1943, Madrid
La radio suena como cada domingo de fútbol en casa de Amelia. Ella se entretiene escuchándola mientras prepara la comida o se encarga de otras tareas. En su mente solo quiere oír que su Atlético de Pinto, su «tercer hijo», como ella lo llama, ha vuelto a ganar. Si a ello se añade que la victoria ha llegado en su estadio, el Amelia del Castillo, las mariposas en el estómago son incontrolables. No ha dejado de sentirlas desde que en el año 2000 la hicieron presidenta de honor y pusieron su nombre al campo del equipo madrileño.
Este sentimiento tiene detrás la larguísima y también injusta historia de una mujer a la que un día llamaron loca y que hoy luce como heroína de este deporte. Su reconocimiento llegó muy tarde, pero a tiempo de que Amelia pudiese disfrutarlo. Ella nunca quiso méritos e incluso se quedó a un lado cuando su presencia puso en peligro la existencia del Atlético de Pinto. Este acontecimiento nunca podrá sanar en su corazón, pero la honra y la enaltece aún más en el fútbol español, que ahora la contempla con toda la admiración posible.
Para descubrir su gran causa hay que retroceder hasta el 15 de octubre de 1963, una fecha clave en su vida. Aquel fue el inicio de muchos días especiales para Amelia, que se convirtió en la primera presidenta de un club de fútbol masculino en España: su Atlético de Pinto, anteriormente llamado Flecha de Pinto. El cómo de aquello es fácil de explicar, por muy difícil que el resto de la sociedad lo viera en esos años. Ella solo pensaba en el fútbol y este deporte le abrió una senda sin titubear.
Cabe recordar que eran años en los que las reglas lo complicaban todo si eras mujer y te gustaba aquello del balompié. Corría la década de 1960, un periodo en el que España estaba sumergida en la dictadura franquista y en el que la mujer estaba relegada a las tareas del hogar. Salvo las excepciones de pioneras que rompieron barreras, las mujeres no podían estudiar, trabajar fuera de casa ni mucho menos jugar al fútbol. En este deporte tampoco podían arbitrar o entrenar, aunque nunca se legisló acerca de que no pudieran presidir un club. Quizá nadie se lo planteó y por este motivo no se prohibió legalmente. ¿Cómo iba a dirigir una mujer un club de fútbol en España? La respuesta fue rápida y sorprendente y llevaba el nombre de Amelia del Castillo, una joven que amaba este deporte y que buscó cualquier vía para formar parte de él. Era su pasión y quiso luchar hasta el final, por muy descabellado que les pareciera a los que la rodeaban. No pensó nunca en las posibles consecuencias, o al menos las supo ignorar, y su fuerte poder de decisión la llevó a ser una de las grandes precursoras de la presencia de la mujer española en los despachos del fútbol.
Todo ocurrió de manera fugaz. Amelia consiguió asistir como oyente a las clases para entrenadores de la Federación. «Imaginad, en los años sesenta, en un pueblo de apenas 2. 500 habitantes... ¡Menos bonita me llamaban de todo! Igual me cambiaban de sexo que me llamaban “fulanilla”. Las madres de mis amigas les prohibieron que hablaran conmigo. Era la oveja negra de Pinto», cuenta.
Amelia ya había hecho sus pinitos como entrenadora a los dieciocho años, cuando organizó un equipo para un torneo regional. En ese momento dio vida al club que más tarde fundaría y federaría ella misma: el Flecha de Pinto. Ocurrió en el otoño de 1963, y fue el comienzo de un batalla en la que golpeó muchas puertas para pedir ayuda y para que, sobre todo, se la escuchara. Era una mujer muy joven en el ámbito más masculinizado de la sociedad: el fútbol. Pero no le importó. Se sentía observada, pero ella siguió a lo suyo. Mientras, escribió tantas cartas a presidentes, federaciones..., que sería imposible citarlas todas. Al ser la primera mujer que presidía un club, muchos la recibían con curiosidad. Todos querían saber cómo era la chica que andaba desafiando las reglas no escritas de una sociedad profundamente machista. Lejos de amedrentarse, Amelia se aprovechó de la atención que se le daba para hacer crecer su recién nacido club.
En esto destacó el gran fruto que obtuvo de la misiva que envió al que era entonces presidente del Atlético de Madrid, Vicente Calderón. El mandatario rojiblanco la recibió en su despacho con cercanía, lo cual dio paso a una gran amistad, y se convirtió en su «padre deportivo». Y no solo lo hizo con un gran respaldo moral, sino que le proporcionó material (camisetas, balones…) para el equipo de Pinto y dejó que el jefe de los servicios médicos de su club, Enrique Ibáñez, atendiera a los lesionados. La ayuda fue tal que ella, colchonera desde la cuna, se sintió siempre en deuda con Calderón y decidió agradecerle su gran apoyo cambiando el nombre del club, que pasó de llamarse Flecha de Pinto a ser el Atlético de Pinto.
Mientras tanto, el coraje que atesoraba esta joven también llenaba las páginas de los periódicos nacionales e internacionales; incluso algún medio de Estados Unidos vino a España a entrevistarla. Su caso fue tan mediático como fructífero, y acaparó la ayuda de otras entidades (Federación, Real Madrid…). Lo cierto es que se sentía querida en el fútbol madrileño y en el deporte español, que la condecoró con la Medalla al Mérito Deportivo del Consejo Superior de Deportes en 1973. El cariño y el respeto mitigaron el ruido de todos los insultos y las barreras que le seguía poniendo la sociedad.
La fama de Amelia levantó admiración y rechazo a partes iguales. No era del gusto de muchos, que veían su presencia como una invasión hostil. Molestaba mucho, y eso la obligó a tener que elegir entre renunciar a su puesto o poner en juego el futuro de su querido club. Tomó la decisión después de una llamada del alcalde de Pinto. «El fútbol no es cosa de mujeres», le dijo, tras pedir su dimisión bajo la amenaza de crear un equipo paralelo con financiación pública para que le hiciera sombra.
«Nunca quise ser protagonista y me retiré», asegura Amelia, que se alejó de todo durante décadas. Sin embargo, un buen día del año 2000 recibió una noticia que volvió a avivar esa llama futbolera que nunca murió en ella. «El campo del Atlético de Pinto se llamará Amelia del Castillo», le dijeron, después de que se aprobara por unanimidad el cambio de nombre tras una recogida masiva de firmas. ¡Menuda sorpresa se llevó Amelia! Por fin su valía se veía recompensada. Ahora es presidenta de honor del club, y será para siempre la gran alma de este Atlético de Pinto, al que levantó e hizo fuerte ante las adversidades. Las entrañas del estadio que lleva su nombre rezan: «Hemos nacido de una mujer y por eso llevamos coraza de campeones».