23
Rubén

 

 

 

 

 

Acababa de salir de la ducha y cuando entró en el dormitorio para vestirse, Ana se materializó frente a él.

—Hola, cielito. ¡Cuánto tiempo! Parece que has estado muy ocupado últimamente.

Rubén no respondió. Estaba tan habituado a los interrogatorios de Ana como lo estaba ella a que no contestara a sus preguntas.

—Bien, veo que hoy no estás muy hablador.

—Me gustaría vestirme.

—No sé a qué esperas, sabes que no me molesta —dijo Ana con voz melosa.

—A mí sí.

—Pues no pienso moverme de aquí hasta que me cuentes qué has estado haciendo toda esta semana. Muchas de las veces que he aparecido, no estabas, y es muy raro en ti. Nunca habías salido tanto.

—No es asunto tuyo.

—Oh, vamos, dame una alegría. ¿Estabas con esa chica?

—Si te lo digo, ¿te irás para que pueda vestirme a solas? —bufó Rubén.

—Hecho.

—Sí, estuve con ella.

Ana dejó escapar un grito de alegría y aplaudió mientras se dejaba caer sobre la cama.

—Eso es fantástico. ¿Sabes? Ahora mismo tengo un poco de envidia —dijo adoptando una falsa cara de enfado—. Dejas que ella te toque. A mí nunca me lo has permitido.

—Porque tú podrías matarme.

—No creas que quiero eso, pero hace tanto que no tengo contacto con nadie…

—Ana, estás muerta. Nunca más podrás tener contacto con nadie.

—Contigo sí, si te dejaras —rebatió la mujer—. Solo funciona con la gente que es como tú, ¿lo sabías?

—¿Qué significa eso de gente como yo?

—Videntes —respondió Ana sin vacilar, lo que hizo que Rubén abriera los ojos de manera desorbitada.

—¿Eso crees que soy?

—No lo creo; lo eres. Conocí otro como tú, hace muchos años.

—Deja de tomarme el pelo, Anita.

—No lo hago. Sucedió poco después de que me asesinaran —explicó el espíritu—. El matrimonio que compró la casa lo contrató porque notaban que yo movía cosas. Cuando me di cuenta de que podía comunicarse conmigo me introduje en él y les dije que se fueran de mi casa. Lo hicieron y no imaginas cómo corrían.

Terminó la frase estallando en carcajadas, pero a Rubén no le hizo gracia.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque eran idiotas y muy molestos. Gritaban todo el tiempo. No los soportaba.

—¿Y por qué no los poseíste a ellos? Así se hubieran largado de inmediato.

—Porque no se puede, bombón. No creas que no lo intenté, con ellos y con decenas más de personas que pasaron por aquí a ver la casa, pero solo se puede poseer a un vidente. ¿No lo sabías?

—No —admitió Rubén, pues nunca se lo había planteado.

Solo había recogido la terrible experiencia de que alguien se introdujera en lo más profundo de su mente y tuviera acceso a sus pensamientos más íntimos sin su consentimiento, eso además de la pérdida total de su voluntad había resultado lo bastante desagradable como para que no quisiera experimentarla de nuevo, salvo que fuera necesario.

—Vamos, confiesa, cariño, ¿cuántas veces lo has hecho? —preguntó Ana adoptando una postura sensual.

—Tres.

—Ay, cielito. Eres soso hasta para eso —exclamó la fantasma con languidez.

—Dos de las tres veces estuve varios días en coma, disculpa por no tener ganas de suicidarme…

—Vamos, no seas así, se puede controlar.

—Ah, ¿sí?, ¿cómo? —Se interesó Rubén. Era la primera vez desde que charlaba con esa mujer, que tenía algo útil que decirle.

—Eres un vidente de pacotilla, ya deberías saberlo.

—No hablo con gente muerta por voluntad propia, Ana. Yo no elegí esto y ojalá no me ocurriera.

—Es una pena que pienses así, podrías utilizar tu don para hacerte rico.

—No me interesa —gruñó Rubén. La falta de tacto de Ana muchas veces le exasperaba. En otras circunstancias habría cortado la conversación, pero le interesaba demasiado lo que podría contarle—. ¿Vas a decirme cómo se controla o no? —insistió.

—Pues es muy fácil, cielito, tan fácil como ser amable con tus amigas.

