Cuando se despertó en el hospital lo hizo sobresaltada. Le llevó varios segundos darse cuenta de dónde estaba, pues no recordaba haber llegado allí. Trató de incorporarse y vio que no se encontraba sola en la habitación.
—¡Jorge! —exclamó al reconocer a su secretario.
—Por fin, jefa. ¿Cómo te encuentras? —preguntó mientras se acercaba a ella y se sentaba al borde de la cama.
—No lo sé. Estoy aturdida.
—Normal, jefa. Te llevaste un buen golpe en esa cabezota. Menos mal que eres dura de pelar.
Hizo memoria y recordó que había disparado a ese loco y que luego se había desatado el caos. Había intentado proteger al niño y había visto a Rubén correr hacia ellos hasta que un golpe le hizo perder el sentido.
—Sí, ya sé que soy cabezota y una inconsciente también. Me temo que perdí tus llaves y tu teléfono. Lo siento. —Suspiró.
—No tiene importancia, jefa. Estoy seguro de que mi estupendo marido se ofrecerá a regalarme otro, un último modelo que me encante.
—¿Seguro? ¿No estará demasiado enfadado con los dos?
—Para nada. Tal vez te sorprendas.
—¿En serio? ¿Por qué? —Se interesó Kira.
—No puedo decírtelo —contestó Jorge, y cerró una cremallera imaginaria sobre sus labios—. Si me voy de la lengua otra vez, me quedaré sin cenita romántica este fin de semana, y no pienso tolerarlo de nuevo.
—Está bien. Tendré que esperar a que me lo cuente él. Por cierto, ¿dónde están los demás?
—Tu madre ha ido a tomar un poco el aire. Le diré que ya has despertado —dijo, e hizo el ademán de levantarse para ir hacia la puerta.
—Espera —le cortó—. Me refería a Rubén y Aarón.
—El niño está perfectamente, no tenía ni un rasguño —explicó Jorge.
—Menos mal —suspiró la joven con alivio—. ¿Y Rubén?
El rostro del secretario mudó de forma ligera, lo que no escapó al control de Kira. Volvió a sentarse junto a ella, tomó sus manos y se las apretó.
—Kira… —murmuró, y por un momento pareció que no sabía cómo abordar el tema. Ella tragó saliva, el hecho de que a su secretario le faltasen las palabras era nuevo. Si alguien tan locuaz perdía esa capacidad, era porque algo no iba bien y no imaginaba qué podía ser, porque en la última imagen que guardaba de Rubén parecía estar perfectamente y corría a reunirse con ellos.
—Me estás asustando, Jorge, ¿qué le ha pasado a Rubén?
—Solo sé lo que Eloy me ha contado. Dijo que cuando ellos llegaron lo encontraron inconsciente; había entrado en parada cardiaca. Consiguieron reanimarlo en la ambulancia, pero está en coma. Lo lamento.
Kira apretó los labios y bajó la mirada. No comprendía qué era lo que le había sucedido. Hasta donde era capaz de recordar, Rasí no le había herido, aunque tal vez lo había hecho la persona que la había atacado a ella.
—Es culpa mía. Debí esperar a Eloy —masculló, intentando por todos los medios controlar sus sentimientos.
—Si no te hubieras adelantado, tal vez estaría muerto y el chico también. Eloy dijo que disparaste a ese malnacido. Puede que hoy no lo veas así, pero, por lo que a mí respecta, les salvaste la vida.
Kira asintió. Era posible que Jorge tuviera razón, pero no podía dejar de culparse, aunque fuera consciente de que Rubén se hubiera enfrentado de idéntica manera a su padre, hubiese aparecido ella o no.
—Se pondrá bien, ya lo verás. No está todo perdido, todavía no ha pasado ni un día. Dale tiempo —dijo Jorge mientras le daba unas palmaditas en la mano—. Ahora iré a por tu madre, ¿de acuerdo? La pobre está hecha un flan.
—Claro, gracias.
Sonrió al muchacho y este abandonó la habitación tras darle un cariñoso beso en la mejilla.
* * *
Transcurrieron varias horas en las que había logrado convencer a su madre de que se encontraba bien, así como al resto de su familia. Su madre se había quedado un rato más y habían visto juntas las noticias. Los medios hablaban de que el líder de una peligrosa secta, que llevaba años secuestrando mujeres, había sido abatido por la policía. Había una docena de personas detenidas por secuestro y otras tantas por complicidad en el delito.
