo estoy en el centro. Las mujeres están cantando en un idioma que no entiendo. Frente a mí hay un hombre y tras él una figura.
Rubén apretó los ojos con fuerza, intentaba por todos los medios aclarar los vagos recuerdos, convertirlos en reales sin que lo destrozasen.
—¿Es el hombre de la cicatriz? —indagó Kira.
—No lo sé. Me resulta familiar, como si conociera su cara, pero no logro saber quién es.
—¿Y la figura de la que hablas? —continuó la joven—. ¿Qué es exactamente?
Se concentró de nuevo porque no lograba enfocarlo. Era un recuerdo más defectuoso que los demás, o tal vez era que había intentado borrarlo con más empeñó que el resto, pero solo lograba entrever algo monstruoso.
—Es un hombre enorme y un león a la vez. Viste un atuendo extraño. Lleva un mazo en la mano y viene hacia mí. Quiere hacerme daño, estoy seguro de que quiere devorarme.
Rubén comenzó a respirar entrecortadamente sin darse cuenta de que lo hacía. Solo trataba de retener los impulsos que tenía de gritar a pleno pulmón y echarse a llorar.
Kira apagó la grabadora y se sentó a su lado.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió Rubén, no sin dificultad—, aunque no te imaginas lo raro que es esto. ¿Qué crees que significa lo que te he contado?
—No lo sé. Parece como si describieras algún tipo de ritual.
—Es una posibilidad. ¿Sabes? A veces pienso que Aarón y yo estamos conectados y otras me devano los sesos intentando no pensar en que, en realidad, siempre he sido un chiflado y esto es producto de mi imaginación.
—Pues siento decirte que lo que está pasando no está solo en tu cabeza —rebatió la detective—. Yo soy muy real. Así que eso es un no a tu supuesta locura. Es la única certeza que he tenido siempre sobre ti, Rubén, no eres un paranoico.
—Entonces, piensas que servirá para algo. —Más que una pregunta, fue una afirmación que él mismo necesitaba para cerciorarse de que no se estaba equivocando, que su esfuerzo sería compensado con el bienestar del pequeño.
—Estoy convencida. Algo me dice que Aarón está en peligro y que esta es la única manera de ayudarlo.
—¿Y si esto solo nos lleva a un callejón sin salida? —Se cuestionó Rubén—. Puede que no logremos averiguar nada.
—¿Confías en mí? —preguntó ella de sopetón.
Rubén la miró. Contempló sus grandes ojos marrones y luchó por no perderse en ellos, pues cada vez que la miraba fijamente le costaba no sucumbir a su deseo de alargar la mano y rozarla, así que se limitó a tragar saliva y a contestar con la voz algo apagada.
—Sí.
—Pues te prometo que lo haremos. Resolveremos este caso. Averiguaremos qué os pasó a ti y al niño y encontraremos un hogar estupendo para Aarón.
—¿Solo eso? —bromeó Rubén, pues le parecía demasiado. Se conformaba con que el niño fuera feliz y si podía llegar a entender por qué él era así, se daría por satisfecho.
—Solo eso. Si pides más tendrás que contratar mis servicios y te saldría muy caro.
—Lo tendré en cuenta, pero te ha faltado una cosa.
—¿Cuál?
—No lo has prometido.
—Está bien —respondió Kira con decisión—. No descansaré hasta averiguar de dónde vienes. Te doy mi palabra de amiga. ¿Te sirve?
—Sí.
Rubén dejó que la afirmación escapara en un susurro y trató de que su corazón tomara el ritmo pausado que precisaba. Al menos podía aferrarse a la convicción de que Kira volvía a estar a su lado, como antaño, igual que cuando se habían conocido y ella descubrió su secreto.
Había logrado recobrar su amistad, algo con lo que no contaba y que había resultado esencial en su vida, y si la tenía a ella, podría plantearse llegar a tener una existencia que se pareciera a la normalidad.
* * *
Cuando despertó ya era de día. Abrió los ojos con pesadez y al principio no reconoció el lugar en el que estaba. Tuvo que tomarse varios segundos para recordar que se había quedado en casa de Kira a pasar la noche.
Después de su conversación, no había tenido ánimos de estar solo y tuvo suerte de que ella pareciera haber leído sus pensamientos, pues le ofreció quedarse en el sofá, lo que él había aceptado de buena gana; igual que había accedido a que ella le prestara ropa masculina que guardaba en el armario. Procuró no pensar demasiado en ello hasta que se la puso e intuyó que pertenecía a ese policía. Era incapaz de controlar la rabia que sentía hacia él. Aunque solo se hubieran visto una vez, sentía celos cuando los imaginaba abrazados, y más ahora que había vuelto a tener contacto tan constante con Kira.
Hundió el rostro en la almohada mientras rememoraba las últimas horas con ella. Habían charlado de manera animada, habían bromeado y recordado viejas anécdotas, sobre todo de la época en la que aún no salían juntos; resultaba más fácil para ambos compartir recuerdos divertidos que no resultaban dolorosos ni que los haría revivir una etapa que ya no sería posible recuperar.
Se estiró y abrió de nuevo los ojos, pero cuando lo hizo se encontró con el rostro de un hombre pegado al suyo que lo observaba con detenimiento. De su garganta emergió un grito de espanto, se movió con la intención de apartarse, pero lo único que consiguió fue engancharse con la sábana y caer al suelo.
Se puso en pie de un salto y en cuanto vio la silueta que se apostaba frente a él, se llevó una mano al corazón y comenzó a respirar con normalidad.
—Oh, vaya, muchacho, siento haberte asustado —dijo el espíritu del padre de Kira mientras se limpiaba las gafas con la camisa y se las colocaba de nuevo.
—No vuelva a aparecer así, se lo ruego, casi me da un infarto.
—Discúlpame. Aún no controlo esto de ir y venir. A veces me despisto unos días, otras veces me paso horas en el mismo sitio sin poder moverme. No sabía que el vagar por ahí era tan complicado y no calculo bien.
—Ya, lo entiendo.
—Procuraré hacerlo mejor la próxima vez —prometió el fantasma.
—Se lo agradecería. Esto ya es bastante complicado de por sí.
Estaba tan centrado en su conversación con el difunto que no reparó en que Kira había aparecido en el salón y le miraba atónita.
—¿Rubén? ¿Qué está pasando aquí?
—Ups —dijo el espíritu—. Nos ha pillado, chaval. No vas a tener más remedio que decírselo.
—Eso me temo.