1985, Madrid
Como todos los días, Alba se miró al espejo y siguió sin verse a sí misma. El reflejo se había convertido en su mayor tortura, en un recuerdo constante de que su cuerpo no le correspondía. Se sentía como una extraña atrapada bajo un disfraz. Y es que Alba siempre había habitado la piel de Álvaro, y vivió frustrada por ello gran parte de su vida, conviviendo con el deseo de ser lo que su cuerpo negaba.
Este anhelo pudo hacerse realidad a los treinta y un años, cuando decidió escucharse y dar el gran paso de ser, también físicamente, una mujer. Fue un cambio que vivió con el fútbol como gran compañero de viaje, con la pelota marcando los tiempos de cada pasito que daba. Así, poco a poco, Álvaro se fue apagando para dar más vida a Alba, que se había refugiado en el fútbol muchas veces y que buscaba el gol más importante de su vida. Este deporte era su evasión, su forma de dejar de pensar en el infortunio de haber nacido Álvaro y no Alba. No obstante, el olvido con el balón en los pies era pasajero, tan efímero como el tiempo que tardaba en girar la cabeza y ver a las jugadoras del C. F. Pozuelo en el campo de al lado. En aquel momento se sentía en una prisión.
Estaba ante un golpe de desdicha o, simplemente, un capricho del destino, que le hizo ver en ella la valentía que se necesita para abrir camino para otras. Su caso fue uno de tantos en un mundo en el que ser trans supone aún muchas trabas. Sin embargo, su nombre se convirtió en un icono en 2018, al ser la primera futbolista trans federada a nivel nacional y una de las primeras del mundo en hacerlo. El deporte dio fuerza a su búsqueda de identidad. Alba lanzaba así un aliento para las demás. «¡Sí se puede!», les transmitía a todas las personas trans que no encuentran la salida, la misma que a ella tanto le costó hallar.
Único hijo en una familia repleta de mujeres, Álvaro se cuestionó su identidad desde que tenía apenas cinco años. No estaba a gusto consigo mismo y las dudas lo inundaban, entre tabúes y estereotipos de género. No era fácil para un niño entender todo aquello, y la palabra trans estaba muy tergiversada en la sociedad. Todo se complicaba en su cabeza cuando sus gustos y aficiones se entremezclaban. Le gustaban cosas consideradas «de chicos» (el fútbol, los coches...), pero también otras «de chicas» (la ropa, maquillarse...) y encima se sentía atraído por mujeres. Era trans y homosexual, pero estas dos palabras no aparecieron en su vida hasta años después.
Nadie la ayudó a encontrarlas. Nadie le dijo que ser ambas cosas era una opción. De esta forma, Álvaro y Alba se unieron para ser libres en la figura de una sola mujer. Ella era la razón de todo en una caminata muy empinada. Costó que sus familiares lo entendieran. No todos fueron reacios, pero sí que hubo más de un pero con su decisión. Incluso el fútbol, al que había permanecido amarrada desde que tenía tres años, supuso un problema. La pasión de su vida la hizo sentir incómoda por tener que entrenar un cuerpo que cada vez le producía más rechazo. Esto hizo que Alba se alejara de los terrenos de juego a los veintitrés años, tras debutar en tercera división. Dejó el fútbol sin decir nada, pero con demasiada tristeza y tras tomar una de las decisiones más importantes de su vida: abandonar un equipo, el Pozuelo, con el que había convivido durante una década. No se atrevió a justificar su marcha, puesto que el motivo era complicado de entender en un mundo dominado por el silencio en torno a estos temas.
Cuando estuvo alejada del balón no hubo día en que la madrileña no lo echara de menos. Pero necesitaba tiempo, reunir fuerzas para volver a enfrentarse a un deporte que ella siempre tacha de «muy machista», o para alcanzar su sueño de jugar en el fútbol femenino. Mientras, decidió poner fin al martirio diario de estar encerrada en un cuerpo que no sentía suyo. Fue una angustia que vivió en soledad por el miedo a perder a su familia o a sus amigos. Fue su novia desde los diecisiete años la que le ofreció el respaldo para dar el paso definitivo.
Alba sintió liberación con solo cruzar la puerta de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Ramón y Cajal, donde pudo ser ella misma como nunca. Era abril de 2016 y aquello suponía el primer paso para rescatarse a sí misma. Meses después de aquella primera consulta le diagnosticaron una discordancia entre su identidad y su sexo, una mal llamada disforia a la que empezaría a poner fin en 2017, con el inicio de la hormonación el 21 de marzo, fecha que se convertiría en un nuevo cumpleaños para ella.
A partir de ese momento, su cabeza estuvo lista para reencontrarse con la pelota. Alba volvió a los terrenos de juego a los treinta y dos años, con el equipo masculino K-2 de Majadahonda, donde vivió la hormonación en silencio. Solo lo sabía el entrenador, y porque ella se lo confesó al saber que su rendimiento bajaría por el tratamiento. Con el paso del tiempo, Alba se sintió cada vez más indefensa. Las diferencias físicas comenzaron a ser palpables y ella sufría el doble en cada lance del juego debido a que su cuerpo era más vulnerable a los golpes por la hormonación. Sin embargo, siguió persiguiendo su pasión.
El fútbol la arropó como siempre y volvió a ser su bomba de oxígeno. En ese momento se dio cuenta de que su lugar comenzaba a estar, ahora sí, entre mujeres. La hormonación había rebajado en gran medida su testosterona y se veía más que preparada para dar el salto al fútbol femenino. Tanto que se plantó ante David Herrero, entrenador del equipo femenino de Las Rozas C. F. y fue muy clara: «Hola, ¿me aceptáis?». El técnico se guardó la respuesta y esperó hasta consensuarla con el equipo, que le abrió las puertas a Alba.
Empezó a entrenar con el equipo pero no podía jugar los partidos porque aún tenía pendiente el largo trámite para cambiar su DNI, una espera injusta en la que recibió la ayuda de la Comunidad de Madrid y la Real Federación de Fútbol de Madrid, que añadieron a su ficha de Álvaro el nombre de Alba para que pudiera competir. El tiempo de espera se redujo y la jugadora pudo debutar con Las Rozas, siendo la primera trans federada que lo hacía en España.
Era el inicio del nuevo camino de Alba Palacios, que luego pasó por el Samper, el Madrid C. F. F. B —en el que una lesión y la pandemia de la COVID-19 la dejaron sin debutar en primera división— y el Torrelodones. En todos ellos, su fútbol representó el triunfo de una mujer que inspiró y que hizo soñar a muchas otras personas. Sus goles se funden en uno solo por la igualdad, de género o de sexo. Las barreras quedaron atrás. Alba nunca más será Álvaro. Y, con ella, el fútbol femenino ha sumado a una valiente más.