El espíritu se cruzó de brazos y le dirigió una mirada repleta de disgusto. Rubén fue consciente de que era demasiado habitual en él comportarse de manera grosera con ella, aunque Ana fuera impertinente y fisgona, no se merecía que él fuera tan rudo.

—Tienes razón, perdona por haber sido brusco —se disculpó y no lo hizo únicamente porque quisiera sonsacarle información, sino porque, en realidad, se sentía bien al hacerlo.

—Eso está mejor —concedió Ana con una sonrisa—. Verás, es fácil porque tú eres el anfitrión, tú controlas todo, solo tienes que aprovechar las habilidades que te ofrece el huésped y hacerlas tuyas.

—¿Por ejemplo?

—Pues no sé, si quien te posee era campeón de natación, tú nadarás como si lo fueras mientras esté dentro de ti. Cualquier cosa que el huésped haga bien, lo harás tú también. Solo has de tener la fortaleza suficiente. El huésped intentará apoderarse de tu cuerpo, pero no debes permitírselo, solo enséñale quién manda. Todo está en tu cabeza, ella controla al espíritu, si logras que no se apodere de tu mente, lo tendrás a tu merced, lo sometes a tu voluntad y te aprovechas de sus habilidades.

—Interesante —murmuró, y en verdad se lo parecía. Era una lástima no haberlo sabido la primera vez que le había ocurrido, cuando estuvo a punto de morir.

—¿Verdad? Ya sabes que yo me dedicaba a satisfacer a los demás, ¿quieres probar y aprovechar mis habilidades?

—Es tentador, pero, no, gracias.

Ana torció el gesto.

—En fin. Algún día lo conseguiré. Espero que la chiquilla con la que has quedado tenga más suerte que yo.

Rubén no tuvo suficiente ánimo como para seguir la conversación por esos derroteros, no le apetecía dar más explicaciones sobre Kira y la relación que mantenía con ella.

—He cumplido mi parte, cumple tú la tuya —recordó.

Ana suspiró, pero esa vez no lo hizo porque estuviera molesta con él, sino con la languidez de la aceptación de algo que había prometido hacer en contra de su voluntad.

—Está bien. Hasta la vista, bombón —se despidió, lanzándole un beso, y se desvaneció dejando a Rubén solo de nuevo.

Se vistió a toda prisa y se marchó. Durante el trayecto hasta la oficina de Kira no paró de mirar el teléfono. No quería llegar tarde, aunque ella había insistido en que fuera cuando pudiera, pues le estaría esperando.

No le había dicho para qué quería que fuera allí, pero era obvio que sería para algo relacionado con el caso de Aarón, pues, a pesar de que Kira le había dicho que volvía a considerarlo su amigo, no quería hacerse ilusiones y pensar que les uniría algo más que el niño que había aparecido en sus vidas de sopetón.

Llegó antes de lo que pensaba y llamó al timbre. Mientras esperaba, se fijó en la placa de la puerta y no pudo evitar sonreír al ver el nombre de ella grabado. La puerta se abrió y apareció ante él un joven rubio de ojos azules y sonrisa amable.

—Hola, buenas tardes —dijo, muy educado—. Adelante, por favor. Siéntese y dígame en qué podemos ayudarlo.

—Venía porque Kira me ha citado aquí.

—Así que es amigo de la jefa. Estupendo. Dígame su nombre y lo anunciaré.

—Rubén Díez.

Se fijó en que el rostro del muchacho cambiaba y una amplia sonrisa se dibujaba en él.

—¡Rubén! —exclamó, como si lo conociera desde mucho tiempo atrás—. ¡Pues claro! Yo soy Jorge, su secretario. —Le tendió la mano. Rubén la aceptó y se la estrechó—. Encantado.

—Igualmente.

El chico le agradó al momento. Resultaba simpático y bastante más cordial de lo que estaba acostumbrado a encontrar cuando trataba con extraños.

—Avisaré a la jefa de que estás aquí.

—Gracias.

Fue hacia otra puerta que había al fondo de la estancia. Llamó con suavidad y entró. Rubén pudo escuchar la voz de Kira a lo lejos. Unos pocos segundos después, ambos salían y ella lo saludó con la mano. Rubén respondió de idéntica manera y Jorge los observaba sin disimular una nota de diversión.

