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Subimos las escaleras hacia el cuarto departamento de la lista de Cam. A diferencia de los primeros dos, está en una calle bien iluminada, en una sección más segura del pueblo. A diferencia del tercero, no hay un gato muerto en la escalera de emergencias.

Cuando me quejé del asqueroso olor del pobre gato, Cam puso los ojos en blanco y dijo que era demasiado quisquillosa. Lily decidió que estaba harta de buscar departamentos y se fue a su casa. Lo besó en la mejilla antes de irse y luego se despidió de mí con un movimiento de mano cuando notó que los estaba viendo. Me alivia que se haya ido. Sé que se supone que ese tipo de cariño sea normal, incluso natural, pero aún no me he acostumbrado a verlo.

La encargada del edificio, Janice, abre el departamento y se aparta. Tiene cincuenta y tantos, una chaqueta peluda y una cabeza aún más peluda. El departamento está en el tercero y último piso, en Lombard Street. Viene amueblado, lo cual es bueno, dado que todo lo que tengo cabría en el compartimento debajo del lavamanos. El espacio es más pequeño que el de las primeras dos viviendas que habíamos visitado, pero está limpio, y todos los departamentos son más grandes que el ático. Por la gran ventana puedo ver un parque infantil al otro lado del camino y varias terrazas en los techos cercanos. Hay un sofá de cuero color café ligeramente gastado de cara a la ventana, y un sillón color canela metido en la esquina. Dos paredes son de ladrillo rústico y, por alguna razón, hacen que sienta un calor en mi interior.

Tan abierto, no como el ático. Puedo respirar aquí. Puedo vivir ahí.

Cam se sienta a la mesa de roble, esperando y observando mientras yo camino por ahí. Janice suspira unas cuantas veces y, luego de que comienza a dar golpecitos con su pie, Cam se mueve hacia adelante.

–¿Nos podría dar un minuto para hablar?

–Claro –la sonrisa que le ofrece a Cam podría derretir la mantequilla–. Estaré en mi lugar. Avísenme cuando hayan terminado –me lanza una mirada inquisidora y cansada mientras sale, y yo pongo la expresión más dulce que puedo. Cam suelta unas risitas cuando la puerta se cierra.

–¿Qué? –lo veo mientras paso mi mano sobre un ladrillo que es ligeramente más oscuro que el resto.

–Es solo tu cara. Te ves como si algo te doliera –inclina su cabeza hacia la puerta.

Bajo la mano a mi costado y me doy vuelta, para quedar frente a él.

–Intentaba parecer confiable.

–Sí, quizás deberías trabajar en eso.

–¿En ser confiable? –levantando una ceja, espero que muestre señales de incomodidad, pero no lo hace. Sabe lo que estoy haciendo. Quizás no hubiera necesitado contratar a alguien tan inteligente.

–En parecer confiable.

Voy al dormitorio. Hay una cama queen size con una manta gris y cortinas a juego en la ventana. Miro el paisaje sombrío, imaginando el suelo vacío debajo de la cama. Es tan grande. Un desperdicio de espacio cuando dormir en el suelo es más cómodo. Las camas son demasiado suaves.

Abro el clóset y echo un vistazo a su interior. No es enorme, pero está bien organizado. Una mitad está hecha para zapatos y tiene varias repisas; la otra tiene una barra para los ganchos y un espacio abierto debajo, para guardar cosas. Todo en este lugar está bien. Ya se siente como un hogar, o quizás como yo creo que debe sentirse un hogar. Me doy cuenta de lo afortunada que soy de trabajar con Cam. Conseguir un departamento así sin tener que hacer una investigación de mis antecedentes sería imposible sin sus contactos. Aun si viene con un incremento en la renta, por lo que él llama el “extra por anonimato”. Doy un paso atrás y me sacudo los jeans antes de cerrar la puerta del clóset.

–Esto me servirá.

–Bien, entonces, siéntate.

Vuelvo a la mesa, pero no saco una silla.

–¿Por qué?

–Porque tengo más preguntas para ti.

