1988, Oschatz, Alemania
Las miradas eran incómodas. Los susurros, una tortura. En ellos cabalgaba un rechazo injusto. «¿Qué le pasa en la cara?», se preguntaban todos. La respuesta era tan sencilla como acercarse a aquella niña y preguntarle qué le ocurría en el rostro. Pero nadie se atrevía a hacerlo, con la exclusión que suponía para la pequeña Babett. Se sentía apartada. No buscaba compasión, solo quería ser una más.
Le fue imposible conseguirlo. Todos pensaban que le había ocurrido algo horrible. Pero nadie pensó en que lo realmente terrible era la falta de normalidad con ella, que se encontró entonces con el gran dilema de su vida: defenderse o caer. No había más opciones. Parecía que la vida misma hubiese definido la posición en el campo que años más tarde ocuparía.
Apenas sumaba cinco años cuando sufrió una parálisis del nervio facial. Esta condición le hizo descubrir la gran fortaleza que yacía en su interior. Fue duro y le puso el camino más complicado que al resto de las niñas de su edad, pero también fue el detonante que la hizo única. Lo injusto quedó a un lado para que la ahora futbolista alemana hiciera de la adversidad un modo de aprendizaje.
Su caso provocó que las reglas del mundo se torcieran una vez más. No debería haber niños sufriendo, aunque ese daño luego se traduzca en un mayor éxito futuro. Pero Babett, que mira hacia atrás con el convencimiento de quien luchó contra todo, fue una de las excepciones. No mereció ser rechazada por presentar aquella parálisis en la cara. Las risas y las mofas la acompañaron durante años por su dolencia, que provocó que el lado izquierdo de la cara quedara afectado y que tuviera el ojo entrecerrado y la boca torcida. Esto era algo que le costaba asimilar a una niña que solo quería reír, soñar y disfrutar. Pudo hacerlo, pero a la vez que aprendía a esquivar obstáculos, mientras se preguntaba qué habría sido de su vida, de ella misma, si no hubiese presentado tal particularidad. Todo aquel proceso tuvo varias etapas, desde la rebeldía hasta el silencio. «Tal vez si estoy más callada la gente no notará que estoy ahí», pensaba Babett, que siempre ha señalado que el problema no estaba en su enfermedad sino en las dificultades que encontró para ser aceptada durante la niñez y la adolescencia en el colegio.
Tanto ella como sus padres buscaron una solución sin descanso. Viajaban cada cuatro meses a Inglaterra para recibir un tratamiento especial que no terminó de funcionar y visitaron a varios médicos hasta encontrar a un especialista en Colonia que logró hallar la clave. Babett tenía entonces trece años y tuvo que someterse a varias cirugías que consiguieron reducir aquella parálisis. A pesar de haber pasado por el quirófano y de asistir a terapia durante años, hoy en día las secuelas siguen visibles en su rostro. Son unos signos que se han ido difuminando al compás de su fútbol, el mismo que la rescató durante los años más complicados.
Este deporte no fue el único en su vida. Sus primeros sueños llegaron de la mano de la gimnasia, que empezó a practicar desde muy niña. Luego fue el balonmano. Pero nada tenía más fuerza para ella que el fútbol, ese deporte al que jugaba con gran seriedad en las pachangas con su familia durante las vacaciones. Siempre se lo tomó demasiado en serio, pero he aquí también uno de los secretos de su éxito con el balón en los pies.
Conocida como «la Hulk alemana» por su gran entrega física en los entrenamientos, Babett encontró en el fútbol su zona de confort. «En el campo no importaba cómo te veías, si eras tímida o si tenías algún tipo de enfermedad», confesaba la alemana en un reciente post en The Players Tribune. El fútbol la hizo más fuerte, la ayudó a ser ella misma y a sentirse una niña más. Era tan simple como saltar al césped y jugar como si no hubiera un ayer, un hoy o un mañana. Solo importaban el balón y ella.
A pesar de todo, en el fútbol se encontró con otra diferencia: la de género. También se sintió observada por ello Babett, que veía como los rivales siempre la señalaban en sus primeros pasos en el equipo masculino de su ciudad natal, el Oschatz. Tenía once años y demasiado que demostrar. La ventaja con el balón es que no hacían falta las palabras. Peter acallaba cualquier crítica por su condición o su género a través del juego. «Es buena», se sorprendían aquellos que la habían mirado con extrañeza, y esta sorpresa la empoderó para seguir hacia delante.
La que ahora es defensa en el Real Madrid sintió que el fútbol la había salvado y no pudo separarse más de él. Entrenaba a todas horas. Madrugaba para correr y vivía con la pelota en los pies durante todo el día. Este esfuerzo, junto con su talento, la hicieron invencible en el campo. Con quince años ya jugaba en las categorías inferiores de la selección de Alemania y entró en un internado para futbolistas en Leipzig. Fue un salto complicado para una chica perseguida por una enfermedad que poco a poco dejó de generar interés.
Su afección empezó a ser menos importante para el resto a medida que su pasión por el fútbol crecía, con su paso por clubes femeninos como el Turbine Potsdam, el Frankfurt y el Wolfsburgo. Entre tanto, fue también soldado en el Ejército Federal alemán, donde llegó a ser cabo. Esto no es extraño en Alemania, donde algunas futbolistas se alistaban para conseguir ingresos extra, ni tampoco para una Babett que se ha convertido en una experta de la defensa, tanto dentro como fuera del campo de juego.
Su fortaleza no solo la ha llevado a superar los miedos que le dejó la parálisis facial, sino que también le ha hecho alcanzar todos los grandes éxitos de los que una estrella del fútbol puede presumir: ocho títulos de liga y siete de Copa en Alemania, una Champions League, un Mundial, una Eurocopa, una medalla de oro y otra de bronce en los Juegos Olímpicos.
A este éxito Peter ha conseguido sumar una nueva superación en su vida personal, y es que la jugadora del Real Madrid se ha convertido en un icono de los derechos LGTBI junto con su pareja Ella Masar, exjugadora con la que coincidió en el Wolfsburgo y con quien tuvo un hijo, Zykane Joachim. Esta maternidad ha supuesto una larga lucha para que la reconozcan como madre legítima, ya que la pareja no se ha casado. Una batalla más para una Babett que nunca se ha cansado de defender lo que merece. Ahora no cambiaría nada de su vida, ni siquiera su condición física tras la parálisis facial. Sin ella no se entendería su éxito. Siempre ha dicho que se lo debe todo al fútbol; lo que no sabe es que el fútbol le debe mucho más a ella.