PRÓLOGO

Este trabajo no busca hacer propaganda a favor de una actualización de teorías e ideas neokantianas, ni criticar el neokantismo. Simple y llanamente trata de revisar críticamente las fuentes documentales relativas a la cuestión histórica de cómo surgió el neokantismo y qué condujo o contribuyó a su expansión. Por regla general, cada planteamiento de un tema tiene validez “histórica” por el simple hecho de tomar como su punto de partida un objeto histórico, un autor o una obra, pero el título “historia de la filosofía” también puede significar—y a tal significado trata de ceñirse la presente exposición—que historia y evolución filosóficas deben ser concebidas como una unidad, de manera que la historia de la filosofía no se vea absorbida en cuanto disciplina autónoma por las genealogías de los pensadores, el culto a los héroes o la mera historia de un problema, sino se presente como un aspecto parcial, rico en referencias, de la historia general.

Quizá no haya ninguna otra forma de contrarrestar la tendencia, que a menudo puede observarse en las historiografías especiales, pero sobre todo en la historiografía filosófica, a una incesante y progresiva autonomización y enajenación de sus declaraciones respecto del saber histórico adquirido en otros lados—así como ante la riqueza material de las fuentes—, que hacer una y otra vez el intento de cerciorarse de nuevo, desde la perspectiva de la contemporaneidad, del valor material de los adelantos filosóficos del pasado. Pero por lo menos se ha vuelto científicamente obsoleta la orientación teleológica tradicional, cautiva aún de la idea decimonónica de progreso, que tiene como modelo una evolución progresiva lineal, y en su lugar han de entrar, en mi opinión, una historiografía de orientación sincrónica y una forma de ver la evolución filosófica que se preocupe por tomar distancia, una forma de ver que trate de determinar el sentido, el significado y la eficacia histórica de las teorías filosóficas, en primera instancia desde el contexto histórico contemporáneo. En este aspecto puede comprenderse la tesis de Hegel de que toda gran filosofía siempre ha captado su tiempo primero en conceptos, pero luego también como pregunta por la legitimidad histórica de cada filosofía en relación con su tiempo. Como una pregunta, pues, que en cuanto tal es una pregunta primariamente histórica, comparativamente poco interesada en juicios y valoraciones originados por las situaciones actuales, ya que de todos modos tales juicios y valoraciones yerran la mayoría de las veces—al servicio del progreso—sobre los fines propios de un conocimiento histórico.

Ante esto, al poner su atención en lo “ya sido así’ y de muchas maneras completamente extraño, la perspectiva de la contemporaneidad evita la esterilidad programada de una historiografía actualizante, que en definitiva acaba siendo una mera confirmación del pensamiento presente en virtud de un material histórico escogido a modo, como, dicho sea de paso, ya lo hace ver de manera ejemplar el trato de los neokantianos con Kant. Hasta sus actualizaciones de Kant pagarían el precio de convertirse en maculatura con la degeneración de las condiciones de semejante actualidad si no las preservaran de ello la interpretación errónea de los posteriores investigadores de Kant y los renovados intentos de reanimarlo a costa de la fidelidad y la verdad históricas.

Por esta razón, la historiografía filosófica ha de reconstruir las condiciones de esa actualidad, y por eso tiene que construir sobre la ciencia de la historia. En todo caso, no en cuanto aquélla se redujera a ésta unilateralmente y la mayoría de las veces en una comprensión meramente politizante, sino que más bien se trata de entrar, donde quiera que sea posible, en diálogo con las otras historiografías, procediendo a partir de la evolución filosófica del supuesto, que ha de mantenerse como hipótesis legítima, de la evolución filosófica autónoma con el fin de enriquecer, quizá también de ahondar y modificar, el cuadro completo de ese periodo mediante el conocimiento del estado en que se encuentra el desarrollo filosófico en un determinado lapso. Precisamente en la historiografía filosófica es de decisiva importancia saber si la filosofía es aducida a partir de cuadros históricos vulgares, globales o ideológicamente cargados con el mero propósito de cimentarlos, ilustrarlos y acreditarlos, o si a partir del desarrollo de un dominio cultural, como la filosofía, también se investigan las referencias históricas a otros ámbitos extrafilosóficos del desarrollo histórico. El significado de esta decisión coincide con una decisión sobre el grado y el alcance de la autonomía de las evoluciones filosóficas, y es casi evidente por sí mismo que precisamente éstas están sometidas a las máximas fluctuaciones: las “ideas de 1914” guardan con la historia una proporción diferente de la que guarda la génesis de una disciplina filosófica propia llamada gnoseología. Ésta es la razón por la cual no tienen sentido ni propósito las declaraciones generalizadoras al respecto, pero sí puede responderse, no en principio sino sólo en un determinado lugar, la cuestión de la proporción entre filosofía e historia.

