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Rubén

 

 

 

 

 

Genial, lo has hecho genial” —pensó mientras daba patadas a una pelusa imaginaria—. “Te ha faltado preguntarle si te ha echado de menos”.

—¡Eres imbécil! —exclamó en voz alta.

La puerta de la habitación que estaba tras él se abrió y una cabellera pelirroja sobresalió de ella.

—¿Esa es manera de saludar a tu hermana?

Rubén se giró de un sobresalto y se posicionó frente a ella.

—No iba por ti.

—¿Con quién hablabas entonces? Oh, no me lo digas, ¿te has cruzado con Kira?

—¿Me lees el pensamiento? ¿Acaso soy transparente?

—Para mí, sí.

Candela se acercó a él, alargó el brazo y le pellizcó la nariz.

—¿Estás bien? —preguntó a continuación.

—No hablemos de mí. —Rubén se apresuró a cambiar de tema y a coger las manos de su hermana pequeña—. Es tu boda. Deja que te vea bien. Estás increíble, preciosa. No creo que exista una mujer en el mundo más guapa que tú en este momento.

Venga, basta de halagos, acércate y dame un abrazo, hermanito.

Me da miedo arrugarte el vestido o fastidiarte el peinado.

Calla y ven aquí. —Resolvió la novia atrayéndolo hacia sí.

Se fundieron en un largo abrazo, que duró lo suficiente como para que Rubén sintiera que había merecido la pena hacer el esfuerzo de enfrentarse a tanta gente y a semejante tumulto.

—Te he echado de menos. Odio verte tan poco —refunfuñó Candela al separarse.

—Has estado muy ocupada los últimos meses organizando esto.

—Eh, ni se te ocurra echarme la culpa. Vives casi como un ermitaño, cuesta sacarte de casa.

—Lo sé, pero no siempre es fácil —se defendió Rubén.

—Créeme, puedo entenderlo, al menos en parte, pero encerrarte entre cuatro paredes no lo hará desaparecer.

—Cierto, hermanita. Siempre tienes razón.

—¿Aunque nunca me hagas caso?

—Exacto.

Rubén sabía que Candela estaba en lo cierto, pero para él era mucho más cómodo no enfrentarse a las multitudes, en donde podía encontrar la fuente de sus temores y arriesgarse a padecer de nuevo los episodios de antaño, que podrían desembocar una vez más en el infierno que casi lo destruye.

Miró a su hermana y ninguno de los dos pudo evitar echarse a reír.

—Oye, ¿estás segura de que quieres que te acompañe? Aún estás a tiempo de pedírselo a papá.

—No y no, Rubén. Hemos discutido esto un millón de veces. Hoy voy de tu brazo o no me caso.

—Está bien. No te enfades. Solo quería asegurarme de que no te habías arrepentido de habérmelo pedido.

—Pues claro que no. No solo eres mi hermano, eres mi mejor amigo y el hombre al que más quiero del planeta.

—¿Tu novio está al corriente eso? —bromeó.

—Eres un bobo redomado —regañó Candela a la vez que le daba un pescozón—, ¿lo sabías?

—Me lo dicen continuamente. Y hoy no va a ser menos, cuando hay alcohol de por medio la gente tiende a decir lo que piensa. Así que tendré un día movidito, porque la mitad de tus invitados me odia y a la otra mitad les caigo mal.

—Eso no es verdad. Mamá y papá te quieren.

—¡Y menos mal!

—Bueno, y Kira…

—¿Kira qué? —Rubén dio un respingo al escuchar el nombre de la muchacha.

—Kira no te odia.

—Le caigo mal.

—Solo a ratos, si hubieras hecho lo que debías en el pasado, todo sería distinto.

—Candela, no saques el tema, por favor.

—No lo hago. Solo es un pequeño apunte. A ver, ¿qué os habéis dicho cuando os encontrasteis?

—No mucho.

—Vamos, cuéntamelo.

Rubén relató cómo había sido el breve episodio y su hermana torció el gesto.

—Vale, puede que ahora mismo le caigas fatal —aseveró Candela—. Debiste comentar que te alegrabas de verla y que estaba preciosa, porque lo está. Hermanito, si no vas a decirle cosas agradables, mejor no hables con ella.

—Pero…

—No me repliques. No le digas nada que no sea bonito o te partiré las piernas cuando vuelva de mi luna de miel —amenazó la joven.

Rubén levantó las manos como si Candela fuera policía y estuviera a punto de meterlo entre rejas.