—Rubén, este es Jorge —comenzó Kira, pero el chico levantó la mano y la interrumpió.

—Ya me he presentado, jefa. Gracias, de todos modos.

—Bien, ya que has hecho los deberes, iremos al grano. Rubén, Jorge es experto en iconografía y puede ayudarnos con tu recuerdo.

—¿Cómo?

Kira hizo un gesto hacia su secretario y Jorge tomó la palabra:

—Necesito que dibujes al hombre león que viste. Dependiendo de los atributos y de su modo de representarlo, sabré cuál es su origen.

—Así tendremos una nueva pista y quizá podamos averiguar el tipo de ritual que hace esa gente —apuntó Kira.

—Es buena idea.

—¿Te acuerdas lo suficiente como para hacerlo?

—Sí. Hace mucho que no dibujo, pero creo que podré.

—Estupendo. —Se alegró Jorge, y le tendió un bloc de dibujo y un lápiz—. Ponte cómodo. Puedes usar mi mesa.

—Gracias.

Se sentó donde le indicaba y se tomó un momento para pensar antes de comenzar a dibujar. Estuvo bastante rato trazando líneas, en apariencia, sin sentido, pero que, finalmente, dieron como resultado algo muy similar a lo que recordaba haber visto. Se irguió hacia Kira y Jorge, que habían estado apartados de él sin dejar de cuchichear todo el tiempo.

—Ya está —anunció, y ambos se apresuraron a ponerse cada uno a un lado y examinar el dibujo.

—Vaya, es bastante bueno —comentó Jorge con asombro. Rubén farfulló unas palabras de agradecimiento a la vez que notaba la mano de Kira apoyarse con suavidad en su espalda.

—Vamos, Jorge, nos tienes en ascuas —apremió la joven a su secretario, quien permanecía estudiando con detenimiento los trazos en el papel.

—Es mesopotámico, de eso no cabe duda, es posible que asirio o babilónico, y es una divinidad.

—¿Estás seguro?

—Sí, la barba, el tocado y el cetro lo indican. Estoy casi convencido de su identidad, pero no quiero aventurarme, por si me equivoco. Necesitaría consultar mis libros para cerciorarme.

—¿Cuánto puedes tardar? —apremió Kira.

—Muy poco, jefa, tranquila. Mañana lo tendré.

—Fantástico.

El sonido del timbre vino a interrumpirlos. Jorge se apresuró a cerrar el bloc y a guardarlo en su cajón antes de ir a abrir la puerta.

—¿Estás bien? —preguntó la joven, sin apartar su mano de él.

—Sí.

Kira le ofreció una sonrisa tan delicada y a la vez tan cargada de sensualidad que Rubén tuvo que apartar la mirada de sus labios por temor a no ser capaz de controlarse una vez más y terminar por acariciarlos.

La entrada de Eloy en la oficina acabó con su ensoñación de un golpe. El policía hizo su aparición como un vendaval. Su imponente figura le puso al instante en guardia y lo mismo pareció sucederle a él cuando lo vio sentado en la silla de Jorge. Entonó un breve y seco saludo al que Rubén respondió de igual manera. Estaba claro que lo soportaba aún menos tras haber leído su expediente.

Intercambió un breve diálogo con Kira y se encerraron en su despacho. Rubén aprovechó la ausencia de ambos para levantarse y dirigirse hacia la puerta.

—Gracias por ayudarnos —dijo a Jorge—. Ha sido un placer.

—Un momento, ¿adónde vas?

—Me marcho —respondió sin más. No le apetecía quedarse allí viendo cómo Kira salía del brazo de ese policía.

—De eso nada. Hasta que la jefa no lo ordene, tú no te vas.

—Pero…

—Pero nada. ¿Quieres un té? —ofreció Jorge con la misma suavidad con la que se había dirigido a él desde el principio, por lo que Rubén no pudo rechazarlo.

—Vale. Gracias.

Jorge se apresuró a servírselo en una elegante taza a la vez que le regalaba una mirada de interés acompañada de una media sonrisa.

—Así que la jefa y tú… —dejó caer—, os conocéis desde hace mucho, ¿no?

—Bastante, sí. Kira es la mejor amiga de mi hermana. Fuimos juntos al instituto.

—Ya veo, ya —dejó escapar.

