26
Kira

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente se encontraba mucho peor.

Tras marcharse de casa de Rubén había pasado más de dos horas llorando. A punto estuvo de llamar a Candela en varias ocasiones, aunque al final no lo hizo. Su amiga acababa de volver de su luna de miel y no quería preocuparla una vez más.

Se había metido en ese lío ella solita. Si hubiera sido más consecuente y menos impulsiva, no habría sucumbido a sus sentimientos por Rubén, no lo habría besado y no estaría arrepintiéndose a cada momento de haberse marchado de su casa.

Lo que temía, casi tanto como que le pudiera pasar algo, era tener que enfrentarse de nuevo a él. No sabía si sería capaz de mirarlo una vez más a los ojos y no arrojarse en sus brazos. A pesar de que era consciente de que terminaría lamentándolo, le costaba no desear que volviera a besarla como lo había hecho la tarde anterior.

Ya estaba lista para ir a la oficina cuando sonó su teléfono móvil. Era Eloy. Se asombró de que la llamara tan temprano, pues no esperaba noticias suyas hasta el día siguiente, ya que esa mañana la tenía libre en el trabajo y la noche anterior Jorge y él habían salido.

—Espero que ya estés vestida —dijo su amigo a modo de saludo.

—Claro que sí, ¿por qué?

Voy camino de tu casa.

—¿Vas a escoltarme a la oficina? ¡Qué amable!

—Mejor aún. Tengo una sorpresa. Anoche no podía dormir y tu posible pista ha dado un fruto.

Bien. Cuéntamelo —pidió Kira, ansiosa.

—Mejor baja, acabo de llegar la puerta de tu casa —resolvió Eloy, y dio por finalizada la llamada.

Kira se apresuró a ponerse las deportivas, coger su mochila y bajar corriendo las escaleras. Allí estaba Eloy, esperándola. Subió al vehículo de su amigo, se saludaron con un beso en la mejilla y acto seguido la detective no perdió el tiempo.

—Me tienes en ascuas. ¿Adónde me llevas? —preguntó con ansia.

—A ver a la madre de Esther Galán.

—¡Eres un genio!

—Ha sido muy sencillo —explicó Eloy—. Indagué un poco y descubrí que su madre denunció la desaparición en mayo del 89. Esther ya era mayor de edad, tenía diecinueve años, pero su madre insistía en que nunca se habría escapado de casa, que era una chica responsable. En fin. A ver qué nos puede contar.

No tardaron demasiado en llegar, pues, aunque la mujer vivía a las afueras de la capital, estaba bien comunicado. Cuando llamaron al telefonillo y Eloy se identificó como inspector de policía, a la mujer pareció no extrañarle lo más mínimo. No manifestó mayor asombro, ni siquiera cuando estuvieron en su piso y Eloy le enseñó la placa. La anciana abrió la puerta y los invitó a entrar con resignación.

Siéntense, por favor. ¿Quieren tomar algo? —dijo, solícita.

—No, muchas gracias —respondió Eloy por ambos.

Los tres tomaron asiento y Kira observó a la mujer. Tendría unos setenta años y parecía triste. Su rostro denotaba fortaleza y a la misma vez un hondo pesar. En sus años como investigadora privada había visto casos similares, pero el desconsuelo de esa anciana sería difícil de olvidar.

—Pueden decírmelo ya. —Se aventuró a hablar la mujer—. Llevo treinta años esperando a que vengan a confirmarme que mi hija está muerta.

—Lo siento, pero no hemos venido por eso —respondió Eloy.

—Ah, ¿no?

Kira no supo si las palabras de la mujer estaban más llenas de tristeza o de esperanza. Tal vez estaban colmada de ambas.

—Es cierto que hemos venido por algo relacionado con su hija, pero no es exactamente eso. Dígame, Esther era propietaria de un Citroën BX, ¿no es así?

—No recuerdo la marca, pero era un coche rojo y espacioso. Lo compró cuando empezó a trabajar. ¿Qué pasa? ¿Lo han encontrado?

—Está relacionado con un caso que estamos investigando —reconoció Eloy.

—¿Qué caso? ¿Ha desaparecido otra chica?

Kira y Eloy se miraron de reojo. La madre de Esther parecía estar convencida de que alguien la había secuestrado o hecho daño.

—¿Puede contarnos qué recuerda de los últimos días con su hija? —El policía se limitó a desviar la pregunta de la mujer e intentar sonsacar información.

—Claro que sí, soy vieja, pero no he olvidado nada. —Tomó aire antes de comenzar—. Durante las últimas semanas apenas coincidíamos. Esther tenía turno de tarde en la cafetería y yo siempre he trabajado de mañana. El último día que la vi estaba rara conmigo, los pocos minutos que nos vimos no me dijo nada, solo me abrazó, cosa que no hacía desde que tenía doce años. En ese momento no lo pensé, pero cuando me levanté a la mañana siguiente y vi que no había venido a dormir fue cuando me asusté. Cada vez que Esther pasaba la noche fuera siempre me avisaba con antelación o me llamaba por teléfono, y ese día no lo había hecho. Entonces supe que algo malo ocurría. Y sé que están pensando que se escapó, pero no lo hizo. Estoy convencida de que ese malnacido la mató.

—¿Quién? —indagó Kira, sin poder resistirse a hacerle la pregunta.

