Había pasado el peor día que recordaba desde que había dejado de beber.
El haber besado de nuevo a Kira había despertado en él sentimientos que creía adormecidos dentro de su ser, pero que en realidad estaban mucho más vívidos y en la superficie de lo que hubiese imaginado.
Ya no esperaba tener noticias de ella aquel día, cuando recibió una llamada. En un principio creyó que sería Kira, sin embargo, fue Jorge quien llamó. El muchacho, tan jovial como afable, dijo que le esperaban en la oficina y que, para ello, ya le había enviado un VTC que lo recogería en su casa.
Rubén siguió las indicaciones del secretario. Estaba claro que Kira se empeñaba en que no anduviera por las calles solo, aunque lamentó que no hubiese sido ella quien se pusiera en contacto con él, o fuera a buscarlo, como había estado haciendo los días anteriores. Eso solo podía significar que rehusaba tener más contacto con él que el necesario y sabía que, desde entonces en adelante, no tendría manera de intentar solucionar lo que había provocado nueve años atrás.
* * *
Una vez llegó al lugar de trabajo se encontró con que Jorge esperaba su llegada con evidente ansiedad, por lo que supuso que el chico ya tenía la información que había prometido sobre su recuerdo.
—¡Vaya, Rubén! ¿Qué te ha pasado en la cara? —exclamó nada más verlo.
—Una puerta…
—Pues esa puerta pegaba bien, ¿eh? —rebatió mientras dedicaba una mirada de soslayo a Kira, quien permanecía a cierta distancia de ellos.
Ella se limitó a saludarlo con un tímido gesto, como si se avergonzara de tener que mirarlo de nuevo, sin embargo, Jorge le dio la mano con entusiasmo cuando pareció olvidar la novedad en su aspecto.
Kira los hizo pasar a ambos a su despacho, entonces Jorge se posicionó frente a ellos y preparó el terreno, igual que si fuera a dar una conferencia.
—Bien, queridos —comenzó y se frotó las manos mientras hablaba—. He dado con la clave. Ya sé quién es el hombre león que estáis buscando.
Hizo una pausa que cargó el ambiente de una innecesaria tensión que a Rubén le costaba soportar y le pareció que para Kira era igual, pues no tardó en apremiarlo.
—Jorge, esto es urgente.
—Vale, jefa. ¡Qué impaciente eres a veces!
Fue hacia la mesa de Kira y cogió un grueso libro que había dejado previamente allí. Lo abrió por una página que tenía marcada y les mostró la fotografía de un relieve antiguo en el que se veía la figura de un hombre con cabeza de león.
Kira entrecerró los ojos y Rubén alzó las cejas. Ninguno de los dos comprendía qué les estaba enseñando, pues no se asemejaba a lo que él había visto.
—Aquí lo tenéis. Os presento a Nergal, dios sumerio del inframundo. Sé lo que vais a decir, que no se parece al dibujo, pero es que tiene distintas representaciones, por eso dudé ayer cuando lo dibujaste, porque dependiendo de la fuente tiene cuerpo de hombre y cabeza de león o al revés.
—Entonces, ¿eso es lo que vi? —sugirió Rubén—. ¿Estás seguro?
En respuesta a su pregunta, Jorge dejó el volumen que tenía en la mano, cogió otro distinto y le mostró un grabado más parecido al que había trazado.
—Esto te suena más, ¿verdad? Es babilónico —precisó—. Veréis, la religión en Mesopotamia evolucionó a lo largo de los siglos, por lo que aquí su concepción es ligeramente diferente a la del relieve anterior, pero su lugar e importancia en el panteón son idénticas.
—Vale, ya lo hemos situado, ¿qué más nos puedes decir de ese dios, Jorge? —interrumpió Kira.
—Bueno, según los babilonios, Nergal es el encargado de llevar las almas de los muertos al infierno y gobernar sobre ellos.
—¿Eso qué significa exactamente? —preguntó Rubén.