Kira tuvo que aguantar la interminable charla de su madre sobre lo descabellada que se estaba volviendo la sociedad y los peligros que entrañaban las sectas. Se lo decía como si no supiera lo que acababa de ocurrirle y ella se limitaba a darle la razón mientras no podía dejar de pensar en Rubén.
Estaba tranquila por Aarón, sabía que ya nadie lo perseguiría y que en el centro de acogida estaría seguro hasta que pudieran hacerse cargo de él, pero lo de Rubén era otra historia. Se preguntó una y otra vez qué le había sucedido. Por más vueltas que le daba, no llegaba a comprender si la realidad era que había ocurrido algo que había escapado a su entendimiento.
No hacía más que devanarse los sesos y no encontraba las respuestas adecuadas, y lo peor era que no podía moverse para ir a verlo. Ella estaba en planta y él en la UCI. Hasta que no despertase, no podría hablar con él, si es que despertaba. El hecho de pensar que eso no ocurriera hizo que no pudiera contener las lágrimas y que, más de una vez, su madre se sobresaltase pensando en que tenía una verdadera conmoción.
En aquellos momentos le daba igual el caso o su futuro profesional y personal. Solo podía pensar en que deseaba que despertase para poder echarse en sus brazos, quería besarlo y decirle que también lo amaba y que quería pasar el resto de la vida a su lado.
Al fin consiguió serenarse lo suficiente como para hacer que su madre dejara de preocuparse en exceso y cuando se marchó a casa para descansar, fue Eloy quien apareció por la habitación para visitarla.
El policía le tendió los brazos y ella, que se había levantado para estirar las piernas, se apoyó sobre él y dejó que la estrechara.
—Veo que estás bien —dijo señalando su cabeza vendada.
—Ni se te ocurra hacer el mismo chiste que el tonto de tu marido y decirme que tengo la cabeza dura.
Eloy comenzó a reír sin poder parar. Era raro verlo así; tenía claro que estaba liberando la tensión acumulada en las últimas horas.
—Gracias por ayudarme —dijo Kira de corazón.
—No tienes que darlas. Me alegra haber llegado a tiempo.
—De no ser por ti, no lo hubiésemos contado.
—No me eches flores. Tú lo resolviste, yo me limité a seguir la localización que me enviaste —se sinceró Eloy.
—¿Lograsteis detener a muchos?
—Bromeas, ¿no? ¡Claro que sí! Eso era un hervidero. Debía haber cerca de cuarenta personas y te sorprendería escuchar lo que están testificando muchas de esas mujeres. Aseguran que las tenía controladas con la mente. ¿Te lo puedes creer? ¡Menuda estupidez!
Kira asintió, no quería quitarle la ilusión de creer que tenía razón. Al fin y al cabo, lo que él había visto era muy diferente a lo que ella había experimentado. Él no había tenido a ese loco dentro de su cabeza, ni había visto al niño mover la pistola que los había salvado. Así que dejó que siguiera hablando y creyendo que todo lo que ahí estaba, en realidad no existía.
—Ellas creen que sometía su voluntad con poderes —continuó—, pero se limitaba a drogarlas y luego mantenía relaciones sexuales con ellas. Varias de las mujeres que había allí son sus hijas, incluso el pequeño… ¡Adivina! Es su hijo y su nieto a la vez.
—¿Me tomas el pelo?
—Para nada. De hecho, parece ser que Graciela era la abuela del chaval. Tuvo una hija con Rasí cuando se fugó del orfanato, la cual a su vez dio a luz al niño. La mujer murió en el parto. Porque esa es otra, tenía a sus amantes en esa propiedad sin ir al médico y pariendo en la casa. Te impresionaría escuchar a esas mujeres. Estoy seguro de que, si levantamos el terreno, encontraremos más de un cadáver.
—Esther… —Susurró Kira, pensando en ella y en lo que le habría sucedido.
—Seguro. —Apoyó Eloy, y Kira se frotó la frente en parte vendada e imaginó cómo había sido la vida de la madre de Rubén entre esas paredes. Después pensó en el pequeño Aarón y se horrorizó cuando comprendió que su propia abuela lo había perseguido para que no escapase. De no haberse cruzado con ellos, lo hubiera devuelto a aquel espantoso lugar y ahora, sin duda, estaría muerto.
—Es espeluznante —musitó.
