6
Kira

 

 

 

 

 

Se tapó una vez más la cara con las manos. No dejaba de preguntarse qué diablos había sucedido. Todo había sido muy precipitado. Primero el pequeño y luego Rubén desmayándose sin razón aparente.

No sabía con exactitud cuánto tiempo llevaba en la sala de espera de aquel hospital, con toda probabilidad habían pasado horas. Para ella habían transcurrido repletas de angustia e incertidumbre. Pensaba en el niño y no paraba de darle vueltas a qué hacía una criatura tan pequeña a medio vestir en una carretera en mitad de la noche. Lo que pasaba por su cabeza iba desde lo muy malo a lo directamente horrible.

Habían viajado en la misma ambulancia que Rubén, y el pequeño se había aferrado a su cuello y no la había soltado en ningún momento; solo cuando los médicos se lo habían llevado para examinarlo y no lo había visto desde entonces. Como tampoco había visto a Rubén.

Lo que le había sucedido era incluso más extraño que lo del niño. El coche no había impactado con nada, como mucho debería tener algún rasguño, pero se había desvanecido como si tuviera alguna lesión importante, o eso les había parecido a los primeros médicos que habían llegado al lugar del accidente y lo habían atendido.

Estaba inmersa en sus cavilaciones cuando vio aparecer a Candela acompañada de su marido. Se puso en pie y corrió a abrazar a su amiga.

—¡Kira! ¿Estás bien?

—Sí.

—¿Y Rubén?

—No lo sé. No me han dejado verlo y ningún médico me ha informado —respondió Kira con la voz repleta de una angustia que había tratado inútilmente de paliar.

Vio que Candela contenía un sollozo y su marido le pasaba un brazo por los hombros.

—Tranquila —dijo a su mujer—. Quedaos aquí, veré qué puedo averiguar.

Candela musitó unas palabras de agradecimiento y él se alejó de ellas. Cuando se encontraron a solas, Kira cogió las manos de su amiga.

—Siento haberte llamado para darte esta noticia, yo… no sabía qué hacer.

—Por dios, no te disculpes. Es mi hermano, has hecho lo correcto.

—¿Se lo has dicho a tus padres?

—Aún no. Temo su reacción —admitió Candela—. He pensado venir yo primero y ver si es algo grave. No quiero que papá y mamá tengan más disgustos. Ya han sufrido bastante con Rubén. Lo último que necesitan es esto.

—Lo siento, Cande.

—Vamos, vamos. No tienes la culpa —dijo mientras la abrazaba una vez más—. Cuéntame qué pasó, ¿otro coche os invadió o algo por el estilo? Porque Rubén suele ser prudente al volante.

Kira movió la cabeza de lado a lado tratando de aclarar sus ideas y recomponer los fragmentos de aquellos pocos minutos para que tuvieran algo de sentido en su cabeza.

—Fue tan rápido —terminó por decir— que ni yo misma lo entiendo. Lo único que tengo claro es que había un niño en la carretera.

—¿Es una broma?

—Ojalá. El niño apareció de pronto. Rubén frenó en seco y el coche patinó. Nos salimos de la calzada, pero ni siquiera nos dimos un golpe fuerte, te lo juro, Cande. Bajamos del coche para socorrer al niño y de pronto Rubén sufrió una especie de shock y se desmayó. No sé, supongo que debió golpearse la cabeza sin que ni él ni yo nos diéramos cuenta.

—¿Se golpeó? ¿Estás segura?

—No, no lo estoy. No fui consciente de lo que ocurría, cogí al niño y estaba pendiente de él cuando vi que Rubén se desplomaba.

—Esto es de locos —murmuró Candela justo antes emitir un suspiro de angustia.

Kira se acercó a ella y las dos amigas se abrazaron de nuevo. Era la única manera que encontraban para darse consuelo mutuamente. Se sentaron y se cogieron de las manos. Transcurrieron varios minutos en los que ambas permanecieron sin dirigirse la palabra. Kira supuso que Candela estaba tratando de asimilar lo que podría suceder si lo de Rubén resultaba más grave de lo que aparentaba y ella no podía dejar de pensar en que podría haberlo ayudado, si se hubiera dado cuenta a tiempo de lo que le ocurría, fuera lo que fuese.