Pero precisamente se trata de entender esta proporción, si es que no debe seguirse viendo la historia de la filosofía—sobre todo la más reciente—preponderantemente sólo bajo criterios de valor (actualidad, crítica y afirmación), sino bajo un aspecto genuinamente histórico. Especialmente en relación con el neokantismo, sobre el cual se emiten valoraciones y opiniones, casi todas en boga todavía, que proceden originalmente del primer tercio de este siglo—o antes—, puede constatarse que o sólo son recepción de las pretensiones filosóficas neokantianas y transmisión acrítica de la presentación e interpretación que el neokantismo hace de sí mismo o que a sus teorías, e incluso a su existencia misma, se le hace una crítica parcial demasiado indiferenciada que, como en Von Hegel zu Nietzsche [De Hegel a Nietzsche] de Karl Löwith,1 lo ve como una mera manifestación de decadencia o lo malinterpreta como ideología social, tal como lo expresan por ejemplo Georg Lukács,2 Karl Korsch3 y Ernst Bloch.4 Mientras que el neokantismo afirmaba y valoraba como su mérito esencial haber restablecido la colaboración de filosofía y ciencias particulares y superado “el punto de vista metafísico” de la época sistemática con una teoría y crítica del conocimiento, Karl Löwith despacha el neokantismo pretendiendo dar por explicado el “al parecer no tan motivado regreso a Kant” con el hecho de “que la intelectualidad burguesa ha dejado prácticamente de ser una clase motivada históricamente, habiendo perdido por esto también la iniciativa y el élan de su pensamiento”.5 Evidentemente, la “auténtica” historia löwitheana de la filosofía del siglo XIX tenía que sacrificar el desarrollo real a un actualismo y presentismo, porque quería “reescribir” e interpretar “de nuevo” la historia “en el horizonte del presente”,6 tenía que reducir a la nada7 el suceso real efectivo con el fin de tener manos libres para enunciar sus propios intereses, que en su conjunto tienen menos en común con los del siglo XIX que con los del XX.

Pero el juicio y la condena, tan alejados de la historia, no sólo conducen a una oposición infranqueable entre suceso efectivo y presentación “histórica”, pues no únicamente las violentas construcciones históricas, sino también un politiquismo exagerado, pueden desfigurar, hasta volverla irreconocible, la evolución histórica real: “Y Kant fue desfigurado por una escuela que dominaba el conjunto de las universidades alemanas, no de un modo prefascista todavía, pero sí de uno tan liberal nacionalista que el filósofo de la Ilustración alemana lo miraba como un buen provinciano, con salón, de la época de Bismarck. “Esta falsificación especial se llama neokantismo”, dice por ejemplo Ernst Bloch,8 quien todavía alcanzó a doctorarse con Külpe con una tesis sobre Rickert y no vio en el asunto claramente central de los neokantianos, resolver el problema del conocimiento, otra cosa que la supuración de determinados intereses liberales nacionalistas de partido.