—Está bien. Lo que tú digas. Estaré calladito y seré cordial.

—Más te vale.

Ansioso porque su hermana no continuara una charla con la que no se encontraba cómodo, optó por ofrecerle su brazo. Ella lo aceptó.

—¿Lista?

—Ahora sí —respondió la novia con una radiante sonrisa.

 

* * *

 

La ceremonia fue breve, algo que Rubén agradeció, pues estar en primera fila ante la mirada de los invitados no era plato de gusto. Tenía la impresión de que todos estaban más pendientes de él que de su hermana. Sentía los ojos fijos en su persona, como si cada uno de los presentes lo estuviera juzgando por ocupar un lugar del que no era merecedor, según su criterio.

Aguantó como pudo la tentación de observar a Kira de reojo. Estaba apostada junto al novio, por lo que apenas podía entrever su figura, a no ser que girase la cabeza o se inclinase, y eso resultaría demasiado descarado. Aunque le importase entre poco y nada la opinión de los invitados, no quería provocar habladurías que pudieran incomodar a Candela o a sus padres en un día tan señalado. Ya les había causado demasiados contratiempos y se había prometido a sí mismo no volver a dar quebraderos de cabeza a las únicas personas a las que quería.

Pasado el mal trago inicial, llegó una parte que le resultó más intolerable, si cabía. El fragmento más iluso de su ser creyó que podría escabullirse durante el banquete, pero los novios lo habían sentado en su mesa por ser el padrino. Tanto a él como a Kira, solo que entonces tampoco la tenía en el punto de mira, estaba sentada al otro lado de los novios y Rubén tenía frente a él un salón repleto de personas, de modo que comenzó a sentirse agobiado, más de lo que hubiera esperado en un primer momento. Al menos durante la ceremonia les daba la espalda, sin embargo, de ese modo, tenía la impresión de que cuanta más gente tuviera bajo su mirada, más posibilidades tenía de confundirse si veía a uno de ellos.

Echó un rápido vistazo al salón, pendiente de encontrar la fuente de sus preocupaciones, pero pareció no hallarla. Exhaló llevado por el alivio, aunque momentáneo, pues enseguida reparó en la copa de vino que tenía delante y que un camarero había llenado sin que se hubiera dado cuenta.

Observó con detenimiento el líquido rojizo, tuvo la impresión de que se deslizaba incitante por el cristal y lo llamaba en un susurro seductor. El afrutado aroma llegó hasta sus fosas nasales. Tragó saliva y se pasó la lengua por los labios. Apretó la mandíbula y alargó la mano hacia la copa, aunque la detuvo a medio camino. La tentación era tan fuerte que tuvo que cerrar los ojos y concentrarse, pensar en las consecuencias que tendría llevársela a los labios, y aquello le hizo recapacitar. Cerró la mano y la dejó caer provocando un ruido sordo que llamó la atención de sus compañeros de mesa.

Candela fue la primera en reaccionar al comprender lo que había estado a punto de suceder. Apartó la copa sin mediar palabra y se la dio al camarero. Se volvió hacia Rubén.

—Lo siento, no volverá a ocurrir —se disculpó, y puso la mano sobre el puño de su hermano.

Él no se movió ni abrió la boca durante varios segundos. Necesitaba tiempo para digerir lo que había estado a un paso de hacer, pero sobre todo para controlar su impulso de vaciar de un trago el resto de las copas que había sobre la mesa.

Al cabo de un tiempo, que a su hermana se le antojó interminable, Rubén relajó el rostro y lo volvió hacia ella.

—Está bien. No te preocupes.

Candela asintió, consciente de que el momento de peligro ya había pasado. Rubén entrelazó los dedos con los suyos y besó su mano. Cuando lo hizo, se fijó en que Kira contemplaba expectante la escena. Al ver que la había descubierto mirando, ella se apresuró a apartar la vista, visiblemente avergonzada, y Rubén se preguntó si su hermana se lo habría contado o lo acababa de descubrir gracias a ese lamentable incidente.

 

* * *

 

Cuando finalizó el banquete, llegó la hora del baile. Rubén ya se había resignado a tener que soportar el resto de la velada sin poder escabullirse. Había aceptado por fin que no tenía más remedio que resistir hasta el final.

