En esta parte del mundo,
triste y pobre mundo,
es el medio día de un sábado:
no hay oficina ni corbata ni dios
ni derrota alguna en la próxima esquina.
Es hora del callado y dulce pensamiento,
que dijera Shakespeare.
Estos sagrados cerros bogotanos
beben el sol lento de la sabana
y del pecho de la ciudad, como un suspiro,
salen los murmullos del amor.
Es el instante
del cristalino martini seco,
duro como el diamante,
diamante líquido en la copa de hongo
o breve seno de mujer.
Espejea en su fondo lo vano
al golpe en la garganta
de la ginebra aceitunada.