El neokantismo tuvo su origen y desarrollo en los años sesenta y setenta del siglo XIX—se dice con parecido tenor también en el Diccionario de filosofía de la República Democrática de Alemania—en estrecha conexión con la alianza contraída por la gran burguesía alemana con la reacción feudal en contra del proletariado fortalecido y combativo, tanto alemán como internacional. En este tiempo de exacerbadas luchas de clase tuvo lugar el hecho—fechado casi con exactitud en el año de la Comuna de París—de que la filosofía burguesa alemana recurriera a Kant.9

Neokantismo, ¿ideología o ciencia?, tal es la cuestión que plantean aquellos que quieren evaluar su origen, expansión y desarrollo sin siquiera preguntarse por su legitimidad histórica. Al contraponer dos ideas históricas irreconciliables siguen preocupados por una estéril alternativa que en todo caso deja ver con suficiente claridad que a unos y otros—a los kantianos y a sus críticos—no les importa una ilustración de los contenidos históricos reales y simplemente se sirven de ciertos préstamos históricos con el fin de presentar con más eficacia sus propias pretensiones.10 Sólo así puede comprenderse la razón por la cual, en el cuarto tomo de su Historia del problema del conocimiento, que abarca la época que va desde la muerte de Hegel hasta el presente (1932), Ernst Cassirer discute el desarrollo filosófico como algo evidente en el contexto de una exposición de los problemas de la teoría de la ciencia en los diferentes grupos de ciencias particulares y, al hacerlo, puede tomar como punto de partida una indisoluble unidad de filosofía y ciencia,11 mientras que los críticos del neokantismo tratan de desacreditar precisamente esta concepción de la filosofía refiriéndola constantemente al desarrollo político de Alemania, considerado funesto. En su crítica, estos últimos muestran precisamente una cierta tendencia a referir el desarrollo del neokantismo a la historia real, pero al mismo tiempo lo hacen de una manera tan superficial y cargada de prejuicios, tan diletante y demagógicamente convertida en eslogan, que tienen que plantearse las siguientes preguntas: ¿qué es una “clase motivada históricamente”?, ¿cómo habría podido o debido mostrarse su “empuje e iniciativa”?, ¿fueron Friedrich Albert Lange y otros socialistas neokantianos realmente sólo “buenos provincianos bismarckianos”?, ¿realmente, entonces, ha de verse en la colaboración de Lange como miembro del “Comité General de los Sindicatos Alemanes” un acto de hostilidad combativa contra el a su vez “combativo proletariado, tanto alemán como internacional”? También cabe preguntarse si Manfred Buhr, que se extravió en estas últimas tesis, habría consultado los manuales de Mottek y Kuczynski sobre historia de la economía cuando fijó como fecha de la “alianza de la gran burguesía con la reacción feudal” no el final de los años setenta del siglo XIX sino el “año de la Comuna de París”.12 Así, pues, en todo caso también se trata de hecho nada más de una mera tendencia de la comprensión histórica que en ningún punto va efectivamente más allá de una acrítica reducción histórico-política de la historia de la filosofía.

Por el contrario, si uno se preocupa—en contradicción con la glorificación neokantiana de la propia historia, pero asimismo en contradicción con sus críticos—por dar una respuesta a las dos simples preguntas acerca de su origen y expansión, entonces no queda otra posibilidad que regresar a las fuentes para preguntar llanamente primero por el qué: la simple facticidad, y luego por el cómo: los agentes y determinantes del desarrollo, sin que de nuevo y en adelante puedan estar en primer plano los intereses de la actualización de las posiciones sistemáticas, de la crítica o de la habitual transmisión de la autocomprensión neokantiana, como, dicho sea de paso, puede observarse en casi todas las opiniones secundarias más especiales acerca del neokantismo temprano. Pues también para éstas se vale decir que ocuparse de un objeto “histórico” todavía no es garantía de que con ello se promueva también un conocimiento histórico, sino que sólo un cuestionamiento del autor secundario en cuestión podría aportar algo a esta historia de la génesis del neokantismo. Es cierto que sobre casi cada neokantiano hay algunas monografías y disertaciones, algunos artículos y, en los manuales más autorizados, algunas exposiciones más o menos atinadas, pero también éstas son en su mayoría—con contadas excepciones—de interés más en relación con el tiempo en que surgieron que con el tiempo de su supuesto objeto “histórico”. Se atienen a la ficción de disponer de un acervo seguro de pensadores y fuentes, se alimentan de la seguridad de tener un cuadro acabado de la evolución y diferenciación neokantiana de las escuelas, sin que hayan logrado hasta ahora nombrar las etapas del desarrollo del movimiento neokantiano y al menos asegurar de manera más o menos confiable el acervo de fuentes.