Los novios abrieron el baile. Rubén los observó moverse por la pista con soltura. Transmitían el amor que sentían el uno por el otro, irradiaban esa clase de felicidad difícil alcanzar, la de la complicidad de dos personas que se comprenden y admiran. Apartó la mirada de ellos cuando se dio cuenta de que tenía a su lado a Kira y desvió sus pensamientos hacia ella. Hubo una vez en la que tuvo esa clase de relación con ella, pero todo se fue a pique por culpa de su maldito problema y nunca había sido capaz de asumirlo, ni mucho menos de superarlo.

Escuchaba los aplausos y jaleos de los invitados hacia los novios en el momento en que alguien lo empujó hacia la pista. Dio un paso hacia adelante y se giró justo cuando Kira aparecía a su vera, impulsada por la misma persona.

—Es vuestro turno. —Oyó que decía la tía Gladys, el artífice del empellón que había sacado a ambos fuera del círculo que rodeaba a los novios—. Sois los padrinos —insistió la mujer—. Ni se os ocurra estropearlo.

Ninguno de los dos tuvo la tentación de desoír la orden. La muchacha dio un paso hacia él y Rubén la rodeó por la cintura. Kira dejó caer el brazo sobre su hombro y se tomaron las manos con la lentitud del que presiente que va a quemarse con un simple roce.

Comenzaron a moverse al son de la música. Al principio de forma vacilante, luego tranquila. Pronto acompasaron los pasos al del otro y dejaron de ser el centro de atención, pues varias parejas más se habían animado a salir a la pista y eso les dejaba espacio para relajarse un tanto, pues aún estaban bajo la supervisión de Gladys.

Rubén había estado concentrado en recordar cómo se bailaba, pero sobre todo trataba de imaginar que lo hacía con otra mujer que no fuera ella. Cualquiera que no despertase en él sentimientos que había intentado por todos los medios enterrar.

Por suerte para Rubén, Kira permanecía con el rostro girado hacia un lado, como si temiera mirarlo a la cara. Una pequeña parte de su ser se sintió enfurecida por su desprecio, pero la otra lo encontró lógico, dadas las circunstancias. Si él hubiera estado en su lugar, puede que se hubiera incluso negado a bailar. No podía juzgarla, solo le entristecía no ser capaz de estar junto a ella sin notar que su situación era tirante y extraña. Lamentó aún más que no hubieran podido mantener una conversación como antaño, escuchar su risa o ver sus ojos iluminados cuando algo le encantaba.

Se encontraba perdido en sus pensamientos cuando un pisotón vino a interrumpirlos.

Dejó escapar un leve quejido tras el cual Kira reaccionó. Al fin giró la cabeza y le dedicó una mirada. Entrecerró los ojos y arrugó la nariz, como solía hacer cuando rompía algo o se metía en un lío.

—Perdona. Ya sabes que los tacones nunca fueron lo mío.

—Está bien —respondió él haciendo una mueca—, creo que solo me has roto dos dedos. Sobreviviré.

—Aún te quedan tres sanos. Dame un poco más de tiempo y no podrás andar.

—Gracias. Es lo más bonito que me han dicho en todo el día. No esperaba menos de ti.

Kira sonrió ante sus palabras y Rubén notó que se relajaba, por lo que al fin pudo observarla como había querido hacer durante todo el día.

Si había cambiado algo en los últimos nueve años, no lograba percibirlo. Puede incluso que estuviera más guapa de lo que recordaba, porque Candela tenía razón: estaba preciosa. El recogido le sentaba muy bien, los oscuros mechones que caían sueltos sobre su cuello realzaban la dulzura de un rostro que siempre se le había antojado frágil. El discreto maquillaje hacía que resaltasen sus grandes ojos castaños, sus finos labios y la delicadeza de sus rasgos.

Rubén abrió la boca dispuesto a hablar, pero las palabras no acudieron porque dudó. No estaba seguro de lograr decir algo acertado, o simplemente cualquier cosa que pudiera dejar constancia de que había anhelado y temido a partes iguales ese día.

No tuvo más oportunidades de pronunciar una palabra, pues la pieza terminó y Kira se apartó de él.

—Bueno, creo que hemos cumplido. Hasta la vista —añadió, y abandonó la pista sin darle tiempo a replicar.

Rubén la vio marchar hacia la barra y se preguntó si durante el tiempo que restase hasta que terminase la celebración sería capaz de acercarse a ella y limar asperezas. Cualquier cosa que hiciera que ella no lo creyera despreciable, tal y como él mismo se había sentido durante todos y cada uno de los días transcurridos en los últimos años.