1986, Dois Riachos, Alagoas, Brasil
De Pelé a Marta. Del Rei a la Rainha. Brasil no duda al ensalzar a sus dos dioses del fútbol; sus historias son únicas e irrepetibles, su fútbol es eterno. Y no solo comparten esta pasión: ambos nacieron pobres, en un mundo en el que escaseaban la comida y las oportunidades, e hicieron que el balón fuera, como otras tantas veces, una vía para salir de esa miseria, una excusa para luchar por sueños forjados en los descampados en los que aprendieron a patear la pelota descalzos.
Las comparaciones entre uno y otro han sido muchas dentro y fuera del país de la samba. Marta nació cuatro décadas después, pero siguió los pasos del más grande. «La Pelé con falda», la llaman algunos, incluido el propio exjugador. Y esa «falda», ese género que los separa, ha hecho que el camino de la aún futbolista sea más complicado. Porque ser mujer fue, junto con la pobreza, su gran obstáculo. «¿Por qué Dios me dio este talento si nadie quiere que juegue?», se preguntaba constantemente. La seis veces nombrada Mejor Jugadora del Mundo creció perseguida por un mal endémico: la desigualdad entre hombres y mujeres. Pero Marta siempre creyó en el cambio, en que el fútbol, como la vida misma, es para todos. Y esto no fue nada fácil. Dio sus primeras patadas al balón en la pequeña localidad de Dois Riachos. Allí se topó tantas veces con el «no» que es difícil explicar cómo esta jugadora ha llegado a lo más alto del fútbol mundial.
Puede que la respuesta se encuentre en su carácter de guerrera. Marta se crio en medio de un entorno duramente golpeado por la mortalidad infantil, debido a una crisis nutricional en los años ochenta. Aquello le hizo forjarse una personalidad de superación que la ha hecho única en los terrenos de juego y también fuera de ellos. Supo ver la felicidad en algo tan simple como un balón; una diversión que le fue rechazada durante mucho tiempo. Pocos querían pasarle la pelota. Nadie se tomaba en serio su fútbol, y cuando la dejaban jugar era a modo de «castigo», en un equipo con los jugadores más malos del vecindario. Ni siquiera sus hermanos la apoyaron en sus inicios e iban tras ella cada vez que la veían acercarse a este deporte, con persecuciones de las que casi siempre salía airosa. «Era más rápida», recuerda, tras haber sido víctima de una sociedad que seguía criminalizando esta práctica en el género femenino.
Y es que Brasil levantó el veto que prohibía jugar a las mujeres por ser «perjudicial para la fertilidad» siete años antes de que Marta naciera. Sin embargo, aún quedaban muchos resquicios de aquella injusta norma. «Un día me pidió un real para comprar un balón y yo le dije: “¡Tú eres mujer, Marta!”», relata en la biografía de la futbolista, escrita por Diego Graciano, su madre, doña Tereza, a la que su padre abandonó con cuatro hijos cuando Marta era muy pequeña.
La niñez de la hoy genio de nuestro fútbol fue muy complicada. No pudo ir a la escuela hasta los nueve años por falta de recursos de su familia para pagar los libros y la matrícula y, además de aprender a leer por su cuenta, Marta dedicó su tiempo libre a patear la pelota. ¡Menudo disgusto se llevó su madre cuando se enteró!
Ya en el colegio, pudo participar en algunos torneos, respaldada por un profesor de gimnasia, Julio de Freitas, que supo ver un talento innato en aquella niña que destacaba por encima de todos pese a ser menos fuerte. Aquello no sentaba bien ni a rivales, ni a compañeros, ni a los propios aficionados. Marta tuvo que aprender a combinar el balompié con continuos insultos y prejuicios, y se mantuvo firme frente a estos escollos. «No es normal», «Es raro que una niña juegue al fútbol», «¿Por qué la dejas hacer eso?», le decían a su madre.
Con todo en su contra, la actual delantera decidió dejar atrás su vida por el fútbol a la corta edad de catorce años. Fue un gesto revolucionario que también rompía con la inercia de que las niñas y las mujeres solo podían salir de casa para casarse, tener hijos y llevar a cabo tareas domésticas. Marta tenía otro compromiso: el de luchar contra la desigualdad, contra la falta de apoyo, contra todo… Quería ser libre para elegir una dedicación y un futuro. Salir de Dois Riachos era la única opción que le quedaba, con una oportunidad que la esperaba a unos dos mil kilómetros de distancia, en Río de Janeiro. Así, la jugadora se montó sola en un autobús y, después de tres días de travesía, llegó a la gran ciudad para hacer una prueba en el Vasco da Gama, uno de los pocos clubes con sección femenina en Brasil.
Aquel examen bien pudo ser una exhibición: el contrato era suyo antes de que diera tres toques a la pelota. Sin embargo, los problemas no acabaron aquí, ya que el club cerró su sección femenina solo dos años después. Tras esto, Marta deambuló sin rumbo hasta recalar en el Santa Cruz, un club amateur al que llegó con las zapatillas rotas y muchas dificultades.
Pero entonces el fútbol y Marta se dieron una segunda oportunidad. La selección brasileña llamó a su puerta para jugar el Mundial de Estados Unidos en 2003 y, aunque la canarinha cayó en octavos ante Suecia, aquella cita le sirvió de trampolín. Su calidad, sus regates y su desparpajo captaron la atención del Umea sueco, que la terminó fichando. Fue el principio de una eternidad de fútbol, y sumó sus primeros grandes títulos (incluida la Champions) en un país que se convirtió en su segunda tierra.
Después pasó por distintos clubes: Los Ángeles Sol, Gold Pride, Santos, Western New York Flash, Tyresö, Rosengård y Orlando Pride, donde ahora juega al máximo nivel en la liga estadounidense. Su éxito ha sido enorme en todos ellos. Y nadie, jugador o jugadora, ha marcado tantos goles como ella en los Mundiales: es la única que lo ha hecho en cinco diferentes.
Con el 10 de Pelé a la espalda en la selección brasileña, que lideró en la consecución de dos platas olímpicas en 2008 y 2014, Marta ha enamorado al mundo entero gracias a su fútbol, sus luchas personales y sus reflexiones. «El fútbol femenino depende de vosotras para sobrevivir. Llorad al principio para sonreír al final», les decía entre lágrimas a las niñas brasileñas tras el Mundial de 2019, señalándoles el camino.
Su gran batalla ha tenido frutos incluso en la igualdad salarial en la selección de Brasil, en la que ya luce como leyenda. Décadas más tarde, en su pueblo y en su familia todos se arrepienten de lo que pensaron e hicieron en el pasado. Las mismas personas que decían que no podía jugar ahora aplauden sus éxitos. Por esta lección, por su fútbol, por su pasión y por su gran ejemplo personal, Marta es A Rainha de Brasil, pero también del fútbol mundial.