—Pues digamos que este tipo es algo así como el señor de los muertos.
Al escucharlo, Rubén no pudo evitar girarse hacia Kira. Ella también lo estaba contemplando con evidente asombro en su rostro. Las palabras de Jorge eran lo bastante claras como para hacer una lectura equivocada.
—Eh, chicos, ¿os ha dado un aire? —alertó Jorge, chasqueando los dedos delante de ambos.
—Perdona, Jorge. —reaccionó la joven—. ¿Qué puedes decirnos acerca de los rituales a este dios?
—Poca cosa, en realidad. El hombre mesopotámico temía a las divinidades, por lo que les proporcionaban continuamente ofrendas, oraciones y sacrificios, como en cualquier otra cultura antigua.
—¿Te refieres a humanos?
—Lo normal es que se tratase de animales, claro que nunca se ha descartado el sacrificio humano en alguna ocasión —explicó Jorge.
—¿Puedes ser más preciso con esas ocasiones de sacrificios a humanos? —pidió Kira.
—Hay evidencias de sacrificios que se llevaban a cabo con siervos para que acompañaran a sus amos en el más allá.
—Has hablado de un dios —intervino Rubén—, ¿también sacrificaban siervos para él?
En el rostro de Jorge se dibujó una pícara sonrisa, parecía como si hubiera estado esperando una pregunta similar a la que Rubén había entonado, entonces el secretario dejó escapar su vena más teatral.
—No existen pruebas de lo que os voy a contar —dijo bajando el tono de voz para tratar de imprimir misterio a sus palabras—, solo son las teorías de unos cuantos historiadores, pero algunos creen que los babilonios realizaban sacrificios humanos con el fin de que la persona ofrendada fuera utilizada como recipiente para la venida a este mundo del dios que veneraban.
Kira dejó escapar una maldición y luego se cruzó de brazos. Rubén no se atrevió a abrir la boca y el secretario parecía no tener más que añadir a aquella espeluznante revelación.
—Bien, Jorge —dijo la detective tras unos segundos—, te agradecería que hicieras un breve informe de lo que acabas de contarnos. Y añade cualquier cosa que recuerdes sobre el tema. Y gracias —agregó—. Has hecho un trabajo impecable.
—De nada, jefa.
Jorge recogió sus bártulos y sonrió con orgullo. Parecía encantado de haber podido expresar sus conocimientos y que sirviesen para la investigación, aunque los rostros de sus dos oyentes no eran todo lo felices ni satisfechos que debieran. No obstante, se marchó con paso alegre hacia la salida del despacho.
—Estaré fuera, si necesitáis algo.
Kira lo despidió con un gesto y el secretario se limitó a cerrar la puerta tras él.
Cuando se quedaron a solas, Rubén intentó ordenar sus ideas antes de poder comunicárselas a Kira, pero ella fue más rápida.
—Estás pensando lo mismo que yo, ¿verdad?
—Sí. Intentaron sacrificarme a ese dios.
—Al paladín de los muertos, nada menos. Rubén, ¿te das cuenta de que todo empieza a cobrar sentido?
Negó con la cabeza, para él nada tenía lógica. Se sentía aún más perdido que antes. Sectas, sacrificios, oscuridad, miedo y dolor. Eran las sensaciones que colmaban su mente cuando intentaba pensar en todo aquello. Al menos Kira parecía más racional y sensata. Ella lo veía como un caso, no estaba tan implicada como él, no era una víctima y gracias a ella aún podía contarlo. Debía confiar en su criterio y en su ayuda, aunque creyera que cada vez se acercaba más al abismo que amenazaba con devorarlo.
—¿Cuál es tu teoría? —le preguntó.
—Aún me quedan cabos por atar, pero creo que la clave está en lo último que nos ha dicho Jorge.
—¿Esa especie de posesión?