—No sé de dónde sacaba tanta droga, ya lo averiguaremos, pero había una cantidad ingente en los cuerpos de las mujeres, igual que en el de tu amigo.
—Me alegro de que esté muerto —no pudo evitar murmurar Kira entre dientes.
—Yo también.
—¿Me procesarán por su muerte?
—No.
—He visto las noticias y dicen que la policía lo abatió. ¿No se te habrá ocurrido la estúpida idea de amañarlo?
—La única aquí que tiene ideas estúpidas eres tú —bufó Eloy—, y no, no ha hecho falta. Intentó apuñalar a tu amigo después de que lo disparases. Los compañeros le dieron el alto, pero no desistió. Así que no hubo más remedio que abrir fuego.
—Así que yo no lo maté —aseveró la detective, a la vez que asumía la información que Eloy le estaba proporcionando.
—No. Cuando tengamos el informe oficial de la autopsia veremos dónde tiene alojadas tus balas, pero me temo que lo heriste de forma leve.
—Apunté a la cabeza —aseguró Kira.
—Pues entonces deberías ir pensando en mejorar tu puntería. En cuanto salgas de aquí, te llevaré a practicar. Está claro que necesitas clases urgentes.
Kira sonrió ante el comentario. Eloy no era capaz de evitar disimular que estaba más contento y aliviado que durante las últimas semanas. El quitarse ese caso de encima había sido una liberación para él.
—Gracias por todo. Eres un gran amigo.
—No tienes que darlas. Estoy seguro de que tú hubieras hecho lo mismo por mí.
Kira asintió. Eloy tenía razón. Ella hubiera obrado de la misma manera y se hubiera saltado cualquier norma para ayudarlo, pero intuía que su amigo había dado más pasos correctos de los que hubiera dado ella.
—¿Fue muy difícil convencer al comisario? —preguntó a continuación.
—Menos de lo que pensaba. Resulta que la mujer del centro de acogida amenazó con ir a la prensa si no actuábamos de inmediato. Ya sabes que al comisario no le gusta publicidad que no sea buena y no investigar todas las pistas de la desaparición de un menor hubiera sido un escándalo. Además, allí estaba Jorge para asegurar que había visto al sospechoso rondando por ahí.
—Debió hacerse actor. No sé qué hace trabajando conmigo —comentó Kira conteniendo una nueva sonrisa.
—Sin duda —concedió Eloy—. Por cierto, hay que hacer algunos ajustes para cuando vengas a declarar.
—¿Ajustes? Espera, ¿quieres que mienta? —preguntó boquiabierta—. ¡Mi estricto amigo policía me está pidiendo que mienta!
—No saques las cosas de contexto, Kira. Solo digo que Jorge ha contado una versión que tendrás que respaldar.
—¿Y cuál es? Me tienes en ascuas.
—Tiene que ver con tu presencia en el lugar de los hechos. Jorge aseguró que Rubén te contrató hace semanas como seguridad privada. Tendrás que afirmarlo en tu declaración. Eso justificará tu presencia en aquel lugar. Es más fácil hacer creer que tenías localizado el móvil de tu cliente como medida de seguridad que una corazonada sobre un sospechoso y un lugar con el que, en apariencia, ese hombre no tenía relación. Juntando la denuncia de la asistente social, la declaración de Jorge y el intento de secuestro de tu amigo hace unos días, tenemos algo a lo que aferrarnos. Así no tendrás problemas.
—Te lo agradezco mucho.
—Y yo te repito que no tienes nada que agradecer. Me ayudas en todos los casos y de no ser por ti, no estaría con Jorge. Así que te debo muchas más que tú a mí.
Kira le ofreció una cálida sonrisa que a punto estuvo de llegar acompañada de un reguero de lágrimas. Aún le resultaba muy difícil controlar lo que sentía al pensar en Rubén y no conocer su situación actual.
—De todos modos, te daré las gracias de nuevo. Esta vez no se trataba de trabajo, me has salvado la vida.
Eloy la besó en la mejilla.
—De nada. Y, por cierto, he estado hablando con Jorge y hemos decidido que cuando el chico se despierte, tendremos que invitaros a cenar en casa.
—¿A qué viene ese cambio? Espera, ¿has dicho que tendréis que invitarnos? ¿Por qué?
—Van a ascenderme por haber resuelto este caso. Acaban de comunicármelo hace un rato, ¿qué te parece?