—Debí hacer algo —musitó Kira. Se sentía culpable de lo que había sucedido, aunque no tuviera motivos para ello.

—¿Qué podrías haber hecho? Un accidente es un accidente, Kira.

—Lo sé, pero… No sé, Cande, tal vez debí fijarme más. Si hubiera estado más pendiente de la carretera a lo mejor hubiese visto al crío invadir el arcén, o salir de aquella vieja fábrica.

—¿Cómo has dicho? —interrumpió Candela. Kira se giró hacia ella y notó que el color había desaparecido de sus mejillas. Su amiga la contemplaba con una mezcla de estupor y miedo en el semblante.

—¿Qué ocurre, Cande? Estás pálida.

—Eso que has dicho, Kira. Lo de la fábrica. ¿De qué fábrica hablas? No recuerdo que haya ninguna —respondió, pero lo hizo con lo que a Kira le pareció que era temor en la voz.

—Es que una parte estaba cortada, debía haber obras y nos desviaron unos kilómetros por la antigua carretera.

—Entonces, me estás diciendo que fue allí donde apareció el crío, justo al lado de una fábrica, ¿no es eso? —insistió Candela, con evidente nerviosismo.

—Sí.

—No me lo puedo creer —exclamó la novia.

—Cande, ¿qué es lo que pasa? Me estás asustando.

—No puede ser verdad —continuó barbotando Candela, que parecía no haber oído a su amiga—. Esto parece una broma de mal gusto. ¿Estás segura de que no te equivocas?

Kira examinó la reacción de su amiga y no fue capaz de adivinar qué pasaba por su cabeza. Entendía que estuviera preocupada por Rubén, pero no comprendía su exaltación y su rostro descompuesto, justo cuando ella había mencionado el entorno en el que había sucedido el accidente.

—Bueno, fue todo muy rápido, pero suelo fijarme bien y esa vieja fábrica de queso era lo único que se veía alrededor. He tenido unas horas para pensarlo y he supuesto que el lugar tendría que ver con el pequeño, lo que no entiendo, Cande, es tu reacción.

Candela no respondió. Se puso en pie y se llevó las manos a la cabeza y comenzó a andar de un lado a otro y a maldecir sin parar. No tenía sentido que le hubiera provocado más temor la mención de una antigua fábrica y un niño desconocido que el estado de salud de su hermano. Supo entonces que había algo que su amiga no le había dicho sobre Rubén.

Kira se levantó, fue hacia ella y puso una mano sobre su hombro.

—Cuéntamelo, sea lo que sea. Sabes que puedes confiar en mí.

Candela pareció serenarse tras las palabras de su amiga y asintió.

—Tienes razón. No hay motivo por el que no puedas saberlo.

Las dos amigas se acomodaron una vez más la una al lado de la otra y Candela suspiró de manera sonora.

—Vale, a ver cómo encajas esto. —Se pasó la lengua por los labios y tomó aire antes de seguir—. Tú sabías que Rubén es adoptado, ¿verdad?

—Sí, me lo contó cuando empezamos a salir.

—¿Y te dijo algo sobre sus padres biológicos?

—Que no los recuerda.

—¿Te habló alguna vez de cómo fue a parar a nuestra familia? —continuó Candela.

Kira parpadeó, perpleja ante la pregunta de su amiga.

—No, y no entiendo de qué estás hablando. Una adopción es algo normal, ¿o es que hay algo ilegal en todo esto?

—Ilegal no, pero sí raro.

—¿Qué estás queriendo decir, Cande?

—Que mis padres y yo nos encontramos a Rubén.

La contundente respuesta de Candela dejó a Kira boquiabierta. Le pareció que no había entendido bien las palabras de su amiga.

—¿Cómo has dicho? —preguntó, confusa.

—Ocurrió cuando yo tendría unos cuatro años. Durante esa época íbamos todos los fines de semana a Madrid a ver a los abuelos y uno de esos días encontramos a Rubén.

—A ver, Cande. ¿Qué es eso de que lo encontrasteis? En la calle, ¿o qué? Me parece que no te estoy entendiendo.