–No. Esas dos en el parque son las únicas que tendrás. Las palabras regla de los cinco minutos, ¿no significan nada para ti? –gruño con una rápida sacudida de mi cabeza y me doy vuelta. Tengo la puerta abierta y camino medio pasillo antes de que él se levante y hable.

–Janice confía en mí, no en ti.

Bajo el mentón y lo contemplo directo a los ojos.

–Y yo tampoco confío en ninguno de ustedes dos realmente, así que, ¿cuál es tu asunto?

–Puedes confiar en mí.

Solamente lo observo, esperando a que continúe. No hay razón para discutir esto.

–Janice… –se ve como si estuviera buscando las palabras correctas–. Bueno, comencemos con el hecho de que tiene más en común contigo de lo que crees. El origen de su nombre, por ejemplo.

No me sorprende para nada. Como ella dejó que me quedara aquí basándose en la recomendación de Cam, me imaginé que tenía que ser algo como eso. Aun así, confirmarlo me pone nerviosa de pronto.

–¿Y qué te está ocultando ella? ¿Le hiciste tantas preguntas como estás intentando hacérmelas a mí?

–Sí –su mirada se endurece mientras continúa diciendo–: Y fue mucho más comunicativa de lo que tú has sido. Es una mujer muy buena, que estuvo en una situación muy mala.

Asiento, sin presionar para saber más. Pueden quedarse con sus secretos si me dejan quedarme con los míos.

–El punto es que, sin que yo dé mi aprobación, jamás te rentará este lugar. Especialmente sin llenar una solicitud o hacer una investigación de antecedentes, lo cual no creo que quieras que haga, Charlotte –Cam se para frente a mí. Espera, sabiendo que no me gusta cuando se pone tan cerca. Puedo verlo en sus ojos.

Bajando mi mirada, regreso al departamento, mi espalda hormiguea con la frustración aun mientras hago lo que quiere.

–Bien, ahora siéntate y respóndeme unas sencillas preguntas.

Mis pies hacen un extraño eco en el espacio mayormente vacío mientras, a regañadientes, los arrastro hacia la mesa.

–¿Qué quieres saber?

Cam toma el asiento frente al mío.

–¿De qué estás huyendo?

–¿Quién dice que estoy huyendo? –golpeo mis nudillos contra la mesa de madera–. Estoy por conseguir un departamento… si puedo conseguir tu permiso. A mí me parece que me estoy quedando.

–Huiste de algún lado para quedarte aquí –dice Cam. Sus ojos me perforan mientras yo estudio las vetas de la madera en la mesa. Las espirales y los giros me ayudan a concentrarme. No tengo problema en mentirle si eso significa que terminará con esto y me dejará en paz. Dios sabe que he hecho cosas peores.

–¿Qué te importa? Pensé que te estaba contratando para no tener que responder este tipo de preguntas.

–Así es –Cam da un respiro profundo y lo suelta con lentitud–. Simplemente me gusta saber que no estoy ayudando a criminales peligrosos. Hacer un par de preguntas me ayuda a dormir por las noches.

Suelto una risa falsa y me alegra escuchar que suena menos rara de lo que se siente al ser obligada a salir de mi pecho.

–¿Te parezco una criminal peligrosa?

No responde, pero espera hasta que lo miro a los ojos. Me intimidan, pero me niego siquiera a parpadear. Después de unos segundos, me doy cuenta de cuál es la mejor forma de terminar esta conversación.

No soy la única con secretos.

–¿Qué le pasó a la Charlotte Thompson real? –pregunto.

Cam parpadea, y veo algo nuevo en su expresión, pero no es la culpa que yo estaba esperando, es algo más como una resignación.

–Su mamá murió. Se fue a vivir con su papá en Francia. No creo que vaya a volver, al menos, no por mucho tiempo.

Me pongo de pie, pero Cam toma mi mano antes de que pueda irme. Me suelto de un sacudón y contengo mil impulsos que me dicen que tome la silla o el florero y lo golpee por haberme tocado cuando sabe que no me gusta. Cuando retira su mano y levanta los ojos hacia mí, todos los impulsos violentos se apagan como fósforos encendidos en el agua. Espero a ver su hambre, una sed de poder o dominio. Pero, en vez de eso, sus ojos están tristes, suplicantes. Y me dejan sin aliento.