—Exacto. Rubén, tú eres capaz de comunicarte con los muertos. Es una habilidad que le serviría de mucho a una divinidad que pretende dominarlos, ¿no crees?
—Lo que creo es que me voy a volver loco de una vez, Kira.
—No desesperes, estamos muy cerca.
—No sabemos quién es esa gente y si fueron a por mí y a por Aarón, volverán a intentarlo más temprano que tarde —se lamentó Rubén—. No estamos cerca ni de lejos.
Kira se posicionó frente a él, cruzada de brazos.
—Vale, ahora cálmate y siéntate.
—Estoy bien —aseguró él.
—Hazme caso, quiero que veas algo —Kira sacó el teléfono del bolsillo del pantalón y estuvo buscando algo, luego le tendió el móvil y vio que le enseñaba una foto—. ¿Los reconoces?
Estaba hecha sobre una fotografía antigua. En ella se veían los rostros de un hombre y una mujer. Se fijó primero en ella. Sonreía abiertamente, parecía feliz y la encontró bonita. Tenía el cabello de un castaño pálido. Su mirada le resultó sincera, cariñosa. En su mente se materializó de pronto el olor a jabón y la calidez de unos abrazos que no recordaba haber tenido. Si le hubieran dicho que lo estaba imaginando, no habría dudado.
Después se fijó en el hombre. Él no sonreía, se mantenía impertérrito, mirando a la cámara. Sus rasgos le resultaron familiares, pero su rostro denotaba dureza y arrogancia. El único sentimiento que le produjo fue un violento rechazo, a pesar de que, en un primer momento, le pareció que se miraba a sí mismo con los ojos de un desconocido.
—No estoy seguro, el caso es que me suenan de algo. Aunque es extraño, y pensarás que es una tontería, pero me da la impresión de que este tío se parece a mí.
—Parecerse se queda corto, Rubén.
La miró con desconcierto, por un instante no creyó posible que estuviera sugiriendo lo que él había entendido y, si lo hacía, eso quería decir que su imaginación no se había exaltado, como pensó en un principio.
—Eres igual a él —continuó Kira—, pero es que también te pareces a ella. Tienes su misma sonrisa.
—¿Crees que son mis padres?
—Sí.
Miró la foto una vez más y aumentó el zoom para contemplar a su madre. Se concentró todo lo que pudo para obligar a su cabeza a ofrecer imágenes de ella, pero no las tenía. Solo conservaba sensaciones como su calidez, la dulzura de su voz o la suavidad de sus caricias.
—¿Quiénes son? —preguntó con un nudo en la garganta.
—Esther Galán y Manuel Ruiz.
—¿Dónde encontraste la foto?
—En casa de la madre de Esther.
Rubén alzó la cabeza de sopetón para mirar de nuevo a Kira, como si con su respuesta le hubiera sacudido más que con una bofetada. No se imaginaba de qué manera ella había llegado hasta allí, sin embargo, podría hacerse una idea de lo que esa revelación supondría para él, si ambos estaban en lo cierto con su suposición.
—Eso quiere decir que, si resultan ser mis padres, tengo una familia biológica —razonó.
—Al menos una abuela, seguro.
—Vaya, eso es… raro. —Rubén no supo utilizar otra palabra para la confusión de sentimientos que se revolvían en su interior—. ¿Cómo llegaste hasta ellos?
—Por el coche de tus atacantes. Está a nombre de ella —explicó Kira señalando la fotografía—. Desapareció en 1989. Su madre lo denunció. Eloy y yo fuimos a verla esta mañana y nos contó que Esther estaba embarazada y que tenía un novio. Él —dijo al apuntar al hombre de la foto.
—No entiendo nada, Kira, de verdad —comentó Rubén, agobiado por tanta información.
No estaba siendo capaz de digerirla, le estaba costando trabajo imaginar que todo eso tenía que ver con él. A veces le parecía que Kira le relataba el argumento de una película, no que le proporcionaba información acerca de su pasado. Era tan confuso que resultaba aterrador.