—En esa carretera, Kira —aclaró Candela—. Exactamente en ese lugar, frente a la misma vieja fábrica de queso que has mencionado. Estaba en medio de la calzada y por poco lo atropellamos. Papá y mamá lo recogieron y lo llevaron al hospital. Luego lo acogieron pensando que estaría mejor con nosotros hasta que su familia lo reclamase, pero nadie lo hizo.

—¿Me estás diciendo que Rubén salió de esa fábrica cuando tenía cinco años?

—No, te estoy diciendo que lo encontramos en ese lugar. De donde saliera, no puedo decírtelo. Nadie lo sabe.

—Pero, eso no es posible. Tuvo que llegar de algún sitio, viviría con alguien.

Candela se encogió de hombros.

—Supongo que habría una investigación —respondió—. Nunca lo supimos.

—Así que tu hermano apareció una noche de la nada como un fantasma y nadie averiguó nada al respecto —inquirió Kira una vez más, completamente desconcertada.

—Exacto. La policía pareció no encontrar a su familia, nadie denunció su desaparición, así que mis padres iniciaron los trámites para adoptarlo y no preguntaron más.

—¿Rubén lo sabe?

—No estoy segura. Hace años pensaba que sí, pero creo que no recuerda nada. Cree que su familia lo abandonó y mis padres lo adoptaron. Puede que su mente haya bloqueado cómo sucedió. Las pocas veces que, siendo mayores, hemos tratado el tema, no me ha dado la impresión de que fuera consciente.

—Entiendo —dijo Kira, pero la realidad era que no comprendía ni el significado ni la magnitud de lo que su amiga le estaba contando.

Esa nueva perspectiva le hizo plantearse unas cuántas cosas acerca de Rubén. Empezó incluso a dudar de la idea que tenía sobre él y en su interior comenzó a tejer un plan.

Mientras pensaba en cómo podría abordarlo, el marido de Candela apareció con noticias sobre Rubén.

—He conseguido hablar con el médico que le ha atendido —dijo, animado.

—¿Qué te ha dicho?

—Le han hecho varias y pruebas y no han encontrado nada. No hay traumatismo, no tiene derrames o coágulos, ni siquiera una contusión leve. En el aspecto físico se encuentra perfectamente.

—¿Entonces por qué se desmayó?

—Lo han achacado al estrés de una situación atípica. Me ha asegurado que es cuestión de poco tiempo que despierte, y cuando lo haga, se encontrará como nuevo.

Candela respiró aliviada y apoyó la frente en el pecho de su esposo. Él aprovechó para abrazarla y Kira sintió que le quitaban un gran peso de encima. Rubén pronto se encontraría bien y ella podría hablar con él sobre lo que había sucedido y también de su pasado; solo así podría comprender algo de lo que había ocurrido aquella noche.

—Disculpad un momento —dijo a la pareja. El alivio que sentía hizo que recordase que tenía otros asuntos que tratar y necesitaba abandonar ese hospital.

Se fue hacia la otra parte de la sala de espera y sacó el teléfono móvil del bolso. Buscó en sus contactos y pulsó el botón de llamada. La contestación no se hizo esperar.

—¿Tienes idea de la hora que es? —preguntó una voz masculina al otro lado.

—Sí, y también sé que estás de servicio.

El hombre emitió un suspiro. Kira sabía que, aunque pareciera lo contrario, no le molestaba su llamada. En el fondo le gustaba que contactara de esa manera con él, porque sabía que, siempre que lo hacía a deshoras, la vida de ambos daba un pequeño cambio.

—Pareces preocupada —continuó el hombre—. ¿Qué te ha pasado?

—Cuando te lo cuente no te lo vas a creer, pero estoy en un hospital.

—¿Estás herida?

—No.

—Menos mal —resopló con alivio—. Oye, ¿tú no ibas a una boda?

Kira se abstuvo de responder y la pregunta cayó en el olvido. Lo escuchó suspirar una vez más y esperó a que él comprendiera que le estaba pidiendo ayuda de manera indirecta.

—¿Qué necesitas? —preguntó al fin.

—Puedes apuntarlo o esperar a que te lo cuente cuando vengas a buscarme. —Sonrió la muchacha—. ¿Qué prefieres?