Porque esta literatura secundaria se ha atenido de manera francamente servil a las mistificaciones que el neokantismo ha hecho de su propia historia temprana y sus presupuestos; por eso tenía que caer cada vez más en el olvido también el elemento de continuidad en la evolución del idealismo alemán al neokantismo: el significado de Trendelenburg en esta época de transición respecto de una reorientación de la lógica a partir de las ciencias particulares, los conceptos sintéticos, inaugurados por él, de idealismo y realismo empírico, toda la programática gnoseológica de los años veinte y treinta del siglo XIX conectada con Schleiermacher y la polémica contra la pretensión de no tener presupuestos propia del pensamiento idealistamente puro, todo esto ha sido aducido hasta la fecha a lo sumo en notas al pie de página para aclarar la historia temprana del neokantismo. Que además entrara en juego en la época posterior a Marzo de 1848 el requisito de “criticismo” ante todo como renuncia obligada a filosofar según el método de la cosmovisión dentro de la situación de las restricciones internas y externas a que estaba sometida la filosofía que generaban las universidades; que empirismo, positivismo y psicologismo estuvieran expuestos, a causa de las condiciones político-sociales que reinaban en la Alemania balcanizada en pequeños estados y a causa de las incesantes sospechas, a una “tendencia materialista” que les era intrínseca, y que por esta razón tales orientaciones filosóficas tuvieran que llevar una existencia irreal en Alemania hasta la fundación del Reich, es algo tan poco conocido como el hecho de que el conflicto entre la Iglesia y el Estado, el rechazo del pesimismo de la época de los fundadores y, finalmente, la crisis del liberalismo hacia el periodo 1878-1879 provocaran una decisión definitiva a favor de un así llamado idealismo “crítico” y en contra de un positivismo catalogado, no en menor medida precisamente desde el punto de vista político, como peligroso.

Pero no sólo al mayoreo sino también al menudeo exhibe la investigación varias lagunas muy impresionantes del neokantismo: Jürgen Bona Meyer, absolutamente el primer neokantiano, casi no considera la bibliografía secundaria—posiblemente porque carece de “actualidad”—; la historia del efecto que tuvo el supuesto “hegeliano” Kuno Fischer es malinterpretada como efecto a favor del “criticismo”, en lugar de referirlo al ascenso del liberalismo desde el inicio de la nueva era y, así, al entusiasmo por Fichte; el hecho de que el joven Windelband fuera pragmatista al principio y formulara su “filosofía de los valores”, así como su teorema de la “evidencia normativa”, sólo a consecuencia de los acontecimientos de la crisis del periodo 1878-1879, tenía que escapársele a la bibliografía secundaria sobre el neokantismo de la misma manera que se le escapó toda la fase positivista de la evolución del temprano neokantismo durante la década de los setenta del siglo XIX, porque ni siquiera desde el punto de vista puramente bibliográfico están catalogadas las fuentes en las bibliotecas especializadas. Ésta es la razón por la cual había que evaluar de nuevo un centenar de textos de los años treinta a setenta del siglo XIX y, en general, pareció sensato no criticar meramente los cuadros mal dibujados del neokantismo contrastándolos con nuevos cuadros, igualmente abstractos, sino más bien, donde quiera que fuera posible, dejar que hablaran los textos mismos.