—Que te lo mereces. ¡Es maravilloso, enhorabuena! —expresó Kira con sinceridad mientras lo abrazaba.
—Gracias. Jorge me ha hecho comprender que ha sido gracias a vosotros. Tal vez tu amigo no sea tan malo, después de todo. —Eloy se encogió de hombros—. A Jorge le cae bien, lleva haciendo campaña a su favor desde que lo conoce y ya sabes que suele buen tener olfato para la gente. He pensado que tal vez debería hacer el esfuerzo de conocerlo un poco. Salvo que hayas perdido interés en él, claro.
—Al contrario.
—Vaya, así que va en serio, ¿no?
—Si se despierta, será lo más serio que haya tenido nunca —aseguró Kira.
—Se despertará, entonces. Cualquiera te lleva la contraria.
Kira sonrió y asintió.
—Gracias y gracias también por la confianza.
—Jorge… —se limitó a apuntar.
—Haces bien en hacer caso a tu marido, es más, deberías hacerle más caso y mucho más a menudo, en todos los sentidos. Si no lo cuidas como merece, me veré en la obligación de presentarle otros hombres que lo valoren más.
—Yo lo hago —protestó Eloy, molesto—. Mucho. No podría estar sin él.
—Lo sé, era una broma. —Rio Kira—. Por eso os presenté, no lo olvides.
Eloy volvió a sonreír y Kira pensó que llevaba el récord de muecas felices en una hora. Nunca lo había visto tan exultante y aquello la satisfizo.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó su amigo justo después.
—¿Adónde?
—Aún no has bajado a verlo.
—Tienen horario restringido, no creo que me dejen —se excusó Kira.
—¿Cuándo ha sido eso un impedimento para ti?
Eloy tenía razón. Eran numerosas las ocasiones en las que se había saltado las normas y, de haber querido realmente, lo hubiera hecho horas antes.
—¿Con estas pintas? —preguntó, señalando su atuendo de hospital.
—Kira, cuando abra los ojos, le dará igual que lleves una bolsa de basura además de ese horrible vendaje en la cabeza, créeme.
Asintió. Sabía que se estaba escudando con absurdas evasivas. Debería haber bajado desde el primer minuto tras haber vuelto en sí, pero tuvo miedo. Miedo de contarle a Candela cómo se había despedido de ellas, pero sobre todo miedo de que él no volviera a despertarse nunca.
Dejó de esconderse, pues debía enfrentarse a dolor que le producía verlo así. Se despidió de Eloy y bajó a la sala de espera y allí encontró a Candela. Nada más verla, su amiga corrió hasta ella y la abrazó con desesperación.
—Fui a verte, pero estabas dormida y no quise molestarte. ¿Cómo te encuentras?
—Bien. Solo fue un golpe. ¿Estás aquí sola?
—Ahora sí, los demás han ido un momento a la cafetería. Alguien tenía que quedarse por si despertaba.
Mirar a Candela a los ojos le produjo una desazón que le agujereó el corazón. Verla tan angustiada por Rubén le pareció que era un reflejo de sus propios sentimientos y no logró controlarlos.
—Lo siento —masculló, y se echó a llorar.
Candela la abrazó de nuevo y la acunó como si fuera una niña pequeña.
—No es tu culpa.
—Yo me empeñé en investigar.
—Eso no importa ahora.
—Sí que importa…
—No, solo quiero que me cuentes todo lo que pasó —pidió Candela.
Kira inspiró y sorbió la nariz, luego se tomó su tiempo hasta que pudo relatarle a su amiga lo que les había sucedido desde que había ido a casa de Rubén para pedirle que le devolviera el material que se había dejado en su coche.
No supo cuánto estuvieron hablando, pero, para cuando terminó de hacerlo, Candela lloraba con ella.
—Dios mío, no sé qué decir.
—No me extraña. Apenas yo puedo creerlo.
Su amiga se secó las lágrimas y la tomó de las manos.
—Kira, pase lo que pase, quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti, de los dos. Habéis hecho algo bueno y estoy segura de que habéis salvado a mucha gente.
—Si Rubén muere, jamás me lo perdonaré.
—Tiene que salir de esta. Lo hará, ya lo verás —aseguró, pero Kira sabía que no terminaba de confiar en sus propias palabras; estaba tan asustada como ella.