Su novio. Nunca me gustó, y se lo dije muchas veces, aunque no me hizo caso. Estaba muy enamorada de él.

—¿Se acuerda de su nombre? —volvió a intervenir Eloy.

Por supuesto. Se llama Manuel Ruiz. Se lo dije a sus compañeros cuando denuncié la desaparición de Esther. Me contaron que le habían interrogado, pero lo soltaron al momento.

—¿Por qué cree que él la mató? —preguntó Kira mientras Eloy apuntaba sin cesar los datos que la mujer estaba dando.

Porque Esther estaba embarazada. Intentó ocultármelo, pero una madre sabe esas cosas. Estaba en estado, estoy segura.

—¿Así que no cree que Esther se fuera por voluntad propia con él? —continuó Eloy.

La anciana emitió un largo suspiro quejumbroso.

—Había discutido con ella por culpa de ese hombre muchas veces, yo sabía que no era trigo limpio y que no querría a su hijo. Le dije todo eso dos días antes de su desaparición y es posible que se marchase con él por nuestra pelea, no lo niego —admitió—, pero de lo que estoy segura es de que jamás me hubiese dejado sin conocer a mi nieto. Esther era demasiado buena como para guardarme rencor por una bronca. Tuvo que pasarle algo. Mi hija está muerta, de lo contrario hubiera venido a verme. Lo sé. Tal vez ustedes no lo comprendan, pero yo lo sé.

Eloy bajó la mirada y Kira tragó saliva. Aquella anciana le infundía compasión, tanto que notaba que un nudo le atenazaba la garganta. Lo controló al instante, no podía dejar que los sentimientos influyeran en su trabajo y lo cierto era que desde que Rubén y Aarón habían irrumpido en su vida, estos afloraban desbaratados y a veces le impedían pensar con claridad.

—Lo siento mucho, señora —dijo la muchacha—. Le prometo que le contaremos cualquier cosa que logremos averiguar.

—Gracias —contestó la mujer, con lágrimas en los ojos.

—Le daré mi tarjeta, por si recuerda algo más y quiere llamarme —intervino el policía, y se la tendió. Ella la aceptó y los miró una vez más con los ojos cargados de una triste esperanza.

Eloy se puso en pie y Kira lo imitó, hasta que una idea pasó fugaz por su cabeza.

—¿Le importa que vaya un momento al baño? —pidió—. Venimos de un poco lejos…

—Por supuesto, hija. Es la puerta del fondo —indicó la mujer.

—Muchas gracias.

Kira echó a andar por el pasillo, cruzando los dedos porque la madre de Esther conservase sus cosas. Metió la cabeza en el primer dormitorio y vio que era elegante y sobrio, con cama de matrimonio, y supuso que era el de la mujer. Continuó y miró el siguiente. Estaba pintado en colores pastel y tenía una cama individual con varios peluches. La habitación de una jovencita, sin duda.

Abrió un poco la puerta y entró tratando de no hacer ruido. Buscó con un vistazo rápido cualquier cosa que pudiera ayudarla. No tenía mucho tiempo, así que abrió los cajones de la cómoda, aunque no pudo entrever nada que pareciera relevante. Luego se fijó en que tenía un tocador con espejo y allí varias fotos viejas. Se acercó a mirarlas y cuando reparó en una se quedó de piedra y un sudor frío recorrió su espalda.

—Me cago en la puta… —maldijo entre dientes.

Sacó presurosa el teléfono para fotografiar la instantánea. Cuando tuvo varias hechas y se aseguró de que se veían, salió con premura de la habitación, se dirigió al baño y tiró de la cadena para disimular.

Cuando regresó al salón dio de nuevo las gracias a la anciana y, tanto Eloy como ella, se despidieron de la mujer, prometiendo una vez más ponerse en contacto con ella si tenían una nueva pista sobre Esther.

Nada más salir de la casa de la mujer, Eloy no se anduvo con rodeos, pues la conocía lo bastante como para saber lo que había hecho.

—¿Has encontrado algo en la habitación de la chica?

—Nada —respondió Kira imprimiendo una falsa pena en su voz.

—Lástima, aunque me había parecido que volvías un poco pálida.

—Debió ser por el mal rollo que me dio. Ya sabes… —disimuló la joven.

—Lógico. La mujer da lástima. Te enviaré el expediente de la denuncia para que le eches un vistazo, pero creo que la chica se escapó, a pesar de lo que diga la madre.

—Yo también lo pienso, aunque también creo que tenemos un claro sospechoso.

—Sí. Ahora mismo me pondré a buscar a ese Manuel Ruiz.

—Él es la clave. Seguro —dictaminó Kira.

—Eso espero. Estoy deseando librarme de este caso.

—Te entiendo.

—¿Vienes conmigo a la comisaría? —ofreció Eloy.

—No puedo, he de ir a la oficina. Ayer me llegó un caso nuevo y se me va a acumular el trabajo.

—Bien, entonces te dejaré allí y te llamo cuando localice a nuestro sospechoso.

Kira asintió con disimulo. No le gustaba nada mentir a su amigo, y desde que había empezado todo eso ya lo había hecho varias veces.

Sabía que aún no le podía enseñar la foto que ella había visto, porque su reacción no se haría esperar.

Y ella quería protegerlo a toda costa.