Por esto, al disponer sólo de un mínimo de auténtica bibliografía histórica secundaria y de un máximo de fuentes, relevantes para las preguntas que nos hacíamos, nos sirvieron de ayuda, además de los manuales de historia de la filosofía, un par de recientes exposiciones del neokantismo, a las que en todo caso no les importa tanto responder, seguir desarrollando o zanjar cuestiones neokantianas disputadas. Me refiero a los libros Back to Kant. The Revival of Kantianism in German Social and Historical Thought, 1860-1914. [De regreso a Kant. El resurgimiento del kantismo en el pensamiento social e histórico alemán, periodo 1860-1914], de Thomas E. Willey,13 y Der Neukantianismus [El neokantismo],14 que es una pequeña exposición panorámica de Hans-Ludwig Ollig, los cuales, desafortunadamente, también se basan la mayoría de las veces en las declaraciones que los neokantianos mismos hacen sobre su propia historia, no pudiendo dispensarnos por esto de hacer una revisión crítica de las fuentes. Pero de esos libros, como también de las exposiciones ya mencionadas, de la historia de la filosofía del siglo XIX y de los libros de Hermann Lübbe, Politische Philosophie in Deutschland [Filosofía política en Alemania],15 Georg Lukács, Die Zerstörung der Vernunft [La destrucción de la razón]16 y Erich Rothhacker, Einleitung in die Geisteswissenschaften [Introducción a las ciencias del espíritu],17 todos los cuales he consultado constantemente, se puede decir, como posiblemente también de este trabajo, lo que Hermann Lübbe dijo, con una expresión muy bella, al escribir: “El sino normal de los trabajos históricos y filológicos consiste en poner, a quienes se benefician de ellos, en posición de decir que ellos lo saben mejor”.18

La presente exposición se compone de tres partes principales, la primera de las cuales examina la historia temprana del neokantismo en el marco del abandono, llevado a cabo por diferentes motivos, del idealismo alemán por parte de la filosofía generada en las universidades y de la reevaluación de Kant que resultó de tal abandono. Esta fase llega hasta el año de 1848 y expone la “historia temprana” como una fase evolutiva completa en sí misma y literalmente en el sentido de una “prehistoria” (capítulos I y II). Sigue, en la segunda parte, la exposición de una programática ya específicamente “neo” kantiana19 que desde el inicio del periodo de 1850 a 1865 fue el resultado de los diferentes intentos de refundar y afirmar teóricamente la autonomía de la filosofía o incluso de los conceptos de síntesis que querían hacer compatibles el viejo idealismo y el nuevo materialismo o nuevo pensamiento científico natural (capítulos III y IV). A estas dos exposiciones se añade como tercera etapa la de la expansión del neokantismo propiamente dicha, que, por una parte, da a conocer una expansión del movimiento, en cuanto todo completo, ampliamente indiferenciada todavía y parcialmente apoyada en motivos heterogéneos y, por otra, también una primera escisión del movimiento en escuelas. Sólo al inicio de la década de los años ochenta del siglo XIX obtiene el neokantismo la forma en la que se ha transmitido hasta ahora y que se ha puesto sigilosamente a la base de todas las exposiciones de sus teorías, haciendo caso omiso de su desarrollo interno e historia temprana (capítulos v a VII).

En estas tres fases se realizó el tránsito del idealismo alemán a la primavera del neokantismo. Se trata de comprender este tránsito y esto presupone en primer lugar que uno se libere de la moda de pensar que cualquiera de los programáticos kantianos o neokantianos del periodo anterior o posterior a Marzo de 1848 hubiera provocado o hasta “efectuado” el nacimiento del neokantismo mediante el “llamado”, conocido hasta la saciedad, “¡De regreso a Kant!”.20 En cada uno de estos periodos los motivos para valorar a Kant eran completamente propios de cada uno de ellos, y que algunos motivos del periodo anterior a Marzo de 1848 se repitan aún a mediados del siglo XIX o en el temprano neokantismo no indica que haya una línea directa entre las posiciones que surgían unas junto a otras, abandonaban el idealismo alemán y pasaban al neokantismo tardío, como las representadas por Trendelenburg, Beneke, la programática gnoseológica y el teísmo especulativo de I. H. Fichte y C. H. Weisse. Sí, los neokantianos mismos habrían sido en este sentido los últimos que hubieran querido que se viera en ellos a los “precursores” o que su kantismo se redujera a semejantes posiciones. Lo que retrospectivamente aparece como preparación del neokantismo no por ello es necesariamente “causa” o “motivo” de su surgimiento. E, inversamente, lo que se constituye como un nuevo movimiento y quiere haberse vinculado a Kant pero no a la filosofía poskantiana puede estar, sin embargo, igualmente conectado mucho más estrechamente a las filosofías de los predecesores de lo que se quiere o querría reconocer: este temprano programa de enlazamiento a Kant fue tomado en cuenta posteriormente por la única razón de que le siguió un periodo neokantiano. Así, el surgimiento del neokantismo se vuelve hasta entonces también plenamente comprensible precisamente si se cobra conciencia de que el abandono del idealismo alemán y los motivos subyacentes a la programática neokantiana de los años cincuenta y sesenta del siglo XIX eran aspectos parciales de esta transición.

