Brandi Chastain

1968, San José, California, Estados Unidos

10 de julio de 1999. El Rose Bowl de Pasadena (California) vibra como pocas veces se recuerda en la final del Mundial femenino. Más de noventa mil aficionados aguardan el último y decisivo disparo en la tanda de penaltis en la que Estados Unidos puede imponerse a China. Tensión, emoción y un instante de silencio. Brandi Chastain se prepara para lanzar desde los once metros. Dos países la observan con inquietud. «No mires a la portera», se dice a sí misma. La concentración es máxima. Tres zancadas, un chut y el balón se cuela por la escuadra izquierda de la meta que protege la china Gao Hong. La euforia se desata, y con ella llega algo extraordinario.

Con la pelota bajo la red comenzó una de las celebraciones más famosas de la historia del fútbol y del deporte en general. El estadio norteamericano, que celebraba con alegría la victoria mundial de su selección, albergó un instante único, un momento que ha quedado grabado para siempre en la retina de todos los espectadores, los que estaban allí presentes, los cuarenta millones que lo vieron por televisión y todos los que lo hicieron a posteriori.

La goleadora, que jugaba normalmente de defensa o de centrocampista, se quitó la camiseta, la alzó al viento moviéndola en círculos e hincó las rodillas en el suelo con los brazos hacia arriba. Su torso, con un top deportivo, y una expresión de gran júbilo sorprendieron a todos y calaron muy hondo en muchas mujeres. Era la imagen triunfal de un país, pero también la de una categoría que se liberaba y pedía paso. «El fútbol femenino nunca más será anónimo», dijo la jugadora con la medalla de oro colgada al cuello, y predijo con gran acierto el futuro de esta categoría.

Su figura festejando el gol logró conquistar a toda una generación de niñas que se sumaron a la ola del fútbol femenino, la práctica del cual aumentó de manera casi inmediata en Estados Unidos. Brandi se convirtió en todo un icono sin quererlo. Su victoriosa estampa dio la vuelta al mundo y rompió muchos moldes y estereotipos. La estadounidense protagonizó un alto en el camino para gritar al planeta que la mujer debía ser libre sobre el terreno de juego, tal y como lo era el hombre. «El hecho de que se quitara la camiseta tras marcar el gol me marcó. Quería ser campeona del mundo», confesó en el documental «This is Football», de Amazon Prime Video, Homare Sawa, rival china en la famosa final.

Aquella fotografía o celebración fue más allá. El valor social fue desmedido. La californiana fue portada de revistas como Sports Illustrated o Time e incluso, años más tarde, su celebración fue representada en una estatua en el estadio Rose Bowl. Sin apenas darse cuenta, Chastain causó un punto de inflexión en esta categoría, que encontró su cuna en Estados Unidos y que logró un gran impulso tras aquel gesto irrepetible. Y es que la actual potencia mundial del fútbol femenino, con cuatro Mundiales (1991, 1999, 2015 y 2019) y cuatro oros olímpicos (1996, 2004, 2008 y 2012), se encontraba entonces en sus primeros avances, en una situación en la que se pasó del tímido crecimiento a las grandes zancadas hacia una paridad que aún se persigue en la actualidad, con reivindicaciones como la igualdad salarial. Es la historia de un éxito que tuvo su inicio en la generación que lideró Chastain, cuya celebración supuso el momento culmen para la mujer estadounidense en el fútbol femenino.

Ella y sus coetáneas no lo tuvieron nada fácil para formar parte de este deporte. Brandi, que nació en San José, siempre tuvo claro que quería dedicar su vida a patear el balón, y nadie pudo quitarle esa idea de la cabeza, aunque sus allegados trataron de hacerlo. «¿Por qué practicas ese deporte de inmigrantes?», asegura que le preguntaban. Ella respondía en el campo, desde el que lanzaba otro interrogante: «Si un hombre puede ganarse la vida jugando al fútbol, ¿por qué no puede hacerlo una mujer?».

La respuesta se hallaba en una desigualdad muy latente en la sociedad estadounidense y también en la mundial, que seguía mirando a la mujer futbolista por encima del hombro. Esta actitud se evidenciaba en la falta de oportunidades y de equipos para ellas. Afortunadamente, Chastain logró encontrar un lugar en el que explotar su amor por el fútbol. Primero brilló con el equipo de su instituto, el Archbishop Mitty High School. Luego jugó en el equipo de la Universidad de California-Berkeley y en el de la Universidad de Santa Clara, dos etapas entre las que tuvo que pasar por el quirófano para someterse a una cirugía reconstructiva en ambas rodillas.

El infierno de la lesión la dejó fuera de juego durante las temporadas de 1987 y 1988 y la persiguió en algunos momentos de su carrera, pero ella siempre luchó por volver a los terrenos de juego al mismo nivel. Lo consiguió y terminó siendo una de las jugadoras más determinantes para el equipo de Estados Unidos, con el que ganó dos Mundiales, dos oros y una plata olímpica, y con el que participó en 192 partidos y anotó 30 tantos. También pasó por equipos profesionales como el San Jose Cyber-Rays, equipo del que siempre fue aficionada, el FC Gold Pride y el California Storm. Su trayectoria concluyó en 2004, cuando anunció su retirada.

Chastain, que ahora es miembro del staff del equipo femenino de la Universidad de Santa Clara, sigue muy ligada al fútbol femenino y participa en charlas y eventos con el objetivo de dar aliento a todas las niñas que quieran labrarse una carrera en el allí conocido como soccer, y lo hace siendo toda una referente.

En el recuerdo siempre quedará su inspiradora imagen al celebrar aquel penalti, un momento simbólico que no pudo librarse de la polémica. Muchos acusaron a la futbolista de querer promocionar la marca del sujetador deportivo, pese a que su símbolo era pequeño y apenas se distinguía. «Fue una locura momentánea, nada más y nada menos», se defendió Chastain. Es más, llegaron a ofrecerle cientos de miles de dólares por aquel top y Brandi nunca quiso venderlo.

Hubo quien consideró inapropiado el gesto, tan común y poco criticado en el fútbol masculino, pero la exjugadora contó que el sujetador está enmarcado y colgado en la pared de su casa, donde lo ve cada día. «Nunca quise deshacerme de él. Quizá le deje ese legado a mi hijo», confesó recientemente Chastain, que volvió a reivindicar el trasfondo de aquella imagen en su libro It’s Not About the Bra («No se trata del sujetador»). Estas palabras invitan a reflexionar sobre los tabúes en este deporte y añaden valor a una celebración que pasó a formar parte de los anales de la historia del fútbol.