Asisat Oshoala

1994, Ikorodu, Lagos, Nigeria

Dos años. Ese fue el pacto. Asisat Oshoala prometió dejar el fútbol si no triunfaba en ese periodo de tiempo. Corto, sí, pero suficiente para alguien que lleva el balón en la sangre. También conformó de inicio a sus padres, que siempre se negaron a que jugara y que creyeron anticiparse al fracaso aceptando aquel reto. Sin embargo, no hubo un «te lo dijimos». La lección fue a la inversa. Oshoala era buena futbolista, muy buena, y su talento no podía ser desperdiciado.

De este modo, Asisat no tuvo que dejar el fútbol para ponerse a estudiar la carrera de Derecho, tal y como había prometido que haría si no conseguía vivir de la pelota en esos dos años. La libertad de su pasión hizo que el éxito fluyera tras haber estado retenida en una jaula durante mucho tiempo. Abrir la puerta era solo el comienzo de algo que pronto derribó barreras y estigmas sociales. Como una leona indomable, Oshoala siempre fue la gran rebelde de aquella familia dedicada al comercio de oro y ropa, y lo más injusto era que lo fue solo por querer jugar al fútbol, una afición que generó demasiados dolores de cabeza a sus padres, inmersos en una sociedad que le negaba el deporte a la mujer y, por consiguiente, a ella, que se rebeló contra todo.

Primero fue el secretismo del que tuvo que valerse durante años para jugar sin reprimendas. Después, tras descubrirse su afición, Oshoala inició unas duras negociaciones con su familia, a la que tuvo que convencer de que aquello iba en serio. Aquella situación implicó demasiados malos tragos para la ahora estrella del Barça y de la selección de Nigeria. Los castigos eran constantes, pero no pudieron contra la resistencia de una joven que se armó de valor y se negó a seguir por el camino que le marcaban.

Y, así, Asisat pasó a ser la gran señalada de la casa, en la que convivía con su madre, sus hermanos y la otra mujer y los otros hijos de su padre (la poligamia es aceptada y muy normal en Nigeria). Todos tenían otros planes para Oshoala.

El objetivo era que estudiara, se casara y tuviera hijos. Ahora bien, la cuestión era la siguiente: ¿qué quería ella? Y la respuesta era muy sencilla: fútbol, solo fútbol.

Aparentemente no había ningún miembro de la familia que la apoyara, aunque la realidad dejaba a una gran cómplice de Oshoala en la sombra: su abuela. «Fue la única de la familia en apoyarme incluso cuando mi madre o mi padre me querían pegar cuando salía a jugar», contó la futbolista africana en una charla con la Unión de Federaciones de Fútbol Europeas (UEFA). A la veterana de la casa se unían los amigos de Oshoala, que acudía fiel a los partidos de los domingos en las calles de su barrio. Estos la cubrían cada vez que su padre aparecía. Si la descubría allí, como ocurrió alguna vez, Asisat se metía en un gran problema. Incluso llegaron a castigarla sin comer.

Y aquí fue cuando entró en escena su ya fallecida abuela, que le daba comida y dinero a escondidas de su madre. «Ahora que soy profesional me acuerdo de ella todo el rato. Seguro que está muy orgullosa», confesó Oshoala, que empezó a jugar con los chicos de su colegio cuando estos la dejaban. Entonces todos la subestimaban. La ponían de defensa porque aseguraban que no sería capaz de marcar goles. Oshoala derribó estos argumentos a base de fútbol en la final de un torneo, cuando cogió el balón, dribló a varios rivales y anotó un golazo. «Ahora ya sabéis de lo que soy capaz», les dijo, tal y como reseñó en una entrevista con El Mundo.

No eran los primeros regates que hacía la pequeña Asisat, conocida por sus allegados como Zee. La futbolista de Nigeria se crio en una familia musulmana, religión que aún practica, y tuvo que aprender a evitar el conflicto a cada instante. A esto se sumó la ausencia de referentes o equipos femeninos en su ciudad, Lagos, que es la más grande y avanzada del país. Fue muy difícil encontrar un club para jugar, pero no imposible.

El primero con el que tuvo contacto fue el equipo del colegio St. Jude. Allí empezó a bailar al son del balón, pero no fue hasta terminar su educación superior cuando encontró la gran oportunidad de su vida. Tuvo lugar durante un torneo del que se enteró mientras practicaba atletismo en un campo. La noticia le llamó la atención y decidió participar con uno de los equipos locales.

En ese momento, un «equipo de verdad», tal y como ella misma lo describe, se interesó en ficharla después de verla jugar. «Tienes calidad», le dijeron. Y, pese a que Oshoala se negó en redondo, porque solo jugaba para divertirse, aquellas palabras se le clavaron en lo más profundo de los pensamientos.

Asisat supo que no estaba sola y que el fútbol podría ser una opción. Ahí apareció el famoso pacto con sus padres, que sirvió para dar el salto al F. C. Robo, el mejor equipo femenino de su estado. Este paso le permitió crecer y llegar a ser una gran estrella internacional. En sus vitrinas lucen hoy hasta cuatro Balones de Oro africanos tras haber goleado en tres continentes diferentes, desde África, donde se ha convertido en toda una referente, hasta Inglaterra (Liverpool y Arsenal) o España, donde brilla en el Barça, pasando también por China (Dalian).

Su trayectoria no habría sido posible si sus padres no hubieran cedido ante su sueño. Fue más complicado que un simple pacto. Este amansó las aguas durante unos años, pero la decisión final no llegó hasta 2014, cuando Oshoala brilló con Nigeria en el Mundial Sub-20 y ganó el Balón y la Bota de Oro de esta competición. «En ese momento me dijeron que se habían dado cuenta de mi talento y que no iban a permitir que se echara a perder», señaló la jugadora, que siempre se siente afortunada por haber podido dedicarse a esta profesión.

Oshoala siempre ha querido transmitir este agradecimiento con grandes acciones. Por un lado, con el dinero que recibió de sus primeros clubes compró una casa nueva para sus padres en Lagos. Seguidamente creó una fundación que ayuda a las niñas que sueñan con ser futbolistas en su país. «En África, si eres niña, es difícil jugar al fútbol y practicar deportes. Muchas tienen los mismos problemas que tuve yo cuando era jovencita, en el sentido de que sus padres no quieren que jueguen y no hay muchas opciones para las futbolistas», destacó Asisat en una carta abierta.

Su caso fue excepcional y ahora es ejemplarizante. No olvida sus inicios y se mantiene unida a su pueblo por unas raíces mediante las cuales transmite la energía necesaria para que todas las niñas que vienen detrás sigan sus pasos. Por ello, y sin herencia de nadie, Oshoala se ha convertido en la gran reina del fútbol en Nigeria y también en todo el continente africano.