—Creo que tu madre se fugó con tu padre. Ahora nos falta saber cómo acabó en manos del tipo de la cicatriz y qué hizo con ella. Cuando localicemos a tu padre, tendremos más pistas, estoy segura. Estamos mucho más cerca de lo que crees. Te lo prometo.
Rubén asintió y devolvió a Kira el teléfono. Ella se lo guardó de nuevo en el bolsillo trasero.
—Gracias por todo lo que estás haciendo.
—No tienes por qué darlas —respondió ella, volviendo la cabeza para evitar cruzar la mirada con la suya.
Rubén apretó los puños. La actitud de Kira hacia él había cambiado tanto en las últimas horas que le resultaba insoportable. Fue como volver a su reencuentro en la boda de Candela. Mantenía las distancias, evitaba mirarlo, incluso le hablaba con cierta frialdad. Tener la certeza de que ya no quería estar cerca de él era una tortura.
—Kira, por favor, no hagas eso —suplicó—. No apartes los ojos de mí como si fuera invisible.
Su comentario la hizo reaccionar. Le pareció que se sonrojaba y cruzó de nuevo los brazos.
—No lo hago —protestó, y se enfrentó a su mirada con el rostro contraído.
—Sí que lo haces; desde que he llegado. Todo esto es por lo de ayer, ¿verdad?
—Rubén, ya me expliqué y creo que fui clara.
—Sí, mucho, y entiendo todo lo que me dijiste. Lo comprendo, de verdad, aunque me duela, solo te pido que no me trates con frialdad. Puedo resistir no besarte, no tocarte, incluso puedo hacer un esfuerzo y no acercarme a ti, pero que tú me mires como el resto de la gente a quien no importo, no soy capaz de soportarlo.
—No digas eso, no te miro de esa manera, y por supuesto que me importas —dejó escapar Kira con un hilo de voz.
—Entonces, no actúes como si no fuera así.
—¿Y cómo quieres que actúe? —espetó la muchacha.
Rubén quiso rogarle que las cosas volvieran a ser como antes de que la hubiera besado, pero sabía que no podía hacerlo. Ella había sido demasiado contundente y la conocía lo suficiente como para saber que no daría marcha atrás.
—Solo te pido que no me niegues tu amistad —se limitó a pedirle.
—Nunca lo he hecho, ni siquiera cuando intenté odiarte. De haber sabido que aún me querías de esa manera en tu vida, hubiera estado a tu lado.
—Siempre te quise conmigo —confesó Rubén en un susurro.
—Pues lo disimulaste muy bien.
Tenía razón, era imposible negarlo. Tanto su cobardía como su mentira habían dado los frutos que merecía, por mucho que se arrepintiera de ello cada día.
Abatido, movió la cabeza de un lado a otro, no tenía más que decirle. Sus argumentos habían fracasado y no tenía más defensa.
—Tengo que irme —murmuró.
—Deja que Jorge llame a un taxi, por favor.
—Lo haré.
Tragó saliva y avanzó hacia la salida cuando Kira habló de nuevo:
—El viernes por la tarde tenemos cita con Rocío para ver a Aarón. Pasaré a recogerte a las cuatro.
Su voz emergía tensa y vacilante, parecía que le costaba expresarse y que controlaba la manera en que las palabras escapaban de sus labios, como si intentase no echarse a llorar. Y Rubén necesitó huir cuanto antes de allí.
Fue un acto de exigencia implorado por su interior que entraba en ebullición. Si no se apartaba de ella y de todo lo que le inspiraba, la necesidad de tenerla entre sus brazos se convertiría en imperiosa y el no poder llevarlo a cabo desembocaría en un nuevo anhelo de echar un trago. Y aquello era lo último que se podía permitir.
—Hasta entonces —se despidió, y abandonó el despacho de Kira con más rapidez y brusquedad de la que le hubiera gustado mostrar ante ella.