Vio que el secretario miraba hacia otro lado e imaginó que ella le había puesto al corriente de su relación y que por eso intentaba que él fuera más explícito sin que se notara. No lo estaba consiguiendo y parecía frustrado por ello.

Rubén dio un sorbo al té en silencio. Cualquier cosa que dijera sobre su relación con Kira seguro que le haría quedar como un estúpido o como alguien despreciable y prefería ahorrárselo.

—Espero que la charla no vaya para largo o llegaremos tarde al teatro —comentó Jorge al cabo de un minuto sin cruzar palabra—. Para un día que podemos salir.

Rubén no dijo nada, esperó a que el joven se explayase, pues estaba convencido de que continuaría haciéndolo. Era el tipo de persona que hablaba mucho sobre sí mismo con cualquiera, aunque lo acabase de conocer.

—Con un trabajo así, ya te lo podrás imaginar —siguió diciendo—, por culpa de esos horribles turnos que le ponen en comisaría, a veces ni tenemos fines de semana para estar juntos.

Rubén parpadeó, perplejo. Jorge había sido bastante explícito, sus palabras no podían interpretarse de otra manera.

—Espera, ¿es que él y tú…? —preguntó señalando hacia la puerta del despacho de Kira.

—Sí —respondió Jorge con una sonrisa, y le mostró el anillo—. Casados desde hace dos años. No está mal, ¿verdad?

—No, lo cierto es que está muy bien —resumió, sin poder evitar que una sonrisa iluminase su rostro. Por primera vez desde que se había reencontrado con Kira, estaba esperanzado.

—Uy, esa sonrisa me dice que te acabo de dar una alegría. Pensabas que la jefa y él estaban liados, ¿a que sí?

—Pues sí —admitió Rubén con alivio.

—Todo el mundo lo piensa, hasta que aparezco yo y despejo la incógnita —dijo Jorge soltando una carcajada—. La jefa está libre como un pajarillo. Te lo cuento por si te ha quedado alguna duda.

—Gracias por la información.

—De nada —respondió guiñándole un ojo—. Me caes bien. Algún día tienes que dejar que te eche las cartas.

Rubén abrió los ojos con asombro.

—¿Las cartas? ¿Eres adivino o algo así?

—No es para tanto —respondió Jorge, tratando de quitarse importancia—. Solo soy aficionado, pero a veces acierto.

—¿De verdad? ¿Qué clase de cosas averiguas? ¿Pasado? ¿Presente?

—De todo un poco, pero suelo ser más eficiente con el futuro. A la jefa le auguré… ¡Un momento! —exclamó de pronto, como si hubiera recordado algo—. ¿Tienes segundo nombre?

—No.

—¿Y nombre compuesto? ¿No te llamarás Antonio Rubén? ¿O Rubén Andrés? O algo similar.

—No, lo siento.

—¿No? ¿Ningún nombre que empiece por A?

—Me temo que no —dijo Rubén, con ademán divertido—. Si era una parte de una predicción, parece que no la he cumplido.

—Nunca se sabe… ¿qué dices? —insistió el secretario—. ¿Dejarás que te lea la buenaventura?

Rubén dejó escapar una nueva sonrisa. Le resultaba inevitable encontrar encantador a aquel muchacho.

—Así que eres experto en mitología, secretario, adivino. ¿Me dejo algo?

—Y alcahueta. Si la cosa no te funciona con la jefa, te buscaré una novia —añadió guiñándole un ojo de nuevo.

—Tienes un currículum impecable. Seguro que Kira no te paga bastante.

—Y tanto que no, pero disfruto estando aquí.

—Eso es bueno.

—Sí, sí que lo es, aunque a veces me aburro un poquito —protestó Jorge—. No creas que la jefa siempre tiene casos tan divertidos, la mayoría son personas que fingen accidentes para aprovecharse de los seguros y también hay montones de infidelidades. Esta investigación es una excepción, te lo aseguro.

—No está tan mal llevar una vida tranquila, créeme —farfulló Rubén.

—Tampoco busco tanta acción, ¿eh?, solo entretenerme un rato en días tediosos.

—Pues cuando eso te ocurra, llámame, vendré a verte y dejaré que me leas el futuro. Podría ser interesante.

—Fenomenal, te tomo la palabra. ¡Ya no te escapas! —añadió el secretario, y se echó a reír por segunda vez.