–Dime que estás huyendo de las cosas malas que otros hicieron –su voz es apenas más audible que un susurro–. Y no de las cosas malas que tú hiciste.

Trago saliva y doy un paso atrás.

–Sí, los otros –luego el departamento se siente mucho más pequeño y necesito salir. Dándome vuelta, camino hacia el pasillo, por las escaleras, y salgo al aire del atardecer. Mi cerebro se llena con las imágenes con las que he estado combatiendo por más de un año. El monstruo en el que me he convertido, el cuchillo en mi mano, la violencia que nunca hubiera creído que vendría de mí, la sangre… tanta sangre. Presiono mis palmas contra mis ojos e intento apartar todo. Ellos eran los monstruos, no yo.

Tú eres buena, Piper.

La voz de Sam me calma, como siempre. Cuatro profundas bocanadas del frío aire de la tarde después, observo la forma en que el cielo pasa del rosa claro en el horizonte al azul marino de arriba: el cambio perfecto de un color a otro completamente distinto. Mi vieja vida podría desvanecerse y convertirse en una nueva. Si tan solo fuera lo suficientemente valiente para hacer que suceda.

Cam camina hacia donde estoy esperando. Soy la imagen de la paciencia y la calma, apartando oleada tras oleada de pánico por todo lo que estoy haciendo, todo lo que he hecho. Soy una experta en esto. Si lo repito unas cuantas veces más, seguro será verdad.

Él mete las manos en sus bolsillos.

–Entonces, sé que no pareces tener que preocuparte mucho por dinero, pero ¿has pensado… y ahora, qué?

Mi mente deja de girar.

–¿A qué te refieres?

–¿Vas a conseguir un trabajo? ¿Ir a la escuela? –patea el talón de uno de sus zapatos ligeramente contra el escalón de atrás, y por primera vez desde que lo conocí, parece inseguro.

–Ah, ¿puedo ir a la escuela? –no he ido allí ni un solo día en toda mi vida. Se suponía que empezaría, pero el Padre se arrepintió y nunca pasó. He pasado el último año intentando aprender lo que puedo donde puedo, devorando periódicos, revistas, libros, cualquier cosa que pueda conseguir. El primer mes, cuando no podía dejar de temblar lo suficiente para que me vieran afuera sin llamar la atención, pasé largos días y noches en vela, intentando absorber cultura, costumbres, la vida: todo a través de las teles en mis habitaciones de hotel. Intenté tanto agregar a todo lo que Nana se las arregló para enseñarme en solo unos cuantos meses.

Aun así, la idea de ir a la escuela parece tan extraña como ir a Marte.

Cuando me doy cuenta de que Cam me está viendo con ojos entrecerrados, sigo:

–¿Puedo ir a la universidad como Charlotte? ¿Puede ir Charlotte?

–Podrías necesitar más documentación de mi parte, pero eso no sería un problema.

Asiento e intento no demostrar lo abrumada que me siento. Es una libertad pesada, como si alguien me hubiera dado unas alas tan grandes que apenas podría pararme bajo su peso. Nunca había imaginado tener tantas opciones en mi vida.

–Creo que esperaré. Primero, conseguiré un trabajo y luego quizás iré a la escuela el próximo año.

–De acuerdo –me mira fijamente por unos segundos antes de continuar–. Si decides que necesitas ayuda en el tema del trabajo, avísame.

Una pequeña risa escapa de mis labios, y por la manera en que su rostro se endurece, de inmediato deseo poder retractarme.

–¿Por qué? ¿Estás contratando?

–No –Cam pasa su peso a las puntas de sus pies y se inclina hacia mí–. Pero si estoy seguro de que puedo confiar en ti, podría conocer a alguien que sí lo hace.

Está tan cerca que veo la luz reflejándose en sus ojos. Huelo la menta de su goma de mascar.

–No –mi voz es apenas más fuerte que un susurro.

–¿No, qué? –sus ojos ahora están sosteniendo los míos, y lucho contra el impulso de correr.

–No confíes en mí.