1986, Valladolid
Cuando la pequeña Jade se quitaba la camiseta para jugar al fútbol al lado de la casa donde se crio durante su infancia no había barreras. O sí: su abuela estaba muy disgustada por aquel simple gesto. Eran otros tiempos, pero Jade ya se desmarcaba con rebeldía. Los niños se quitaban la camiseta por el calor y ella no quería ser diferente. Era una manera de identificarse con ellos en ese fútbol callejero con el que comenzó a adorar la pelota.
La futbolista española de origen ecuatoguineano nunca olvidará aquellas primeras pachangas, como tampoco a su abuela diciéndole que no era un niño y que se pusiera la camiseta. Aunque el asunto no era una cuestión de vestimenta, sino un problema de gran desigualdad y unos cánones sociales muy discriminatorios con la mujer. No era su abuela, sino la sociedad. No era la camiseta, sino el atosigamiento que negaba oportunidades a cualquier niña que quisiera dedicar su vida a aquel deporte.
De familia muy futbolera, Jade nació con el balón bajo el brazo y ha convivido con él durante una vida en la que no existen recuerdos sin el fútbol. Su hermano era portero y desde muy pequeña se quedaba embelesada con su juego, tanto que siempre lo intentó emular. Sin embargo, su naturaleza no estaba bajo los palos de una portería sino frente a ella, marcando goles; siempre fue delantera durante su carrera profesional.
De madre ecuatoguineana —nació en Guinea Ecuatorial cuando aún era colonia española y vino a vivir a España con diez años— y padre español, aquella joven Jade ignoraba entonces que el peso del balón sería mayor para ella que para sus compañeros en la cancha. Con el paso del tiempo, la futbolista empezó a percibir las dificultades que afrontaban las mujeres en este deporte; puede incluso que las descubriera demasiado pronto, por su explosión prematura en los terrenos de juego.
Apenas sumaba trece años y Jade Boho ya competía en el primer equipo femenino del Orcasitas en Madrid, ciudad en la que se asentó toda su familia. A la atacante española no le importó compartir vestuario con compañeras mucho mayores que ella y demostró su valía para dar el salto con dieciséis años al Torrejón, con el que debutó en primera división, y luego al Rayo Vallecano, donde comenzó a ganar títulos (tres ligas seguidas de 2008 a 2011 y una Copa de la Reina en 2008).
Antes de sumar estos trofeos a su palmarés, Jade Boho había tenido la oportunidad de deslumbrar a escala internacional con la selección española sub-19. Con este combinado consiguió, con diecisiete años, ser campeona continental en un Campeonato de Europa Sub-19, en el que anotó un gol en la final ante Alemania. Su éxito la hizo soñar con dar el salto a la absoluta tras haber participado también en el Mundial Sub-19, pero la larga espera se convirtió en una tortura. No hubo debut al máximo nivel con España. Tampoco una explicación para ella, que había esperado siete años la llamada de la Roja. «Tengo una espina clavada porque mis compañeras de la sub-19 tuvieron la oportunidad de poder probar con la absoluta y demostrar si valían. Aun siendo una jugadora clave y titular indiscutible, se me dejó apartada. No sé por qué. Me pasé años esperando una oportunidad y de repente apareció Guinea Ecuatorial», cuenta la delantera, que volvió a sonreír en el país del que parte de su familia había huido décadas atrás por los conflictos políticos. Al tener la doble nacionalidad, Jade Boho pudo conocer de cerca la tierra de sus raíces, y allí germinó más éxitos, después de no poder rechazar la oferta de jugar en 2010.
Con las guineanas fue subcampeona de la Copa de África de 2010, título que sí conseguiría levantar en 2012, y puso rumbo al Mundial de Alemania de 2011 repleta de ilusión. Sin embargo, un nuevo revés golpeó a Jade, que se quedó sin debutar en la Copa del Mundo después de que en la Federación de Guinea se olvidaran de enviar un fax a la FIFA para anunciar que dejaba de ser jugadora de España. La futbolista fue sancionada con 10. 000 euros y tres meses sin poder jugar ni entrenar, lo cual supuso un duro golpe para Jade, que cayó en una depresión y que se levantó gracias a su gran fortaleza y al apoyo de su familia y su pareja, Aroa.
Ellos fueron también quienes la empujaron a seguir jugando cuando, años más tarde, el Atlético, al que llegó tras brillar en el Rayo, decidió no renovar su contrato. Pensaba que no podía más, pero venció sus miedos gracias a una resistencia que había forjado en unos inicios llenos de adversidades. Jade se crio sin padre —nunca lo conoció y no se sabe su identidad—, y por ello adquirió los dos apellidos de su madre, Boho Sayo. No obstante, no fue lo único que heredó de ella: también adquirió el gran espíritu luchador que la ha ayudado a sobrevivir en un mundo que no solo le puso impedimentos por su condición femenina.
«Soy mujer, negra —que no morena, porque la gente dice “negra”, no “morena”— y futbolista. Era lo peor que te podía pasar. Salía de los partidos llorando por tantos insultos y tanta vejación. Pero, sinceramente, eso me hizo mucho más fuerte. A veces te quedabas pensando: “¿De verdad he oído eso?”. Pero aprendes a vivir con ello. Esos fueron mis inicios, aparte de las mil veces que me llamaron “marimacho”, etcétera», aseguró la futbolista hispano-ecuatoguineana en una entrevista con Rioja Televisión durante su paso por el Logroño, del que se despidió en el verano de 2021 para jugar en el Servette de la liga suiza.
Al conjunto riojano llegó tras volver a jugar en el Rayo, tener que emigrar al Reading de Inglaterra y regresar a España de la mano del Madrid C. F. F. En todos estos equipos vivió entre goles y un estilo de juego de pura garra, cualidades que hicieron disfrutar al público español durante años. Entre sus dianas destacaron las dos anotadas con el Madrid C. F. F. en el derbi contra el Atlético en el Wanda Metropolitano, un estadio que vivió con sus botas los primeros tantos firmados por una jugadora.
Fue un hito merecido después de toda su entrega sobre el verde, donde Jade es una de esas jugadoras que nunca deja de luchar. También fuera de él, pues ha sido una de las mujeres más activas en la lucha por los derechos de las futbolistas en España.
Los insultos y el rechazo quedaron atrás. Ya no es raro ver a una niña con un balón en la mano y Jade sigue peleando para que sea así para siempre y defendiendo también la igualdad en todos los ámbitos, ya sea de género, de sexualidad, de raza… Porque ella es negra, homosexual y futbolista y con estas tres cualidades, y otras muchas más, se ha convertido en un gran ejemplo para el deporte y para la vida. Jade no es por ello distinta: ¡es ÚNICA!