Permaneció junta a Candela y el resto de su familia durante un rato que se le antojó interminable. Ninguno de ellos la había mirado de manera diferente o dedicado palabras que no fueran amables, pero Kira se sentía ajena y se daba cuenta de que era únicamente por el miedo que aún sentía.
Cuando pensó que no aguantaría más allí, que se volvería loca si permanecía más tiempo a la espera, un médico se acercó para comunicarles que Rubén estaba despertando. El alivio que sintió en el corazón fue inmenso. Todos habían reaccionado de igual manera, pero para ella era la confirmación de todo lo que sentía por él.
Haber estado a punto de perderlo para siempre vino a recordarle que nunca había dejado de quererlo y que durante los últimos maravillosos días que había pasado a su lado, aún no se lo había dicho y en ese instante en que era tan feliz, no vio el momento de poder hacerlo.
Candela pareció leerle el pensamiento, así que, cuando el médico volvió para decirles que podrían pasar en orden, convenció a sus padres para que fuera ella quien entrase primero. Trató de negarse con modestia, pero su amiga se acercó para asegurarle al oído que era a ella a quien más ganas tendría de ver primero. Kira asintió con sonrojo y aceptó.
Cuando entró en el box y se acercó hasta su cama, Rubén aún tenía los ojos cerrados. Sabía que estaba consciente, pero supuso que intentaba a duras penas mantenerse despierto. Puso su mano sobre la de él y la acarició.
Rubén movió ligeramente la cabeza y parpadeó antes de enfocar la vista sobre ella. Kira intentó ofrecerle su mejor sonrisa, a pesar de que era consciente de que su rostro estaba surcado por las lágrimas y la preocupación.
—¿De qué vas disfrazada? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Estamos en carnaval?
—Eres idiota —exclamó Kira entre risas a la vez que sus mejillas continuaban humedeciéndose a consecuencia del llanto.
—Me lo dicen mucho.
Rubén acercó la mano a su mejilla y le limpió las lágrimas con el dedo.
—¿Por qué lloras? ¿Tan mala pinta tengo?
—La verdad es que estás horrible.
—Mira quién fue a hablar… No, ¡qué va! —exclamó, justo después—, estás preciosa, incluso vestida de momia. ¿Te encuentras bien?
—Sí.
—¿Y Aarón?
—Está perfectamente. Ni un rasguño.
—Menos mal. —Suspiró Rubén—. Aún no me creo que saliéramos de esa con vida.
—Y yo no entiendo cómo conseguiste que no te sometiera —cuestionó Kira con asombro.
—Es una historia un poco larga. Me llevará un rato contártela.
—En ese caso tendré que esperar a estar en casa contigo para escucharla.
—Estaré encantado —Rubén hizo una pausa—. Gracias por venir a rescatarme.
—No me las des, simplemente no dejes que vuelvan a secuestrarte.
—Lo intentaré, aunque estoy muy solicitado —bromeaba, sin embargo, sus ojos no lo hacían. La manera en que la contemplaba hizo que sintiera un cosquilleo recorriendo su espalda y su corazón comenzase a latir con fuerza.
—¿Recuerdas lo último que me dijiste? —preguntó Kira con voz ronca.
—Sí.
—¿Era verdad o solo te estabas despidiendo?
—Claro que era verdad. Alguien que piensa que va a morir no va mintiendo. Te quiero. Llevo años enamorado de ti —confesó—. No sé cuántos, la verdad. Me costó muy poco darme cuenta de que eres maravillosa y he estado loco por ti desde entonces.
Escuchar su declaración hizo que sintiera vértigo en el estómago. Siempre había anhelado oír de sus labios aquellas palabras, pues Rubén no acostumbraba a exteriorizar sus sentimientos de esa manera. Retuvo el aliento y se inclinó sobre él hasta que sus labios rozaron casi los de él.
—En ese caso, no me queda más remedio que confesar que nunca he dejado de pensar en ti, ni un solo día. Te quise incluso cuando intenté odiarte.
—¿Y ahora? —preguntó él, tragando saliva.
—Ahora puede que te quiera incluso un poco más.
Rubén no esperó a que ella actuara, levantó la cabeza y la besó. Sus labios se encontraron con la dulzura de la primera vez y Kira contuvo la emoción que la embargaba. Habían sobrevivido y volvían a estar juntos. Podrían retomar la vida en común que nunca debieron dejar y serían felices. Muy felices. Para siempre.