Justamente las secciones y transiciones de las épocas filosóficas no pueden entenderse echando mano de las categorías causa y efecto, motivo y consecuencia, pues cada época y cada uno de los periodos de la evolución descansa sobre el “zócalo” de una situación histórica propia, del cual puede salirse una sección individual pero difícilmente alejarse demasiado todo un movimiento que consta de cientos de académicos. El neokantismo era ante todo un movimiento filosófico casi exclusivamente académico, y por esto es evidente que el primer nivel sobre el que descansaba—y se movía—era el del desarrollo de la filosofía que generaban las universidades alemanas. Como filosofía institucional depende en muchos aspectos del desarrollo general de las universidades—remite a la historia de la ciencia, a la historia de la cultura—, pero en este periodo especial entre 1848 y 1881 remite a menudo también a la historia eclesiástica y política. Por esta razón, las tres fases del surgimiento y expansión del neokantismo—hasta 1848, hasta 1865 y hasta 1881—caminan, por decirlo así, paralelas a los periodos históricos generales, y todos los intentos de ver las declaraciones programáticas de la época postidealista como explicación suficiente y referirlas en general sólo al hecho de que Kant se volviera en la década de 1870 el clásico más leído en las universidades de Alemania, desconocen radicalmente la problemática de la comprensión y explicación de semejantes cambios de época. En este punto también pareció indicado recurrir, entre otras cosas, a los métodos de la encuesta y la descripción, propios de la sociología de la ciencia y de las ciencias sociales, pues en el tema del surgimiento y expansión del neokantismo se trata también de proporciones cuantitativas y procesos de crecimiento cuantificables, como hace constar con suficiente validez la expresión “movimiento neokantiano”.

Para concluir, quisiera referirme a dos obras que acaban de aparecer y que en una primera etapa de mi trabajo sobre la filosofía en el siglo XIX me hubieran sido de gran utilidad: Philosophie in Deutschland 1831-1933 [Filosofía en Alemania, 1831-1933], Francfort del Meno, 1983, de Herbert Schnädelbach, y Deutsche Geschichte 1800-1866. Bürgerwelt und starker Staat [Historia alemana, 1800 a 1866. Mundo burgués y Estado fuerte], Munich, 1983, de Thomas Nipperdey, a las que quisiera referirme de una manera completamente general porque ambas, en mi opinión, dilucidan de manera brillante el contexto filosófico de la historia del problema, es decir, el contexto histórico más general en el que se llevó a cabo la transición, expuesta por mí, del idealismo alemán al neokantismo.

Personalmente, quizá pueda añadir que han muerto entre tanto el doctor Jürgen Rollwage, con quien traté las primeras ideas para hacer este trabajo, y el doctor Michael Landmann, quien fue para mí un constante consejero, amigo y padre, de modo que ya no pueden recibir mi agradecimiento. Pero quisiera manifestar mi gratitud al doctor Karlfried Gründer y a la doctora Margherita von Brentano, que se interesaron en este trabajo, a Helmut Allischewski y Johannes Ziegler de la Biblioteca del Estado, Fondo Cultural Prusiano, Berlín, y a Rüdiger Haase por sus estímulos y múltiples auxilios.