1995, Zaragoza
María León nunca se imaginó subida en aquel escenario. Tampoco siendo un icono del movimiento LGTBI. Ya lo era en el fútbol, con el que cumplió su meta de poder dedicar su vida a mimar el balón, y aquello estaba siendo algo mucho más grande de lo que había soñado. Sin embargo, su figura era más que obligada en el MADO 2018 (Día del Orgullo en Madrid). Meses antes, la que hoy brilla como futbolista del Barça y de la selección española había confesado su homosexualidad de manera abierta, sin tapujos, tal y como ella siempre se muestra, en el campo o fuera de él: valiente y decidida.
Su carácter de entrega y lucha se trasladó de los terrenos de juego, donde dejaba de ser María para deslumbrar como Mapi, a la vida real; dos mundos que compaginó para dar aliento a otras muchas personas, fuesen o no como ella. El nombre de Mapi, que empezaba a acaparar los focos, junto con los de sus compañeras, con el gran auge del fútbol femenino, pesaba. Aunque no más que la gran humanidad que siempre agitó a María. Su naturalidad se enalteció. «Así es ella», pensarían los que mejor la conocen. Espontánea y pura.
Mapi tomó una gran responsabilidad más allá del fútbol: ser ejemplo de libertad. No hizo falta que nadie le dijese que lo hiciera; más bien fue todo lo contrario. Su madre le pidió que lo pensara bien, pero la apoyó, al igual que su padre. Ninguno puso nunca un pero, aunque tampoco había razones para hacerlo. Para ella no era una cuestión puramente personal, si bien no dejaba de serlo por todo lo que suponía: su fin era ayudar al resto. «¿Qué necesidad tienes?», le decían sus allegados. «¿Qué problema hay?», respondía ella, que no dejó de sonreír desde que saltó a la palestra del MADO.
Sí, María fue una de las pregoneras de aquel Día del Orgullo. Sus palabras y su ejemplo habían llegado muy lejos. Y, subida al escenario de la plaza de Chueca, al son de su discurso, no dejó de pensar en todos aquellos mensajes que le llenaron el móvil de orgullo después de que anunciase su homosexualidad: «Gracias», «Me has dado fuerza», «No estoy sola»... Todos estos mensajes la llevaron hasta allí, pero no fue un paso improvisado. Lo pensó mucho, pero nunca creyó que el resultado sería ese, y en aquel momento descubrió el valor de una simple palabra. No se veía como una salvadora, aunque para muchos lo fuera, pero sintió que su mensaje había sido más revelador que liberador.
«En otros países nos encarcelan y nos matan por ser quienes somos, por existir. Hay personas LGTBI que tienen que huir y que se encuentran solas, con las puertas cerradas y a la deriva», recordó Mapi en el MADO 18, en el que denunció la disputa de la Copa del Mundo de 2018 en Rusia, donde «la LGTBIfobia está a la orden del día». Hacía falta un cambio y estar allí, en Chueca, era el primer paso. María no solo ha sido espectadora de este cambio, sino que es una de sus agentes. «It is possible», reza el primer tatuaje que ella misma se hizo en la mano (le gusta el dibujo y le gustaría ser tatuadora). Y así fue, porque amar es libre y ser jugadora de fútbol no te puede privar de ello.
En su caso, fue pionera al abrir esta puerta: se convirtió en la primera futbolista, hombre o mujer, de la liga española que confesaba públicamente su homosexualidad. Sí, era lesbiana y jugaba al fútbol. ¿Y qué pasa? Había muchas y muchos más, pero fue ella quien dio un paso al frente, consciente de que su figura mediática podría servir de ayuda a otras personas. En esta línea, y pese a que es cierto que aquel gesto la sometió a constantes miradas (las entrevistas se intensificaron, todo el mundo hablaba de que era futbolista y lesbiana...), la jugadora siempre asumió que el coste merecía la pena. Allí estaba Mapi, con su espontaneidad, para frenar a todo aquel que buscara la polémica. «Si estás orgullosa de lo que eres, da igual lo que digan. Es una manera de dar un paso más y de ayudar a generaciones futuras, o intentarlo al menos», dijo en una entrevista con Shangay.
Volvamos al imaginario de Mapi, cuya figura es incluso mucho más importante para el fútbol femenino español que para el colectivo LGTBI. Porque lo cierto es que, por no imaginar, la jugadora ni siquiera podía articular en su mente una simple idea de todo lo que ha vivido en su exitosa carrera deportiva. Indiscutible en la selección y en el Barça, se convirtió en el primer traspaso por el que se pagó dinero en el fútbol femenino español después de que el club catalán desembolsara 50.000 euros al Atlético por su incorporación.
Aquella joven, que de niña coleccionaba cromos de Ronaldinho, rompía otro techo más para este deporte. La cantidad sonaba a poco en comparación con la sección masculina, pero suponía una revolución para esta categoría. En ella, Mapi formó parte de una generación que plasmó sobre el papel una gran lucha que había durado décadas: el primer convenio colectivo del fútbol femenino español. Atrás quedaron todos los problemas que sufrió hasta lograr su sueño, desde el profesor que siempre le decía que dejara el fútbol porque no tenía futuro hasta las grandes desigualdades.
Enamorada del deporte (empezó con el voleibol, jugó al fútbol sala y le encantaban el béisbol y el baloncesto), su vida parecía abocada al balón. Eran María y la pelota. Siempre. Cuando tenía diez años, su juego pasó de la calle y el patio, donde pateaba el balón con su hermano y sus amigos, a la pista. Fue casi por casualidad, cuando acompañaba a su hermano a una prueba en la Agrupación Deportiva Gran Vía 83, un club de fútbol sala, con la intención de apuntarse a voleibol. «Le pregunté si se quería apuntar y se quedó parada diciendo: “Pero ¿este hombre qué me dice?”. Miró a su madre y acabó probando. Ella se quedó y su hermano se fue a voleibol», contó Carlos Arregui, presidente del club, a El Periódico de Aragón.
Tras cumplir los doce años, la división de sexos dejó a Mapi sin equipo, pero ahí llegó su otra gran casualidad. Ocurrió en un supermercado, donde un hombre se le acercó y le dijo: «Tienes pinta de jugar al fútbol». Y así fue como dio el salto al Transportes Alcaine (ahora Zaragoza C. F. F.). Fue el inicio de una carrera que continuó en el Espanyol y en el Atlético y que explotó en el Barça, donde se convirtió en una de las mejores defensas del mundo.
Sin embargo, todo esto no sorprende a quien se haya cruzado en su camino. Mapi ya apuntaba alto desde siempre. Guarda en sí misma los ingredientes perfectos para hacerlo: una personalidad que capta a todo aquel que la mira. Su triunfo, en cambio, no es casualidad, y tiene todavía una gran proyección de cara al futuro. Mientras, su figura se alza como inspiración mucho más allá del fútbol.