Natalia Gaitán

1991, Bogotá, Colombia

La palabra superviviente luce en su piel y su simbología va mucho más allá de lo que muchos puedan imaginar. No es un tatuaje cualquiera; es la etiqueta que mejor define a Natalia Gaitán, aunque no la única. Ella ha sobrevivido, sí. A una leucemia durante su niñez y a lesiones graves (dos roturas de ligamento cruzado) en su carrera como futbolista. Sin embargo, estas adversidades no solo han sido un ejemplo más de superación, sino que han descubierto en ella un don de luchadora que la convierte en una gran estrella del deporte.

Y es que Natalia ya era toda una campeona mucho antes de que su fútbol impresionara a las hinchadas de los países por los que pasó: Colombia (Club Internacional y Gol Star), Estados Unidos (Houston Aces) y España (Zaragoza C. F. F., Valencia y Sevilla). La colombiana se forjó en grande, con el convencimiento de que el éxito llegaría a base de esfuerzo. Para alcanzarlo no valía con esperar a que la tormenta pasara: había que salir y enfrentarse a ella. Y así lo hizo.

La ahora futbolista conoció el límite del abismo con apenas cinco años, y lo hizo con la crueldad que aborda una vida cuando aparece el diagnóstico de una enfermedad grave. El tiempo se detuvo durante un instante para la familia de los Gaitán. La pequeña Natalia padecía leucemia linfoblástica aguda, un cáncer en la sangre que afecta a los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas y que tiene un índice de mortalidad del 70 %. La estadística era abrumadora, pero provocó un efecto inverso en ellos: Natalia iba a ser del otro 30 %. Su sonrisa y su vitalidad certificaron que así sería.

Pero no fue fácil. Las salas de hospital y los tratamientos sustituyeron a los juegos y el parque. Cada seis semanas tenía que ser ingresada durante varios días, y así hasta que cumplió los dos años de quimioterapia. Luego llegaron los tratamientos regenerativos, con continuas transfusiones de sangre y una recuperación lenta. Y, finalmente, quedó a salvo. La medicina y su actitud ante la vida la llevaron a seguir disfrutando de una niñez que había sido interrumpida y que la había llevado a madurar mucho antes que el resto.

Su disciplina y su constancia, por las que ha destacado como deportista y como estudiante —se graduó en la universidad como administradora de empresas entre las alumnas más destacadas de su promoción, y tiene un máster, un posgrado...—, encuentran respuesta en aquella época. «Me llevaba las tareas al hospital y eso fue generando dentro de mí una disciplina que posteriormente me ayudó a entrenar y estudiar al mismo tiempo», afirmaba Natalia en una entrevista con el diario As.

De los hospitales, los tratamientos y el sufrimiento le quedan pocos recuerdos. «La parte dura le tocó a mi familia», destaca siempre la mediocentro colombiana. Pero en su subconsciente siempre permanecerá la experiencia de quien ha regateado a la muerte y ha ganado el título más importante de su vida. Eso nunca podrá borrarse de su mente. Con la leucemia atrás, y con una historia inspiradora para todos aquellos niños y niñas que batallan contra esta enfermedad, Natalia no dejó de ser una guerrera. La lucha más dura ya había pasado. Pero entonces se inició un arduo camino hacia su sueño: el fútbol.

Este deporte no apareció en su vida de primeras. Natalia comenzó practicando la natación y el tenis, impulsada por el fuerte gen deportista de su familia. Su madre, Norma, había practicado el baloncesto y el voleibol, mientras que su padre, Guillermo, y su hermano, Juan Pablo, siempre habían jugado al fútbol, una pasión a la que pronto se unió Natalia.

El deporte rey dejó a un lado cualquiera de sus aficiones. En su cabeza solo quería patear el balón, por encima de todo. No podía dejar de practicarlo, y cuando iba a ver jugar a su hermano y a su padre aprovechaba los descansos y los aledaños del lugar para hacerlo. Estaba sola frente al mundo, ese que de primeras le negó los sueños ligados a la pelota. Y es que ser mujer y futbolista no era entonces una opción en Colombia. El fútbol femenino estaba a años luz del masculino; demasiado lejos. Sigue estándolo, pero en las últimas décadas se han producido ciertas mejoras. Tal era la desigualdad que, a diferencia de su padre o su hermano, a Natalia Gaitán le costó encontrar un lugar en el que hubiera sitio para su fútbol.

La que luego sería capitana de la selección de Colombia tuvo que esperar hasta los doce años para recalar en un equipo, el Club Internacional, que fue el primero de fútbol femenino en Bogotá. Era el comienzo de una carrera en la que se vio obligada a partir pronto de su hogar, con una beca de la Universidad de Toledo (Ohio), y a recorrer el mundo en busca de un lugar en el que sentirse valorada a todos los niveles.

España se convirtió en su paraíso futbolero, con mejores condiciones que en su país, en el que, pese a la distancia, no ha dejado de pelear por esta categoría. Mientras tanto, Natalia también ha tenido que superar otros grandes baches en su camino personal. En 2017 se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha, y dos años más tarde sufrió la misma lesión en la rodilla izquierda. Dos pruebas más para su fortaleza.

Fueron largos meses fuera del verde. No obstante, Natalia siempre se mostró fuerte. Era o luchar o luchar, y ella peleó por dos. Sin embargo, no todo fueron malos tragos. El fútbol le dio mucho más de lo que le quitó. Su felicidad al jugar ya era más que suficiente, pero también quedó espacio para grandes éxitos, sobre todo con su selección nacional. Natalia, que con dieciséis años se convirtió en la jugadora más joven en vestir la camiseta de Colombia, capitaneó al combinado cafetero en los Juegos Panamericanos de 2019 en Perú, de donde salieron con la medalla de oro colgada al cuello en uno de los primeros grandes triunfos del fútbol femenino colombiano.

Su sonrisa entonces era la de una jugadora que demostraba el éxito por encima de enfermedades, de una sociedad machista… Un logro que llegaba poco después de haber abanderado la denuncia que hizo junto con sus compañeras de la selección por acoso sexual, falta de remuneración y gran abandono por parte de las instituciones.

En ese momento tampoco le faltó valor. Su ejemplo se enalteció y no ha parado de hacerlo desde entonces. Y es que Natalia solo sabe luchar y seguirá haciéndolo por todas las que vienen detrás, porque su mayor sueño es que las niñas del mañana puedan acceder a su gran pasión sin impedimentos. «Para mí entrar en una cancha y gritar un gol es una expresión de libertad», confiesa la jugadora colombiana. En esta liberación brilla como una superviviente del fútbol y de la vida.