por Amanda Sampedro
Un balón puede mover toda una vida. Simplemente un balón. La ilusión de pisar el campo. El olor a césped mojado. La pasión de quien celebra un gol y la resistencia de quien tiene que remar a contracorriente cuando le marcan uno. Eso es el fútbol: deporte y vida, vida y deporte. El balón es amigo y enemigo a la vez, compañero y rival. Pero siempre ofrece una solución, porque no hay partido final, aunque sí hay un final en los partidos. Perder solo sirve para volver a ganar. Y ganar es el premio al trabajo, al compañerismo, a la vida.
Dicen que la ilusión mueve montañas. El fútbol, como ilusión, también lo hace. En este deporte todos somos iguales. Sin color. Sin raza. Sin género. Da igual de dónde vengas o adónde vayas; el fútbol te acoge y te ayuda. Incluso te salva. En mis peores días, saltar al campo fue siempre la mejor motivación. Y, como yo, hay otras muchas mujeres que se levantaron gracias a este deporte. Porque cuando nadie creía en nosotras, el fútbol nos invitaba a seguir. Y seguimos. Y seguiremos, porque aún nos quedan muchos goles por marcar contra la desigualdad.
La pelota es redonda para todos, pero el contexto en el que se golpea ha sido muy diferente para nosotras. Siempre se nos miró por encima del hombro. Pero no creáis que aquello nos achantó: al contrario, nos hizo más fuertes. Ahora que lo pienso, el fútbol femenino y el Atlético se parecen mucho en su lucha y su garra constantes. Y en su valentía. Esos valores son los que quiero transmitir a todas las niñas que sienten miedo de los que todavía hoy se creen superiores. No temáis. No estáis solas. Y, si alguna vez lo estáis, coged el balón y pensad que en algún lugar del mundo habrá otra de las nuestras golpeando la pelota.
En mi caso, no sé quién fue primero en mi vida, si el fútbol o yo. De hecho, no recuerdo cuándo decidí que me gustaba este deporte. Tengo fotos con la equipación del Atlético de cuando tenía tres añitos, pero nadie sabe decirme cuándo empezó esta pasión. Seguramente buena parte de la culpa la tenga mi padre, con el que siempre iba al Calderón. Me crie así, con fútbol hasta en la sopa. Y yo tan contenta de que así fuese. Me daba igual lo que dijeran, yo quería ser futbolista y me visualizaba de ese modo cada vez que me iba a dormir. Allí estaba yo, todas todas todas las noches, imaginándome con el balón. Me convencí tanto de que era posible que lo logré, y ahora… ¡soy futbolista!
Atrás quedaron las miradas de desconfianza, los comentarios que nunca debí oír, la falta de recursos... Recuerdo que siempre observaba a los niños que jugaban al fútbol junto a mi casa. «¿De quién es el balón?», les pregunté un día. Todos me miraron extrañados, pero, en un intento de desafiarme, me pasaron la pelota. Y… voilà! Era como ellos. Era una más. Solo hizo falta pasarme el balón para descubrirlo. Yo quería jugar y jugué, y cualquier niña que quiera jugar tendría que poder hacerlo, sin tener que oír frases como las que decían algunos cuando me veían en el campo. «¿Cómo se te puede ir si es una niña?», les gritaban a mis compañeros, alimentando mis ganas de demostrar que podía ser futbolista.
Es cierto que las cosas han cambiado. Yo crecí sin referentes femeninos, con Fernando Torres como gran ídolo. Sin embargo, seguir sus pasos era complicado entonces. En mis inicios, el Atlético femenino no estaba ni federado. Y aquí nos tenéis ahora, ganando ligas, jugando la Champions… Aún me tengo que pellizcar para sentir que todo esto es real.
Sin ir más lejos, Alexia Putellas ganó hace poco el primer Balón de Oro para una jugadora española. Cuando la vi subirse a aquel escenario en París me pasaron muchas cosas por la cabeza. En mi época no existía este premio para las mujeres. Ahora las niñas y los niños pueden soñar por igual. Ellas tienen a Alexia y ellos, a Messi, e incluso pueden elegir a quién de los dos seguir o admirar a ambos. Se empieza a hacer justicia. Este libro también es prueba de ello: en él se reconoce el esfuerzo de muchas mujeres en este deporte. Cuando era pequeña no había libros que hablasen de fútbol femenino. Ahora vosotras tenéis este y otros más, para poder soñar más fuerte. El fútbol os espera. ¡Que empiece a rodar el balón!